
Blog de Alejandro Padrón
Tomado de BBC Mundo, Domingo, 30 de abril de 2006 - 12:35 GMT
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Amor de hombres en telenovela cubana
Fernando Rasverg BBC Mundo, La Habana
Una telenovela cubana ha roto todos los niveles de audiencia y despertado una enorme polémica en las calles, se trata de "El lado oscuro de la luna", su secreto es que toca un tema hasta ahora tabú en la televisión cubana, la homosexualidad.
La telenovela tiene los niveles de audiencia más altos de la televisión cubana.
Según personal de la televisión, la audiencia es equivalente a la de "Roque Santeiro", la telenovela brasileña más popular en la historia de Cuba y, sin lugar a dudas, despierta mucho más debate que ella.
En los centros de trabajo, de estudio y en los barrios no se habla de otra cosa, a pesar de que muchos hombres afirman, indignados, que no ven esa novela en la que un señor casado se encuentra a si mismo a través de la relación sexual con un amigo.
Ésta es la primera vez que la televisión se atreve a tocar este tema. Ni siquiera se transmitió la película "Fresa y Chocolate", un clásico del cine cubano que trata la marginación de los homosexuales en Cuba.
"Crimen" y cástigo
En "El lado oscuro de la luna" se expresan ideas como: "Cuando la gente aprenda a valorar a los demás por lo que llevan adentro y no por la forma en que se visten o por con quien se acuestan, entonces sí se podrá hablar de sentimientos verdaderos".
Cuando la gente aprenda a valorar a los demás por lo que llevan adentro y no por la forma en que se visten o por con quien se acuestan, entonces sí se podrá hablar de sentimientos verdaderos
"El lado oscuro de la luna"La telenovela muestra lo que debe enfrentar un hombre bisexual en la Cuba actual, incluidos el desprecio de su esposa, la repulsa de sus amigos y el rechazo de sus padres.
Yaser, el personaje bisexual, dice que "todo por lo que me sacrifiqué, se acabó" y su amigo y pareja le responde que lo entiende: "Yo también perdí el cariño de papá y de mis hermanos".
Diálogos como éstos son los que han despertado la polémica porque en la telenovela los dos hombres no mantienen ningún contacto físico "para evitar herir la susceptibilidad de los telespectadores".
Razones
Sin embargo, muchos son los que de todas formas se sienten heridos, entre ellos varios de los miembros de un grupo de jubilados que descansaban en un parque de La Habana.
Muchos hombres dicen que no ven la telenovela porque trata temas "groseros".
"Yo no la veo, mi mujer sí, a mí no me gusta por las groserías que dicen", le dijo a BBC Mundo uno de ellos.
Otro explicó: "Yo no me acabo de acostumbrar porque la cultura que nos dieron cuando muchachos era otra tipo de moral, por lo que esta telenovela choca conmigo".
Entre quienes defienden la telenovela, algunos tienen razones sorprendentes, como Raimara Casas: "Muy bien para que el pueblo se documente, para que los jóvenes no se engañen ni caigan en nada de eso, en esa cosa de homosexual".
De todas formas, están los que creen que es bueno que se aborde el tema porque "es importante, muestra una apertura en un tema que incluso en las telenovelas extranjeras no se profundiza", nos dijo María Nora.
Ficción y realidad
Lahera siente que, de alguna manera, está viviendo la discriminación sexual.El actor Rafael Lahera, quien encarna el papel del hombre bisexual, le expresó a la BBC que se trata de un paso de avance de la televisión cubana que "se toque un tema tan delicado en una sociedad tan machista".
Sin embargo, él ha pagado un precio por su papel.
"He tenido que soportar que me miren como un gay", nos comenta.
También dice que ha perdido trabajos porque no quieren darle "ese personaje a un gay", incapaces de diferenciar el actor del personaje.
Discriminación
Esta discriminación no es rara en un país donde en los años 60 y 70 se metían presos a los homosexuales en granjas de trabajo, por las que incluso pasaron más de una importante personalidad de la cultura o la religión.
Casas cree que la telenovela es buena para que los jóvenes no caigan en la homosexualidad.Aún hoy se margina socialmente a los homosexuales, la policía hostiga a los travestís por vestirse de mujer y el gobierno no quiere autorizar la operación de cambio de sexo de los transexuales.
Esta telenovela tal vez pueda contribuir a eliminar un poco de esa homofobia que ha condenado a muchos cubanos a abandonar la isla o a vivir durante décadas marginados en su propio país.

