
Blog de Alejandro Padrón
65ª Feria del Libro de Madrid
El pensamiento libre de Antonio Machado
Un equipo de investigadores saca a la luz fragmentos inéditos del libro 'Juan de Mairena'
La escritura y el ejemplo del poeta Antonio Machado gozan de larga vida. La obra del escritor sevillano crece con el paso del tiempo y se consolida dentro de la pequeña galaxia de los clásicos. La reciente publicación de Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (Aguilar), de Ian Gibson, y una de las propuestas más atractivas de la Feria del Libro de Madrid, coincide con la edición por parte de la Fundación Unicaja de los últimos seis volúmenes de los manuscritos del poeta. Estos seis cuadernos recogen textos inéditos en prosa del autor sevillano. La joya más destacable de estos hallazgos son los escritos pertenecientes a Juan de Mairena, obra cumbre del pensamiento machadiano.
SANTIAGO BELAUSTEGUIGOITIA - Sevilla
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 29-05-2006
SCIAMMARELLA ampliar
Antonio Machado (Sevilla, 1875-Collioure, 1939) fue un poeta preocupado por la filosofía y la religión. Poco amigo de que fueran otros los que le dictaran su forma de pensar, el escritor sevillano fue un espíritu libre. El pensamiento era una espuela que lo llevaba a explorar por caminos inciertos con la esperanza de fortalecer su lucidez. Un grupo de investigadores acaba de sacar a la luz algunos manuscritos inéditos de Juan de Mairena (1936), obra cumbre del pensamiento de Antonio Machado. Estos manuscritos han sido editados por la Fundación Unicaja.
Se trata de ocho capítulos de Juan de Mairena, algunos incompletos. Son fragmentos que abordan distintos aspectos del ser humano y su relación con la divinidad. "Un hombre a quien, a fin de cuentas, nunca convencen los filósofos, es, a su vez, un filósofo. Asusta el tamaño de las ruedas de molino con que comulgan los estudiantes de filosofía, desde que el escepticismo ha pasado de moda", escribió Machado en uno de estos fragmentos de Juan de Mairena.
La recuperación de los textos forma parte del trabajo llevado a cabo por un equipo coordinado por el escritor y filólogo Antonio Rodríguez Almodóvar. El resto del equipo lo forman Rafael Alarcón (Universidad de Jaén), Pablo del Barco (Universidad de Sevilla) y Carmen Molina (conservadora de libros).
El equipo de investigadores acaba de sacar a la luz los Cuadernos 4, 5, 6, 7, 8 y 9, que incluyen los textos en prosa de los manuscritos de los hermanos Antonio y Manuel Machado, adquiridos por Unicaja por 625.000 euros en una subasta en 2003. La joya más destacable de estos últimos hallazgos son los escritos de Juan de Mairena. Se trata de capítulos sueltos y, a veces incompletos, desechados por Antonio Machado. Su fecha de redacción oscila entre 1928 y 1933.
La edición facsimilar de estos seis cuadernos concluye la publicación de los manuscritos de los hermanos Machado (la inmensa mayoría de los textos son de Antonio). El trabajo ha dado como resultado la edición de 10 volúmenes (anteriormente se publicaron los Cuadernos 0, 1, 2 y 3) con un total de 3.556 páginas.
En los primeros cuadernos publicados destacaba la novedad de medio centenar de poemas inéditos de Antonio Machado, en su mayoría composiciones breves. La publicación de los Cuadernos 4, 5, 6, 7, 8 y 9 recoge prosas inéditas del autor sevillano. Y entre ellas los fragmentos de Juan de Mairena son auténticos tesoros a la hora de internarse en el pensamiento machadiano. Está claro que el autor de Campos de Castilla no los quiso publicar. ¿Por qué? Quizá la respuesta estribe en el asunto religioso que tratan, tan delicado siempre en España. Son manuscritos llenos de correcciones que ayudan a conocer mejor el taller del autor. Los textos están salpicados de reflexiones fulgurantes (leer la selección en la parte inferior de la página).
Además, el equipo de investigadores ha sacado a la luz otros textos en prosa que abordan diferentes aspectos vitales del autor de Soledades. Hay, por ejemplo, una nota sobre el asesinato de Federico García Lorca escrita el 8 de septiembre de 1936. "Por la prensa de esta mañana me llega la noticia. Federico García Lorca ha sido asesinado en Granada. Un grupo de hombres -¿de hombres?-, un pelotón de fieras lo acribillaron a balazos, no sabemos en qué rincón de la vieja ciudad del Genil y el Darro, los ríos que él había cantado. ¡Pobre de ti, Granada! Más pobre todavía si fuiste algo culpable de su muerte. Porque la sangre de Federico, tu Federico, no la seca el tiempo", escribe el poeta sevillano.
Hay varias cartas, entre ellas una dirigida a su madre en junio de 1912 con motivo de la enfermedad de su esposa, Leonor. "Así, pues, queridísima mamá, no te acongojes tú por mi situación; el golpe terrible para mí fue el que llevé en París, cuando la enfermedad de Leonor nos hirió como un rayo en plena felicidad", escribe el poeta. Los manuscritos incluyen, además, otras seis cartas, así como dos textos biográficos sobre el abuelo y el padre de Antonio Machado, entre otros documentos.

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Tomado de Letras Libres, MAYO DE 2006
Arturo Uslar Pietri
Sobre todo la cuentista (1906-2001)
por Gustavo Guerrero
Fue probablemente el último de los grandes intelectuales venezolanos que, en la mejor tradición del humanismo moderno, albergó la ilusión de ser un homo universalis. Y también fue probablemente el último que vio en Venezuela un acuciante enigma e hizo de su afán por resolverlo una pasión y un destino. Creo que, por muy dispares que resulten, estas dos facetas deberían figurar desde un comienzo en cualquier retrato que se esboce de Arturo Uslar Pietri (1906-2001). Pero casi enseguida tenemos que añadir una tercera: la del pensador americanista, discípulo de Rodó y de Vasconcelos. Instancia mediadora, sin ella no se entienden las otras ni la equilibrada trinidad que acaban formando todas en un solo y mismo personaje. Y es que las tres fueron en verdad tan suyas y las cultivó con tanto esmero que, como muchos aún recordamos, se le sentía igualmente cómodo hablando de James Joyce, del mestizaje en el Caribe o de los ritos funerarios tibetanos. A veces, al calor de una charla, o en el transcurso de uno de sus programas divulgativos, llegaba incluso a pasar de un tema a otro, arrastrado por su entusiasmo y su vasta erudición. Faire du coq-à-l’âne llama la preceptiva francesa a este tipo de saltos. No he olvidado que, con ellos, Uslar Pietri hizo a menudo las delicias de aquellos estudiantes venezolanos que, allá por los años setenta, solíamos convertirlo en blanco de nuestra irreverencia. Hoy pienso que, en realidad, como el gran maestro que era, quizás nos estaba mostrando algo más que entonces ni siquiera vislumbramos: el peso de esos varios siglos de aislamiento colonial que, al separarnos de los otros y, por ende, de nosotros mismos, nos seguían impidiendo concebir una cultura donde el amor por Venezuela, el interés por los vecinos y las cosas del ancho mundo no fueran términos contradictorios o necesariamente disonantes.
Hombre de sumas y no de restas, integrador y más bien conciliante, creo que tampoco vio incompatibilidad alguna entre su temprana participación en la vida pública y su no menos temprana vocación literaria, tal vez porque, en el mundo del que procedía, ni siquiera se planteaba la idea de una alternativa entre el foro y las letras. Su padre, el coronel Arturo Uslar Santamaría, hijo y nieto de próceres y liberales, había llegado a ser gobernador y, durante varias décadas, gozó del favor de dos de nuestros más feroces dictadores: el general Cipriano Castro y su compadre Juan Vicente Gómez. Por el lado materno descendía igualmente de una familia de doctores y notables que nunca vio en su origen corso una excusa para eximirse del deber de “hacer patria”. Obedeciendo a esta vieja exigencia de nuestra ética romántica, y como muchos otros jóvenes de su generación, Uslar Pietri ni pudo ni quiso, pues, escapar al llamado del foro. Es más, no sólo acudió a él muy solícito sino que lo hizo con un entusiasmo que no habría de menguar ni con los errores ni con los reveses ni con los años. Su primera hoja de servicios sigue siendo, hoy por hoy, el testimonio de una carrera precoz y fulgurante: fue diplomático acreditado ante la Sociedad de Naciones a los veintitrés años, presidente de la Corte Suprema del Estado Aragua a los veintiocho, director de Economía del Ministerio de Hacienda a los treinta, ministro de Educación a los 33, secretario de la Presidencia de la República a los 36 y ministro del Interior a los 39. Muchos aún piensan que tendría que haber sido presidente, pero el golpe de estado de 1945 contra el gobierno de Medina Angarita le torció el camino y luego los consabidos avatares de la historia política hispanoamericana –dictaduras, cárceles, exilios– postergaron su candidatura durante casi tres décadas. Cuando por fin se presentó ante los electores, en 1963, como candidato independiente de centro derecha, era demasiado tarde. El país había cambiado y la eficaz maquinaria de Acción Democrática, el partido de masas creado por Rómulo Betancourt, no tuvo mayores dificultades para infligirle una sonada derrota.
Esto no fue obstáculo para que siguiera desempeñando durante muchos años todavía un papel destacadísimo en nuestra vida pública. En la década de los sesenta, fundó el partido Frente Nacional Democrático y fue senador. Más tarde, en los setenta, dirigió el diario El Nacional y animó varios programas culturales en la televisión y la radio venezolanas. Además, fue Académico Correspondiente de la Real Academia Española, también Embajador Permanente de Venezuela ante la Unesco, miembro del Consejo Directivo de dicha institución y, hasta por un período, primer vicepresidente del mismo. Entre las numerosas distinciones y premios que recibió dentro y fuera del país, cabe mencionar la Orden al Mérito de Italia en 1965, la Orden de Rubén Darío en 1966, los doctorados honoris causa de la Universidad de París en 1979 y de la Universidad Simón Bolívar en 1984, el homenaje del Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1986 y los premios José Vasconcelos en 1988, Príncipe de Asturias de las Letras en 1990, Rómulo Gallegos en 1991 y Alfonso Reyes en 1998.
Como se habrá entendido, Arturo Uslar Pietri fue uno de los mayores prohombres del siglo XX venezolano y en vida llegó a alcanzar tal estatura institucional que hoy todavía nos sigue impidiendo apreciar en su justa medida la obra del escritor y, en especial, del cuentista. Siete novelas, cinco piezas de teatro, tres libros de poemas, cinco de cuentos y más de veinte de ensayos forman actualmente el corpus principal de su legado. Si pido para el cuentista un tratamiento aparte –y no soy el primero ni el único– no lo hago sólo en virtud de sus muchos méritos ni por traer agua a mi molino. También porque me parece que el autor de cuentos está llamado a desempeñar un papel decisivo precisamente en esa valoración futura de Uslar Pietri que permita releerlo de otra manera, ya al margen de lo que pudo haber representado, para unos y otros, con su imponente figura. Entiéndaseme bien: no quiero decir con esto que las novelas o la importante producción ensayística de mi compatriota no merezcan que se las relea con idéntica atención. Lo que digo es que sus cuentos constituyen hoy el mejor punto de partida para una evaluación más ecuánime de su obra, ya que, por haber sido escritos como piezas cortas y menores, no pesó sobre ellos el mismo tributo que el hombre público les hizo pagar con demasiada frecuencia a sus ensayos y a sus novelas. Recordemos que, si bien en su juventud Uslar Pietri fue uno de los introductores de las vanguardias en Venezuela, en el fondo, y como conservador al fin, tuvo una visión bastante jerárquica de los géneros literarios que lo condujo a concebir la novela como un trasunto de la epopeya y la más alta narración histórica, y el ensayo, como un ejercicio de erudición o el lugar de un elevado debate de ideas. Por el contrario, la cuentística constituyó, desde un comienzo, un espacio más privado y más libre donde Uslar Pietri, lejos del foro, y como a la sombra de sí mismo, fue dando rienda suelta a sus fantasías, memorias y obsesiones.
Porque en el principio está el cuento o, mejor, los cuentos: una larga veintena que va apareciendo entre 1923 y 1926 en las revistas caraqueñas Billiken, Helios y Elite. Algunos tratan de pastores y de bacantes, otros de cortesanas y de artistas incomprendidos; pero todos, en realidad, nos hablan básicamente de los sueños de un adolescente venezolano que ha leído bien a los modernistas y, a través de ellos, se ha acercado a las corrientes dominantes de la poesía francesa finisecular: parnasianismo, decadentismo y simbolismo. No en vano la mayoría de estos textos se parece más a un medallón lírico, o a un poema en prosa a la Marcel Schwob, que a un cuento propiamente dicho. Fiel a sus modelos, nuestro aprendiz de brujo pensaba que los personajes debían ser siempre enigmáticos, los ambientes exóticos y las tramas tan delgadas como ampulosa la retórica y el afán de destacar. Leyéndolo uno no puede menos que comprobar cuán viva y honda era la influencia del retrato simbolista en la Venezuela de la época, ya que estas prosas presentan clarísimas afinidades con la estética de la semblanza hierática y misteriosa que un contemporáneo de Uslar Pietri, el malogrado José Antonio Ramos Sucre (1899-1930), llevará a su realización plena en nuestra poesía. Se sabe que ambos hacían tertulia en Caracas por aquellos años y, a pesar de la diferencia de edades, no es difícil imaginar que hayan compartido lecturas y hallazgos. Pero lo que en Ramos Sucre será obra acabada, en Uslar Pietri quedará en balbuceos y esbozos. La verdad es que hay que agradecerle que ni se haya engañado ni nos haya engañado con el valor de esos cuentos primerizos, tal y como ocurre con tantos escritores a quienes la celebridad les hace creer que hasta sus composiciones escolares merecen recogerse en un libro. Con buen juicio, Uslar Pietri jamás quiso que se recopilaran ni que se volvieran a editar, y no los incluyó en las antologías ni en las selecciones de sus cuentos.
Pero hay más: si es cierto que esos años iniciales de tentativas y ensayos no nos dejan un libro, no lo es menos que muchos de ellos ha de sobrevivir en los libros que vienen y, en particular, en el que inaugura la trayectoria del Uslar Pietri cuentista: Barrabás y otros relatos (1928). En efecto, allí siguen muy presentes las lecturas modernistas de la adolescencia en cuentos como “Apólogo del buen vino”, “Zumurrud” o “El gato con botas”; pero, sobre todo, se hace evidente la persistencia de un proyecto estético fundado en la voluntad de romper con el pasado costumbrista y criollista de nuestra narrativa. Y es que, aun en cuentos con tanto color local como “Miralejos”, Uslar Pietri busca algo más que esa pintura de nuestros paisajes, nuestra lengua y nuestras gentes que dibuje el mapa idosincrático de Venezuela. En este sentido, su oposición en aquel momento al Rómulo Gallegos que preparaba Doña Bárbara (1929) era tan clara y abierta como lo serán luego sus diferencias políticas. Unas y otras se hacen ya patentes cuando Uslar Pietri redacta y publica, ese mismo año de 1928, el manifiesto del grupo de la revista válvula (así, con minúscula), la avanzadilla de las vanguardias que difunde entre nosotros aquella consigna de los años veinte: “renovar y crear”.
Hombres de su tiempo, los jóvenes de Caracas, como los de Buenos Aires, Santiago o México, quieren respirar ahora el último aire de París y, para estar à la page, endosan los más lucientes hábitos de un cosmopolitismo que se asoma en varios cuentos de Barrabás y otros relatos, empezando por el que le da título al volumen: un ceñido texto de inspiración evangélica escrito a la manera del Judas Escariote de Leónidas Andreyev. A mi modo de ver, nuestro novísimo asienta en esas páginas el mejor testimonio de su inmenso talento mostrando un dominio sorprendente de la composición escénica y del diálogo, que ya nunca lo abandonará. Otras fuentes evidentes, o más o menos discernibles, son el Barbuse de “La bestia”, el Quiroga de “La voz” y “El idiota”, y el surrealismo y su fascinación por el discurso de los enfermos mentales, tan presente en el delirio del capitán del “S.S. San Juan de la Cruz”. Para completar nuestro panorama, señalemos que no menos característicos del espíritu de la época son la mezcla de anticlericalismo y erotismo que llenan de provocadores sueños buñuelescos las noches de la monja en “El camino”, o la irónica y escandalosa moraleja de “La tarde en el campo”. Lo esencial, sin embargo, no son estas varias y dispersas influencias sino la posibilidad de asimilarlas y trascenderlas que se trasluce en el libro Barrabás y otros relatos. Releerlo hoy es comprobar que Uslar Pietri debuta en el cuento armado de la indispensable capacidad de hacer propio lo ajeno, muy joven señor de un poder de síntesis y trasformación que ha de permitirle innovar y renovarse dentro de este género como quizá no podrá ni sabrá hacerlo en otros.
Pero no nos adelantemos. Para 1928, Barrabás y otros relatos marca un hito en la literatura venezolana y en nuestra tardía recepción de las vanguardias. Su autor no verá, sin embargo, gloria suficiente en ello, pues su verdadero sueño, como el de muchos de sus compañeros de generación, no es triunfar en Caracas sino, evidentemente, en París. De ahí que, un año más tarde, y casi como cumpliendo con un rito necesario, Arturo Uslar Pietri baja de un tren en la estación de Saint-Lazare y se instala en la capital francesa como el flamante Agregado Civil de la Legación Venezolana.
