
Blog de Alejandro Padrón
LibrosDomingo, 28 de Mayo de 2006
Sombras nada más
Leído y apreciado más en Europa que en su propio país, Edgar Allan Poe, paradójicamente, le dio rango universal a la literatura norteamericana, de la que finalmente se convirtió en emblema. Su vida difícil y su obra vasta vuelven a circular entre nosotros gracias al notable esfuerzo editorial de Claridad: además de sus cuentos y poemas, se publican, tras un prolijo trabajo de rastreo y reconstrucción de traducciones, ensayos, bibliográficas, misceláneas y artículos.
Edgar Allan Poe
Por Mauro Libertella
Antes de cumplir los tres años, Edgar Allan Poe ya había quedado completamente solo en el mundo. Y, para peor, anclado en el sur de Estados Unidos, a principios del siglo XIX. Era 1811, y dos años antes había sido concebido en Boston por una pareja de actores de una errática e inestable compañía teatral que representaba un poco de todo en los más variados escenarios. Su madre, Elizabeth, de linaje puramente británico, murió cuando Edgar tenía dos años, de una tuberculosis que la sitió hasta devorarla en pocos días. Su padre, norteamericano de ascendencia irlandesa, abandonó a Edgar y a sus hermanos en Virginia, intentando escapar de la tuberculosis y de una vida mediocre. La mayor parte de sus biógrafos ha afirmado que a partir de entonces Poe se ha transformado, ante todo, en un “Caballero del Sur”, alguien profundamente enraizado en la moral y los hábitos de Virginia del sur.
Muerta su madre, Poe es adoptado y queda al cuidado de John Allan, de quien adoptaría el apellido como segundo nombre, perpetrando la firma con la que sellaría algunos de los escritos más relevantes del siglo. John Allan comerciaba con tabaco y residía permanentemente en Richmond. De esos primeros años, las leyendas dicen que Poe leía con voracidad la poesía de Walter Scott, de Wordsworth, así como relatos de terror alemanes y las primeras lecturas febriles de Byron, que nunca cesarían. Mientras el joven tramaba esa acuarela de lecturas propias, la familia Allan lo arrastraba por las costas de Escocia e Inglaterra, donde asistía a clases privadas y a institutos de aquí y de allá.
A los veinte años vuelve a Estados Unidos después de un viaje del largo de una vida, y Poe ya tiene cosas para decir. Con la profunda influencia de Byron impregnada en la sangre, se abocó a la escritura de sus primeros poemas, al tiempo que se convertía en un eximio deportista, un excéntrico coleccionista de mariposas y, por sobre todo, un desterrado que veía por vez primera las postales en vivo de su propia tierra. Por esos días conoció a Helen, su primer amor imposible, plenamente marcado por la idealización y el signo de lo idílico. Algunos afirman que en Helen Poe encontró la musa, y que ese encuentro marcaría su paso a la madurez. Helen murió de locura a los 31 años, y Poe abandonó inmediatamente su vida de deportista y se recluyó en la casa de los Allan, pero el panorama ahí no tenía nada de luminoso. Su madre adoptiva, a la que él quiso tanto, sucumbía lenta pero inapelablemente a un indiagnosticable mal, y la personalidad de John Allan se iba volviendo día a día más rígida, más impenetrable. Cuando Edgar le refirió a su protector sus deseos de ser poeta, el choque fue definitivo y no admitió concesiones. En 1826 lo arrojaron en la Universidad de Virginia. El clima general universitario era festivo e imperaba una interesante vida nocturna, y allí Poe, por primera vez y para siempre, pasaba sus noches bebiendo alcohol. Mucho se ha escrito sobre los extraños efectos que la bebida provocaba en el hipersensible Poe, y la naturaleza de aquellos fulgores permanece en el misterio.
El universitario fue un año de puro alcohol, noche y otros vicios, hasta que John Allan sacó a Poe de los claustros por las deudas que había contraído en apuestas con sus compañeros y profesores. El clima en la casa de los Allan era ciertamente tenso. Algunos días después, Edgar Poe se fue de ella para siempre. La ruta lo llevó a Boston. Allí publicó su primer libro, Tamerlán y otros poemas. Fiel a la construcción de su propio mito, escribió en el prólogo que aquellos poemas fueron escritos antes de los trece años. Los meses desempleado lo sumieron en la miseria y se alistó en el ejército. Después de dos años con un desempeño impecable como cabo y sargento, se fue a Baltimore a reconstruir el rompecabezas de sus padres biológicos. Vivió en casa de su tía, Mrs. Clemm, y pudo publicar nuevos poemas. En 1831, un Poe cada vez más parecido al que los lectores de hoy conocemos se embarcó hacia la ciudad de Nueva York. Allí, sin dejar de pensarse a sí mismo como poeta, empezó a trazar los primeros bosquejos de sus cuentos. No es exagerado afirmar que ese momento, moldeado en treinta años de vida tormentosa, marcaría para siempre el destino de la literatura occidental.