Viernes, 21 de Abril de 2006
Tomado de Pagina 12
la feria se inauguro con un encendido discurso de tomas eloy martinez
“El libro siempre se abre paso”
La apertura de la muestra tuvo más de un matiz. El secretario de Cultura, José Nun, anunció dos proyectos oficiales y Carlos Pazos exigió una reformulación del IVA. Martínez fustigó la ausencia de Kirchner y le dio forma a un discurso emotivo, que levantó ovaciones en la sala José Hernández.
“Leemos para aprender cómo es la respiración del mundo”, dijo Tomás Eloy Martínez.
Imagen: Bernardino Avila
Subnotas
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Actividades para hoy
Por Silvina Friera
La Feria es un clásico del otoño que ya va entrando en su madurez. “Los libros hacen historia”, el lema de esta 32ª edición, le sirvió a Tomás Eloy Martínez para proponer una relectura sobre la Constitución argentina. Lo escuchaban en primera fila el ministro de Educación, Daniel Filmus, que asistió en representación de Néstor Kirchner –nuevamente ausente con aviso, aunque prometió hacer una recorrida por la Rural como el año pasado–; el vicepresidente Daniel Scioli; el secretario de Cultura, José Nun; el jefe de Gobierno Jorge Telerman; el presidente de la Fundación El Libro, Carlos Pazos, y hasta Ernesto Sabato, que no suele mostrarse por la Feria. “Todas las grandes culturas se han creado en torno a un libro sacramental: ya sea el Pentateuco, la Torah, los Evangelios, el Shu y el Yi de Confucio, el Buddhavacana canónico de los budistas, el Chilam Balam y el Popol Vuh de la América anterior a Colón”, dijo el escritor en la sala José Hernández del predio de la Rural. “Algunas pocas naciones han tenido también la fortuna de ser proyectadas y organizadas por grandes hombres para los cuales el libro era un artículo de fe. Fueron los libros los que inspiraron a Moreno, a Belgrano, a Sarmiento. La espada desbrozó el camino, pero el libro lo creó”, dijo. El autor de El cantor de tango recordó que Sarmiento –que repetía que “las escuelas son la democracia”– inició una de las más admirables revoluciones pacíficas del siglo. “Lo que propuso fue crear otra vez el país, pero a partir del libro, apagar con civilización los fuegos de la pasada barbarie.”La ceremonia de apertura dejó bastante tela para cortar. Pazos abrió el fuego anunciando que Argentina será la invitada de honor en la Feria del Libro de Frankfurt de 2010 y lanzó un reclamo sobre el IVA aplicado a los libros. José Nun, en tanto, tomó la posta para transmitir dos proyectos oficiales que despertaron diferentes grados de entusiasmo en los presentes. Primero anunció la preparación de un proyecto de ley que, a través del diputado Jorge Coscia, se presentará en el Congreso, para crear un Instituto Nacional del Libro que buscará estimular la creación editorial. Pero fue su segundo anuncio el que despertó mejores aplausos: según dijo el funcionario, a partir de ahora todas las viviendas que entregue el Ministerio de Planificación incluirán una biblioteca de iniciación. “El libro es un instrumento decisivo para la democratización del país”, dijo Nun. “Sin acceso a la lectura, el lenguaje nace pobre y sigue siendo pobre: el libro es fundamental para una política de inclusión”, señaló.La respuesta a esas palabras tuvo su contraparte en el discurso de Eloy Martínez. Duro e irónico, el escritor lamentó “que no haya estado el Presidente para hacer los anuncios que se hicieron a través de sus funcionarios”, para apuntar, en medio de una estruendosa ovación, que “la presencia del jefe de Estado en un acto como éste es insustituible”. El discurso de apertura del escritor formará parte de la historia de la Feria: así lo decidió el público que le dedicó más de un aplauso fervoroso. “América latina entera se miró durante décadas en el espejo de nuestros libros: en los que escribíamos y en los que publicábamos”, señaló Martínez. “Recuerdo cuánto le admiraba a Gabriel García Márquez, en el invierno de 1967, que las librerías de Buenos Aires estuvieran abiertas hasta altas horas de la noche, y que las amas de casa regresaran de los mercados con libros que se compraban como artículos de