Lo que sigue es uno de los momentos determinantes de su trayectoria intelectual y literaria. En los cinco años que pasa en París, se hace un contemporáneo de sus contemporáneos y aprende a leer a Gide y a Joyce, y a departir con Desnos, Buñuel o Paul Valéry. Se dice que los sábados asistía a la tertulia de Ramón en La Consigne y que, durante la semana, se dejaba ver en La Rotonde o Le Dôme. Lo seguro es que vive intensamente sus días y sus noches parisinas y, como otros jóvenes hispanoamericanos, descubre cuál es la verdadera alternativa que se le plantea con el triunfo de las vanguardias. Porque una cosa era leer a los surrealistas o a los expresionistas en Caracas, y otra muy distinta respirar directamente el ambiente de crisis histórica de donde procedían esos movimientos. Uslar Pietri, que había llegado a la Ciudad Luz para vivir más libremente su vanguardismo y empaparse de modernidad, va entendiendo que dicho proyecto es, en buena medida, cosa del pasado. Inesperadamente, el poco mundonovismo que había traído en sus maletas desde Venezuela, empieza a crecer y se le agiganta ante el espectáculo del malestar de una cultura que, para los propios intelectuales europeos, había dejado de ser la representación más alta de lo humano. La Primera Guerra Mundial ya lo había demostrado: el Viejo Mundo no podía seguir sirviendo de paradigma. Nuestro venezolano lo capta sin demora y los artículos que escribe en 1930 sobre La decadencia de Occidente son el testimonio veraz de un cambio de actitud y de proyecto. Signo suplementario de este gran viraje, con sus dos amigos más cercanos, el joven periodista guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el exiliado cubano Alejo Carpentier, pasa ahora tardes enteras en las terrazas de Montparnasse hablando no ya de Andreyev sino de las historias nacionales de los tres países latinoamericanos. Junto a sus dos camaradas, Arturo Uslar Pietri se lanza así en el París de los treinta a una aventura muy distinta a la de los cenáculos vanguardistas: reinventarnos una identidad venezolana y descubrir el nuevo lugar que le correspondía a la cultura de Latinoamérica en un contexto de crisis y disolución de la hegemonía europea.
Creo que, de los tres, era el que lo tenía entonces más difícil, ya que, para buscar una alternativa mundonovista a Europa, no podía apelar ni al pasado maya, como lo hizo Asturias, ni al referente afrocubano, como lo hizo Carpentier. ¿Dónde podía encontrar, pues, esa esencia de lo que era Venezuela al margen de todos los paradigmas que ya se habían sucedido en el tiempo? La respuesta de Uslar Pietri será doble y, aunque recogerá aspectos de la poética asturiasiana y también de la carpentieriana, tendrá un claro perfil propio. Por un lado, ha de buscar en la historia, en los momentos en que el espíritu de la nación brilló con una fuerza única y diferente; por otro, ha de buscar en la memoria, en los relatos familiares y los recuerdos de una infancia rural que había trascurrido en la región de los valles de Aragua, en la zona central de Venezuela. La primera pista conduce en breve a Las lanzas coloradas (1931), la novela histórica en la que narra un episodio de nuestra gesta independentista; la segunda, unos años después, desemboca en los trece cuentos de Red (1936).
“Una pequeña obra maestra de emoción y finura lírica”, escribe uno de sus primeros lectores, el chileno Ricardo Latcham. Y no le falta razón: Uslar Pietri consigue imprimirle a estas ficciones un intenso contenido poético a través de una estilística por entero renovada, que se aleja definitivamente de la vieja retórica modernista y se inspira en nuevas técnicas de expresión, como la escritura cinematográfica, ya empleada precedentemente en Las lanzas coloradas. Así, el primer cuento de Red, el celebérrimo “La lluvia”, uno de los más antologados de la literatura hispanoamericana, está dividido en seis precisas secuencias donde la alternancia de planos y diálogos pareciera seguir el riguroso orden de un texto concebido para ser llevado a la pantalla. El talento de Uslar Pietri para la composición dramática se hace patente aquí, en unas muy cuidadas escenas de la vida rural venezolana. Además, se acompaña de unas descripciones donde el lirismo de la imagen responde a menudo a las reglas visuales de un encuadre. No en vano varios directores de cine se han interesado en este cuento. El crítico argentino Enrique Anderson Imbert solía citarlo como el mejor ejemplo avant la lettre del realismo mágico, y probablemente lo sea, aunque la emoción que aún produce su lectura está muy por encima de ésa o de cualquier otra categorización. Pienso que es más simple y más justo decir hoy que “La lluvia” es un clásico de nuestra lengua, una pequeña y exquisita joya de arte mayor.
La influencia del cine también se hace palpable en otros cuentos, como, por ejemplo, “El fuego fatuo”. Allí una doble secuencia narra varias escenas de la sangrienta odisea del Tirano Aguirre, evocadas por un coro de brujas que hacen pensar en las de Macbeth. Sin embargo, “El fuego fatuo” representa más una excepción que una regla dentro del libro, ya que, junto a “Gavilán Colorao” y “La negramenta”, es uno de los pocos que se inspira en hechos históricos y escapa del asunto dominante: la pintura de la vida en los pueblos y campos de Venezuela. En efecto, como escribió alguna vez el crítico Orlando Araujo: “a partir de Red, Uslar Pietri va a rescatar de manos del criollismo la temática rural para tratarla más adentro, en la almendra misma del hombre del Nuevo Mundo.” Retorno y transformación: nuestro autor vuelve a aquella literatura de la que originalmente había huido, pero para detenerse ahora en los signos no de lo típico sino de lo singular. Su viaje hacia el interior del país y hacia el pasado se vuelve así un viaje dentro de nuestra conciencia mestiza. De ahí que Uslar Pietri no se preocupe ya tanto por reproducir nuestras peculiaridades lingüísticas, los famosos venezolanismos tan caros a los viejos criollistas, y sí se interese en dotar a sus personajes de una fuerte densidad psicológica a través del monólogo interior y la focalización interna de la perspectiva. De hecho, mucha de la alta poesía de Red procede de este esfuerzo deliberado por hacer que las palabras sean siempre algo más que ellas mismas y traigan los ecos de un paraje lejano: el lugar donde se esconde la irreductible otredad de Venezuela. Para llegar a ella, Uslar Pietri aprende a callarse y nos hace escuchar las voces de los otros que hablan por él, como el loco de “El patio del manicomio”, o con él, como el vaquero que muere de fiebres en “El día séptimo”.
Su libro siguiente, Treinta hombres y sus sombras (1949), se inscribe en la continuidad de esta poética y la lleva hasta sus últimas consecuencias, con una coherencia que pareciera enteramente ajena a los cambios radicales que se han producido en la vida del autor. Y es que el hombre que vive exiliado en Nueva York desde el golpe civicomilitar de 1945 es muy distinto de aquel que había regresado de París en 1934 y, en las columnas del diario Ahora, había lanzado una consigna política que habría de convertirse con el tiempo en el símbolo de todas las promesas incumplidas del siglo XX venezolano: “Sembrar el petróleo”. Uslar Pietri sabe que ha fracasado y ese fracaso le muestra los límites de la comprensión que entonces podía tener del país. Obra de esos años amargos, no es difícil ver en su novela El camino de El Dorado (1947) el intento por profundizar la reflexión histórica sobre la figura del caudillo que ya se había esbozado anteriormente en su literatura. Pero los cuentos, una vez más, llevan un rumbo propio y diferente. Si el Uslar Pietri de Red dejaba hablar a los otros, el de Treinta hombres y sus sombras, consecuente, da un paso más en la misma dirección y sencillamente les cede la palabra.
En efecto, junto a cuentos que habrían podido figurar en la recopilación anterior, como “La noche del rabopelado”, ahora encontramos otros tomados directamente de la tradición oral venezolana. Sirvan de ejemplo “El conuco de Tío Conejo”, “La fiesta de Juan Bobo” y “Maichak”, fábulas, consejas y leyendas que el escritor pareciera limitarse a trasplantar o a transcribir, y de las cuales conserva incluso el estilo anafórico y formulístico, lleno de insistencias y repeticiones. Situados en la frontera entre antropología, folclore y literatura, estos textos señalan uno de los puntos más avanzados de las búsquedas del cuentista: la instancia en que el discurso de la poética criollista empieza a disolverse en sus propias fuentes míticas y populares. Con Treinta hombres y sus sombras, Uslar Pietri se acerca peligrosamente a ellas y, cuando no las reproduce o imita, puede utilizarlas para construir un cuento de Navidad, como “La Misa del Gallo”, o para recrear a algún personaje de nuestra cultura popular, como ese José Gabino cuyo nombre rima con ladrón de camino. Éste no sólo es el protagonista de dos de los mejores cuentos del libro, “La mosca azul” y “El gallo”, sino además una de las criaturas más divertidas, complejas y entrañables imaginadas por Arturo Uslar Pietri en su afán por cernir los rostros posibles de Venezuela.
Treinta hombres y sus sombras incluye también cuentos que ya responden abiertamente a la corriente realista mágica defendida y propugnada por nuestro autor en aquellos años. Es un hecho bien conocido que le debemos la primera utilización del concepto en el campo de la crítica literaria. Fue en 1948 y justamente en un ensayo intitulado “El cuento venezolano”. Allí escribió refiriéndose a las últimas generaciones: “Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de los datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podría llamarse un realismo mágico.” Historias como las que nos narra en “El encuentro”, “El venado” o “La cara de la muerte” parecen obedecer con bastante exactitud a esta definición, que marca el otro punto extremo de las búsquedas de Uslar Pietri: la encrucijada donde el criollismo se encuentra con la indeterminación y la duda fantástica, y produce un híbrido categorial llamado el realismo mágico.
“Treinta hombres y sus sombras –ha escrito con razón Jorge Marbán– representa una culminación en el desarrollo de la literatura criollista moderna.” El proyecto de nuestro cuentista llega a una estación terminal. Lúcido, él así lo entiende y, cuando diecisiete años más tarde vuelve a publicar un nuevo libro de cuentos, sorprenderá a más de uno de sus viejos lectores al dar muestras de una formidable voluntad de renovación.
Pasos y pasajeros (1966) parece, ciertamente, obra de otro autor y, en cierto modo, lo es, ya que, con el regreso de la democracia, el Uslar Pietri de los años sesenta no sólo ha recobrado el intenso protagonismo político de antaño sino que se presenta, además, como un intelectual y un escritor más maduro, que ha sabido deshacerse del lastre idealista de su mundonovismo juvenil. Por eso, en vez de seguir persiguiendo el fantasma de una esencia de lo venezolano que se escondería en nuestra cultura más vernácula, ahora nos hace oír las mil voces diversas y mestizas de una Venezuela que cambia con el tiempo. Es verdad que el viejo mundo rural no desaparece del todo de estas páginas y “El prójimo” es un brillante ejemplo de ello; pero el nuevo libro de cuentos es, como el propio país, fundamentalmente urbano, heterogéneo y contemporáneo. En él se pinta a una Caracas ruidosa y conflictiva por la que circulan antiguos coroneles que la necesidad convierte en agentes de seguros (“Yo soy Martín”), peligrosas guerrilleras que se hacen pasar por violinistas (“Caín y Nuestra Señora de la Buena Muerte”), inmigrantes que mueren solos en sus cuartuchos (“Simeón Calamaris”) o aun fracasados y marginales que sobreviven rebuscando en los vertederos de basura (“Un mundo de humo”).
Varias de las novelas que no se escribieron en la Venezuela de los años sesenta –ni tampoco después– están en este libro, a la manera de una serie de instantáneas de nuestra historia inmediata. Pero quizá es mucho más importante destacar cómo entre los distintos cuentos se va tejiendo una callada meditación que, asociando pasado y presente, y en plena restauración democrática, viene a recordarnos de qué está hecha nuestra herencia política. Así, caudillos y caudillitos, temibles dictadores militares, doctores y generales golpistas, guerrilleros y guerrilleras, espalderos, violencia y muchos hombres y mujeres con miedo cruzan por textos como “El rey zamuro”, “La mula”, “El novillo amarrado al botalón”, “El enemigo” y otros dos ya mencionados, “Caín y Nuestra Señora de la Buena Muerte” y “Un mundo de humo”. Uslar Pietri se muestra en todos ellos como un cuentista en plena posesión de sus medios expresivos y como un escritor comprometido a la vez con sus propios abismos y con nuestra memoria común.
Su último libro, Los ganadores (1980), aporta algunos elementos más a este cuadro, alternando cuentos sobre la represión y la tortura en los años cincuenta, bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, con narraciones fantásticas e incluso algún gracioso relato sobre las andanzas de un telegrafista de provincia en tiempos de Juan Vicente Gómez: “La pluma del arcángel”. Pero Los ganadores es sobre todo un florilegio de adioses: nuestro autor asienta las últimas correrías de un José Gabino moribundo en “El camino desandado” y “La fosa abierta”, también describe la solitaria vejez de una anciana en “El espejo roto” y la agonía de un humanista en “Las aventuras de Telémaco”. Separándose de sus criaturas y también de sus breves mundos, Uslar Pietri se despide de los lectores de sus cuentos con la gratitud y la serenidad de aquel que sabe que ya ha dicho todo lo que tenía que decir en un género.
En los veinte años que le quedan de vida, dará a la estampa todavía dos de sus novelas más importantes, La isla de Robinson (1981) y La visita en el tiempo (1990), y un sinnúmero de libros de ensayos sobre asuntos venezolanos y americanos. Asimismo, se erigirá en una de las conciencias críticas de nuestra vida pública y, desde esta posición privilegiada, como el sabio de la tribu, intervendrá regularmente en los medios, señalando errores, carencias y peligros. Muchos aún le reclaman que, en febrero de 1992, se mostrara demasiado comprensivo con el grupo de militares golpistas que, liderados por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, intentaron derrocar al presidente electo Carlos Andrés Pérez. Pero no habría que olvidar que, en 2001, apenas unas semanas antes de morir, alzó su voz por última vez para advertirle al país del destino aciago que le esperaba en manos de su nuevo caudillo.
Es difícil saber cómo se ha de leer en un futuro su vasta producción literaria, pero insisto en que ninguno de los varios autores que fue nos resulta hoy tan lúcido, versátil y cercano como el cuentista. Con él se tomó libertades que nunca le concedió a los otros y, siguiéndolo, supo ir más allá de sí mismo, hasta esas fronteras de donde proceden sus mejores páginas. Por eso y por mucho más, el cuentista fue en él la realización más cabal del escritor moderno que no puede ni quiere ser un hombre ejemplar, pues, como dijo Camus, ya tiene bastante trabajo con tener que ser. ~

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Tomado de El Mundo, 16.05.2006
CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
Publicados por primera vez en España los cuentos completos del escritor venezolano Uslar Pietri
'Cuentos Completos', de 592 páginas, abarca todos los libros de cuentos publicados por el autor
Arturo Uslar Pietri en una imagen de 1977
CLAUDIA REGINA MARTÍNEZ (DPA)
MADRID.- Por iniciativa de la pequeña editorial madrileña Páginas de Espuma se publican por primera vez en España los 'Cuentos completos' del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, de cuyo nacimiento se cumplen este martes cien años.
La idea partió del director de la editorial, Juan Casamayor, quien recurrió para ello al escritor y crítico venezolano Gustavo Guerrero.
Guerrero ha explicado que, a diferencia de ediciones anteriores, esta es la primera vez que se publican los 'Cuentos Completos' de Uslar Pietri "tal y como él los escribió".
"No existía en España una edición de cuentos completos. Y tampoco existía una edición establecida de los cuentos. Los que aparecen aquí son tal y como Uslar los escribió. No era un hombre al que le gustara retocar sus textos. Consideraba que todo retoque o toda rescritura eran una traición al hombre que había escrito ese texto. No tuvo esa pulsión de retocar como la tuvo, por ejemplo, Borges", explica.
"Pero, desgraciadamente, sus editores posteriores sí la tuvieron. En muchas de las antologías, se tomaron libertades como hacer desaparecer las separaciones o un párrafo completo o se cambiaban los venezolanismos", explicó. Por eso, Guerrero recurrió a las ediciones originales de los cuentos y se limitó a actualizar la ortografía.
'Cuentos Completos', de 592 páginas, abarca todos los libros de cuentos publicados por Uslar Pietri: 'Barrabás y otros relatos','Red', 'Treinta hombres y sus sombras', 'Pasos y pasajeros' y 'Los ganadores'.
El libro se distribuirá también en Latinoamérica, aunque en pequeñas cantidades, debido a su elevado precio: 29 euros (unos 37 dólares).
Uslar Pietri, fallecido el 26 de febrero de 2001, recibió a lo largo de su carrera numerosos premios, entre ellos, el Príncipe de Asturias en 1990 y el Rómulo Gallegos en 1991. Era una personalidad activa en la vida política en su país, y de su obra literaria son conocidas sobre todo sus novelas 'Las lanzas coloradas' y 'La visita en el tiempo'.
Sin embargo, para Guerrero, nacido en 1957, sus mejores páginas están en sus cuentos. "El no hubiera estado de acuerdo conmigo. De hecho, en sus últimos años dedicó mucho tiempo a la novela, porque su afán último era ser reconocido como novelista. Pensaba que era lo mejor de su obra. Yo, sin embargo, creo que el cuentista nos abre las puertas de un universo más rico y más complejo dentro de la obra de Uslar y creo que el centenario, que es la ocasión de releerlo, nos invita a acercarnos a los cuentos".
"Probablemente si Uslar no hubiese tenido la estatura que tuvo como prohombre latinoamericano y si no hubiera tenido la obsesión que tuvo en los últimos años por convertirse en un novelista y en dejar en la sombra sus cuentos, su cuentística habría sido reconocida antes", asegura Guerrero.
Para este experto, estos 'Cuentos Completos' ofrecen al lector además la posibilidad de acercarse a la meditación que Uslar hizo sobre la historia venezolana contemporánea, en particular, sobre el caudillismo y el autoritarismo militar.