Muerto John Allan, su protector, quien no le legó nada de su abismal fortuna, Poe pasaba los días sumido en una espesa miseria. Ciertos giros favorables del azar convinieron en que Edgar, ya atrapado por el opio, el alcohol y el hambre, fuera aceptado en la redacción de algunas revistas literarias. Hoy podemos acceder a sus reseñas de aquel período prolífico, a las que Cortázar caracterizó como “ácidas, punzantes, muchas veces arbitrarias e injustas, pero siempre llenas de talento”. Así, en Richmond se empezó a correr una voz que hablaba de un hombre misterioso y de un extraño genio. Tiempo después se mudó con su prima Virginia, luego su mujer, a Filadelfia, y en una situación realmente precaria Poe perpetró algunos de sus más gloriosos cuentos, como “La caída de la Casa Usher”. Pero el período de producción fértil cesó súbitamente con la inesperada muerte de su esposa. Poe se volcó de lleno al alcohol. Pasó un año completo perdido en una nebulosa etílica, y se sabe que fue entonces cuando surgieron los primeros destellos del poema “El cuervo”. Porque, a pesar de las adicciones y las tantas enfermedades, siempre producía. Su vasta obra lo confirma. Pero lo cierto es que por esos días a Poe le costaba publicar. Sus amigos lo ayudaban, pero una copa de ron era suficiente para perderlo por varios días.
En 1845 la publicación de “El cuervo” empezó a corroer las fronteras de los Estados Unidos y a esparcir tímidamente el apellido Poe del otro lado del océano. Su fama se acrecentó también en su país, pero Poe perdía cada vez más el control de su vida. De a poco, pero ya sin vuelta atrás, iría vislumbrándose el final. Su último período sólo ha podido reconstruirse a través de esquivas cartas. En aquellas epístolas se expresaba con frases definitivas: “debo morir”, escribía. Varios médicos le habían advertido que un poco más de alcohol lo mataría. Sus últimos días son borrosos y los documentos, escasos. Cortázar lo relata así: “Un médico y conocido de Poe recibió un mensaje presurosamente escrito a lápiz, informándolo de que un caballero más bien mal vestido necesitaba su ayuda. (...) Eran días de elecciones, y los partidos políticos en pugna hacían votar repetidas veces a los pobres diablos, a quienes emborrachaban para llevar de un comicio a otro. Sin que exista prueba concreta, lo más probable es que Poe fuera utilizado como votante”. Poe fue arrojado en un hospital en Baltimore, completamente solo. Murió una mañana de octubre de 1849. Sus últimas palabras fueron: “Que Dios ayude a mi pobre alma”.
