Monday, September 12, 2005

crítica literaria


Blog de Alejandro Padrón

CRÍTICA
Cuadros satíricos de Bulgákov
Los relatos, escenas y crónicas periodísticas de Mijaíl Bulgákov reunidos en este libro retratan la sociedad soviética de principios del estalinismo.
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Tomado de BABELIA - 06-05-2006

Retrato del escritor Mijaíl Bulgákov visto por Tullio Pericoli. ampliar
RELATOS DE MOSCÚ
Mijaíl Bulgákov
Traducción de Jorge Segovia y Violeta Beck
Maldoror. Madrid, 2006
158 páginas. 18 euros
Los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia fueron años de esplendor artístico de tal calidad que fundaron una edad de plata en la literatura en lengua rusa, acorde con el formidable auge de las vanguardias en la Europa de principios de siglo; pero también, a partir del ascenso de Stalin al poder, conocieron una lucha ciega y feroz contra la cultura no sometida al Poder que acabó con la vida o la voz pública de los mejores creadores de esa misma edad de plata. De entre los narradores, tres nombres destacan: Isaac Babel, detenido y desaparecido sin dejar rastro en 1939; Andréi Platónov, muerto en 1951, y Mijaíl Bulgákov, muerto en 1940. Los tres fueron "maestros del silencio" puesto que su obra fue silenciada ignominiosamente desde el año 1929 y los tres fueron maltratados y perseguidos. La dos obras maestras de Platónov y Bulgákov (respectivamente, Chevengur, Cátedra, y El maestro y Margarita, Alianza) se publicaron por vez primera en la URSS en 1988 la primera y en 1965 la segunda. No es ocioso recordar que se trata de dos novelas fundamentales en la narrativa europea del siglo pasado.
Bulgákov inició su actividad literaria como periodista y autor teatral. A los 30 años abandona su profesión de médico y se dedica a la literatura. Pronto dará a conocer una gran novela, La guardia blanca (Destino) y después dramas como Los días de los Turbin, de gran éxito, relatos, la novela Novela teatral (Alianza), de publicación póstuma, el drama Moliére, que aún consigue estrenar, y por fin su obra maestra que queda inédita hasta el año 1965. Bulgákov es un formidable escritor satírico, en la mejor tradición rusa que proviene de Gógol, lo que en los tiempos que le tocó vivir no era precisamente el mejor crédito.
Estos Relatos de Moscú, que
hoy comentamos, no es una obra mayor, pero es Bulgákov en estado puro. Los lectores que recuerden aquel capítulo de El maestro y Margarita en que nos adentramos en la sede de la Asociación de Artistas Soviéticos en el edificio Griboyédov para vivir una de las escenas más hilarantes de la novela ya pueden empezar a refocilarse porque es esa clase de sátira la que contiene estos textos. Los Relatos son, en realidad, una miscelánea, pues si bien hay relatos propiamente dichos, muchos de los textos son simples escenas y e incluso crónicas periodísticas. Todos tienen en común el retrato de la sociedad soviética de principios del estalinismo y hay que decir que Bulgákov, cuando mete el cuchillo, lo hace hasta el mango. Pocas veces habremos de encontrar un humor tan cruel, tan terrible que el lector, al levantar los ojos del papel y antes de volver a posarlos en él para reír a gusto, no sienta también un verdadero escalofrío. Bulgákov es feroz y no resulta extraño pensando en la desesperación a la que todos aquellos creadores empujó la brutalidad de los servidores del Poder.
Los textos abarcan un varia-
do abanico de asuntos, todos ellos más cercanos al retrato que al cuento propiamente dicho. Los hay que tratan de la burocracia soviética en el mundo de los escritores, como puede verse en 'La bohemia', donde uno de ellos se ve obligado a escribir una malísima obra revolucionaria que tiene un gran éxito. Otro blanco es la mediocridad de la moral social, muy bien contada en 'Mam'zelle Jeanne'. No escapa a su mirada el sindicalismo, en especial en el relato realmente tronchante de 'La momia egipcia'. Un blanco preferido es el alcoholismo, con varios relatos entre los que destaca el titulado 'Ley seca', donde se nos describe un edificio que no tendría nada que envidiar a los más tirados y cutres del Bronx neoyorquino, pero a la rusa. Hay alguno que nos ofrece consejos morales, como 'Del maltrato de las esposas' y una fábula sobre el paso de la Rusia refinada a manos del proletariado en 'La comuna obrera Elpite número 13'. Hay una sátira soberbia acerca del modo en que se debe dominar y dirigir una asamblea en 'Campeón del mundo'... En fin, que el libro, siendo un libro menor en la siempre excelente producción de su autor, no tiene desperdicio y, desgraciadamente, sigue teniendo vigencia en la eterna lucha del hombre por doblegar, encasillar y encarrilar al hombre. Hallaremos a menudo un punto de ternura en cada texto, sin embargo, porque el humor no acaba de soltar ese cabo, pero siempre bajo el imperio de la lucidez y el desgarro íntimo del escritor.
Hay algunas resoluciones extrañas en la traducción que llaman la atención. En las páginas de respeto, sólo se hace referencia al título francés de la obra, lo que lleva a pensar que no se ha traducido del ruso sino del francés, lo cual significa un paso por tres idiomas. No sé si esto afecta a esas extrañezas, pero en todo caso, habiendo buenos traductores del ruso al español, no se entiende esta opción, caso de ser cierta.