"Desde el primer cuento hasta el último, hay en sordina una meditación sobre el caudillo, como está también en sus novelas. Fue uno de los temas que más le interesaron. Me parece importante no sólo para el venezolano sino también para el lector europeo, quien en los últimos años ha estado descubriendo un país que hasta ahora no conocía, del que tenía una visión muy borrosa".
Guerrero conoció al escritor durante su época de estudiante y recuerda cómo en aquel entonces era objeto de burlas e irreverencias. "Decíamos que era un personaje de otra época. Que era un aburrido. Pero una vez que ese personaje ha desaparecido, nos quedan estos textos y en ellos hay cosas extraordinariasque que no tienen nada que ver con esa imagen".
Respecto de qué pensaría Uslar de la situación actual en Venezuela, Guerrero es muy claro: "En una de sus últimas entrevistas dijo que el presidente actual es un loco y un delirante. Ésas fueron las palabras que utilizó. Es verdad que por razones de viejos odios políticos en el 92 no fue lo suficientementre lúcido para condenar de una manera más abierta el golpe de estado de (Hugo) Chávez Frías contra el presidente (Carlos Andrés) Pérez. Pero más tarde, en el 2001, semanas antes de morir, dijo que era un loco y un delirante, que iba a llevar a la pérdida de la república".
"Para él, que a lo largo de toda su vida había llevado a cabo esa reflexión sobre la figura del caudillo militar, el autoritarismo, pensando que esa era una página del pasado venezolano, encontrarse al final de su vida otra vez en ese punto, imagino que debe haber sido una experiencia muy dura", afirma.

Blog de Alejandro PAdrón
Tomado de El Tiempo, Mayo 13 de 2006
El próximo miércoles será lanzada en Colombia y España nueva obra de Mario Vargas Llosa
'Travesuras de la niña mala'
es una historia de amor de 40 años, que pasa por Londres y otros lugares. Lea un fragmento.
No había cambiado mucho en estos cuatro años. Tenía siempre la fachita esbelta, bien formada, de cintura estrecha, las piernas delgaditas y torneadas y los tobillos tan finos y quebradizos como las muñecas. Parecía más segura de sí misma y más desenvuelta que antes y movía la cabeza al final de cada frase con estudiada displicencia. Se había aclarado algo el pelo y lo llevaba más largo que en París, con unas ondas que no le recordaba; su maquillaje era más sencillo y natural que el recargado que acostumbraba llevar madame Arnoux. Vestía una falda muy corta, según la moda, que mostraba sus rodillas y una blusita escotada que dejaba al aire sus lindos hombros lisos y sedosos y destacaba su cuello, airoso estambre cercado por una cadenita de plata de la que colgaba una piedra preciosa, un zafiro tal vez, que con sus movimientos se balanceaba con picardía sobre la abertura donde asomaban sus senos paraditos. Divisé su anillo de casada en el anular de su mano izquierda, a la manera protestante. ¿Se habría convertido a la religión anglicana, también? Mr. Richardson, a quien Juan me presentó en la sala contigua, era un sesentón exuberante, con una camisa amarilla eléctrica y un pañuelo del mismo color que rebalsaba sobre su elegantísimo traje azul. Ebrio y eufórico, contaba chistes sobre sus andanzas por Japón que divertían mucho al corro de invitados que lo rodeaba, al mismo tiempo que les llenaba las copas con una botella de Dom Perignon que aparecía y reaparecía en sus manos como por arte de magia. Juan me explicó que era un hombre muy rico, que pasaba parte del año haciendo negocios en Asia, pero que el norte de su vida era la pasión aristócrata por excelencia: los caballos.
El centenar de personas que llenaba las estancias y el porche, frente al que se abría un vasto jardín con una piscina de azulejos iluminada, respondía más o menos a lo que Juan Barreto me había anunciado: un mundo muy inglés, al que se habían integrado algunos caballistas forasteros, como el dueño de casa, el signor Ariosti, o mi exótica compatriota disfrazada de mexicana, Mrs. Richardson. Todo el mundo andaba bastante bebido, y todos parecían conocerse mucho y comunicarse en un lenguaje cifrado cuyo tema recurrente era la hípica. En un momento en que conseguí sentarme en el grupo que rodeaba a Mrs. Richardson, entendí que varias de esas personas, entre ellas la niña mala y su marido, habían ido hacía poco a Dubai, invitados en el avión privado de un jeque ára-be, a la inauguración de un hipódromo. Los habían tratado a cuerpo de rey. Eso de que los musulmanes no bebían alcohol, decían, sería cierto para los musulmanes pobres, pero los otros, los caballistas de Dubai por ejemplo, bebían y atendían a sus huéspedes con los vinos y el champagne más exquisitos de Francia.
Pese a mis esfuerzos, no conseguí en el curso de la larga noche cambiar palabra con Mrs. Richardson. Cada vez que, guardando ciertas formas, me le acercaba, ella se alejaba, con el pretexto de ir a saludar a alguien, llegarse al buffet o al bar, o poniéndose a secretearse con una amiga. Y tampoco conseguí cruzar con ella una mirada, pues, aunque no me cabía la menor duda de que era perfectamente consciente de que yo estaba siempre persiguiéndola con la vista, no me daba la cara jamás, y, por el contrario, siempre se las arreglaba para ofrecerme la espalda o el perfil. Era verdad lo que me había dicho Juan Barreto: su inglés era primario y a ratos incomprensible, trufado de incorrecciones, pero lo hablaba con tanta frescura y convicción y con una musiquita latinoamericana tan simpática, que resultaba gracioso, además de expresivo. Para llenar los vacíos, acompañaba sus palabras con una gesticulación incesante y unos visajes y expresiones que eran un consumado espectáculo de coquetería.
Charles, el sobrino de Mrs. Stubard, resultó un muchacho encantador. Me contó que, por culpa de Juan, había comenzado a leer libros de viajeros ingleses por el Perú y que estaba planeando ir a pasar unas vacaciones en el Cusco y hacer el trekking hasta Machu Picchu. Quería convencer a Juan para que lo acompañara. Si quería sumarme a la aventura, welcome.
A eso de las 2 de la mañana, cuando la gente comenzaba a despedirse del signor Ariosti, en un súbito arranque al que debieron incitarme las numerosas copas de champagne que llevaba encima, me aparté de una pareja que me interrogaba sobre mis experiencias como intérprete profesional, y esquivé a mi amigo Juan Barreto, que por cuarta o quinta vez en la noche quería arrastrarme a una salita a admirar el retrato de cuerpo entero que había pintado de Belicoso, una de las estrellas del establo del dueño de casa, y crucé el salón hacia el grupo donde estaba Mrs. Richardson. La cogí del brazo con fuerza, y, sonriéndole, la obligué a apartarse de quienes la rodeaban. Me miró con un desagrado que le torció la boca y le oí proferir las primeras palabrotas desde que la conocí:
–Suéltame, fucking beast –murmuró, entre dientes–. Suéltame, me vas a meter en un lío.
–Si no me llamas por teléfono, le diré a Mr. Richardson que estás casada en Francia y que te persigue la policía de Suiza por vaciar la cuenta secreta de monsieur Arnoux.
Y le puse en la mano un papelito con el teléfono del pied-à-terre de Juan en Earl's Court. Después de un instante de pasmo y mudez –su carita se volvió un rictus– lanzó una carcajada, abriendo mucho los ojos:
–Oh, my God! You are learning, niño bueno– exclamó, reponiéndose de la sorpresa, con un tonito de aprobación profesional.
Dio media vuelta y regresó al grupito del que yo la había arrancado.
Estuve segurísimo de que no me llamaría. Yo era un testigo incómodo de un pasado que ella quería borrar a toda costa; si no, jamás hubiera actuado como lo había hecho toda la noche, esquivándome de esa manera. Sin embargo, me llamó a Earl's Court dos días después, muy temprano. Apenas pudimos hablar porque, como solía hacerlo antaño, se limitó a darme órdenes:
–Te espero mañana, a las tres, en el Russell Hotel. ¿Conoces? En Russell Square, cerca del Museo Británico. Puntualidad inglesa, por favor.
Estuve allí con media hora de anticipación. Me sudaban las manos y respiraba con dificultad. El lugar no podía haber sido mejor elegido. El viejo hotel belle époque, con su fachada y sus largos pasillos estilo pompier oriental, parecía semivacío, y todavía más el bar de techo altísimo y paredes forradas de madera, con mesitas muy separadas y, algunas, escondidas entre tabiques y gruesas alfombras que apagaban las pisadas y la conversación. Detrás del mostrador, un mozo hojeaba el Evening Standard.
Llegó con unos minutos de atraso, vestida con un trajecito sastre de gamuza color malva, unos zapatitos y una cartera de cocodrilo negros, un collar de perlas de una vuelta y, en las manos, un solitario que relampagueaba. Llevaba en el brazo un impermeable gris y un paraguas de la misma tela y color. ¡Cuánto había progresado la camarada Arlette! Sin saludarme, ni sonreír, ni estirarme la mano, se sentó en el asiento frente a mí, cruzó las piernas y comenzó a reñirme:
–La otra noche hiciste una estupidez que no te perdono. No debiste dirigirme la palabra, no debiste cogerme del brazo, no debiste hablarme como si me conocieras. Has podido comprometerme, ¿no te dabas cuenta que tenías que disimular? ¿Dónde tienes la cabeza, Ricardito?
Era ella, tal cual. No nos veíamos hacía cuatro años y no se le ocurría preguntarme cómo estaba, qué había hecho todo este tiempo, echarme siquiera una sonrisa o una palabra simpática por el reencuentro. Iba a lo suyo, sin distraerse en nada más.
–Estás muy linda –le dije, hablando con cierta dificultad, debido a la emoción–. Más todavía que hace cuatro años, cuando te llamabas madame Arnoux. Te perdono tus insultos de la otra noche y tus majaderías de ahora, por lo linda que estás. Y, además, por si quieres saberlo, sí, sigo enamorado de ti. A pesar de todo. Loco por ti. Más que nunca antes. ¿Te acuerdas de la escobillita que me dejaste de recuerdo la última vez que nos vimos? Es ésta. Desde entonces la llevo conmigo a todas partes, en el bolsillo. Me he vuelto un fetichista, por ti. Gracias por estar tan linda, chilenita.
No se reía, pero en sus ojos color miel oscura había brotado la lucecita irónica de épocas pasadas. Cogió la escobillita, la examinó y me la devolvió, murmurando: "No sé de qué me hablas". Dejaba, sin la más mínima incomodidad, que la contemplara, a la vez que me observaba, estudiándome. Mis ojos la recorrían despacio, de abajo arriba, de arriba abajo, deteniéndose en sus rodillas, en su cuello, en sus orejitas semicubiertas por mechones de sus ahora claros cabellos, en sus manos tan cuidadas, de uñas largas pintadas color natural, y en su nariz que parecía haberse afilado. Dejó que le cogiera las manos y se las besara, pero con su proverbial indiferencia, sin hacer el menor gesto de reciprocidad.
–¿Iba en serio tu amenaza de la otra noche? –me preguntó, al fin.
–Muy en serio –le dije, besándole, dedo por dedo, las junturas, el dorso, la palma de cada mano–. Con los años, me he vuelto como tú. Todo vale para conseguir lo que uno quiere. Son tus palabras, niña mala. Y yo, lo sabes de sobra, lo único que de veras quiero en este mundo eres tú.
Zafó una de sus dos manos de las mías y me la pasó por la cabeza, despeinándome, en esa semicaricia un poco compasiva que ya me había hecho otras veces:
-No, tú no eres capaz de esas cosas –dijo, a media voz, como lamentando esa carencia de mi personalidad–. Pero, sí, debe ser cierto que todavía estás enamorado de mí.
Pidió té con scones para los dos y me explicó que su marido era un hombre muy celoso, y, lo peor, enfermo de celos retrospectivos. Husmeaba en su pasado como un lobo rapaz. Por eso, estaba obligada a ser muy cuidadosa. Si hubiera sospechado la otra noche que nos conocíamos, le habría hecho una escena. ¿No habría yo cometido la imprudencia de decirle a Juan Barreto quién era ella, no?
–No hubiera podido decírselo aunque hubiera querido –la tranquilicé–. Porque, la verdad, todavía no tengo la menor idea de quién eres tú.
Terminó por reírse. Dejó que le cogiera la cabeza con mis dos manos y le juntara los labios. Bajo los míos, que la besaban con avidez, con ternura, con todo el amor que le tenía, los suyos permanecieron inconmovibles.
–Te deseo –le susurré en el oído, mordisqueándole el borde de la oreja–. Estás más bella que nunca, peruanita. Te quiero, te deseo con toda mi alma, con todo mi cuerpo. En estos cuatro años no he hecho otra cosa que soñar contigo, que quererte y desearte. Y también maldecirte. Cada día, cada noche, todos los días.
Luego de un momento, me apartó con sus manos.
–Tú debes ser la última persona en el mundo que todavía dice esas cosas a las mujeres –sonreía, divertida, mirándome como a un bicho raro–. ¡Qué huachaferías me dices, Ricardito!
-Lo peor no es que las diga. Lo peor es que las siento. Sí, son verdad. Tú me conviertes en un personaje de telenovela. Nunca se las he dicho a nadie más que a ti.
–No debe vernos así nadie, jamás –dijo de pronto, cambiando de tono, ahora muy seria–. Lo último que quisiera es una pataleta de celos del pesado de mi marido. Y, ahora, tengo que irme, Ricardito.
–¿Tendré que esperar otros cuatro años para verte de nuevo?
–El viernes –precisó de inmediato, con una risita pícara, pasándome otra vez la mano por el pelo. Y, luego de una pausa efectista–: Aquí mismo. Tomaré un cuarto a tu nombre. No te preocupes, pichiruchi, lo pagaré yo. Tráete algún maletín, para disimular.
Le dije que estaba muy bien, pero que yo mismo me pagaría la habitación. No pensaba cambiar mi honesta profesión de intérprete por la de cafiche.
Echó una carcajada, ahora sí espontánea:
–¡Claro! –exclamó–. Tú eres un caballerito miraflorino y los caballeros no aceptan dinero de las mujeres.
Por tercera vez volvió a pasarme la mano por el pelo y esta vez yo se la cogí y la besé.
-¿Creías que iba a ir a acostarme contigo en ese cuchitril que te ha prestado el mariquita de Juan Barreto en Earl's Court? Todavía no te has dado cuenta que ahora yo estoy at the top.
Un minuto después se había ido, luego de indicarme que no saliera del Russell Hotel antes de un cuarto de hora, porque con David Richardson todo era posible, incluso que la hiciera seguir cada vez que venía a Londres por uno de esos detectives especializados en adulterios.

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UNA ESCRITORA DE CONTRASTES
ENTREVISTA: Margo Glantz Mayo 13 de 2006El próximo miércoles será lanzada en Colombia y España nueva obra de Mario Vargas Llosa
'Travesuras de la niña mala' es una historia de amor de 40 años, que pasa por Londres y otros lugares. Lea un fragmento.
No había cambiado mucho en estos cuatro años. Tenía siempre la fachita esbelta, bien formada, de cintura estrecha, las piernas delgaditas y torneadas y los tobillos tan finos y quebradizos como las muñecas. Parecía más segura de sí misma y más desenvuelta que antes y movía la cabeza al final de cada frase con estudiada displicencia. Se había aclarado algo el pelo y lo llevaba más largo que en París, con unas ondas que no le recordaba; su maquillaje era más sencillo y natural que el recargado que acostumbraba llevar madame Arnoux. Vestía una falda muy corta, según la moda, que mostraba sus rodillas y una blusita escotada que dejaba al aire sus lindos hombros lisos y sedosos y destacaba su cuello, airoso estambre cercado por una cadenita de plata de la que colgaba una piedra preciosa, un zafiro tal vez, que con sus movimientos se balanceaba con picardía sobre la abertura donde asomaban sus senos paraditos. Divisé su anillo de casada en el anular de su mano izquierda, a la manera protestante. ¿Se habría convertido a la religión anglicana, también? Mr. Richardson, a quien Juan me presentó en la sala contigua, era un sesentón exuberante, con una camisa amarilla eléctrica y un pañuelo del mismo color que rebalsaba sobre su elegantísimo traje azul. Ebrio y eufórico, contaba chistes sobre sus andanzas por Japón que divertían mucho al corro de invitados que lo rodeaba, al mismo tiempo que les llenaba las copas con una botella de Dom Perignon que aparecía y reaparecía en sus manos como por arte de magia. Juan me explicó que era un hombre muy rico, que pasaba parte del año haciendo negocios en Asia, pero que el norte de su vida era la pasión aristócrata por excelencia: los caballos.
El centenar de personas que llenaba las estancias y el porche, frente al que se abría un vasto jardín con una piscina de azulejos iluminada, respondía más o menos a lo que Juan Barreto me había anunciado: un mundo muy inglés, al que se habían integrado algunos caballistas forasteros, como el dueño de casa, el signor Ariosti, o mi exótica compatriota disfrazada de mexicana, Mrs. Richardson. Todo el mundo andaba bastante bebido, y todos parecían conocerse mucho y comunicarse en un lenguaje cifrado cuyo tema recurrente era la hípica. En un momento en que conseguí sentarme en el grupo que rodeaba a Mrs. Richardson, entendí que varias de esas personas, entre ellas la niña mala y su marido, habían ido hacía poco a Dubai, invitados en el avión privado de un jeque ára-be, a la inauguración de un hipódromo. Los habían tratado a cuerpo de rey. Eso de que los musulmanes no bebían alcohol, decían, sería cierto para los musulmanes pobres, pero los otros, los caballistas de Dubai por ejemplo, bebían y atendían a sus huéspedes con los vinos y el champagne más exquisitos de Francia.