primera necesidad, junto con la lechuga y el pan del almuerzo.” El escritor aclaró que los tiempos son ahora otros y que la miseria ocupa en muchos hogares el lugar que tenía antes el conocimiento. “Las batallas de estos tiempos de globalización no se libran ya para conquistar nuevos lectores o para crearlos, sino para que el mercado no los deseduque, para que los lectores no pierdan la costumbre de ver el libro como un modo de verse también a sí mismos. La globalización ha engendrado a la vez abismos de desigualdad que antes eran imposibles de imaginar, porque lo que se globaliza es el mercado, no las personas”, advirtió.Y quizá para vacunar el optimismo de muchos de los presentes, Martínez repasó un par de cifras que dan cuenta de esa desigualdad: una quinta parte de la población del mundo sigue sin tener acceso a forma alguna de educación, y más de los tres quintos restantes no pueden comprar libros. “Mil quinientos millones de personas carecen hoy de agua potable y más de mil millones viven hacinados en casas miserables, indignas de la condición humana. Mil millones de personas no saben leer ni escribir”, añadió. Para el autor de Santa Evita, la educación obligatoria de Sarmiento es ahora una utopía más inalcanzable de lo que era hace siglo y medio. “Innumerables chicos siguen sin poder ir a la escuela porque tienen que ayudar a ganar el pan de sus padres, y los que van no lo hacen para aprender sino para comer, porque a muchos de ellos la escuela les ofrece la única comida del día.”Después de repasar esta dolorosa realidad, Martínez recuperó el optimismo al plantear la importancia de la lectura. “Leemos para aprender cómo es la respiración del mundo. Y también leemos para descubrir que el mundo no respira como imaginábamos, sino de otra manera. Todo y todos somos, a cada instante, otros. Si no supiéramos leer, tampoco sabríamos pensar”, afirmó el escritor. “Cuando el poder no lee, el poder no piensa. Las dictaduras militares se negaron a leer. Con el poder iletrado no hay diálogo posible: sólo obediencia y monosílabos. Después, durante los años en los que el país fue sometido a un voraz remate, el acto de pensar se volvió ineficaz e inútil. Para prosperar, ya no era preciso leer: es decir, no hacía falta pensar. Se impuso el hábito de la discusión frívola. Cuánto nos ha costado salir de ese pantano en el que estábamos estancados, huérfanos del libro”, opinó.El escritor comparó al libro con el agua. “Se le imponen cerrojos y diques, pero siempre termina abriéndose paso. La adversidad pareciera fortalecerlo”, precisó. “Aun en los peores tiempos, las ideas que después se transformaron en palabras han soslayado las censuras y las mordazas para cantar cuatro verdades y seguir siendo incorruptibles e insumisas cuando a su alrededor todos callan, se someten y se corrompen. Ni el odio de los bárbaros ni la intolerancia de los injustos ha podido destruir el libro, porque su memoria es también la memoria de la especie humana.” El escritor pidió rescatar al libro “de la indiferencia de los que mandan, de la ceguera de los que creen que es posible vivir sin él, de la estupidez de los que imaginaron que acabarían con él quemándolo o prohibiéndolo”. Entre los aplausos se escuchó su pedido final: “Salvemos al libro, porque en el libro ha estado siempre lo mejor de nosotros”.Por su parte, Carlos Pazos se quejó por la asimetría que sufre la industria editorial con el Impuesto al Valor Agregado, “que pasa a ser un costo directo sobre el libro”, y por el cual dijo que seguirán bregando para obtener una reparación. En la misma línea de cuestiones impositivas, el presidente de la Fundación El libro confesó que lamentaba que en la reciente modificación de mínimos no imponibles para los trabajadores de la cuarta categoría no se haya tenido en cuenta a los trabajadores de la cultura, que son los autores. “El mínimo no imponible para ellos continúa siendo de 833 pesos por mes. Esto, si no se modifica, es una causa más, aparte de la fotocopia ilegal y de la piratería de libros, para desalentar la creación”, explicó. “Un autor menos es una opinión que deja de expresarse ante la sociedad”.