Blog de ALEJANDRO PADRÓN

PREMIO CERVANTES 2005
CRÍTICA
CRÍTICA
Cuadros satíricos de Bulgákov
Los relatos, escenas y crónicas periodísticas de Mijaíl Bulgákov reunidos en este libro retratan la sociedad soviética de principios del estalinismo.
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
BABELIA - 06-05-2006

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Retrato del escritor Mijaíl Bulgákov visto por Tullio Pericoli. ampliar
RELATOS DE MOSCÚ
Mijaíl Bulgákov
Traducción de Jorge Segovia y Violeta Beck
Maldoror. Madrid, 2006
158 páginas. 18 euros
Los años que siguieron a la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia fueron años de esplendor artístico de tal calidad que fundaron una edad de plata en la literatura en lengua rusa, acorde con el formidable auge de las vanguardias en la Europa de principios de siglo; pero también, a partir del ascenso de Stalin al poder, conocieron una lucha ciega y feroz contra la cultura no sometida al Poder que acabó con la vida o la voz pública de los mejores creadores de esa misma edad de plata. De entre los narradores, tres nombres destacan: Isaac Babel, detenido y desaparecido sin dejar rastro en 1939; Andréi Platónov, muerto en 1951, y Mijaíl Bulgákov, muerto en 1940. Los tres fueron "maestros del silencio" puesto que su obra fue silenciada ignominiosamente desde el año 1929 y los tres fueron maltratados y perseguidos. La dos obras maestras de Platónov y Bulgákov (respectivamente, Chevengur, Cátedra, y El maestro y Margarita, Alianza) se publicaron por vez primera en la URSS en 1988 la primera y en 1965 la segunda. No es ocioso recordar que se trata de dos novelas fundamentales en la narrativa europea del siglo pasado.
Bulgákov inició su actividad literaria como periodista y autor teatral. A los 30 años abandona su profesión de médico y se dedica a la literatura. Pronto dará a conocer una gran novela, La guardia blanca (Destino) y después dramas como Los días de los Turbin, de gran éxito, relatos, la novela Novela teatral (Alianza), de publicación póstuma, el drama Moliére, que aún consigue estrenar, y por fin su obra maestra que queda inédita hasta el año 1965. Bulgákov es un formidable escritor satírico, en la mejor tradición rusa que proviene de Gógol, lo que en los tiempos que le tocó vivir no era precisamente el mejor crédito.
Estos Relatos de Moscú, que
hoy comentamos, no es una obra mayor, pero es Bulgákov en estado puro. Los lectores que recuerden aquel capítulo de El maestro y Margarita en que nos adentramos en la sede de la Asociación de Artistas Soviéticos en el edificio Griboyédov para vivir una de las escenas más hilarantes de la novela ya pueden empezar a refocilarse porque es esa clase de sátira la que contiene estos textos. Los Relatos son, en realidad, una miscelánea, pues si bien hay relatos propiamente dichos, muchos de los textos son simples escenas y e incluso crónicas periodísticas. Todos tienen en común el retrato de la sociedad soviética de principios del estalinismo y hay que decir que Bulgákov, cuando mete el cuchillo, lo hace hasta el mango. Pocas veces habremos de encontrar un humor tan cruel, tan terrible que el lector, al levantar los ojos del papel y antes de volver a posarlos en él para reír a gusto, no sienta también un verdadero escalofrío. Bulgákov es feroz y no resulta extraño pensando en la desesperación a la que todos aquellos creadores empujó la brutalidad de los servidores del Poder.
Los textos abarcan un varia-
do abanico de asuntos, todos ellos más cercanos al retrato que al cuento propiamente dicho. Los hay que tratan de la burocracia soviética en el mundo de los escritores, como puede verse en 'La bohemia', donde uno de ellos se ve obligado a escribir una malísima obra revolucionaria que tiene un gran éxito. Otro blanco es la mediocridad de la moral social, muy bien contada en 'Mam'zelle Jeanne'. No escapa a su mirada el sindicalismo, en especial en el relato realmente tronchante de 'La momia egipcia'. Un blanco preferido es el alcoholismo, con varios relatos entre los que destaca el titulado 'Ley seca', donde se nos describe un edificio que no tendría nada que envidiar a los más tirados y cutres del Bronx neoyorquino, pero a la rusa. Hay alguno que nos ofrece consejos morales, como 'Del maltrato de las esposas' y una fábula sobre el paso de la Rusia refinada a manos del proletariado en 'La comuna obrera Elpite número 13'. Hay una sátira soberbia acerca del modo en que se debe dominar y dirigir una asamblea en 'Campeón del mundo'... En fin, que el libro, siendo un libro menor en la siempre excelente producción de su autor, no tiene desperdicio y, desgraciadamente, sigue teniendo vigencia en la eterna lucha del hombre por doblegar, encasillar y encarrilar al hombre. Hallaremos a menudo un punto de ternura en cada texto, sin embargo, porque el humor no acaba de soltar ese cabo, pero siempre bajo el imperio de la lucidez y el desgarro íntimo del escritor.
Hay algunas resoluciones extrañas en la traducción que llaman la atención. En las páginas de respeto, sólo se hace referencia al título francés de la obra, lo que lleva a pensar que no se ha traducido del ruso sino del francés, lo cual significa un paso por tres idiomas. No sé si esto afecta a esas extrañezas, pero en todo caso, habiendo buenos traductores del ruso al español, no se entiende esta opción, caso de ser cierta.
Ficción y crítica
El escritor mexicano reúne en Soñar la realidad una serie de artículos autobiográficos, cuentos y apuntes críticos. Un volumen que ofrece las claves para conocer y reconocer las artes literarias de este autor y gran viajero, para quien la realidad y la ficción no están separadas.
EDGARDO DOBRY
Tomado de BABELIA - 22-04-2006