Pese a mis esfuerzos, no conseguí en el curso de la larga noche cambiar palabra con Mrs. Richardson. Cada vez que, guardando ciertas formas, me le acercaba, ella se alejaba, con el pretexto de ir a saludar a alguien, llegarse al buffet o al bar, o poniéndose a secretearse con una amiga. Y tampoco conseguí cruzar con ella una mirada, pues, aunque no me cabía la menor duda de que era perfectamente consciente de que yo estaba siempre persiguiéndola con la vista, no me daba la cara jamás, y, por el contrario, siempre se las arreglaba para ofrecerme la espalda o el perfil. Era verdad lo que me había dicho Juan Barreto: su inglés era primario y a ratos incomprensible, trufado de incorrecciones, pero lo hablaba con tanta frescura y convicción y con una musiquita latinoamericana tan simpática, que resultaba gracioso, además de expresivo. Para llenar los vacíos, acompañaba sus palabras con una gesticulación incesante y unos visajes y expresiones que eran un consumado espectáculo de coquetería.
Charles, el sobrino de Mrs. Stubard, resultó un muchacho encantador. Me contó que, por culpa de Juan, había comenzado a leer libros de viajeros ingleses por el Perú y que estaba planeando ir a pasar unas vacaciones en el Cusco y hacer el trekking hasta Machu Picchu. Quería convencer a Juan para que lo acompañara. Si quería sumarme a la aventura, welcome.
A eso de las 2 de la mañana, cuando la gente comenzaba a despedirse del signor Ariosti, en un súbito arranque al que debieron incitarme las numerosas copas de champagne que llevaba encima, me aparté de una pareja que me interrogaba sobre mis experiencias como intérprete profesional, y esquivé a mi amigo Juan Barreto, que por cuarta o quinta vez en la noche quería arrastrarme a una salita a admirar el retrato de cuerpo entero que había pintado de Belicoso, una de las estrellas del establo del dueño de casa, y crucé el salón hacia el grupo donde estaba Mrs. Richardson. La cogí del brazo con fuerza, y, sonriéndole, la obligué a apartarse de quienes la rodeaban. Me miró con un desagrado que le torció la boca y le oí proferir las primeras palabrotas desde que la conocí:
–Suéltame, fucking beast –murmuró, entre dientes–. Suéltame, me vas a meter en un lío.
–Si no me llamas por teléfono, le diré a Mr. Richardson que estás casada en Francia y que te persigue la policía de Suiza por vaciar la cuenta secreta de monsieur Arnoux.
Y le puse en la mano un papelito con el teléfono del pied-à-terre de Juan en Earl's Court. Después de un instante de pasmo y mudez –su carita se volvió un rictus– lanzó una carcajada, abriendo mucho los ojos:
–Oh, my God! You are learning, niño bueno– exclamó, reponiéndose de la sorpresa, con un tonito de aprobación profesional.
Dio media vuelta y regresó al grupito del que yo la había arrancado.
Estuve segurísimo de que no me llamaría. Yo era un testigo incómodo de un pasado que ella quería borrar a toda costa; si no, jamás hubiera actuado como lo había hecho toda la noche, esquivándome de esa manera. Sin embargo, me llamó a Earl's Court dos días después, muy temprano. Apenas pudimos hablar porque, como solía hacerlo antaño, se limitó a darme órdenes:
–Te espero mañana, a las tres, en el Russell Hotel. ¿Conoces? En Russell Square, cerca del Museo Británico. Puntualidad inglesa, por favor.
Estuve allí con media hora de anticipación. Me sudaban las manos y respiraba con dificultad. El lugar no podía haber sido mejor elegido. El viejo hotel belle époque, con su fachada y sus largos pasillos estilo pompier oriental, parecía semivacío, y todavía más el bar de techo altísimo y paredes forradas de madera, con mesitas muy separadas y, algunas, escondidas entre tabiques y gruesas alfombras que apagaban las pisadas y la conversación. Detrás del mostrador, un mozo hojeaba el Evening Standard.
Llegó con unos minutos de atraso, vestida con un trajecito sastre de gamuza color malva, unos zapatitos y una cartera de cocodrilo negros, un collar de perlas de una vuelta y, en las manos, un solitario que relampagueaba. Llevaba en el brazo un impermeable gris y un paraguas de la misma tela y color. ¡Cuánto había progresado la camarada Arlette! Sin saludarme, ni sonreír, ni estirarme la mano, se sentó en el asiento frente a mí, cruzó las piernas y comenzó a reñirme:
–La otra noche hiciste una estupidez que no te perdono. No debiste dirigirme la palabra, no debiste cogerme del brazo, no debiste hablarme como si me conocieras. Has podido comprometerme, ¿no te dabas cuenta que tenías que disimular? ¿Dónde tienes la cabeza, Ricardito?
Era ella, tal cual. No nos veíamos hacía cuatro años y no se le ocurría preguntarme cómo estaba, qué había hecho todo este tiempo, echarme siquiera una sonrisa o una palabra simpática por el reencuentro. Iba a lo suyo, sin distraerse en nada más.
–Estás muy linda –le dije, hablando con cierta dificultad, debido a la emoción–. Más todavía que hace cuatro años, cuando te llamabas madame Arnoux. Te perdono tus insultos de la otra noche y tus majaderías de ahora, por lo linda que estás. Y, además, por si quieres saberlo, sí, sigo enamorado de ti. A pesar de todo. Loco por ti. Más que nunca antes. ¿Te acuerdas de la escobillita que me dejaste de recuerdo la última vez que nos vimos? Es ésta. Desde entonces la llevo conmigo a todas partes, en el bolsillo. Me he vuelto un fetichista, por ti. Gracias por estar tan linda, chilenita.
No se reía, pero en sus ojos color miel oscura había brotado la lucecita irónica de épocas pasadas. Cogió la escobillita, la examinó y me la devolvió, murmurando: "No sé de qué me hablas". Dejaba, sin la más mínima incomodidad, que la contemplara, a la vez que me observaba, estudiándome. Mis ojos la recorrían despacio, de abajo arriba, de arriba abajo, deteniéndose en sus rodillas, en su cuello, en sus orejitas semicubiertas por mechones de sus ahora claros cabellos, en sus manos tan cuidadas, de uñas largas pintadas color natural, y en su nariz que parecía haberse afilado. Dejó que le cogiera las manos y se las besara, pero con su proverbial indiferencia, sin hacer el menor gesto de reciprocidad.
–¿Iba en serio tu amenaza de la otra noche? –me preguntó, al fin.
–Muy en serio –le dije, besándole, dedo por dedo, las junturas, el dorso, la palma de cada mano–. Con los años, me he vuelto como tú. Todo vale para conseguir lo que uno quiere. Son tus palabras, niña mala. Y yo, lo sabes de sobra, lo único que de veras quiero en este mundo eres tú.
Zafó una de sus dos manos de las mías y me la pasó por la cabeza, despeinándome, en esa semicaricia un poco compasiva que ya me había hecho otras veces:
-No, tú no eres capaz de esas cosas –dijo, a media voz, como lamentando esa carencia de mi personalidad–. Pero, sí, debe ser cierto que todavía estás enamorado de mí.
Pidió té con scones para los dos y me explicó que su marido era un hombre muy celoso, y, lo peor, enfermo de celos retrospectivos. Husmeaba en su pasado como un lobo rapaz. Por eso, estaba obligada a ser muy cuidadosa. Si hubiera sospechado la otra noche que nos conocíamos, le habría hecho una escena. ¿No habría yo cometido la imprudencia de decirle a Juan Barreto quién era ella, no?
–No hubiera podido decírselo aunque hubiera querido –la tranquilicé–. Porque, la verdad, todavía no tengo la menor idea de quién eres tú.
Terminó por reírse. Dejó que le cogiera la cabeza con mis dos manos y le juntara los labios. Bajo los míos, que la besaban con avidez, con ternura, con todo el amor que le tenía, los suyos permanecieron inconmovibles.
–Te deseo –le susurré en el oído, mordisqueándole el borde de la oreja–. Estás más bella que nunca, peruanita. Te quiero, te deseo con toda mi alma, con todo mi cuerpo. En estos cuatro años no he hecho otra cosa que soñar contigo, que quererte y desearte. Y también maldecirte. Cada día, cada noche, todos los días.
Luego de un momento, me apartó con sus manos.
–Tú debes ser la última persona en el mundo que todavía dice esas cosas a las mujeres –sonreía, divertida, mirándome como a un bicho raro–. ¡Qué huachaferías me dices, Ricardito!
-Lo peor no es que las diga. Lo peor es que las siento. Sí, son verdad. Tú me conviertes en un personaje de telenovela. Nunca se las he dicho a nadie más que a ti.
–No debe vernos así nadie, jamás –dijo de pronto, cambiando de tono, ahora muy seria–. Lo último que quisiera es una pataleta de celos del pesado de mi marido. Y, ahora, tengo que irme, Ricardito.
–¿Tendré que esperar otros cuatro años para verte de nuevo?
–El viernes –precisó de inmediato, con una risita pícara, pasándome otra vez la mano por el pelo. Y, luego de una pausa efectista–: Aquí mismo. Tomaré un cuarto a tu nombre. No te preocupes, pichiruchi, lo pagaré yo. Tráete algún maletín, para disimular.
Le dije que estaba muy bien, pero que yo mismo me pagaría la habitación. No pensaba cambiar mi honesta profesión de intérprete por la de cafiche.
Echó una carcajada, ahora sí espontánea:
–¡Claro! –exclamó–. Tú eres un caballerito miraflorino y los caballeros no aceptan dinero de las mujeres.
Por tercera vez volvió a pasarme la mano por el pelo y esta vez yo se la cogí y la besé.
-¿Creías que iba a ir a acostarme contigo en ese cuchitril que te ha prestado el mariquita de Juan Barreto en Earl's Court? Todavía no te has dado cuenta que ahora yo estoy at the top.
Un minuto después se había ido, luego de indicarme que no saliera del Russell Hotel antes de un cuarto de hora, porque con David Richardson todo era posible, incluso que la hiciera seguir cada vez que venía a Londres por uno de esos detectives especializados en adulterios.
"En la escritura conviven la repulsión y la belleza"
La narradora, ensayista y académica mexicana publica en España Las genealogías, un volumen de memorias en el que sigue los pasos de sus padres, judíos ucranianos, desde Europa hasta América. En esta entrevista, la autora de El rastro -finalista del Premio Herralde en 2002- habla de su infancia, de las trabas que encontró por ser mujer y judía, y de la literatura femenina.
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Tomado de BABELIA - 06-05-2006
Margo Glantz, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. (CLAUDIO ÁLVAREZ) ampliar
BIBLIOGRAFÍA
No hace tanto que Margo Glantz, nacida en Ciudad de México hace 76 años, estuvo en India. Ahora prepara un viaje a Nueva Zelanda y unos días en París antes de volver a su país y después de haber asistido en Alcalá de Henares a la entrega del Premio Cervantes a su amigo Sergio Pitol. Entre tanto, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, esta irónica y sabia académica de la Lengua, narradora y ensayista, habla de Las genealogías, que cuenta la peripecia de sus padres, judíos ucranianos asentados en el Distrito Federal.
PREGUNTA. Las genealogías ha tenido varias ampliaciones desde 1981. ¿Lo considera ya cerrado?
RESPUESTA. Empecé a escribirlo porque un primo mío murió de un balazo en la cabeza, por un asunto de drogas, creo. Fuimos al panteón israelí y recordamos una escena de cuando mi padre era joven, ya en México. Un grupo de fascistas lo había querido linchar. Lo conté en un artículo y mucha gente me animó a seguir la historia. Durante dos años trabajé sus vidas con una grabadora. Para terminar el libro tuve que irme a Odessa. Quería saber cómo eran mis padres de niños, qué paisajes vieron, qué olores los rodearon. Mi padre conoció la primera versión. Le di el punto final al libro cuando murió mi madre. Luego murió mi hermana, o sea, que pronto me toca a mí.
P. ¿Qué le dijo su padre?
R. Fue a la presentación del libro y lloró, pero eran lágrimas de senilidad, ya no podía controlar sus emociones.
P. En el libro dice que los judíos son muy llorones, y que las judías más.
R. Sí, yo me emociono escuchando cualquier himno nacional... incluido el Deutschland über alles.
P. Usted habla de recuerdos falsos, dice que acudió a determinados novelistas para imaginar lo que sus padres recordaban. Y que ellos se corregían mutuamente los recuerdos.
R. Mi padre era poeta y a menudos hablábamos de escritores. Él había conocido a Isaak Babel y a otros muchos autores, también a grandes figuras del socialismo. Era interesante discutir, pero sus recuerdos eran muy frágiles, fragmentarios, se combinaban con cosas muy banales. Como las conversaciones corrían el riesgo de no llegar a ninguna parte, me puse a releer a mis autores rusos preferidos. Como Babel era de Odessa, me ayudó mucho a rellenar, mejor dicho, a enderezar los recuerdos de mis padres para darles un sentido más poderoso.
P. Todo el libro está recorrido por la sensación de ser judía sin acabar de serlo. ¿Cuál era su relación con ese mundo?
R. Mis padres nunca alcanzaron a tener una situación económica digamos correcta. Nos mudábamos continuamente y no vivíamos donde estaba instalada la comunidad judía, que era más próspera. No fuimos al colegio israelí, por ejemplo. Yo me crié en una atmósfera bastante mixta. Tenía conciencia de la vida judía pero me sentía muy arraigada a México. Era una niña entre dos mundos y eso me creaba muchas confusiones, la verdad.
P. ¿Por ejemplo?
R. Donde yo vivía había festividades católicas muy arraigadas que han ido desapareciendo. La trona de Judas, por ejemplo: de los hilos del telégrafo se colgaban unas preciosas figuras de Judas hechas con papel maché que luego se tronaban con cohetes. Eso me fascinaba y a la vez me daba terror porque, claro, con Judas iban los judíos. Por un lado, quería ser como mi familia, por otro, ciertas cosas de la comunidad judía me molestaban profundamente. Era una comunidad muy encerrada en sí misma, hablaban en yídish...
P. ¿Cómo resolvió el conflicto?
R. De toda la familia fui la que más me asimilé al medio mexicano. No me casé con un miembro de la comunidad y se armó mucho lío en mi casa. Trataron de anular mi matrimonio. Para mis padres -con los que, por otro lado, me llevaba muy bien- era una vergüenza, una especie de sacrilegio. Fui la oveja negra. Para colmo, ¡mis hermanas eran rubias!
P. Pero fuera de casa la consideraban judía, ¿no?
R. Siempre existió en México un cierto resquemor contra los judíos. Y se desarrolló sobre todo en la época del nazismo, porque fueron precisamente amigos de mi padre los que intentaron matarlo. Siempre hubo un deje de desconfianza. Un día me enteré en la universidad de que un compañero iba diciendo que yo era una judía que quería medrar.
P. Aunque la peripecia de sus padres fue dura, lo fue más para su madre por ser mujer. ¿Cómo lo vivió usted?
R. Mi padre se lamentó siempre de tener sólo hijas. Cuando nació la cuarta sufrió enormemente porque ya quería un varón. Para él era la única posibilidad de que su nombre se heredara. De alguna forma yo fui su preferida y heredé su nombre. Mis hermanas usan los apellidos de sus maridos. Aunque yo me casé dos veces, no me quité el de mi padre. El honor del nombre es muy importante entre los judíos. Mis padres eran bastante liberales, pero al mismo tiempo eran judíos, y la religión judía es terrible, como la árabe. Los judíos religiosos son espantosos, todas las mañanas rezan diciendo: "Gracias a Dios que no me hiciste mujer". Y en el Levítico dice: "Los campos, las plantas, los animales y las mujeres son buenos y son fértiles". Las mujeres entran en el grupo de lo natural. Eso influye mucho en la educación.
P. Usted fue por libre.
R. Yo era muy independiente, me divorcié..., pero si me vestía de cierta manera, mi padre me regañaba. Mis hermanas estaban casadas y podían firmar en las cuentas del banco de mis padres, pero yo no porque estaba divorciada. Tenía una independencia absoluta, publicaba en los periódicos, viajaba mucho ¡y no tenía firma en el banco porque como no había un varón detrás de mí! Luego, en los años setenta, en Estados Unidos, quise comprar un coche, pero no me daban el crédito si no firmaba mi marido pese a que yo tenía un buen puesto en la universidad. Viví esas cosas muy violentamente. Aunque no tanto como lo vivió mi madre.
P. ¿La historia de la literatura ha sido justa con las escritoras?
R. Yo me he dedicado mucho a mujeres que cambiaron la historia, empezando por la Malinche. Sin ella Cortés no hubiera podido hacer lo que hizo. Hubiera conquistado México de cualquier manera pero no en el tiempo récord en que lo hizo, tanto que en los códices de la época, la Malinche aparece vestida ya como una mujer de clase superior (no es una esclava), tiene el signo de la palabra (cuando las mujeres tenían que estar calladas) y alza la mano en un gesto de mandato.
P. ¿Y sor Juana Inés de la Cruz?
R. Siendo mujer y monja, es la figura más importante de los siglos de oro. Cuando los galeones llegaban a España desde México, la gente preguntaba: "Además de oro, ¿han traído obras de la madre Juana?". Era el oro intelectual de América, una best seller reconocida en todas partes. En menos de un año se reeditó la Inundación Castálida. En una época en que era carísimo, se hicieron veinte ediciones de sus obras. Hubo hasta ediciones pirata mientras muchos autores de los siglos de oro nunca vieron sus obras publicadas. Góngora y Quevedo funcionaban por manuscritos. Es una poeta admirable. Y con un pensamiento de una agudeza extraordinaria. Sor Juana descubre una ley de la dinámica de los cuerpos sólidos al mismo tiempo que Newton. Lo dice en un texto maravilloso, la respuesta a sor Filotea.