En torno a la polémica sobre la literatura venezolana
Alejandro Padrón*
He seguido con interés la polémica que se ha suscitado en la prensa venezolana con motivo a la publicación de varios artículos o ensayos escritos por Roberto Echeto, Antonio López Ortega, Leroy Gutiérrez, Milton Quero, Juan Carlos Chirinos y algunas réplicas más o menos inteligentes de alguno de estos autores sobre la literatura venezolana. En verdad, las opiniones críticas pudieran ser divididas en tres grupos: quienes opinan que la literatura venezolana está en crisis, los que creen en su buena salud, mientras otro grupo, y esta es una posición intermedia entre las dos anteriores: considera que la literatura en nuestro país ha experimentado un progreso importante pero le falta mucho para alcanzar su madurez. A juzgar por la percepción como lector y la comparación hecha con las obras más relevantes de la literatura nacional e internacional, es justo opinar al menos, que la nuestra goza de buena salud como organismo vivo en pleno proceso de desarrollo y con una mutación hacia estadios superiores sin que ello pretenda significar que hemos alcanzado los niveles de proposiciones estéticas y narrativas de las grandes obras de la literatura universal del pasado o del presente. Sería este el rasero de comparación en un intento por mirar donde nos encontramos. Se impone con urgencia desviar la mirada hacia otros ombligos. La buena literatura se reconoce aquí y en Pekín. Y la nuestra tendrá su espacio en el tiempo. Es cierto, nos faltan editoriales para publicar nuestras obras, la distribución del libro no es buena, nosotros mismos nos echemos paja unos a otros, nos cuesta ser publicados en el extranjero, para mencionar sólo algunos aspectos, que aún siendo harina del mismo costal, son ajenos a la calidad literaria de nuestras obras. Sabemos muy bien strictu sensu, que la calidad de la obra guarda poca relación con la lectura masiva de la misma, con ganar concursos de prestigio o contar con críticas elogiosas o benévolas sobre la obra escrita. En consecuencia, como dicen por allí, lo que en verdad necesitamos es culo para resistir las horas de trabajo escribiendo, y constancia en nuestras convicciones literarias. Algo de talento es recomendable, por supuesto. Y sobre todo, tener cuidado de no ser tan inteligente, porque está demostrado que puede afectar la narrativa. Ya lo decía Borges en una conferencia grabada recién descubierta en Harvard: “cuando estoy escribiendo algo trato de no entenderlo, no creo que la inteligencia tenga mucho que ver con el trabajo de un escritor”.
Quizás pueda ayudar al desarrollo de una literatura vigorosa una crítica honesta y abierta, despojada de corsés y de compromisos con fines inconfesables. Una crítica valiente sin miedo a señalar o a herir o a cuidarse las espaldas. Desprovista de afecto y más dedicada a la forma y a la técnica de lo narrado. En la polémica actual, la crítica, y la crítica de la crítica, parece un flirteo con guantes de seda para no herir susceptibilidades. Se esconde en la formalidad y en la elegancia de las buenas costumbres lo nodal del asunto. Se ironiza y se acusan los golpes con respuestas esculpidas. No se trata de plantear una guerra o de convertirse en un enfant terrible, se impone más bien una obligación ética consigo mismo en la difícil tarea de opinar y analizar con criterios y riesgos no siempre compartidos.
Por otra parte, de esta polémica literaria puede sacarse otra conclusión: están “vivos” sus actores tanto críticos como escritores, un signo adicional de cierta salud. Ahora, si ellos son buenos o malos –dependerá del rasero de referencia utilizado-, esto ya es otra cuestión (importantísima, por cierto), pero andamos por buen camino, eso puede ser constatado. Muestra de ello son los escritores J.M. Briceño Guerreo, el poeta Eugenio Montejo, Adriano González León, Ednodio Quintero, José Balza, Fernando Báez, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, y el crítico Victor Bravo para mencionar algunos escritores vivos con publicaciones en otros países. Esto no es para dormirnos en los laureles pero es un paso en el reconocimiento de ciertos valores a la narrativa nacional.
Quizás sea útil reconocer sin embargo, que nuestra literatura actual no cuenta con un Paul Auster, o un Martin Amis, o un Ian McEwan, o un J.M Coetzee, o un Vila-Matas, o un Antonio Tabucchi, o un Chuck Palahniuk o un Georges Perec, para sólo señalar una lista arbitraria y muy personal, de extraordinarios narradores. Y eximámonos de nombrar siquiera a las grandes figuras de la literatura universal ya desaparecidas. Justamente, este es el reto: confrontarnos con los grandes, apuntar siempre bien alto teniendo en cuenta nuestra propia realidad, y tener presente, como dice un amigo colombiano residenciado en Barcelona, el escritor Juan Gabriel Vázquez, autor de una excelente novela: Los Informantes: en cuidarse de no convertirse en un best seller. Por lo pronto, tenemos derecho a cocinarnos en nuestra propia salsa pensando en otras, y hacernos respetar, claro está, por la calidad de la obra escrita. Eso no dependerá de más nadie, sino de nosotros mismos.
* Escritor venezolano.