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SOÑAR LA REALIDAD. Una antología personal
Sergio Pitol
Mondadori. Barcelona, 2006
312 páginas. 17,50 euros
La estructura de este libro reproduce la forma misma de muchos escritos de Pitol: junta ficción y reflexión, invención y crítica, experiencia vivida hecha escritura y vuelta a ser experiencia leída. Como dice él mismo al preguntarse acerca de uno de sus títulos, El arte de la fuga, volumen también hecho de pasajes y mezclas: "La Fuga [permite] establecer una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la gavota y el mambo". Fuga y fractal de la ficción, porque "todo está en todas las cosas", como dice Pitol, que en Soñar la realidad divide -o esparce- sus trabajos en tres secciones: una de artículos autobiográficos, otra de cuentos, la tercera de apuntes críticos. El libro, publicado originalmente en México en 1998, reagrupa materiales que, en muy buena medida, ya eran conocidos para el lector español: de las secciones primera y tercera, varios pertenecen al mencionado El arte de la fuga (Anagrama, 1997), y de los diez relatos hay sólo dos que no formaron parte de la recopilación Los mejores cuentos (Anagrama, 2005).
Pitol es un escritor de con-
ciencia borgeana en su manera de asumir que realidad y literatura no son dos entidades separadas y eventualmente cortocircuitadas a voluntad del escritor, sino esferas de relaciones cambiantes, indiscernibles, como la materia y su espejo (pero donde ya no se sabe de qué lado está la imagen o su doble). 'El sueño de lo real', resume en diez páginas la entera trayectoria literaria de Pitol, donde el itinerario y el destino literario se hacen tal en la escritura. Figura de autor hecha de idas y venidas, de casi treinta años europeos en los que Pitol es un escritor mexicano en Varsovia -donde traduce autores entonces casi desconocidos y hoy clásicos entre nosotros, en buena medida gracias a su labor-, o en Praga, Roma, Barcelona. En su juventud y en las vueltas al país natal su amigo y álter ego es el crítico y ensayista Carlos Monsiváis, figura central de la cultura mexicana de los últimos cincuenta años: a él dedica uno de los artículos fundamentales del libro -'Con Monsiváis, el joven'-, como a él le dedicó también su primer cuento, 'Victorio Ferri cuenta un cuento', incluido en este volumen. Monsiváis y Pitol se mueven por el México de 1957 y se cruzan con Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Max Aub, Salvador Elizondo, Enrique Díez-Canedo, Rosario Castellanos, Jaime García Tarrés. Es un autorretrato con -al fondo- una ciudad plena de inquietudes, donde la máxima alerta política es, al mismo tiempo, el más poderoso estímulo intelectual.
En otro capítulo Pitol recorre varias ciudades alemanas y hace dialogar lo que ve durante el día con las novelas de Theodor Fontane, que lee en las noches de hotel. Los laberintos del irlandés Flann O'Brien leídos por Borges; el problemático lugar de Arthur Schnitzler en la gran literatura centroeuropea de su tiempo; un diario de lectura de los diarios de Thomas Mann (Mann lector de Kafka; Mann leído por Kundera); el Coloquio de los perros de Cervantes evocado desde el Corazón de perro de Bulgákov. Distintas estrategias para ahuyentar toda idea ingenua acerca de la literatura y de sus interpretaciones, que sin embargo nunca vencen ese fascinado candor tan propiamente americano. Porque está atravesada de pasajes, conexiones y relaciones que se rehacen todo el tiempo, la literatura de Pitol elude lo asertivo o apodíctico: nace de sucesivas preguntas a cuyas respuestas tiende. La pregunta, por ejemplo, acerca de cómo escribe, cómo debiera escribir un narrador mexicano con media vida hecha en Europa, que ha visto transformarse varias veces las ciudades donde transcurrió la escena de su vida. Y porque necesita del diálogo, el lector de Pitol está llamado a ser más, a ser un interlocutor, como aquel que aporta la cambiante interrogación sin la cual el texto no se pone en marcha. Basta abrir este libro por cualquiera de sus páginas para verse sometido a ese desafío generoso.

