Thursday, March 30, 2006

Victoria de Stefano en Ficción Breve Venezolana


Blog de Alejandro Padrón

65ª Feria del Libro de Madrid
Los libreros premian 'Suite francesa'
Denise Epstein, hija de la escritora rusa Irène Némirovsky, recoge el galardón
WINSTON MANRIQUE - Madrid
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 02-06-2006
Denise Epstein, en una imagen del pasado noviembre. (JORDI ROVIRALTA) ampliar

"Pocas cosas hay tan dolorosas como tener que silenciar el llanto, y nadie puede arrogarse el derecho a infligir a otro un dolor permanente". Como el causado desde 1942 a Denise Epstein (1929), hija de la escritora rusa Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), cuya novela Suite francesa (Salamandra en castellano y en catalán La Magrana) ha obtenido el Premio del Libro del Año 2005, concedido por el Gremio de Libreros de Madrid. Una novela que, tras su publicación en Francia en 2004, obtuvo el Premio Renaudot y que ha sido ya traducida a 30 idiomas. Es una obra póstuma que muestra sin tapujos la estampida de virtudes y bondades humanas en los franceses durante la ocupación nazi en la II Guerra Mundial, y lo hace con un estilo en el que la belleza y la elegancia literaria han sido destacadas por la crítica internacional.
Suite francesa es el testimonio de la última y definitiva persecución que entabló la vida contra Némirovsky. Hija de un rico banquero judío en Rusia, su familia debió huir en 1917 tras la revolución bolchevique. Después de unos años escondidos en Estocolmo, los Némirovsky llegaron a Francia en 1919. Un abandono al que se sumó la poca atención que le prestaba su madre. En 1929, la autora publicó su primer gran éxito, David Golder; en 1930, El baile, y un año después, Las moscas de otoño. Libros que le dieron un gran prestigio en el mundo literario.
Casada con un judío, Némirovsky tuvo dos hijas, Denise y Elisabeth, hasta que en el verano de 1940 la invasión alemana de Francia les empezó a marginar. Entonces la escritora tomó una carpeta marrón y escribió cada día lo que veía, vivía y sentía a su alrededor. Un diario en tiempo real de aquella encrucijada en que estaba atrapada Francia. Hasta que en 1942 fue entregada a las tropas nazis, que finalmente la gasearon semanas después en Auschwitz. La misma suerte correría su esposo. Sus hijas iniciaron un peregrinaje a escondidas y cargando una maleta con recuerdos, entre ellos una carpeta marrón, que más de una vez les sirvió de almohada.
Sólo a finales de los años setenta, Epstein se atrevió a leer el manuscrito. "Porque cada cosa llega en su debido momento y eso no lo podemos cambiar". Tras leer el libro, los sentimientos sobre Francia apenas se han modificado: "Antes tenía rabia, durante la lectura también, pero hoy el sentimiento es de victoria porque he logrado que mi madre vuelva a vivir y a recuperar el prestigio". ¿Y los franceses qué piensan y sienten? "Tengo pruebas de que la conciencia de la gente se despierta y eso es más fácil ahora que los testigos directos ya no están".
Para Epstein, la cobardía está todos los días en la esquina de la calle. ¿Y la culpabilidad? "En el hecho de haber sobrevivido. Porque uno se siente culpable por estar vivo y comprobar que las personas a quienes quieres ya no están".
Por eso, Denise Epstein no cree en la ausencia. Para ella no existe. "La ausencia siempre está presente". Abandonos forzados, abandonos mezquinos o abandonos voluntarios, lo cierto es que es la acción que persiguió a su madre y que la encontró a ella, pero de la cual ya se ha librado en parte. "Sólo pueden perdonar los que no volvieron. Para mí el perdón no significa nada. Simplemente, no olvido, pero tampoco me invade ningún deseo de venganza". Porque como termina su madre Suite francesa: "Poco después, en la carretera, en lugar del ejército alemán, sólo había un poco de polvo".




La metáfora del desolvido
Julián Márquez


Hasta ahora ninguna obra narrativa, ni aun las más abstractamente experimentales, ha logrado elaborar un lenguaje libre de asociaciones con la anécdota, esa ilación de causa y efecto de donde se derivan todas las acciones que animan la vida de los personajes, como de manera infructuosa han intentado concebir los epígonos de los experiementalismos extremos. Desde el punto focal, perfilando un criterio que consideramos desviado, se quiere afirmar la ausencia de anécdota en Historias de la marcha a pie, de Victoria de Stéfano, una obra más bien clasificable en un estilo que encaja perfectamente en los cánones más tradicionales que la novela moderna heredó de la narrativa decimonónica. Sin embargo, hay que admitir que estamos ante una novela poco convencional, especialmente por el denso y riguroso tramado escritural que le imprime la autora, logrando una elaboración narrativa impecable. A través de una lectura minuciosa y razonada, una novela como Historias de la marcha a pie bien podría definirse como una obra de carácter intimista y reflexiva, próxima a la intertextualidad narrativa de Las olas, de Virginia Woolf, texto luminoso en las referencias de la mejor literatura del siglo XX.