A la hora de su muerte, Poe era un autor de culto en ciertos círculos casi secretos, pero, al igual que Herman Melville, a quien a veinte años de su muerte se lo recordaba como un “cronista del mar”, la obra de Poe tardaría varias décadas en ser reconocida como imprescindible dentro de los límites de su país. Es que hubo una época en que las letras de los Estados Unidos despertaban lentamente y no estaban preparadas todavía para aceptar y entender a escritores propios de tales dimensiones. Mientras Poe tramaba su literatura cuento a cuento y verso a verso, los círculos intelectuales nacientes se preguntaban por la tradición y el futuro de la literatura norteamericana. No había grandes obras literarias nacionales en la época en que Poe publicaba, y quizás eso explique un poco la falta de comprensión inmediata: Poe era algo nuevo, y lo nuevo necesita de algún tiempo para limar asperezas y volverse necesario. Los primeros cinco años que siguen a su muerte dieron, en cambio, algunos de los aportes literarios más grandes del siglo. En 1850 se publica La letra escarlata de Hawthorne; un año después Melville publica la infinita Moby Dick; en 1854 aparece Walden de Thoreau y hacia 1855 Hojas de hierba de Walt Whitman. Ya había un canon. Y es curioso: los primeros pedazos de esa arquitectura los podemos encontrar gravitando en las reseñas que durante dos décadas fue componiendo Poe. En un artículo de 1842, escrito a propósito de Hawthorne, escribe: “Con raras excepciones, no hemos tenido cuentos estadounidenses de gran valor. No hemos tenido composiciones de calidad, dignas de ser analizadas como obras de arte”, para después dictaminar: “Hawthorne, sí, es un hombre del más verdadero genio”. Poe había tenido que buscar su tradición en el romanticismo heredado de Byron y en algunas vetas de la narrativa alemana, pero su crítica literaria lo muestra atento al panorama local, todavía en estado embrionario, apenas dejando vislumbrar lo que será. Las críticas de Poe, en este aspecto, son implacables. Con la navaja de la palabra afilada corta lo que es bueno de lo que no tiene ningún valor literario, y prefigura lo perdurable y lo que está destinado a disiparse. Al igual que otros autores que vinieron después –Piglia lo marca en Borges–, la crítica de Poe es un modo también de construir las lentes a partir de las cuales se debería leer su propia obra. Si Borges insistió en autores como Chesterton, De Quincey o Stevenson, es entre otras cosas una imploración tácita de que se lo leyera de ese modo y no como a un Proust o a un Thomas Mann. Algo similar sucede con Poe. Desde su crítica, escrita en el fulgor de aquellos primeros estertores de la literatura norteamericana, sienta la poética de su propia obra, así como también sus líneas mas sólidas de interpretación. En una de sus tantas publicaciones en revistas, escribe: “Siempre hemos considerado al cuento como la oportunidad para que los más grandes talentos desplieguen su mejor prosa. El cuento ofrece ventajas peculiares que la novela no admite”. Y es significativo que, de la robusta cantidad de lecturas que han venido abordando la obra de Poe a lo largo del siglo pasado, tres líneas fundamentales de lectura prevalezcan y se continúen entre generaciones y tradiciones de críticos. En esos intentos que ha tenido la crítica de capturarlo, de marcar un derrotero para transitar su obra, Poe ha sido cristalizado, en primer lugar, como el precursor y el maestro del cuento corto norteamericano. De ahí saldrían, como la estela que dejan los grandes buques en el mar, de Hemingway a Raymond Carver o Flanery O’Connor. Muchas de las mejores páginas del New Yorker salen de Poe. Se podría afirmar sin vacilar que el cuento corto es el gran género norteamericano, el formato en el que sus escritores se han podido desenvolver con mayor plenitud.
También se ha cristalizado a Poe como el gran bastión del romanticismo en el nuevo mundo. El poeta que fue en un principio supo jugar ese juego con comodidad y algo de ironía. En su primera aparición pública vestía el clásico manto de poeta romántico. Sus primeros versos están impregnados del completo imaginario romántico: poder, amor, belleza, muerte, dolor. Después, en sus cuentos, Poe ha sabido desplazarse un poco de ese lugar y conferirle al romanticismo nuevos e inesperados giros, juegos, obsesiones. Pero siempre gravitaría sobre su literatura la devoción por lo racional, de la que Borges escribió: “Poe, hombre débil de voluntad y urgido por las más contrarias pasiones, profesaba el culto de la razón y la lucidez. Siendo, como era, fundamentalmente romántico, le agradaba negar la inspiración y declaraba que la creación estética procede de la pura inteligencia”.