CRÍTICA
Poética del ensueño
Cees Nooteboom narra la perplejidad metafísica que desencadena en una mujer su violación. El escritor holandés despliega lucidez poética, la maestría del inventor de historias y gran capacidad de análisis en Perdido el paraíso.
JESÚS AGUADO
Tomado de BABELIA - 15-04-2006

Detalle del fresco de la ermita de San Antonio de la Florida (Madrid), de Goya. ampliar
Perdido el paraíso
Cees Nooteboom
Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal.
Siruela. Madrid, 2006. 184 páginas. 16 euros.
Perdut el paradís. Traducción de Mariona Gratacòs.
Bromera. Alzira, 2006.
176 páginas. 16 euros.
Perdido el paraíso es una novela breve y un poema extenso: la historia de Alma, una brasileña violada en una favela que viaja a Australia para curarse de la perplejidad metafísica que eso desencadena tanto en su cuerpo como en su espíritu, y una reescritura del famoso libro de Milton al que el autor se refiere en el título y luego cita a lo largo del texto de manera reiterada. También es una reflexión sobre los ángeles, antaño un símbolo poderoso que determinaba la realidad de los hombres pero que hoy apenas sirve a causas menores como el new age y las tiendas de decoración kitsch. Unos ángeles que, de la mano de Klee y de su exégeta, Benjamin, y con Rilke de testigo (los tres presentes en la novela de Nooteboom), nos muestran la diferencia que hay entre el mundo de Milton y el nuestro: que mientras entonces los ángeles descendían sobre nosotros como mensajeros o como tentadores, como enviados o como enemigos de Dios, ahora somos nosotros los que, una vez abolidos los cielos y comprados a precio de saldo los infiernos, tenemos la necesidad de aprender a alzarnos, para no morir asfixiados por el fango, aunque sea con alas y con sentimientos de juguete. Perdido el paraíso es la novela de una mujer que busca darle la vuelta a su vida en los antípodas -al igual que en Australia las aguas giran en los sumideros del revés, quizá también lo hagan las emociones, las ideas, los recuerdos, que así podrán transformarse en lo contrario de lo que son- y el poema de la ruina que somos, ese sinsentido y ese horror que nos envuelve a todos.
Es también algo más: la for
mulación explícita de una poética del ensueño (que aquí encarnan los aborígenes australianos y que es un diálogo con el Bruce Chatwin de Los trazos de la canción, mítico viajero al que no se nombra en esta novela pero sí en El día de todas las almas) que tiene mucho que ver con ese ir trazando mapas sonoros a lo largo y lo ancho del mundo, ese ir entretejiendo voces que se sueñan las unas a las otras sin pretender descifrarse, al que Nooteboom se ha entregado en sus novelas, sus ensayos, sus poemas, y sus libros de viajes. El ensueño como manera de ir transmitiendo un misterio, el misterio de la vida, desde fuera del Progreso y la Barbarie y como vehículo para visitar un paraíso perdido en el que no sabremos quedarnos pero del que podremos traernos un destello en forma de verso o de relato.
Cees Nooteboom es uno de los escritores europeos más originales y polifacéticos. Y uno de los más inquietos: en Hotel Nómada afirma que el movimiento (el del viajero incansable que siempre ha sido) y la calma (los periodos en los que se detiene a escribir) se equilibran en él mutuamente, una conciliación de contrarios que define también sus libros, que saltan de Holanda a Japón, de Tailandia a Alemania o de Bolivia a Malí (a veces en aviones o barcos pero otras, como en La historia siguiente, en la que el protagonista se acuesta en Amsterdam y se despierta en Lisboa, por medios sobrenaturales) y de un universo mental a otro sin que la sensación sea de vértigo geográfico o de inverosimilitud antropológica, filosófica o narrativa. Rituales quizá siga siendo su obra más conocida y El día de todas las almas, la más ambiciosa, pero creo que en Perdido el paraíso ha conseguido aunar en un solo texto sus principales virtudes: la lucidez embriagada del poeta, la maestría del inventor de historias y la capacidad de análisis del cultísimo hombre que es. Que la haya situado en su mayor parte en Australia, ese país que ha fascinado a cineastas como Herzog o a artistas y poetas como Frieda Hughes (la hija de Silvia Plath y de Ted Hughes), no es tan extraño: sólo andando cabeza abajo, que es lo que hacen en nuestro imaginario los habitantes de Oceanía, podremos caer hacia arriba, el posible principio del vuelo del ángel que todos llevamos dentro. Una hermosísima novela con alas de verdad que dan ganas de aprenderse de memoria como si fuera un poema.
Cees Nooteboom. Perdido el paraíso. Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal. Siruela. Madrid, 2006. 184 páginas. 16 euros. Perdut el paradís. Traducción de Mariona Gratacòs. Bromera. Alzira, 2006. 176 páginas. 16 euros.