P. Usted asistió a la entrega del Cervantes a Sergio Pitol. Allí la ministra de Cultura dijo que esperaba que el próximo año hubiera una ganadora. ¿Cuáles serían sus candidatas?
R. Se menciona mucho a Ana María Matute y sería estupendo que se lo dieran. Creo que es una gran escritora, por la época en que escribió, por su valentía, pero siento también que escribió fundamentalmente un libro, como Carmen Laforet. Publicaron libros seminales, pero se quedaron ahí.
P. ¿Y en América Latina?
R. Allí hay grandes poetas: Blanca Varela, Idea Vilariño, se acaba de morir Marosa di Giorgio, que era medio loca pero muy interesante. Hay una gran poeta mexicana que se llama Coral Bracho, aunque tal vez es muy joven para el premio. En México hay mejores poetas que novelistas.
P. Cuando presentó Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador dijo que el libro es también una crítica a cierta literatura femenina "en la que hay demasiado regodeo".
R. En una época, en América Latina, la literatura femenina se convirtió, gracias a las editoriales y al mercado, en una literatura que tenía una manera específica de producir novelas. Era una imitación de García Márquez en la que el llamado realismo mágico brillaba por su esplendor. Era literatura de entretenimiento. Tenía, eso sí, un grado superior a las revistas de moda y algunas novelas son muy buenas porque tienen oficio. No es posible denigrarlas, pero no es el tipo de literatura que a mí me interesa.
P. Usted, precisamente, ha escrito sobre moda.
R. He estado vinculada a la moda desde muy niña. Mi madre era una mujer muy hermosa y elegante. Desde chica tuve al alcance revistas de artistas de cine, de Loreta Young, de Greta Garbo... Yo quería ser como ellas, y mire, soy medio jorobada.
P. Más de una vez la habrán tildado de poco intelectual.
R. Pues sí. Yo soy una maestra realmente buena. Así lo creo. Además de ser una persona preparada, me entusiasma tanto lo que hago que lo comunico bien. Muchos alumnos me lo reconocen, y eso me da mucho placer. Pero una vez estuve en un examen profesional, un compañero oyó mi réplica y me dijo: "Yo pensaba que sólo eras elegante, pero veo que eres además inteligente". Siempre hay prejuicios. Por otro lado, es cierto que he trabajado mucho la moda y la frivolidad, pero siempre inmersas en contextos muy violentos, desgarrados: la enfermedad, la cercanía entre el hombre y el animal...
P. ¿Le fascina el contraste entre el glamour y las funciones, digamos, menos nobles del cuerpo?
R. No sé de dónde me viene. Acabo de terminar un libro que se llama Saña en el que lo escatológico es fundamental. Es una de las partes más importantes de la vida. Uno viene con esas funciones corporales. El mismo parto se produce con heces, con sudor, con sangre. Las funciones más básicas tienen que alternar con la belleza.
P. ¿Cómo afecta eso a la escritura?
R. Mire, fui a India. La vecindad con la mutilación, la enfermedad, la suciedad, los olores es algo pavoroso. Es una de las cosas más horribles y a la vez más fascinantes. Estoy escribiendo sobre esas hileras de leprosos, sobre el Ganges: algunos haciendo sus necesidades, otros lavándose los dientes en el río. Lo ha dicho tanta gente, pero verlo... Y oler las piras funerarias.Pasolini, en su libro sobre la India, dice que no huele la carne quemada, pero huele horrible. Esas cosas te repelen y a la vez tienes que convivir con ellas, es lo más elemental. También en la escritura tienen que convivir la repulsión y la belleza. Y tal vez uno las tolere menos viéndolas que escribiendo sobre ellas. Así es de terrible. Esas cosas me horrorizan y me fascinan a la vez. No sé por qué. Debo de ser muy morbosa.
BIBLIOGRAFÍA
El rastro (Anagrama).
Zona de derrumbe(Beatriz Viterbo).
Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (Anagrama).
La desnudez como naufragio. Borrones y borradores (Iberoamericana / Vervuert).
Las genealogías (Pre-Textos).

Blog de Alejandro Padrón
Novela saudita rompe tabúes
Heba Saleh BBC, Riad, Arabia Saudita
Rajaa al-Sanei escribe abiertamente
sobre la vida en Arabia Saudita.
Tomado de BBC Mundo, 27.04.2006
Una controvertida novela escrita por una joven saudita está rompiendo tabúes en la sociedad conservadora de este reino.
"Banat al-Riad" o "Las chicas de Riad" habla abiertamente del sexo, el lesbianismo y el deseo de las mujeres jóvenes de vivir con más libertad.
La autora, Rajaa al-Sanei, es una dentista de 24 años de edad, de una familia conservadora.
Su libro ha enojado a algunas personas, pero también ha recibido elogios por su honestidad.
Las cuatro jóvenes en que se centra la novela desafían las estrictas convenciones sociales y sexuales de Arabia Saudita.
Disfraz
De conformidad a la ley islámica, las mujeres tienen que tener la cabeza cubierta en público y deben estar acompañadas por un familiar masculino.
En público, las mujeres tienen que tener la cabeza cubierta.
Pero en el siguiente fragmento de la novela, dos de las heroínas se visten de hombres:
"Mashael se puso unos pantalones anchos, con muchos bolsillos, y una gran chaqueta, que cubría su cuerpo y escondía cualquier vestigio de feminidad".
"Lamees, por su parte, se arropó con un vestido blanco muy masculino y hasta un gorro. Su cuerpo alto, atlético, la hacía parecer un hombre joven y hermoso".
Referencias populares
La novela está llena de referencias populares y muestr lado moderno de Arabia Saudita.
Algunos chicos se dieron cuenta de que las ventanas oscuras del auto X5 ocultaban un valioso regalo...
"La primera parada de las chicas fue en el famoso café de la calle Thaliya", escribe Al-Sanei.
"Algunos chicos se dieron cuenta de que las ventanas oscuras del auto X5 ocultaban un valioso regalo y lo rodearon por todos los costados".
"Gritaban sus números de teléfono o los mostraban en enormes carteles, que habían preparado de antemano de manera que las chicas que pasaban en autos los pudieran ver con claridad".
Relaciones
El ministro de Cultura considera que la novela refleja la vida de los jóvenes.
Los conservadores dicen que la novela es un ataque a la sociedad saudita, pero el ministro de Cultura, Iyad Madani, considera que el libro refleja fidedignamente la forma en que viven muchos jóvenes.
"Está relacionado con las nuevas generaciones porque se basa en como nuestros jóvenes utilizan sus teléfonos celulares para establecer relaciones", dijo Madani.
Gracias a internet y a la televisión satelital, los sauditas ya no están al margen de las influencias extranjeras.
Críticas
Pero no son sólo los conservadores de línea dura quienes critican el libro.
"El aspecto lésbico, el hijo homosexual...son temas de los que no se ha hablado hasta ahora. Obviamente son cosas que pasan, pero al decirlo en público no se muestran los demás ricos elementos de los sauditas", dice Hani Khoja, el productor de un programa de televisión para los jóvenes.
No creo que ofrezca un retrato balanceado de Riad
Hani Khoja, productor de televisión
"No creo que ofrezca un retrato balanceado de Riad", añade.
Pero el hecho de que las autoridades permitieran la venta del libro hace pocas semanas indica que el gobierno está dispuesto a hacer frente a los más conservadores y liberalizar algunos aspectos de la vida en Arabia Saudita.

Blog de ALEJANDRO PADRÓN
Tomado de El Boomeran, martes, 25.04.2006
Las aventuras del fiscal Chacaltana
Discurso de recepción del Premio Alfaguara
Santiago Roncagliolo
A lo largo de mi trabajo creativo, me han obsesionado dos figuras: los psicópatas y los perdedores. Los psicópatas están dispuestos a ignorar cualquier norma de convivencia para satisfacer sus apetitos. Los perdedores, de tanto respetar las normas, no satisfacen ni siquiera sus necesidades emocionales básicas. Esta novela es un enfrentamiento entre ambos.
Mi perdedor se llama Félix Chacaltana Saldívar y ostenta el cargo de fiscal distrital adjunto en la provincia de Huamanga. El fiscal Chacaltana cree en la ley, cree en el orden, cree que todos seremos felices si respetamos los procedimientos estipulados en el código procesal civil, procedimientos que sabe recitar de memoria. Pero en esta novela, se enfrenta a un asesino en serie que considera que el descuartizamiento es un arte y esculpe a sus víctimas con motivos religiosos de la Semana Santa, un criminal no previsto en el ordenamiento jurídico, que hace estallar los estrechos márgenes en que el fiscal trata de encerrar el mundo.
Salman Rushdie dice que uno de los principales retos de un escritor es el retrato del horror, quizá porque queda precisamente más allá de lo que se puede explicar con palabras. Algunos de los novelistas que le han dado forma a este libro son precisamente los maestros de la violencia: Ian McEwan, Coetzee y Roberto Bolaño, incluso Tabucchi, que ha mostrado su lado más gris y cotidiano. Pero el fiscal distrital Félix Chacaltana Saldívar se ha alimentado también de los materiales que los escritores suelen despreciar: las películas como El Silencio de los Inocentes, Seven, incluso las historietas como From Hell de Alan Moore. Me gusta la capacidad de la cultura popular para atrapar a los lectores, y creo que se puede poner perfectamente al servicio de las preguntas más profundas sobre la condición humana.
De hecho, nuestra comprensión de los conflictos más brutales no suele ser más compleja que una historieta, con buenos y malos. Con enternecedora inocencia, siempre consideramos que estamos del lado bueno, que nuestros asesinos son unos héroes y los del otro lado son criminales sanguinarios. A que quien plantee alguna duda al respecto lo confinamos a la orilla opuesta y, por eso, evitamos escucharlo. Nos preguntamos ¿Cómo voy a discutir con alguien que no está de acuerdo conmigo? Y hablamos sólo con los que piensan como nosotros, felicitándonos mutuamente por tener la razón.
En eso, todos nos parecemos un poco al fiscal Chacaltana. Pero en Abril Rojo, el fiscal descubre que la línea que divide a los dos bandos de una guerra, incluso de una guerra contra el terrorismo, es más tenue de lo que creía. Y peor aún, que él mismo no sabe de qué lado está. De alguna manera, su confrontación con el psicópata representa el enfrentamiento entre un país de asesinos y un país que se niega a verlo. Sólo que ambos países son dos caras del mismo, son compañeros de cama involuntarios.
Supongo que el fiscal Chacaltana vive algo similar a lo que vivió su país. Él creció en una sociedad de asesinos, pero nadie se lo dijo. Había terroristas, luego declararon una guerra contra el terrorismo, y llegó un momento en que ambos bandos se volvieron difíciles de distinguir uno del otro. El Perú tardó años, y decenas de miles de cadáveres, en poder mirarse al espejo y empezar a recoger los pedazos de su propio rostro. Este libro es sólo uno más de los que están escribiendo nuestros muertos por la mano de autores como Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Alonso Cueto, Oscar Colchado, Jorge Benavides, Luis Nieto Degregori, Víctor Andrés Ponce, y muchos otros.
Sin embargo, las preguntas en la base de Abril Rojo no son una exclusividad peruana. En España también, escritores como Javier Cercas o Ignacio Martínez de Pisón siguen ofreciendo nuevas versiones de una guerra que ocurrió hace setenta años, y que se ha tomado todo este tiempo para descubrir que la vida no es en blanco y negro. Es decir, que lo blanco nunca es tan blanco, pero lo negro sí que es tan negro, y peor.
Con diferentes rostros, estas reflexiones se suscitan una y otra vez a lo largo de la historia. Ahora mismo, cuando la guerra contra el terrorismo se ha vuelto global, nos preguntamos cuánto debe matar para que no haya más muertos, cuántas libertades hay que restringir en nombre de la libertad, a cuántos países se puede invadir para que el mundo sea un lugar más seguro.
De eso también habla esta novela. A medida que transcurre su investigación, el fiscal Chacaltana va descubriendo que la guerra deja cicatrices incluso debajo de la piel, y que los muertos que produce siguen habitando el mundo en la memoria, e incluso en el olvido de los vivos. Por eso me alegra que el fiscal Chacaltana esté hoy en España, que recuerda setenta años de una guerra y podría celebrar el aniversario con el fin de otra. Y me alegra que este premio vaya a llevar al fiscal a Colombia, y a Chile, a Argentina, y a muchos lugares que han sufrido ese momento de la historia en que, bajo distintas circunstancias y con muy diversos matices, algunas personas han decidido que la única solución legítima a los problemas políticos es la muerte.
Si algo sabe el fiscal Chacaltana por experiencia propia, es que toda paz implica mirar al horror a la cara y ser capaz de cierto grado de perdón. Pero también sabe que todo perdón entraña una injusticia. Vivir sin sangre implica en cualquier caso convivir con quienes la hayan derramado. Después de lo experimentado en este libro, el fiscal se pregunta qué hay que es peor: si dejar en paz a los asesinos o dejar que sigan asesinando. Pero también sabe que no le toca a él responder a esa pregunta. Las sociedades van dando sus propias respuestas y no se preocupan mucho por su opinión al respecto.
Quizá el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar sea vagamente conciente de que él mismo está hecho de palabras, y peor aún, de mentiras. Por eso, como toda la literatura, es incapaz de ofrecer respuestas. Pero con suerte, como la buena literatura, pueda señalar algunas preguntas, el tipo de preguntas que se repiten en todos los rincones del tiempo y el espacio, y que dibujan los contornos de lo que llamamos humanidad. Si es capaz de conseguir eso, el fiscal sentirá que su vida ha tenido algún sentido. Y yo sentiré que ha valido la pena pasar con él los meses que hemos compartido en mi escritorio, y el largo viaje que nos espera.

Blog de ALEJANDRO PADRÓN
Edición del Lunes, 24 de Abril de 2006
Tomado de RADAR Libros
Las bellas durmientes
Tres relatos hipnóticos conforman uno de los primeros libros de Banana Yoshimoto, que ahora se publica en castellano.
Por Mariana Enriquez
Sueño profundoBanana YoshimotoTusquets172 pág.
Sueño profundo, una colección de tres relatos, se publicó originalmente en 1989, apenas dos años después del debut y gran éxito de Banana Yoshimoto, la novela corta Kitchen. Pero parece muy posterior, como si Yoshimoto hubiera madurado en tiempo record: los relatos de este breve y hermoso libro (“Sueño profundo”, “La noche y los viajeros de la noche” y “Una experiencia”) tienen pocos guiños pop adolescentes o citas a la modernidad urbana de Tokio; son íntimos, desolados y se instalan en una frontera que no es sólo la del sueño y la vigilia, sino también la de la vida y la muerte. Los temas de los relatos son el duelo y la depresión, aunque nunca se nombran de forma explícita. Y las protagonistas son mujeres jóvenes que describen, en primera persona, las crisis que les toca atravesar.
“Sueño profundo”, el primer relato, está protagonizado por Terako, una chica que lucha por mantenerse despierta, afectada de ataques de sueño casi patológicos; está intentando superar el suicidio de su mejor amiga, Shiori, una “prostituta” que sólo dormía al lado de sus clientes (como las mujeres de La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata); al mismo tiempo, lidia con una compleja relación con su amante, un hombre que le es extrañamente fiel a su esposa, que se encuentra en estado de coma. Aunque la mirada al mundo interior de Terako es sutil y de un estilo delicioso, es el relato que menos funciona, por sobrecarga y cierto trazo grueso en el simbolismo sueño/muerte. Pero el segundo relato, “La noche y los viajeros de la noche” es tan superior que redime por completo el no tan promisorio comienzo. La protagonista/testigo es Shibami, que trata de contener, de diferentes modos, a las dos mujeres que amaron a su hermano muerto: Sarah, una norteamericana, y Marie, una prima que vivía un romance secreto con el muerto, y que ahora deambula insomne por luminosos bares de los límites de la ciudad. Es un estudio sobre la pérdida y lo irremplazable, sobre vidas truncas. Y Yoshimoto escribe con elegancia y sin sentimentalismo, pero con una empatía conmovedora. “Una experiencia” es el cierre perfecto. Fumi es una chica que trabaja en un negocio, con un novio del que está enamorada, y una vida rutinaria pero agradable. Sin embargo, cada noche se emborracha profundamente para poder dormir. Y, en sueños, escucha una música hermosa, que la consuela. Inesperadamente, a partir de un recuerdo del pasado de Fumi, de una extraña mujer que conoció y ha muerto, “Una experiencia” vira hacia el relato sobrenatural y se convierte en un cuento de fantasmas –aunque no de horror–. “Comprendí, de súbito, que el pasado quedaba muy lejos”, dice Fumi. “Más lejos que la muerte, más lejos aún que la distancia insalvable que hay entre una persona y otra.”
Con doce novelas publicadas, seis millones de ejemplares vendidos y un status de superestrella en Japón (Kitchen tiene varias versiones cinematográficas), la hija del filósofo Ryumei Yoshimoto y hermana de una célebre dibujante de manga es conocida como una mujer independiente, representante de las nuevas generaciones japonesas, y muchos críticos han calificado su obra de escapista. Cierto, Banana Yoshimoto parece tener dos personalidades: leve en obras como Kitchen, pero también minuciosa, profunda sin caer en la solemnidad y sencilla de modo tal que su descripción de la angustia nunca cae en el relato clínico. Sueño profundo pertenece a esta categoría, como su relato debut, “Moonlight Shadow”: una escritura tan hipnótica como dinámica, y una capacidad asombrosa de componer personajes sólidos aunque se muevan en un territorio onírico, en una suerte de niebla que parece querer arrancarlos de este mundo.