Bajo un lenguaje y una estructura estéticamente depuradas, libres de lo que Henry James denominaba remplissage, esos rellenos inútiles que cerca de enriquecer una novela la empobrecen, subyace una secuencia de acciones que se ramifican como un delta de historias, variables bifurcaciones que comienzan a partir de esa cuesta que conduce a la casa de Bernardo, un enfermo crónico, epítome del hombre curtido en anécdotas aleccionadoras, no desprovistas de cierto nihilismo existencial. Por mediación de su evocada presencia (al destiempo de una escritura que por instantes viaja, interrogándose, hacia su propia textualidad), se sintetiza un alma humana ahíta de múliples vivencias, que con su deseo de negación, intenta aprendeher, paradójicamente, los momentos más intensos de la vida, convirtiéndose al mismo tiempo en el medio desencadenante de la fluida memoria de la narradora, quien también se busca a sí misma mediante las desgarraduras de sus propias historias, en relación con los otros: la familia y los amigos, ya irrecuperables en la tácita progresión de cada existencia individual, donde el infinito no cuenta para nada.


Pero esa búsqueda intranquila, a veces obsesiva, que, simultáneamente, vuelve lírico y dilatado el lenguaje de esta novela, necesita de imágenes fuertemente saturadas para poder insertarse en el tiempo que intenta recobrar. Entonces en claroscuro y claridades concéntricas comienza a circular una cercana y distante temporalidad donde avanzan en marcha irregular la alegría, el dolor, el amor y la frustración: tránsitos de un espíritu andariego que parece ser la señal inaplazable de la identidad del destino humano a través de largos años abatidos por la incertidumbre y la desesperanza.


Si para ascender al pasado es necesario un desencadenante fortuito, como sucede con la inefable magdalena proustiana, la reiteración de esa frase: voy a verlo, voy a verlo, voy a verlo, voy a verlo, que la narradora va repitiendo mientras avanza hacia la casa de su amigo enfermo, actúa como el surtidor de imágenes que permite avanzar hacia una consciencia de ser, de estar aquí y ahora para reconstruir el pasado, cuya voluntad surge por el juego inteligente de la estructura novelística. De esta manera la narradora interna de la historia viene a ser testigo de su propia experiencia y la de los otros personajes que se asoman no sólo a través de sus reflexiones en torno a la vivencia, sino también por la oralidad pródiga de Bernardo que se despliega resaltando los mínimos detalles de un universo polivalente que atrae el interés de su paciente interlocutora, la lúcida cómplice que oye pacientemente y relata, hasta por interposición, puesto que la historia no se cuenta desde un punto de vista presente, sino por medio de un pasado que remite a otro pasado. Un pretérito que se vuelve presente mediante la articulación creativa del lenguaje que se desprende como una limpia indagación de una escritura pendular, una oscilación geométrica que se dirige hacia los cuatro puntos cardinales a donde conduce el relato, un camino múltiple en los periplos que recoge el interés de esa noble amiga —oportuna medium—, decantadora de una vasta metáfora contra el olvido, asistiendo la esencia de lo vivido durante una larga travesía que se revaloriza en el substrato del discurso narrativo.


La honesta narradora, a quien no se debe confundir con la autora, tiene plena conciencia de que no lleva un registro promenorizado de las acciones consumadas por los seres que la han amado y a quienes ella ha correspondido con la misma intensidad o generosidad. Y sin embargo, cuenta con la escritura, con el lenguaje de la memoria para eternizarlos en el recuerdo, salvarlos de la hojarasca del vacío y del destierro del tiempo. Esa es su apuesta y su promesa: la única alianza posible para glorificar la amistad y rescatarla en el discurrir de la memoria, antes que la cubra el polvo del olvido, manteniéndola siempre viva, y así reivindicar el recuerdo Unidos del corazón, esa hermosa metáfora final, tan intensa como el amor que sentía la madre de Bernardo por él, con que se cierra HIstoria de la marcha a pie, un libro imprescindible en el marco de la actual narrativa latinoamericana.

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