El tercer eje a través del cual se suele leer su obra es el de Poe como fundador y máximo artífice del género policial. Se sabe: en 1841 Poe hace públicos “Los crímenes de la calle Morgue”, un nuevo género deudor del racionalismo y el pensamiento analítico. También nace Dupin, el primer detective de la literatura. En las obras completas de Poe hay sólo un escaso puñado de policiales. Entre ellos, “La carta robada”, cuento igualmente sublime, en donde su narrativa se aventura por nuevos caminos que luego serían modelos genéricos, y “El misterio de Marie Roget”, un relato algo más prolongado y con algunos altibajos. Si bien todos esos modos de abordar a Poe son válidos y están sustentados por lo que la obra dice, es cierto también que su impronta rebasa bruscamente cualquier casilla. Allen Ginsberg habló de su influencia de este modo: “Poe es, con toda probabilidad, el autor que ha ejercido la más penetrante influencia psicológica sobre un mayor número de personas, desde China hasta Checoslovaquia. Me he dado cuenta de que fue el primer autor adulto que leí, y eso vale para todo el mundo: Poe es el primer autor que te vuelve paranoico”. Ese universalismo al que lleva Ginsberg la obra de Poe, como si sus relatos y sus tramas no tuvieran procedencia y fueran patrimonio y radiografía de la mente humana, no fue pensado así en un primer momento. A Poe lo acusaban de copiar cierta literatura de terror alemana, a lo que respondía: “El horror no es de Alemania, es del alma”. Y quizá sólo desde la mirada universal se pueda entender mejor la intrincada relación de Poe con los Estados Unidos. No es casual que la trama del primer relato policial que escribió suceda en París. Hubo un tiempo en que en Europa se leía a Poe como un artista de genio, mientras que en su país no se lo consideraba con seriedad. Charles Baudelaire escribió que “de todos los documentos que he leído, he sacado la convicción de que los Estados Unidos sólo fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta, o incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la influencia de esa atmósfera antipática”. Cuando Baudelaire traduce a Poe, la obra del norteamericano empieza a ser leída en Europa y se empieza a considerar al nuevo mundo, por primera vez, como una población capaz de crear hechos estéticos. En este sentido, el aporte de Edgar Allan Poe a los Estados Unidos, con una pequeña ayudita de Baudelaire, es de dimensiones difíciles de concebir: Poe puso a Estados Unidos en el mapa estético mundial.
Tan excéntrica como la vida de Poe es la historia de sus traducciones. Por ejemplo, Cortázar traduce los cuentos completos en una habitación perdida en un hotel de Roma. Baudelaire, cuya obsesión por Poe es conocida, traduce toda su obra en pocos días, prácticamente sin dominar el inglés y en una época en que los diccionarios no registraban los dialectos de los que Poe se valía. Ahora, la editorial Claridad cumple una cuenta pendiente publicando la traducción de todos aquellos artículos y reseñas que Poe escribió en su época de redacciones, como también los ensayos y otros escritos sueltos. Los cuatro tomos Crítica literaria I y II, Ensayos y Miscelánea son el modo de reconstruir el itinerario intelectual de una de las mentes más iluminadas del siglo XIX, pero también son la maqueta terminada de un modo de pensar y hacer crítica y periodismo. Desde el paradigma híper racional y matemático de sus “Enigmas” hasta los relatos coloridos pero agudos de “La gente de letras de la ciudad de New York”, pasando por reseñas a Coleridge, Defoe, Dickens y una larga lista de desconocidos u olvidados, el Poe periodista y crítico es el que juega, como si el escrito fuera la cocina de todas sus influencias, con el párrafo corto y conciso, con el ambiente romántico y con la inteligencia detectivesca. Allí está todo, y si bien estos volúmenes son un redescubrimiento, también son una confirmación: Poe ha sido el gran intelectual y artista norteamericano de una época en que escribir como él lo hacía implicaba abrir muchos de los caminos por los cuales transitarían algunas de las más exquisitas obras literarias del siglo XX.
Poe conocido, poco conocido, muy desconocido
Además de la producción más difundida de Poe –sus cuentos y poemas–, la propuesta de Claridad incluye una buena cantidad de escritos que vienen a delimitar las aristas del mundo de Poe en castellano. Los dos volúmenes de Crítica literaria reúnen todas las bibliográficas y reseñas que Poe fue escribiendo en el período 1830-1850. Los escritos están precedidos por la fecha exacta de publicación, como también por la revista en que se imprimieron. Esos datos pueden leerse también como la inapelable reconstrucción del itinerario geográfico en el que se movió el autor de “El gato negro”, que cambiaba de ciudad y de redacción al ritmo en que su mundo alucinado y su realidad material se lo imponían.
Miscelánea, otro de los libros que ahora se publica, en una paciente reconstrucción de textos perdidos o escondidos, es tal vez la más interesante de las propuestas. Allí están reunidos los enigmas matemáticos y lógicos que tanto hablan del inventor del género policial, como también la larga serie “La gente de letras de la ciudad de Nueva York”, que ilustra la escena literaria del momento y sus más extraños personajes. Son también interesantes las cartas de Poe a sus lectores, pequeños editoriales donde se sientan las bases de su universo periodístico (Poe siempre quiso tener una revista propia, y es interesante ver cómo en su paso por tantas publicaciones siempre se adueñó del medio para hablarles a sus lectores con la intimidad de quien escribe para un lector cautivo).