REPORTAJE
El libro paso a paso
Ésta es la historia de un libro cualquiera, el proceso que se esconde tras los cerca de 60.000 volúmenes publicados anualmente en España. Los actores de esta trama hablan del oficio y de la industria que se encierra tras las solapas. Desde un autor que se enfrenta a las páginas en blanco hasta el librero que acaba vendiéndolas en su tienda, la obra pasa por las manos de editores, agentes, impresores, encuadernadores, diseñadores y distribuidores. Los trabajos del libro y su letra pequeña.
Tomado de BABELIA - 22-04-2006
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(ILUSTRACIÓN DE FERNANDO VICENTE) ampliar
AUTOR
Ramiro Pinilla
De la cabeza al papel, según el novelista vasco hay dos caminos: "Uno, cuando te salta una idea y da pie a un cuento o una novelita, y otro, cuando el contenido va gestándose a lo largo de 40 o 50 años y parte de él ha ido apareciendo en escritos previos, como en el caso de Verdes valles, colinas rojas". Su monumental trilogía, galardonada con el Premio de la Crítica, es fruto de un "proceso lento y paulatino". "La antropología es lo que me ha inspirado bastante". ¿Algún detonante final para lanzarse a escribir? "Pensé, voy a empezar esto y a ver qué hago. Me quedé solo y con más tiempo". En "el grueso y blando papel" de unos viejos carteles del PCE de la campaña de 1978 -"convenientemente recortados en tamaño folio"-, armado con un boli, escribió la trilogía. "Al principio no tenía ni idea de que se iba a extender tanto. A partir de los 500 folios, la novela comenzó a erigirse como mandona y tuve que plegarme. Fui un instrumento de ella a medida que avanzaba". Hoy, aquellos folios "forman un buen montón en el gallinero". "Por el tiempo, la bola del boli se convierte en una prolongación natural de la mano que moldea palabras sin el tictac impertinente del teclado", asegura el novelista. Él mismo pasa luego a ordenador su manuscrito. "Solo trabajo muy bien, me desdoblo: dicto y copio. Luego hago otra lectura y lo envío". Las sugerencias de los editores le llevan a menudo a preguntarse: "¿Cómo no me di cuenta antes?". Y, al fin, alcanza un nuevo estado: "Cuando el texto se serena y tú te serenas, alcanzas el definitivo olvido de autor y te conviertes por completo en lector".
Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923), premio de la Crítica 2005 con Las cenizas de hierro (Tusquets).
DIRECTOR EDITORIAL
Eduardo Ayuso
Lleva seis años al frente de Sígueme, Premio Nacional de Edición en 2005, y Eduardo Ayuso resta importancia a la figura del editor "gurú". "Un editor es antes que nada un trabajador, no un relaciones públicas, ni un artista, ni un personaje social. La clave está en el equipo; sólo un grupo que suma distintas cualidades puede aportar pluralidad dentro de una misma línea ideológica y de unos principios irrenunciables". Tras 60 años y con un catálogo de 1.600 títulos -que recogen muchas obras de tema religioso y filosófico-, Sígueme no admite originales enviados por autores. Encargan y buscan de antemano. "Hacer un libro es la conclusión de un proceso sencillo, de intercambio, de búsqueda, de opciones. Se puede tardar una semana o varios años. Contamos con un consejo asesor de cuatro personas que nos orientan. Una vez elegido el libro el resto es pura mecánica". La estética es un elemento clave para Ayuso, capaz de "salvar a una editorial de perder su alma". Pero la forma no lo es todo, asegura: "La calidad del libro y su edición nace también de su contenido, de la verdad, la bondad y la belleza que atesora. Esto tal vez resulte a algunos poesía o pura grandilocuencia, pero si un libro no es singular (único), si no es veraz, ni ayuda a ser mejor a quien lo lee, ¿habría que publicarlo? Creo que no".
Fundada en Salamanca en 1948, Ediciones Sígueme obtuvo el Premio Nacional de Edición en 2005.
EDITOR
Malcolm Otero
"El editor vende sus libros al librero". Otero carga contra la visión mítica de su profesión. "Aquello se acabó. La saturación del mercado lo pone todo más difícil; ahora tiene más mérito". Y sí, "los libros se guillotinan o se saldan, pero siempre con consentimiento del autor". Vuelta al principio de la historia, a su mesa de la editorial Destino llegan cerca de 40 manuscritos cada mes. "La criba inicial se hace a partir de los informes de lectura. Son dos páginas en las que básicamente el lector me dice si vale la pena leerlo". Reconoce que el canal de llegada es importante. "Lo que llega directamente de la calle sin agente tiene peor vida; supone cerca de un 20% de lo que finalmente sale. El agente es un filtro", explica. Un filtro que pronto muta en negociador implacable de anticipos. La edición a fondo del texto es el siguiente paso. "Empiezas con cambios obvios para ganarte la confianza del autor y luego pasas a otras cosas: leves correcciones de estilo o querencias de otros autores". Nada de cuestiones ortotipográficas, eso queda en manos de correctores. Y del precio se encargan en el departamento de marketing. "Un libro en una organización grande tarda en hacerse como mínimo dos meses". ¿Y las obras contratadas antes de ser escritas? "Es un acto de fe resultado de las pérdida de fidelidad entre autor y editor".
Malcolm Otero es editor de la colección Áncora y Delfín de la editorial Destino, perteneciente al grupo Planeta.
AGENTE LITERARIO
Gloria Gutiérrez
Un departamento de lectura y varios lectores independientes hacen una preselección de los "muchísimos manuscritos" que a diario llegan a las oficinas de Carmen Balcells. "Son muy pocos los que pasan. Somos muy exigentes no sólo en cuanto a la calidad, que es algo subjetivo; también tenemos en cuenta la capacidad que veamos para colocarlo". Sus cerca de 150 autores incluyen a García Márquez o Eduardo Mendoza. Con el editor, si es una primera obra, la negociación no es compleja, se trata de persuadirle para que "lea". Y en la venta de derechos no son proclives a las partidas de póquer telefónico: "No somos muy partidarios de las subastas".
Gloria Gutiérrez es directora de la Agencia Literaria Carmen Balcells.
IMPRESOR
Javier Trabada
Lável arrancó en 1980 con una linotipia y dos máquinas de formato de impresión. Hoy sus máquinas de impresión plana "manchan" las páginas de grandes grupos editoriales como Planeta, Santillana o Anaya. "La mayor innovación es que se han recortado los tiempos", aclara Trabada. Los pliegos de una novela de 300 páginas con una tirada de 3.000 ejemplares tardan unas 12 horas. El papel lo ponen ellos para un libro medio: color ahuesado y 80 gramos. Remitido por CD o correo electrónico, el texto pasa a las planchas que se ajustan a los rodillos; si no hay colores, de un pase la tinta negra mancha los pliegos. "Se imprime una cara, luego la otra, y la portada, aparte".
ENCUADERNADOR
Miguel Ramos
Rodeado de guillotinas, plegadoras, máquinas de coser y de hacer tapas, de volantes de estampación y de líneas de terminación rústica y cartoné, Miguel Ramos explica las claves del oficio. En la encuadernadora que su abuelo fundó en Madrid en 1929, trabajan 80 personas que consiguen cortar, coser y recubrir las páginas de unos 2.500 títulos al año. "Hay que cuidar el papel desde que llega a tu casa. Se guillotina, se pliega, se alzan los cuadernillos que conforman el libro y se cose. Luego, añades la cubierta. Una vez acabado, se pone a secar una noche con un peso encima". Una tirada de 3.000 ejemplares de un libro de 300 páginas en rústica viene a tardar unos cinco días. Ramos sostiene que la mejor encuadernación es la tradicional: "Libros de hace 500 años que están perfectos".
DISEÑADOR
Enric Satué
Habla del diseño de portadas como si fuera un arte culinario. "Tienen mucho que ver. Usas materiales comunes y tratas de innovar". Entre sus muchos trabajos se cuentan proyectos para Espasa Calpe y Alfaguara. Satué siempre guarda las distancias con el texto. "El diseñador normalmente no lee el libro y creo que debe mantenerse lejos, para no caer en la tentación de traducir el argumento, algo que considero pedante. La cubierta tiene que transmitir el aire, un clima, nada más". A partir de algunos datos básicos, como el país o el año en que está situado, comienza su tarea. "Trato cosas prosaicas, cuestiones tipográficas y espaciales. Marco el territorio y busco que todo respire". En un día la portada está lista y el diseño le será enviado por ordenador al impresor, pero antes a Satué le gusta verla "en maqueta", y es así como se la envía al editor por si quiere hacer cambios -"hay libros en los que todos meten mano"-. A pesar del tiempo transcurrido, sigue fascinado por el libro como objeto. "Lo más misterioso es que en 500 años no ha cambiado su aspecto físico. Nació de manera tan perfecta que no hay forma de mejorarlo".
Enric Satué fue premio Nacional de Diseño Gráfico en 1988.
DISTRIBUIDOR
Miguel Visor
Las casi 40 editoriales con las que trabaja le anuncian sus novedades trimestral, anual o semestralmente. Ocho personas en la calle informan en librerías sobre lo que está por llegar: "Unas 30 novedades por semana". Una vez tramitados los pedidos, los ejemplares se distribuyen y reponen cinco días a la semana. Viajan desde su nave de 3.000 metros cuadrados hasta las tiendas de Madrid y Castilla-La Mancha, sus dos áreas de acción. "Cubrimos 600 puntos de venta". Las furgonetas reparten y recogen las devoluciones. "Compramos los libros a las editoriales al 50% y los vendemos a las librerías con un descuento de entre un 30% y un 40%. Éstos son los márgenes comerciales. Si el librero los devuelve recibe íntegro su dinero, y lo mismo nos ocurre a nosotros con las editoriales". En su almacén conserva un catálogo casi completo de todas las editoriales con las que trabaja -"a veces 20 ejemplares, a veces 2.000"-, pero el grueso lo devuelve si pasados tres meses no ha recibido nuevos pedidos. "Unas veces duran años en las librerías; otras,sólo tres semanas. Cada libro es un distinto".
LIBRERO
Antonio Ramírez
"El saber de un librero no es filológico, no aplica un canon estético, recae más bien en la capacidad de formular hipótesis en torno a las familiaridades entre libros y lectores. Juzgamos antes al editor que al autor, antes a los libros que a los textos. ¡Pocas veces hemos leído el libro que compramos!", asegura el propietario de La Central. Sus cuatro sedes repartidas entre Barcelona y Madrid -recientemente inaugurada en el Museo Reina Sofía- suman un fondo de 250.000 ejemplares, al que hay que añadir 30.000 guardados en un almacén externo. En sus librerías Ramírez pone a prueba "una mezcla de olfato comercial y lectura en diagonal, donde cuentan tanto las referencias leídas como el bagaje de lecturas previas y los cientos de comentarios de lectores". A ellos dirige un guiño desde el escaparate apelando a quienes piensa que leen como él. Los distribuidores le visitan una vez por semana para presentar el "servicio de novedad". La entrega de los ejemplares varían desde las 24 horas hasta los 10 días. "El problema dramático está en la torpeza que muestra el sistema de distribución para atender pequeños pedidos o reposiciones de pocos ejemplares. Las grandes maquinarias están interesadas en colocar los lanzamientos de forma masiva". Las ventas diarias superan los 2.000 ejemplares y las devoluciones mensuales rondan normalmente el 20%. "Más del 50% de las novedades de Sant Jordi deberán devolverse antes de un mes. Es la gran pesadilla".
Entrevistas realizadas por Andrea Aguilar.
Blog de ALEJANDRO PADRÓN
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REPORTAJE
Los lectores, la moda y la cultura
La moda sobre la cultura cada vez hace más evidente sus estragos. Y los libros son un buen ejemplo de ello, tanto por los temas a que se apuntan algunos escritores como a los títulos que no paran de comprar los lectores. Los clásicos y la literatura de calidad empiezan a ser para pedantes y la vida de los nuevos buenos libros se abrevia. Es el imperio de los best sellers de dudosa calidad, de los libros mediáticos, de lo que toca leer para no quedar fuera del momento.
Esther Tusquets
Tomado de BABELIA - 22-04-2006
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SILJA GÖTZ ampliar
Al ser humano le gusta que le cuenten historias; es una de las necesidades inherentes a la especie
A nivel individual y a nivel de un país, la moda es inversamente proporcional a la cultura: cuanto mayor es la base cultural, menor es la fuerza de la moda, que se vuelve avasalladora si dicha base es ínfima. Esta regla rige en todos los campos, y se detecta de forma muy evidente en el lenguaje, donde las palabras comodín y los giros de nuevo cuño invaden de inmediato el habla de las personas poco preparadas, o de los más jóvenes, y casi no afectan a la gente culta; o en el vestir, donde son también los muy jóvenes y menos educados los que se apuntan a ciegas en lo que les dicen que se va a llevar aquella temporada, por disparatado que sea y aunque personalmente no les favorezca en absoluto.
¿Qué ocurre en el ámbito de la lectura? Creo que en este ámbito las consecuencias del desmesurado predominio de la moda son funestas. Me informan amigos editores de que las ventas de los títulos de éxito, de los best sellers, se han duplicado, mientras que las ventas de los otros títulos van camino de reducirse a la mitad. O sea que, como norma general, de los títulos de los que se vendían 300.000 (que no deben de rebasar los diez por año) se pasa fácilmente a los 600.000, y de aquellos de los que se vendían de 2.000 a 5.000 (el grueso de la edición) no se alcanzan a menudo los 1.000 y cuesta llegar a los 3.000. Estas cifras pueden no ser exactas, pero la tendencia es incuestionable. En España no se venden más libros, en España se venden más best sellers. Unos pocos títulos (algunos excelentes, otros regulares, la mayor parte "mediáticos") se convierten en objetos obligados de consumo: todo el mundo los debe tener, todo el mundo los debe haber leído. La mayoría de gente lee "lo que toca" y "cuando toca". Si comentas que estás leyendo un clásico, te consideran pedante o excéntrica; si dices estar leyendo un libro publicado hace cuatro o cinco años, les admira que sufras tamaño retraso en tus lecturas.
Creo que las mujeres de la burguesía de los años cuarenta -mi madre, mis tías, las amigas de mi madre y de mis tías- no sólo eran mejores lectoras, sino que (a pesar de que también consumían los best sellers, menos "mediáticos" y algunos excelentes, de su época: Lo que el viento se llevó, Rebeca, Sinuhé el egipcio) elegían mejor sus restantes lecturas: se recomendaban títulos unas a otras; si un libro les gustaba, seguían con los del mismo autor, la misma colección, el mismo género, porque, como en el caso de las cerezas, un libro trae siempre a otro. Y me parece que ese orden de lectura es para mí el mejor.
Se lee "lo que toca" y "cuando toca". Se lamenta en una entrevista reciente Javier Marías: "Los libros tienen cada vez menos vida... Antes cabía la posibilidad de que un libro fuera ganando sus lectores, tuviera un crecimiento paulatino a lo largo de una cantidad de tiempo apreciable, mientras que ahora da la impresión de que no... Hay ese afán de la gente de leer lo que todo el mundo lee a la vez, de leerlo en el momento en que toca leerlo, que es el momento de su publicación. En las últimas apariciones de mis libros he tenido una sensación que me resulta de lo más incómoda. Cuando yo todavía estoy haciendo la promoción del libro, que lleva entre un mes y dos, cuando ya termino y me paro y como quien dice levanto la cabeza para ver qué ocurre con ese libro, me encuentro con que ya ha pasado".
Oigo y leo constantemente que la gente no compra más libros, no lee más, por culpa de la televisión, de Internet. Antes decían que la culpa era del cine. Obviamente al ser humano le gusta que le cuenten historias; es más, creo que se trata de una de las necesidades inherentes a la especie. Se contaban primero sólo de palabra, luego sólo de palabra y por escrito. Con el cine y la televisión surge la posibilidad de que nos las cuenten utilizando también imágenes. Es magnífico. Quizá compitan, quizá resten tiempo a la lectura, y eso ¿qué importa? El cine ha dado ya multitud de obras maestras, y las sigue dando (creo que no he leído ninguna novela estos últimos meses que sea tan bella y toque cuestiones que me tocan de tan cerca como Saraband, el último Bergman, ni que narre una historia de amor tan conmovedora como Million Dolar Baby, de Clint Eastwood). Y sólo censuro a ese medio extraordinario, a ese invento fabuloso, que es la televisión, que haya dado todavía tan pocas, y que la calidad media sea abominable.
No, los enemigos reales de los buenos libros no son el cine, ni la televisión, ni los nuevos medios de contar historias: son los best sellers de poca o nula calidad, apoyados por premios literarios y promociones millonarias (o, y eso me parece alentador y positivo, elegidos a veces espontáneamente por el público), son ese horror de libros que llamamos "mediáticos". Es, en definitiva, el predominio absoluto de la moda sobre la cultura.
PREMIO CERVANTES 2005
ANÁLISIS: Aproximaciones
Mi amigo Sergio Pitol
Margo Glantz
Tomado de BABELIA - 22-04-2006
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Uno. Sergio Pitol empieza El mago de Viena con un brevísimo epígrafe de E. M. Forster, uno de sus escritores preferidos: "Only connect
...". Y en efecto, sólo un mago puede reunir con tal maestría un gran número de textos que guardarían en sí mismos, de manera aislada, una perfecta unidad y aparentemente apenas podrían conectarse y conformar una trama. En un diálogo con Monsiváis, Pitol lo explica: "Es un libro que nace bajo la sombra de un lema primordial de los alquimistas. 'Todo está en todo'. En el mago todo está en todo, pero en un orden de los elementos, y los tonos tienen que estar en una colocación especial para potenciarse y potenciar la unidad". Y esa leve tela de araña que sutura los diferentes relatos es la propia escritura contemplada como reflejo de otras escrituras y biografías afines, hermanadas por la excentricidad de los relatos o la de los personajes que los construyen. Conforman una familia escrituraria y por ello una genealogía, cada cual única e inconfundible pero con parecidas señas de identidad, un mismo continente verbal. En un breve texto aparecido en Babelia, sobre la última antología de cuentos publicada en 2005 por Anagrama, Edgardo Dobry lo define muy bien: [para Pitol] "... la literatura [es] como un territorio parecido al de la nacionalidad, una patria que lo exige todo sin prometer nada".