CRÍTICA
Guerra después de la guerra
FERNANDO CASTANEDO
Tomado de BABELIA - 15-04-2006

ABRIL ROJO
SANTIAGO RONCAGLIOLO
ALFAGUARA.
MADRID 2006
331 PÁGINAS. 19
50 EUROS

En la Antigüedad, los soldados griegos que regresaban de la guerra debían pasar por un proceso de purificación antes de reincorporarse a la sociedad que habían salido a defender. La purificación consistía, rituales aparte, en un exilio temporal de la polis. En Abril rojo, la última novela de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), un comandante del ejército peruano tiene una visión más pesimista: "La gente que mata demasiado ya no se arregla". No hay purificación que valga. Y tampoco importa si uno es guerrero o no; la población civil comparte sangre con los asesinos y los muertos, salpica y se ve salpicada, e intenta arreglarse como buenamente puede.
Este conflicto, el de un trauma colectivo aparentemente superado, negado una y otra vez por las ansias de olvidar pero que, como lo reprimido, regresa con una violencia enloquecida e imparable, es la principal materia poética de Abril rojo. Para armar esta magnífica crónica del miedo y del horror, Roncagliolo ha echado mano de la novela negra, con elementos del thriller y el trasfondo de la intriga política. La novela se integra perfectamente en las crónicas que relatan cómo le salpicó la sangre a un individuo durante la guerra entre el ejército peruano y los terroristas de Sendero Luminoso (y digo guerra porque así insisten en llamarla los personajes), una guerra que es a los escritores peruanos lo que la Guerra Civil a los españoles: fuente inagotable de fábulas.
La novela narra la investi
gación judicial del fiscal Félix Chacaltana Saldívar tras la aparición de un cadáver medio calcinado. Chacaltana, que sólo lleva un año destinado en Ayacucho, se encuentra al principio con obstáculos y estrategias disuasorias de los militares, la policía y otras fuerzas vivas. Contra viento y marea, el fiscal insiste en realizar las pesquisas correspondientes. Este celo profesional, el del funcionario empeñado en que se cumplan a rajatabla los procedimientos jurídicos y en que las leyes se apliquen con rigor absoluto, paradójicamente irá alimentando su investigación con nuevos cadáveres.
Chacaltana, como consecuencia de ello, experimenta una transformación radical. Al principio podría parecer un personaje ingenuo y ridículo, casi un soldado Schwejk o un Don Quijote, obstinado en suplir su ignorancia del mundo con la proyección de lo que ha leído (en este caso códigos legales). Poco a poco, a medida que toma conciencia de que sus actuaciones en nombre de la ley no sólo no han servido para aclarar el crimen inicial, sino que han propiciado más asesinatos, se va convirtiendo en uno más de los tarados por la guerra. Al final, y no sucede únicamente con Chacaltana, no hay quien lo reconozca. La novela se desarrolla durante la Cuaresma y la Semana Santa de 2000, un tiempo que Roncagliolo ha aprovechado para ir desvelando, con la precisión de un metrónomo, los traumas que cada personaje creía propios e íntimos, y que resultan colectivos y públicos.
Pero aparte de mostrar la esencia traumática común a todos, este relato logra un efecto añadido bastante más turbador. Conforme se alumbran los rincones más mugrientos de la guerra entre el Gobierno y los terroristas, se confunden también los discursos y las acciones supuestamente característicos del primero y los segundos. La guerra ensucia a todos por igual. Abril rojo dibuja un friso con representaciones de todos los estamentos y las banderías; todos con deformidades parecidas; todos ilegales y legítimos al mismo tiempo y en distintos estratos. Y todos, en esta novela de diálogos magistrales y ritmo arrebatado, con unas ganas tremendas de dar con un ritual común para la purificación o, como decía el comandante de la novela, para arreglarse.