El volumen de Ensayos muestra la faceta más personal y comprometida de Poe. Allí habla de su propia obra –en el clásico “Método de composición”–, pero también denuncia la precaria situación económica de los autores norteamericanos en “Sinopsis de la cuestión del Copyright Internacional”. Algunos de estos escritos habían sido publicados como apéndices en libros de cuentos y poemas, pero nunca reunidos en volúmenes propios en lengua castellana.
Instinto versus razón: un gato negro
por Edgar Allan Poe
La línea que demarca el instinto de la creación animal de la alardeada razón del hombre es, más allá de toda duda, del carácter más oscuro e insatisfactorio, un límite más difícil de establecer que el del Nordeste o el Oregon. La cuestión de si los animales inferiores razonan o no posiblemente nunca será decidida, por cierto nunca en las actuales condiciones de nuestro conocimiento. Mientras el egoísmo y la arrogancia del hombre se empeñen en negar a las bestias la facultad de reflexión, porque concedérsela parecería disminuir su propia jactanciosa supremacía, se encuentra sin embargo constantemente enredado en la paradoja de desacreditar el instinto como una facultad inferior, mientras que se ve obligado en miles de casos a admitir su infinita superioridad sobre la razón misma, que proclama como exclusivamente suya. El instinto, lejos de ser una razón inferior, es quizá la intelección más requerida de todas. Al verdadero filósofo se presenta como la mente divina misma actuando de manera inmediata sobre sus criaturas.
Los hábitos de cierta especie de hormigas, de muchos tipos de arañas y del castor tienen una maravillosa analogía, o más bien semejanza, con las operaciones habituales de la razón de los hombres; pero el instinto de algunas otras criaturas no presenta semejante analogía, y sólo puede ser remitido al espíritu de la Deidad misma, actuando directamente y a través de ningún órgano corporal sobre la volición del animal. De esta elevada especie de instinto nos proporciona un ejemplo notable el gusano de coral. Esta pequeña criatura, el arquitecto de continentes, no sólo es capaz de construir diques contra el mar, con una precisa finalidad y una adaptación y disposición científicas de las cuales el más hábil ingeniero podría extraer sus mejores conocimientos, sino que tiene el don de la profecía. Puede prever, con meses de anticipación, los simples accidentes que le sucederán a su vivienda, o ayudado por miríadas de sus hermanos, todos actuando como una sola mente (y por cierto actuando con una sola, con la mente del Creador) trabajarán diligentemente para contrarrestar influencias que existen sólo en el futuro. También resulta maravilloso considerar algo en relación con la celdilla de la abeja. Si se solicita a un matemático que resuelva el problema de cómo calcular de la mejor manera la forma requerida por la abeja en cuanto a resistencia y espacio, se encontrará envuelto en las cuestiones más arduas y abstrusas de investigación analítica. Si se le solicita que explicite qué número de lados dará a la celdilla el espacio más grande, con la mayor solidez, y que defina el ángulo exacto en el que, con vistas al mismo objeto, el techo debe inclinarse, para responder al interrogante deberá ser un Newton o un Laplace. Sin embargo, desde que las abejas han existido, han resuelto continuamente el problema. La principal distinción entre el instinto y la razón parece ser que, mientras que uno es infinitamente más exacto, más seguro y más clarividente en su esfera de acción; en el caso de la razón, la esfera de acción es de un alcance mucho mayor. Pero estamos predicando una homilía, cuando nuestra intención era relatar una breve historia sobre un gato.
El autor de este artículo es el dueño de uno de los más notables gatos negros en el mundo, y esto es mucho decir, porque debe recordarse que los gatos negros son todos brujos. La gata en cuestión no tiene un solo pelo blanco y es de un comportamiento solemne y santo. La parte de la cocina que más frecuenta es accesible por una única puerta, que se cierra con lo que se llama un picaporte “de pulgar”. Estos picaportes son toscos y se requiere alguna fuerza y destreza para abrirlos. Pero la gatita tiene la diaria costumbre de abrir la puerta, lo que logra de la siguiente manera: primero salta desde el piso hasta el seguro (que se parece al guardamonte sobre el gatillo de una pistola) y a través de éste pasa su pata izquierda para sostenerse. Entonces, con su pata derecha aprieta el picaporte hasta que cede, y para esto frecuentemente son necesarios varios intentos. Sin embargo, habiéndolo bajado, parece darse cuenta de que su tarea ha sido cumplida sólo a medias, puesto que si la puerta no es empujada bien antes de que suelte el picaporte, éste volverá a caer nuevamente en su hueco. Por tanto, ella retuerce su cuerpo de modo que sus patas de atrás queden inmediatamente debajo del picaporte, mientras salta con toda su fuerza desde la puerta, y el ímpetu del salto la abre y sus patas de atrás sostienen el picaporte hasta que el impulso sea suficiente para mantenerla abierta.