Dos. Un autor es en cierta medida la suma de sus lecturas, o mejor, de sus relecturas. Un autor, antes de serlo, fue un imitador, es decir un simio, o simplemente un niño, se aprende copiando, como antes copiaron o imitaron Lope de Vega, Alfonso Reyes o el propio Borges, autores dilectos del escritor. Hay que imitar pero saber detenerse, hasta encontrar el lenguaje propio y definir un estilo. Entonces, y sólo entonces se puede empezar a crear personajes y a elaborar las tramas. En este libro la trama se nutre fundamentalmente de la lectura y la relectura, ésta incluye la revisión de aquello que se ha leído y la observación sobre uno mismo situado en el tiempo pasado y ya colocado por ello, por esa distancia temporal, en otro contexto del lenguaje, lo que se lee o relee ahora, se reelabora en primera persona, lo que se leyó o se hizo en el pasado, corresponde al reino del pronombre impersonal, fue él, no yo, quien leyó y quien acometió ciertas hazañas, casi incomprensibles y hasta ridículas. Así uno se convierte en otro o se vuelve la suma extravagante de dos personalidades semejantes y diversas, una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde enfrascados en la lectura y la relectura, pero también en la escritura y la reescritura. Si alguno de ellos releyera o viera de nuevo una representación de Hamlet, podría ser Gustavo Esguerra reescribiéndolo o la regocijante Maruja La-noche Harris haciendo una crítica literaria de la novela light llamada El mago de Viena, con lo cual la novela -¿es novela?- se muerde la cola y se convierte en el centro de esa parodia incesante que nunca deja títere con cabeza, incluyendo obviamente al propio autor.
Tres. En apariencia sencillo, gracias a un lenguaje cada vez más transparente y clásico, eficaz, opuesto a cualquier procedimiento practicado por las vanguardias, no es fácil descifrar sin embargo las claves ocultas del texto. No porque las explicaciones sean poco claras o insuficientes, al contrario, al reducir el relato a las frases simples que lo contienen, éste se sostiene en equilibrio, conseguido a base de ocultos engarces en donde lo dicho se cubre de una zona obscura que puede ser producto de la parodia, de la caricatura, de la autoirrisión, o de la misma estructura.
Cuatro. Transformada sucesivamente, al principio con signo dramático -como en El tañido de la flauta y muchos de sus cuentos- la escritura de Sergio Pitol ha devenido en una escritura paródica y jocosa, como él mismo la define, asombrado de que esa vena no hubiese aparecido antes, sobre todo "porque si algo abunda en mi lista de autores preferidos, son los creadores de una literatura paródica, excéntrica, desacralizadora". Su pasión por la narración ha cambiado también de signo. Es fácil percibirlo: en El mago de Viena y El arte de la fuga reelabora el arte de la narración, las anécdotas que pudieran convertirse en posibles novelas o cuentos se van enredando entre el recuento de las lecturas o las biografías de sus autores preferidos convirtiéndose así en nuevos relatos donde los personajes principales pueden asemejarse a aquellos que pueblan sus obras favoritas o reescribe algunas de sus obras haciendo por ejemplo que un amigo dilecto, Vila-Matas, reaparezca con su nombre pero como el doble intruso o el fantasma que se inmiscuyera en uno de sus cuentos más intensos, 'Nocturno de Bujara', capítulo también de esa magnífica novela -con cuentos perfectos-: Juegos florales.
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Blog de ALEJANDRO PADRÓN
EL PLACER DE LEER
REPORTAJE
Elogio de la lectura
¿En qué consiste ese extraño sentimiento de intimidad compartida, de sabiduría regalada, de maestría del mundo a través de un mero juego de palabras? Éste es un paseo por la historia de los libros y por las obras de algunos de esos grandes hechiceros responsables del paraíso de la lectura. Memoria, intimidad, imaginación, sentimientos, inteligencia, aventura y descubrimiento son algunas de las palabras que reivindican el estatus de un placer que nos hace más humanos.
Alberto Manguel
BABELIA - 22-04-2006
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FERNANDO VICENTE ampliar
Si debemos justificarnos inventamos razones estéticas, culturales, filosóficas o morales. Pero la verdad es que nuestros juicios son casi todos refutables fuera del campo hedonista
La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos
Intimidad solitaria y compartida. La lectura nos ofrece también el placer de la inteligencia
Como la experiencia muestra, la debilidad de nuestra memoria olvida fácilmente no sólo los actos ocurridos hace mucho tiempo, sino también los recientes de nuestros días. Es, pues, muy conveniente y útil poner por escrito las hazañas e historias antiguas de los hombres fuertes y virtuosos para que sean claros espejos, ejemplos y doctrina para nuestra vida, según afirma el gran orador Tulio".
Así comienza la novela que, entre los pocos libros perdonados de la biblioteca de Don Quijote, el cura rescata por ser "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos": el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba. "Llevadle a casa y leedle", le dice a su compadre el barbero, "y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho".
El Tirant justifica su propia existencia como un remedio a nuestra flaca memoria, como depósito de nuestra experiencia pasada, como espejo de valores antiguos y de enseñanza meritoria. Eso quiso su autor, pero sus lectores, menos ambiciosos, como aquel cura de La Mancha, no se preocuparon por tales noblezas y lo recomendaron por razones más sutiles y menos graves: por dar contento, proveer pasatiempo, provocar deleite. El censorio cura y el ensañado barbero condenaron a las llamas aquellos libros de Don Quijote que, a sus ojos, pecaban de revueltos, disparatados, arrogantes, duros, secos -es decir, libros que no les gustaban-. Porque en el momento de la verdad, frente a la salvación o a la hoguera, para un verdadero lector lo que importa es el placer.
Pero ¿qué es este placer? ¿En qué consiste ese extraño sentimiento de intimidad compartida, de sabiduría regalada, de maestría del mundo a través de un mero juego de palabras, de entendimiento adquirido como por acto de magia, de manera profunda e intraducible? ¿Por qué nos lleva a rechazar ciertos libros sin misericordia y a coronar a otros como clásicos de nuestra devoción si algo en ellos nos conmueve, nos ilumina, pero por sobre todo nos deleita?
Como lectores, nuestro poder es aterrador e inapelable. No nos enternecen ni las súplicas de los críticos ni las lágrimas de los lectores que nos han precedido. Implacables, a través de los siglos, juzgamos y volvemos a juzgar a los libros que ya se creían a salvo. Por puras razones de gusto, en el paraíso de la lectura, Cervantes ocupa el lugar que Martorell y Galba han perdido a pesar del juicio del mismo Cervantes. ¿Nuestros abuelos adoraban a Anatole France y a Mazo de la Roche? A nosotros no nos gustan: al infierno con ellos. ¿Melville fue despreciado y Kafka vendía apenas unos pocos ejemplares? Hoy Melville está sentado a la diestra de Dante y una primera edición de La metamorfosis de Kafka vale unos seis mil euros. Si debemos justificarnos, inventamos razones estéticas, culturales, filológicas, históricas, filosóficas, morales. Pero la verdad es que, a fin de cuentas, nuestros juicios son casi todos refutables fuera del campo hedonista.
El lema de todo verdadero lec
tor es De gustibus non est disputandum. "De gustos no se discute", o, como se dice en castellano, "sobre gustos no hay nada escrito". El proverbio latino dice la verdad; la traducción castellana miente. Nuestro placer no admite argumentos; admite en cambio una infinidad de escritos, los exige. Al fin y al cabo ¿qué son las bibliotecas sino archivos de nuestros gustos, museos de nuestros caprichos, catálogos de nuestros placeres?
El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de lectura sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera.
Para ciertos lectores, el placer de la lectura es uno de intimidad. Ese espacio amoroso que un lector crea con su libro no admite otra presencia. El niño que lee bajo la manta a la luz de una linterna cuando se le ha ordenado dormir, el adolescente acurrucado en el sillón para quien el único tiempo que transcurre es el del cuento que está leyendo, el adulto aislado de sus congéneres en un atiborrado vagón de tren o en un bullicioso café, encuentra su placer en un mundo creado sólo para él. Proust volvía al comedor una vez que la familia había salido a pasear para hundirse en el libro que estaba leyendo, rodeado solamente de los platos pintados colgados en la pared, del almanaque, del reloj, todos objetos, nos dice, "muy respetuosos de la lectura" que "hablan sin esperar respuesta y cuya jerga, a diferencia de la de los humanos, no trata de reemplazar el sentido de las palabras leídas con un sentido diferente". Dos horas de placer hasta la entrada de la cocinera que, con sólo decir "así no puede estar cómodo. ¿Y si le traigo una mesita?", lo obligaba a detenerse, a buscar su voz desde muy lejos, a sacar las palabras de su escondite detrás de los labios y a responder, "no, gracias", con lo cual el encanto quedaba roto. El placer de la lectura no admite terceros.
Pero hay lectores para quienes la experiencia compartida prolonga y profundiza el placer de la intimidad. Acabo de leer un párrafo que me encanta y, antes de cerrar el libro o pasar a otra página, quiero leérselo a otros, regalar a un amigo el nuevo placer descubierto, formar un pequeño ruedo de admiradores de ese texto. Dar un libro a otro lector es decirle: "Éste fue mi espejo; ojalá sea el tuyo". Es así como creamos asociaciones de lectores que tienen algo de sociedades secretas, y es gracias a ellas que ciertos autores no han desaparecido de nuestras bibliotecas canónicas. He regalado innumerables ejemplares de Su mujer mona de John Collier, de la autobiografía de Henry Green, de Contra la corriente de James Hanley, de Rosaura a las diez de Marco Denevi, para poder hablar de lo que me gusta, para que mi placer tenga un eco. En su diario, Hervé Guibert cuenta que compró las Cartas a un joven poeta de Rilke para leer al mismo tiempo que su amigo el libro que éste se había llevado de viaje.
Intimidad solitaria y comparti-
da. La lectura nos ofrece también el placer de la inteligencia. ¿Qué otro arte nos permite pensar con Pascal, razonar con Montaigne, meditar con Unamuno, seguir los vericuetos de la mente de Vila-Matas o de Sebald? No se trata de dejarse convencer con argumentos ajenos, lo que se ha llamado "terrorismo intelectual". Se trata de ser invitados a un momento de reflexión, de convertirnos en testigos de la creación de una idea, como ocurre en los diálogos de Platón o en las novelas de Gombrowicz. Se trata de escuchar y pensar. El resultado puede o no ser compartido; poco importa, ya que el recorrido intelectual no prevé ni conclusión ni destino preciso. Cerramos ciertos libros y nos sentimos más inteligentes, resultado que el autor no puede nunca prever. "El arte alcanza una meta que no es la suya" escribió Benjamin Constant. Lo mismo puede decirse de la lectura.
El placer de la inteligencia significa al menos dos cosas: disfrutar del uso de la razón y disfrutar del reconocimiento del mundo. Es banal recordar que la lectura nos lleva a regiones insospechadas; menos banal es recordar que nos hace ciudadanos de tales regiones. Para un lector, todo libro es un museo del universo y, a veces, el universo mismo. Los lectores habitamos El Cairo de Naguib Mahfouz, las islas de Conrad, el Madrid de Galdós, pero también la luna de Wells y de Verne, los universos soñados por Lovecraft y Ursula K. Le Guin, el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Hay un cuento (ya no sé quién lo escribió) en el que un hombre leyendo las aventuras de otro que se pierde en el desierto muere de hambre y de sed en su cama, rodeado de comida y de bebida. De forma algo más moderada, todo lector conoce el placer de habitar el mundo creado por otros, de ser su explorador y su cartógrafo.
Un auténtico explorador goza de lo que encuentra, sea bueno o sea malo; un lector también. Que un libro nos parezca pésimo, no significa que no nos pueda dar placer. Los grandes poetas nos deleitan; otros menos agraciados también son capaces de hacerlo. El inglés Charles Waterton, famoso conocedor de las selvas de Suramérica, se extasiaba ante los animales más feos de la creación, como por ejemplo el sapo de Bahía, repugnante criatura que el Dr. Waterton cogía tiernamente en su mano y acariciaba con cariño, mientras hablaba emocionado de la profunda mirada y espléndido brillo de los ojos del batracio. Igual hacen los lectores con cierta mala literatura. Parafraseando a Wilde, yo diría que hay que tener un corazón de piedra para no morirse de risa ante ciertas páginas de Azorín o de Ángeles Mastreta. O ante este verso del poeta mexicano Díaz Mirón: "Tetas vastas como frutos del más pródigo papayo". Tales abominaciones tienen la marca de un genio.
Tom Stoppard escribió que pa-
ra saber si un escritor es bueno o malo, hay que preguntarle a su madre. Más interesante, más entretenido, más placentero es descubrir si es un visionario. Quiero decir, si es capaz de revelarnos en su obra esos pequeños secretos que misteriosamente dan sentido al universo, diciéndonos lo que no sabíamos que sabíamos. Elijo una frase al azar, de la novela de Ana María Moix Las virtudes peligrosas: "La experiencia, en contra de lo que la gente suele opinar, no es ninguna forma de sabiduría
... La experiencia, créame, amigo, no es más que una forma de nostalgia".
Tales revelaciones resultan menos insólitas que verdaderas. El lector sabe que, en tales casos, el placer no resulta de la sorpresa, que es obra del azar, sino de la confirmación de algo que ya ha intuido vagamente. La orden de Diaghilev a Cocteau -Étonnez-moi! "¡sorpréndame!"- es el deseo de un empresario, no el de un auténtico lector. El lector acepta las sorpresas del texto como un preámbulo amoroso -descubrir que alguien toma café en lugar de té, que duerme del lado izquierdo de la cama, que tararea La violetera en la ducha- pero luego busca un conocimiento más íntimo, más profundo del texto, una familiaridad que se extiende y se renueva con cada relectura. "Cuando diseño un jardín", dice un personaje de Thomas Love Peacock, "distingo lo pintoresco y lo hermoso, y agrego una tercera calidad que llamo lo inesperado". "¿Ah sí? Entonces dígame", responde su interlocutor, "¿qué nombre le da usted a esa calidad cuando alguien recorre el jardín por segunda vez?".
Tampoco debemos olvidar el placer de la memoria. Leer es recordar. No solamente esos "actos ocurridos hace mucho tiempo" sino también "los actos recientes de nuestros días". No solamente la experiencia ajena contada por el autor sino también la nuestra, inconfesada. Y no solamente las páginas del texto que vamos leyendo, memorizando las palabras a medida que adquirimos otras nuevas que olvidaremos en la página siguiente, sino también los textos leídos hace tiempo, desde la infancia, componiendo así una antología salvaje que va creciendo en nuestro recuerdo como la obra fragmentaria de un monstruoso autor único cuya voz es la de Andersen, la de San Agustín, la de Quevedo, la de Javier Cercas, la de Cortázar. Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros, sus inimaginables lectores. La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos. En ese sentido, no conozco mayor ejemplo de la generosidad humana que una biblioteca.
Leer nos brinda el placer de una memoria común, una memoria que nos dice quiénes somos y con quiénes compartimos este mundo, memoria que atrapamos en delicadas redes de palabras. Leer (leer profunda, detenidamente) nos permite adquirir conciencia del mundo y de nosotros mismos. Leer nos devuelve al estado de la palabra y, por lo tanto, porque somos seres de palabra, a lo que somos esencialmente. Antes de la invención del lenguaje, imagino (y sólo puedo imaginarlo porque tengo palabras), imagino que percibíamos el mundo como una multitud de sensaciones cuyas diferencias o límites apenas intuíamos, un mundo nebuloso y flotante cuyo recuerdo renace en el entresueño o cuando ciertos reflejos mecánicos de nuestro cuerpo nos hacen sobresaltar y darnos vuelta. Gracias a las palabras, gracias al texto hecho de palabras, esas sensaciones se resuelven en conocimiento, en reconocimiento. Soy quien soy por una multitud de circunstancias, pero sólo puedo reconocerme, ser consciente de mí mismo, gracias a una página de Borges, de Jaime Gil de Biedma, de Virginia Woolf, de un sinnúmero de autores anónimos. La lombriz de la conciencia (como la llamó Nicolà Chiaromonte en otra página que me define) denota la incisiva, constante, obsesiva búsqueda de nosotros mismos. La lectura añade a esta obsesión la consolación del placer.
El placer ha sido denigrado en
nuestra época al entretenimiento superficial, a la distracción, a la facilidad, a la satisfacción egoísta. Confundimos información con conocimiento, terrorismo con política, juego con habilidad manual, valor con dinero, respeto mutuo con tolerancia altiva, equilibrio social con comodidad personal. Creemos que estar contentos (o creer que estamos contentos) es ser felices. Quienes están en el poder nos dicen que para sentir placer tenemos que olvidarnos del mundo, someternos a normas autoritarias, dejarnos subyugar por míseros paraísos, deshumanizarnos. Pero el auténtico placer, el que nos alimenta y nos anima, tiende a lo contrario: a tomar consciencia de que somos humanos, que existimos como pequeños signos de interrogación en el vasto texto del mundo. Quienes tenemos la fortuna de ser lectores sabemos que es así, puesto que la lectura es una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser conscientes.