Alejandro Padrón*
He seguido con interés la polémica que se ha suscitado en la prensa venezolana con motivo a la publicación de varios artículos o ensayos escritos por Roberto Echeto, Antonio López Ortega, Leroy Gutiérrez, Milton Quero, Juan Carlos Chirinos y algunas réplicas más o menos inteligentes de alguno de estos autores sobre la literatura venezolana. En verdad, las opiniones críticas pudieran ser divididas en tres grupos: quienes opinan que la literatura venezolana está en crisis, los que creen en su buena salud, mientras otro grupo, y esta es una posición intermedia entre las dos anteriores: considera que la literatura en nuestro país ha experimentado un progreso importante pero le falta mucho para alcanzar su madurez. A juzgar por la percepción como lector y la comparación hecha con las obras más relevantes de la literatura nacional e internacional, es justo opinar al menos, que la nuestra goza de buena salud como organismo vivo en pleno proceso de desarrollo y con una mutación hacia estadios superiores sin que ello pretenda significar que hemos alcanzado los niveles de proposiciones estéticas y narrativas de las grandes obras de la literatura universal del pasado o del presente. Sería este el rasero de comparación en un intento por mirar donde nos encontramos. Se impone con urgencia desviar la mirada hacia otros ombligos. La buena literatura se reconoce aquí y en Pekín. Y la nuestra tendrá su espacio en el tiempo. Es cierto, nos faltan editoriales para publicar nuestras obras, la distribución del libro no es buena, nosotros mismos nos echemos paja unos a otros, nos cuesta ser publicados en el extranjero, para mencionar sólo algunos aspectos, que aún siendo harina del mismo costal, son ajenos a la calidad literaria de nuestras obras. Sabemos muy bien strictu sensu, que la calidad de la obra guarda poca relación con la lectura masiva de la misma, con ganar concursos de prestigio o contar con críticas elogiosas o benévolas sobre la obra escrita. En consecuencia, como dicen por allí, lo que en verdad necesitamos es culo para resistir las horas de trabajo escribiendo, y constancia en nuestras convicciones literarias. Algo de talento es recomendable, por supuesto. Y sobre todo, tener cuidado de no ser tan inteligente, porque está demostrado que puede afectar la narrativa. Ya lo decía Borges en una conferencia grabada recién descubierta en Harvard: “cuando estoy escribiendo algo trato de no entenderlo, no creo que la inteligencia tenga mucho que ver con el trabajo de un escritor”.
Quizás pueda ayudar al desarrollo de una literatura vigorosa una crítica honesta y abierta, despojada de corsés y de compromisos con fines inconfesables. Una crítica valiente sin miedo a señalar o a herir o a cuidarse las espaldas. Desprovista de afecto y más dedicada a la forma y a la técnica de lo narrado. En la polémica actual, la crítica, y la crítica de la crítica, parece un flirteo con guantes de seda para no herir susceptibilidades. Se esconde en la formalidad y en la elegancia de las buenas costumbres lo nodal del asunto. Se ironiza y se acusan los golpes con respuestas esculpidas. No se trata de plantear una guerra o de convertirse en un enfant terrible, se impone más bien una obligación ética consigo mismo en la difícil tarea de opinar y analizar con criterios y riesgos no siempre compartidos.
Por otra parte, de esta polémica literaria puede sacarse otra conclusión: están “vivos” sus actores tanto críticos como escritores, un signo adicional de cierta salud. Ahora, si ellos son buenos o malos –dependerá del rasero de referencia utilizado-, esto ya es otra cuestión (importantísima, por cierto), pero andamos por buen camino, eso puede ser constatado. Muestra de ello son los escritores J.M. Briceño Guerreo, el poeta Eugenio Montejo, Adriano González León, Ednodio Quintero, José Balza, Fernando Báez, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, y el crítico Victor Bravo para mencionar algunos escritores vivos con publicaciones en otros países. Esto no es para dormirnos en los laureles pero es un paso en el reconocimiento de ciertos valores a la narrativa nacional.
Quizás sea útil reconocer sin embargo, que nuestra literatura actual no cuenta con un Paul Auster, o un Martin Amis, o un Ian McEwan, o un J.M Coetzee, o un Vila-Matas, o un Antonio Tabucchi, o un Chuck Palahniuk o un Georges Perec, para sólo señalar una lista arbitraria y muy personal, de extraordinarios narradores. Y eximámonos de nombrar siquiera a las grandes figuras de la literatura universal ya desaparecidas. Justamente, este es el reto: confrontarnos con los grandes, apuntar siempre bien alto teniendo en cuenta nuestra propia realidad, y tener presente, como dice un amigo colombiano residenciado en Barcelona, el escritor Juan Gabriel Vázquez, autor de una excelente novela: Los Informantes: en cuidarse de no convertirse en un best seller. Por lo pronto, tenemos derecho a cocinarnos en nuestra propia salsa pensando en otras, y hacernos respetar, claro está, por la calidad de la obra escrita. Eso no dependerá de más nadie, sino de nosotros mismos.
* Escritor venezolano.