ENTREVISTA: Santiago Roncagliolo
"Mi literatura se ha españolizado al vivir aquí"
FIETTA JARQUE
Tomado de BABELIA - 15-04-2006

El escritor peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), ganador del Premio Alfaguara 2006. (MARCEL·LÍ SÀENZ) ampliar

"Perú es un país tan extremo y delirante que quizá no sea tan perfecto para vivir, pero sí es perfecto para narrar"
Sentado tranquilamente en la arena frente al mar, en Barcelona, Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) parece muy lejano del escenario de su novela Abril rojo. Un thriller que engancha de inmediato al lector, en una atmósfera con olor a sangre, misterio y miedo, pero que curiosamente empieza con un personaje casi cómico: el fiscal de distrito adjunto Félix Chacaltana Saldívar. El ganador más joven del Premio Alfaguara, autor de las novelas El príncipe de los caimanes (Planeta, 2002), Pudor (Alfaguara, 2005) y el libro de cuentos Crecer es un oficio triste (El Cobre, 2003), aborda en Abril rojo un terreno abonado por el terror y el espectro de la muerte.
PREGUNTA. ¿Es esta novela una especie de exorcismo histórico?
RESPUESTA. Sí, pero pasa primero por un exorcismo personal. Antes de venir a España, entre los años 1999 y 2000, trabajé en Perú en la oficina de Derechos Humanos. Eran los últimos años de Fujimori y existía el fantasma del terrorismo pero no existía aún el fantasma del terrorismo de Estado. En la Defensoría del Pueblo hacíamos estudios sobre los desaparecidos, trabajos en cárceles. Mientras descubría las torturas, me iba sumergiendo en el horror. Yo era consciente de los crímenes que había cometido Sendero Luminoso, pero esto era ver la cara del horror que había sido cometido en mi nombre, en el de la democracia.
P. ¿Es ésa la experiencia que traslada a Abril rojo?
R. El que vive el fiscal Félix Chacaltana Saldívar es el mismo proceso que yo viví, transfigurado en la ficción. Es decir, es el proceso de inmersión en el horror que él no quiere ver, que a él nadie le ha explicado que existe, y que él trata de negar hasta que es tan brutal la evidencia que no puede ya rechazarla.
P. Uno de los elementos que más utiliza en esta novela es cierta imaginería cristiana, ritual. Que es lo que da el ambiente más terrorífico.
R. Cuando fui a ver la Semana Santa en Ayacucho, lo que más me impresionó fue lo tétrica que es. El escenario de esta novela es esta celebración de la muerte, las procesiones del Cristo, en una urna, bañado en flores, ensangrentado, y toda la ciudad a oscuras iluminada sólo con velas.
P. Es una ciudad, además, cuyo nombre significa "rincón de los muertos".
R. Ayacucho tiene una larga historia de muerte, no sólo con Sendero Luminoso. Es una ciudad que ha sido siempre el límite de las revoluciones indígenas. Sendero es sólo una cara más de lo que ha sucedido en los últimos 500 años. También por eso me interesaba que el asesino en serie fuera decorando sus cadáveres o disfrazando a sus víctimas en relación con lo que ocurría cada día de la Semana Santa. No sólo es una celebración de la muerte sino de lo que la muerte permite, que es la resurrección. Y eso tiene que ver con muchos mitos andinos, como el del Inkarri, el regreso del inca. Es el tipo de mitos que justifica la muerte.
P. Es que la muerte, cuando es producto de una deformación psíquica, incluso colectiva, es cuando adquiere la forma del ritual, ¿no?
R. Claro. Creo que en una sociedad en guerra -y da lo mismo que sea la peruana o la española en la Guerra Civil, por ejemplo- todo el mundo tiene muy buenas razones para matar. Como consecuencia se entra en un círculo de muerte en que matar es la única forma de vivir. Se crea una sociedad de asesinos. Y entonces la muerte adquiere no ya una utilidad práctica sino el sentido de una celebración ritual. De hecho, yo creo que el terrorismo, al menos el que pretende operar a gran escala, necesita que su gente tenga una creencia trascendental muy profunda. Porque no es sólo que maten, sino que se exponen a morir. Esa gente necesita creer en algo que justifique su muerte y la muerte de los demás. En el caso de Al Qaeda es la religión, en el de los senderistas el maoísmo, el comunismo. Pero a pesar de llamarse materialistas eran totalmente trascendentalistas. Creían en una verdad absoluta que justificaba su muerte. Es significativo que el poder asesino de ETA, por ejemplo, es muchísimo menor que la guerra de Sendero, que en diez años mató a 35.000 personas.