Blog de ALEJANDRO PADRÓN
lahabitaciondelpoeta
ENTREVISTA: Ian Gibson Hispanista
"Machado era un libro abierto en sus versos"
Ha dedicado seis años de su vida a perseguir al gran caminante de la literatura española. Ahora, Ian Gibson publica el fruto de su trabajo biográfico sobre uno de los poetas más fascinantes de la historia. Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (Aguilar) es el título del último trabajo de este hispanista irlandés con nacionalidad española, autor de otras biografías de referencia sobre Lorca y Dalí, que aporta descubrimientos impactantes y curiosos. Por ejemplo, que la fuente donde el poeta se citaba con su último gran amor, Guiomar, en Madrid, está dentro del complejo del Palacio de la Moncloa, al lado de la residencia del presidente del Gobierno, sin que ningún mandatario se hubiese percatado de ello nunca.
JESÚS RUIZ MANTILLA - Madrid
EL PAÍS - Cultura - 16-04-2006
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Ian Gibson, fotografiado en los jardines del complejo de La Moncloa. (CLAUDIO ÁLVAREZ) ampliar
"Es grave la falta de biografías en España. Tenemos que saber quiénes son los personajes que nos definen"
"Los nacionalismos y los fanatismos van a acabar con nosotros. ¡Son una locura en torno a una hipótesis!"
"Machado siempre espera la mujer hospitalaria, la que le busque a él. En el caso de Pilar de Valderrama, fue así"
"He hecho varias veces el último viaje de Machado a la frontera con Francia. Fue un éxodo bíblico"
"Machado, al fin y al cabo, era un cristiano sin Dios y reivindicaba a Cristo como alguien fraternal"
"Era bella, enigmática, católica y casada, pero su marido la engañaba y fue a buscar refugio en Machado, aunque jamás llegó a ser suya"
El entusiasmo de Ian Gibson (Dublín, 1939) por sus cosas es tal que ha contagiado a su nieto de seis años. "Ayer me llamó y me dijo: 'Abuelo, he empezado a leer tu libro". Probablemente no alcance el final ahora, pero dentro de unos años, lo retomará por alguna página y llegará hasta las 760 que componen su monumental biografía Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (Aguilar), una obra a la altura de sus otras piezas de referencia sobre García Lorca y Dalí, que le ha costado seis años de trabajo. Para este hispanista irlandés con nacionalidad española, su libro sobre uno de los poetas españoles más simbólicos llega en el momento justo, entre polémicas sobre la Segunda República y empecinamientos de la Iglesia como ese ataque al primer matrimonio gay del PP: "Ni hecho a propósito. Pero éste es precisamente un libro que reivindica una España comprometida con la libertad y alejada del oscurantismo", asegura.
Pregunta. Dicen que lloró cuando vio por primera vez su nuevo libro.
Respuesta. Sí, es verdad. Produce mucha emoción ver seis años de trabajo así, hermosamente impreso. Creía que no iba a llegar y cuando mi hijo Dominic entró en el café Barbieri con el libro, se me saltaron las lágrimas. Si vas a citar a mi hijo, no lo pongas con q al final, ponlo acabado en ic, por favor.
P. Mande.
R. Es la versión irlandesa católica. Él nació en Belfast y yo soy de una familia metodista con una educación que aún hoy me sigue jodiendo. Cuando le puse a mi hijo un nombre considerado allí católico nos miraban mal en las tiendas protestantes porque creían que había servido al enemigo. Hasta ese punto pueden llegar este tipo de chorradas. Los nacionalismos y los fanatismos religiosos van a acabar con nosotros. ¡Son una locura en torno a una hipótesis! Cuando yo era niño querían que fuese pastor protestante y yo me veía solo, caminando por un pasillo solo toda mi vida. Fue horrible. Para mí, ésa era la imagen del infierno.
P. Muy machadiano.
R. Yo, como él, creo en un nuevo humanismo en el que la religión pase al ámbito privado. Él, al fin y al cabo era un cristiano sin Dios y reivindicaba a Cristo como alguien fraternal para relacionarse con todo el mundo y no sólo con tu familia, como propone el Dios del antiguo testamento.
P. Además, ser biógrafo es algo muy cristiano, al fin y al cabo le das tu vida a los demás.
R. Es la primera vez que alguien me lo enfoca de esa manera. Pero tiene algo de verdad.
P. Y los personajes que ha elegido, desde Lorca y Machado a Cela y Dalí, ¿no tienen algo de dioses y de demonios?
R. Cela fue una sugerencia de la editorial, que acepté pero al que no le dediqué mucho tiempo. Para mí, Cela, el hombre que supo ganar es una aproximación al personaje. Además, no me caía bien y no quería dedicarle tanto tiempo como he dedicado a Lorca, a Dalí y a Machado. Pero yo me identifico más con los marginados, con los personajes que han sufrido.
P. Y Machado sufrió de lo lindo.
R. Se siente siempre perdedor. Desde el principio canta lo que pierde. Su paraíso a los cuatro años, el Palacio de las Dueñas, al que debe esos versos: "Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...". Es así, yo he estado dentro y es el paraíso terrenal bíblico, el huerto cerrado. También pierde un amor de infancia, todos sabemos que un niño pequeño puede enamorarse y él lo estuvo de alguien, quizá una muchacha del servicio que le provoca lo que él llama "mi vieja angustia". Pero está ahí, en sus poemas y sé que me van a criticar por analizarlos de forma autobiográfica, pero es que Machado es un libro abierto. Soledades, si sabes leerlo, es una obra confesional.
P. Aparte, ésta es una biografía que le ha hecho andar.
R. El camino es un símbolo fundamental en la obra de Machado. Para mí también lo ha sido y lo he hecho para que el lector, además de entrar en sus poemas, camine, que la gente vaya al cementerio civil de Madrid, no sólo a ver la tumba del abuelo de Machado, sino la de Salmerón, la de Pablo Iglesias, Pío Baroja, la Pasionaria, los rojos y los masones, la otra España. Que vayan a la Institución Libre de Enseñanza, a la Residencia de Estudiantes; a Soria, a sus campos, sus montes y sus bosques, porque Machado era un ecologista; a Segovia y a Collioure, en su último viaje.
P. Trabajo a pie de campo, como hacía su maestro Gerald Brenan, a quien dedica usted el comienzo de su libro sobre el asesinato de García Lorca. ¿Aprendió mucho de él?
R. Era un autodidacta. Estos días he pensado mucho en él. La metáfora de su título El laberinto español, ¡qué acierto! Porque no hay Dios que comprenda el siglo XIX español y cuando estalló la Guerra Civil, él quiso conocer las causas. Y lo hace como un detective. Brenan es eso, un detective de la cultura y la vida y cada libro suyo es una exploración y un descubrimiento, como sus biografías sobre San Juan de la Cruz, que le criticaban por falta de rigor, pero que estaban tan bien escritas y eso es lo importante, que alguien nos abra la puerta.
P. Hay que agradecerle también esa casta de biógrafo. ¿Por qué no la tenemos en España como en otros países?
R. Brenan protesta mucho y se queja de la falta de biografías. No había de Valle-Inclán, ni de Unamuno. ¿Por qué? Por esa discontinuidad en la historia, por falta de medios, por el pudor de las familias a revelar datos que les incomodan. Las biografías cuestan muchísimo. Ésta no, porque Machado sólo viajó a París fuera de España. Pero en el caso de Dalí tuve que encontrar financiación de editores en Nueva York, Londres y España. Con Lorca ya me llevé una desilusión, nadie estaba dispuesto a embarcarse en el proyecto, así que lo hacía por las noches, a ratos robados. En España las biografías podrían hacerlas los catedráticos, que tienen su secretaria, su teléfono gratis, sus vacaciones pagadas, aunque a muchos les falte el talento. Es grave esta falta. Tenemos que saber quiénes son estos personajes porque ellos nos definen.
P. ¿Machado era un hombre triste?
R. Sí, pero también capaz de hacer reír, irónico. Podría haber sido un gran humorista, lo que es compatible con ser triste. Tenía un problema con su hermano, Manuel. Poeta, también, pero auténtico seductor Mañara y Bradomín. Antonio, en cambio, era tímido.
P. Muy enamoradizo también. Fiel a sus dos grandes pasiones, Leonor y Guiomar, de las que no se sabe gran cosa.
R. De Leonor, muy poco. Y es duro reconocerlo para mí, como biógrafo. Es muy decepcionante y para él una tragedia, como escribe Machado a la madre de Leonor: "Fulminada mi felicidad en París". El retrato de Leonor está en sus poemas como un canto, porque él es un poeta elegiaco, pero detrás de eso había una realidad. La de una niña que él conoce con 13 años y que se casa con él a los 15, cuando el poeta tenía 34. Para ella es una figura paternal, sustituye al que tuvo, que al parecer era un guardia civil jubilado y borracho que las pegaba mientras que Machado representa el contrapunto, el poeta tierno, famoso, que la trata con afecto.
P. Guiomar fue lo contrario, pero con un mismo destino trágico.
R. Machado siempre espera la mujer hospitalaria, la que le busque a él. En el caso de esta mujer, Pilar de Valderrama, fue así. Ella era una mujer bella, enigmática, católica y casada, pero su marido la engañaba y fue a buscar refugio en Machado, aunque jamás llegó a ser suya. De ella sabemos algo más porque se conservan 40 de las 240 cartas que Machado le escribió. Están en la Biblioteca Nacional porque las donaron sus hijas y ha ocurrido algo milagroso, que los trozos que ella borró con algún producto químico han vuelto a aparecer con los años y son pasajes fascinantes, en los que él confiesa lo terrible que es haberla encontrado y no poder poseerla.
P. Otra frustración, como su esperanza en España, destrozada. ¿Cómo fue su último viaje?
R. Lo he hecho varias veces. Es el éxodo bíblico. Salió de Barcelona hacia la frontera en un camino atestado de gente que huía. En Collioure hay muy mala conciencia con el trato que se les dio a los republicanos. Él llegó allí con su madre, que tenía 85 años, su hermano José y su esposa, y van a caer al hoy famoso hotel Bugnol Quintana, donde les ayudan. Pero el camino ha sido duro, lo han hecho bajo la lluvia y aunque no hay síntomas, porque tenía planes hasta de ir a la URSS, cae enfermo y muere.
P. ¿Sin luchar?
R. Muere cuando su madre está muy enferma y ella fallece días después. Son tremendos los poemas que guardaba en su gabardina. La frase del Hamlet que le obsesionó siempre, "To be or not to be", un verso alejandrino: "Estos días azules, este sol de la infancia" y otros dedicados a Guiomar. Probablemente, había abandonado toda esperanza. Sabía que todo había terminado.
Tomado de Punto de Lectura La Vanguardia, 20.04.2006
Un autor peculiar para el dia del libro
Horror cósmico
Las editoriales aún reeditan a Lovecraft, cuyos relatos continúan fascinando al lector contemporáneo
Lo más destacado de su creación fue la serie de cuentos que inaugurarán Los mitos de Cthulhu
ENRIC CASTELLÓ - 20/04/2006 - 18.10 horas
En su breve pero lúcido ensayo, Michel Houellebecq explica que cuando tenia dieciséis años un “amigo” le inició en la lectura de Lovecraft. A mi me ocurrió lo mismo cuando cursaba segundo de carrera, un “amigo” me prestó la edición de Alianza de Los mitos de Cthulhu. Como a muchos otros lectores, el descubrimiento del siniestro escritor de Providence me impresionó. A parte de padecer con sus tenebrosas historias, entendí cuáles eran los eslabones que unían a autores como Allan Poe o Mary Shelley con el terror contemporáneo. Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) es de aquellos escritores que la historia etiqueta de “innovadores”. No porque creara algo absolutamente nuevo, sino porque a partir de lo dicho supo aportar “alguna cosa más”. Lovecraft partió del terror gótico pero dejó atrás los motivos típicos del castillo encantado, los fantasmas y los muertos vivientes para fundar lo que se ha etiquetado como “terror cósmico materialista”. Es decir, el horror parte ahora de circunstancias palpables, donde hasta los científicos, los ilustrados o profesores de universidad –bastiones de la razón–, sienten el frío en sus huesos ante la evidencia y la manifestación del mal, de un mal que siempre ha estado ahí y en el que no hemos reparado. La modernidad, la civilización, genera un ruido de carreteras, autopistas de la información, luces, datos, música e imagen. Pero allá donde no llega ese escándalo, en los desiertos, en las fosas abisales, en las estepas heladas, si alguien es suficientemente sensible, puede percibir las fuerzas del mal, las manifestaciones más terribles y estremecedoras. Ese mal ha estado ahí desde tiempos inmemoriales, antes que el hombre ocupara la Tierra. El mal espera su momento para dominar el universo de nuevo, espera a las puertas, tras velos a través de los cuales algunas personas logran tener contactos terribles con ese más allá. Contra la vidaLa vida de Lovecraft fue un fracaso, aunque cultivó con maestría el relato de terror. Tuvo una relación difícil con su madre, en su juventud sufrió crisis nerviosas que le llevaron al confinamiento, su matrimonio y su trayectoria profesional fueron un desastre. Durante su vida, Lovecraft no vio sus cuentos publicados en forma de libro; se limitó a publicar algunos de ellos en revistas o readers. Endeudado, malpagado y defraudado tras su experiencia neoyorquina, reaccionó con el odio: aversión a la vida, a las personas, a la alegría y la esperanza, odio a la humanidad. El patetismo extremo del personaje se plasmó en el sentimiento de superioridad que le provocaba su ascendencia anglosajona, en su exacerbada xenofobia y en un racismo resentido que mancha buena parte de su obra literaria. Lovecraft eliminó el sexo y el dinero de sus historias; dos aspectos que detesta de la vida. Por eso en sus cuentos apenas aparecen mujeres, ni tampoco relaciones carnales o conflictos pecuniarios. Esta misoginia se mezcla con su miedo al mestizaje. En sus historias los negros o mulatos son “malencarados y extraños”. Houellebecq afirma que fue justamente su fracaso vital lo que le llevó a exacerbar su odio contra las gentes venidas de otras partes del mundo que se salían con la suya o, como mínimo eran competentes en un entorno capitalista –cosa que Lovecraft nunca consiguió. Crear un universoLo más destacado de su creación fue la serie de relatos que embastaron lo que se conocerá como Los mitos de Cthulhu. La editorial Valdemar, que ya publicó hace un tiempo estos cuentos, ha emprendido la edición de la narrativa completa de Lovecraft, un volumen para adeptos, para aquellos que quieran comprender la evolución del escritor. El libro recoge todos sus escritos de ficción hasta 1926, cuando escribe La llamada de Cthulhu, relato incluido que inaugura la saga que lo consagrará en el futuro como un escritor de culto. Entre los relatos, se encuentran los esbozos del mundo de Lovecraft en los primeros escritos. Así, leemos La maldición que cayó sobre Sarnath, donde el autor empieza a trabar una mitología de mundos ancestrales, de personajes extraordinarios, de males ignorados hasta el momento y monstruos terroríficos: “El ser humano es joven, y sabe poco de criaturas tan remotas”. También encontramos Herbert West, reanimador, cuento en el que se basará la película gore de culto Reanimator, y en el que el escritor intentó realizar una parodia de Frankenstein. Ya hacia el final del volumen encontramos historias más maduras. Lovecraft fue incubando su semilla con rencores acumulados, fracasos y desencuentros propios de una persona reaccionaria en un país cada día más mestizo y donde las antiguas estructuras sociales se desmoronaban. Su fruto fue la literatura en esta especie de relatos que crean un universo propio, que hablan de antiguas culturas y que rescatan miedos de épocas pre-humanas. Uno de los párrafos introductorios de La llamada de Cthulhu es bien significativo: “Las ciencias, esforzándose cada una en su propia dirección, nos han causado hasta ahora poco daño; pero algún día el ensamblaje de todos los conocimientos disociados abrirá tan terribles perspectivas de la realidad y de nuestra espantosa situación en ella, que o bien enloqueceremos ante tal revelación, o bien huiremos de esa luz mortal y buscaremos la paz y la seguridad en una nueva edad de tinieblas”. Sueños y miedos ancestralesLa llamada de Cthulhu erige las columnas principales en las que se asientan los mitos. El cuento explica la existencia de un culto secreto, misterioso y encarnizadamente destructor. Los adeptos veneran a los Grandes Antiguos, una especie de dioses maléficos existentes antes de la aparición del hombre. El protagonista y narrador es un joven investigador que logra encajar las piezas de un puzzle que le lleva a descubrir algunos enigmas de este antiguo culto. La negación de la esperanza, la inutilidad de la religión y la inoperancia de la ciencia son piezas clave en los planteamientos lovecraftianos. En La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, Randolf Carter sueña con la “maravillosa ciudad”. En este relato, como en tantos otros de Lovecraft, el narrador ofrece una poética versión de paisajes fantásticos, palacios fabulosos, poblados infectos, misteriosos edificios repletos de túneles traidores, de puertas que superan las dimensiones del espacio y del tiempo. Como explica Houellebecq, tras muchos años olvidado o considerado como un autor de baja estofa, los intelectuales leyeron finalmente a Lovecraft y admiraron su capacidad de invectiva y su inconmensurable imaginación, pero también dieron fe de su patético estilo. Lo cierto es que Lovecraft escribe para fanáticos, para incondicionales ávidos de sus historias y de su forma de explicarlas. En sus pasajes más extremos y trasnochados se abona también el regocijo de sus seguidores más fieles. En sus párrafos llenos de exacerbadas e reiterativas descripciones, supura la poética del retorcido prisma a través del cual plantea sus mundos macabros. Al final, no deja de ser sorprendente que el escritor siga atrayendo lectores en l’era d’Internet, que su desoladora propuesta siga atrapando entre sus páginas no sólo al consumidor freaky y adicto a los juegos de rol, sino a lectores de toda edad y condición que acaban adquiriendo y devorando sus historias, quizás atrapados en uno de los laberintos donde los ignotos e inmundos seres terribles esperan ese momento de gloria indecible propiciado por la nefasta alineación correcta de los astros.
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