P. Usted ha vivido el exilio, la dictadura, el terrorismo y la inmigración. Diferentes situaciones de extrañamiento desde muy pequeño. Pero en esta novela no hay victimismo de ningún tipo.
R. Creo que el victimismo es muchas veces el argumento de los asesinos. La gente asesina porque se siente víctima. Tanto los militares como los senderistas.
P. También hay víctimas reales.
R. No niego que haya víctimas. Pero en mi experiencia el victimismo es el mejor alimento para el odio. Nuestros asesinos son siempre héroes, y los de los otros, criminales. Yo he tratado de representar una realidad en que todo el mundo es asesino porque es víctima, y viceversa. Toda situación de paz, como la que va a vivir ahora España, implica una cierta situación de injusticia. Negociar esa pacificación, en Suráfrica, en Irlanda, en Perú, implica que gente que mató andará por la calle a tu lado. Y ésa es una cuestión muy delicada.
P. Detecto en Abril rojo algunas palabras que no se usan en Perú. ¿Se ha españolizado su lenguaje?
R. Yo siempre he escrito en un español muy neutral, lo que pasa es que mi neutralidad era distinta antes de llegar acá. (Ríe) No he trabajado mucho el registro dialectal. Pero es cierto que además mi lenguaje se ha ido convirtiendo en algo neutro. Cuando voy a Perú dicen que hablo como español y aquí a nadie se le ocurre decir lo mismo. Eso ya me pasó en Perú cuando llegué de México y he terminado por hablar una especie de español como escrito, depurado y aséptico. Mi lengua española es una lengua franca.
P. Este año ha ganado Alonso Cueto el Premio Anagrama, usted el Alfaguara y Jaime Bayly quedó finalista del Planeta. Tres escritores peruanos.
R. Perú es un país tan extremo y delirante que quizá no sea tan perfecto para vivir, pero sí es perfecto para narrar. El esfuerzo por dar sentido a lo que ves que ocurre suele producir novelas interesantes. En el caso de Cueto, el tema llega en un momento que es útil para Perú. El documento de la Comisión de la Verdad inaugura una etapa de reflexión, no ya de confrontación, pero resulta que además es un tema interesante en muchos países, un problema que todos se plantean: a cuánta gente hay que matar para que el mundo sea más seguro; cuántas libertades hay que restringir para ser más libres. Eso le da mucha fuerza a estas novelas. De todos modos, la literatura peruana ha estado relativamente aislada durante muchos años, menos conocida que la colombiana, la argentina o la mexicana para la calidad que tiene.
P. Aparte de éstas, hubo una novela sobre Sendero Luminoso escrita por Nicholas Skakespeare, Pasos de baile, que llevó al cine John Malkovich. Abril rojo es descaradamente cinematográfica.
R. Aparte de que me encantaría que esta novela llegue al cine, como va a suceder con Pudor, pienso que uno siempre escribe contra lo que había antes. La literatura en América Latina hasta los años noventa era tan experimental, jugaba tanto con el lenguaje, que terminabas por distraerte de la historia que contaba. Yo pertenezco a una generación muy bombardeada por lo audiovisual y mi referencia de cómo se cuenta una historia es más audiovisual que literaria.
P. Está emparentada también con esa tendencia actual del cine documental.
R. Siempre que escribes tienes que convencer que lo que narras es real. Pero vivimos en un mundo cada vez más escéptico, donde cada vez es más difícil convencerse hasta de que lo que lees en un periódico es real. Por eso yo trabajo transfigurando experiencias reales. En este caso es una experiencia documental, pero en Pudor lo hice con mi propia intimidad. Lo que intento es disimular esa realidad porque la realidad nunca está lo suficientemente bien contada. El thriller es un género muy artificioso, pero para compensar ese artificio trabajé con la realidad documental.
El ganador del Premio Alfaguara 2006 ha escrito un thriller inquietante que transcurre durante la Semana Santa de la ciudad peruana de Ayacucho entre las sombras que dejaron más de dos décadas de guerra terrorista. Una novela que va del humor al horror tras la pista de un asesino en serie.


El regreso cierto
de Alejandro Padrón

por Fernando Báez

“Siempre hay algo impreciso que nos hace atender
la obra de un autor, algo que no podemos definir,
pero que resulta fundamental”
P.A., Experimentos con la verdad

Todo empezó por eso que el propio Paul Auster ha llamado “las extrañas conjunciones del azar”. Baste decir, si se me permite, que en junio de 2004 yo visitaba la mejor tienda de libros usados del país, en Mérida, llamada, por destino, Nexos. Creo que ese día conversaba, en el fondo del largo pasillo que define el centro del local, con uno de sus propietarios, Martin Szinetar, grato amigo, acerca de la existencia de instintos para definir la ética. El diálogo era estupendo porque ninguno simulaba tener la razón y cada uno podía exponer con franqueza sus acuerdos y desacuerdos sin recelo. En cierto momento, un hombre se aproximó para decirnos, con naturalidad, que leía Las vírgenes suicidas y que el problema que discutíamos se hacía evidente en la obra de Eugenides. No sé por qué, pero el comentario y tal vez la cita de un libro de título tan increíble me fascinó y creo que desde entonces no he dejado de charlar, cada vez que vuelvo a mi querida Mérida, con ese hombre, que se ha convertido además en un gran amigo: Alejandro Padrón.
Lo que más me ha sorprendido de Padrón es que, durante el transcurso de los días, he tenido la oportunidad de conocer de cerca el proceso singular de sus inicios literarios. Padrón, nacido en 1944, economista de profesión, Doctor en Ciencias Económicas de La Sorbona, ha sido conocido ante todo por sus aportes al cine nacional como director y guionista. Ahora, sin embargo, aparece como un narrador de recursos sólidos, frescos, y su prueba de fuego ha sido extraordinaria porque tuvo lugar con un volumen de relatos titulado “Un cierto regreso” (Comala, 2004). Como Cervantes y Raymond Chandler, Padrón ha decidido irrumpir en el panorama literario en la mejor etapa de su madurez.
He leído sus dos novelas inéditas, y creo que su obra va a dar mucho que hablar en Venezuela y en el resto de Hispanoamérica. Un ejemplo interesante de lo que digo son justamente los relatos de “Un cierto regreso”, donde compone un universo entramado por la ambigüedad, por la ironía, por el deseo, por lo súbito, por el asombro y la sombra de los sueños. En lo personal, recomiendo leer piezas que son verdaderas joyas, como “La quinta fila” que abre sus primeras frases de esta manera:

“Esa muchacha que va en este autobús fuma pensativa o piensa que fuma. El paisaje de puertas y ventanas se desdibuja por la violencia de su mirada. Huele a frío y hay un viento hostil en el atuendo de los transeúntes. El señor de sombrero rojo ni siquiera se entera, pero pudiera ser un personaje de su próxima novela o del poema que ahora piensa la mujer madura…”

Un detalle curioso: descubrí que en “Cavilaciones” yo mismo era parte del sueño de un personaje que quiere quemar unos textos y de pronto teme ser parte de la próxima edición de mi obra sobre la destrucción de libros. Es la primera vez que siento el vértigo de estar en el sueño de un personaje de ficción.
Lo que importa, en todo caso, lo que debo destacar es que con “Un cierto regreso” he pasado un momento feliz de lectura. Recuerdo que la tarde que tuve el volumen entre mis manos, pensé en infinitas cosas, y reconocí que el modo en que pude llegar a leerlo se parecía demasiado a la propia forma de plantear los relatos que tiene Alejandro Padrón, lo cual me agradó. Y desde ese día hasta hoy no hay momento en que no quiera releer algo de Padrón, y lo mejor de todo ha sido que no he encontrado una línea que me defraude. Incluso es posible que después de escribir esta línea retome cualquier pasaje y vuelva a sentir esa fascinante magia intacta que sólo puede ofrecer el sueño y el azar.

(*) Autor de “Historia universal de la destrucción de los libros” (Debate, 2004).

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