He observado esta hazaña singular por lo menos cien veces y nunca sin dejar de impresionarme por la verdad del comentario con que comenzamos este artículo, que el límite entre instinto y razón es de naturaleza muy poco clara. La gata negra, al hacer lo que hacía, debe de haber hecho uso de todas las facultades perceptivas y reflexivas que habitualmente suponemos que son sólo cualidades propias de la razón.
“Instinct vs. Reason - A Black Cat”,Alexander’s Weekly Messenger, enero 29 de 1840, extraído del volumen Ensayos, de editorial Claridad.

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ENTREVISTA:
Orhan Pamuk Escritor turco
"Mi deseo secreto ha sido ser un artista libre"
Orhan Pamuk (Estambul, 1952) confiesa, ahora que la justicia turca ha dejado de perseguirle, que el proceso ha cambiado su vida como novelista y que convertirse en un personaje público no es nada bueno para un escritor. Nunca ha pretendido asumir las responsabilidades políticas que han recaído sobre él. “Mi deseo secreto siempre ha sido ser un artista libre”, asegura el escritor en la primera entrevista que concede tras el proceso.
LILA AZAM ZANGANEH - Nueva York
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 21-05-2006
El escritor Orhan Pamuk. (SANTI BURGOS) ampliar
"En Turquía hay tantos colores y matices que el fundamentalismo puro y duro está diluido"
"Precisamente la identificación con los personajes más sombríos hace que la novela sea aún mejor"
"Un millón de armenios y 30.000 kurdos han sido asesinados en estas tierras y nadie más que yo se atreve a hablar". Orhan Pamuk confesó su amargura, un día de febrero de 2005, al periódico suizo Tages Anzeiger. Él no podía suponer entonces la reacción en cadena que iban a provocar sus declaraciones: campaña de prensa, intimidaciones y amenazas, y un subprefecto que pedía la destrucción de todos sus libros, exilio temporal y, finalmente, un proceso kafkiano motivado por una ley de junio de 2005 cuyo artículo 301 prevé penas de seis meses a tres años de prisión para quien insulte a las instituciones o la identidad turcas.
Pregunta. En 1985, usted acompañó a Arthur Miller y Harold Pinter en un viaje patrocinado por el PEN American Center y Helsinki Watch. Ellos debían redactar un informe sobre los derechos humanos en Turquía. ¿Cuáles son sus impresiones sobre esa aventura?
Respuesta. Había habido un golpe de Estado militar en 1980. La libertad de expresión se había suspendido. Los derechos humanos eran ridiculizados. Las prisiones eran objeto de numerosos abusos. Y, sin embargo, la gente hablaba, las familias de los prisioneros y también los escritores...
P. ¿Y usted se sentía solidario? ¿Culpable? Es un dualismo que impregna sus novelas.
R. Por una parte sentía en mí una explosión de vergüenza, igual que he observado en otros rincones del mundo cuando llegan de América o Europa extranjeros encargados de realizar una investigación sobre la naturaleza de una democracia o la ausencia de libertades. Por otra parte, de pronto me parecía que podía existir también una solidaridad internacional entre escritores, considerados representantes, no de sus naciones de origen, sino del mundo: una solidaridad nacida de un respeto compartido, casi religioso por la libertad de expresión.
P. Y, sin embargo, usted no es un escritor esencialmente "político". A usted le gusta crear sus propios mundos.
R. Es cierto, al principio yo era más bien nabokoviano. Escribía básicamente por la belleza. Y mientras generaciones enteras de escritores turcos tomaban como modelo a Steinbeck o a Gorki, yo leía a Nabokov, y soñaba. Veinticinco años después, sé que si en esa época hubiera cometido el error de escribir novelas políticas, el sistema me habría aniquilado.
P. ¿Y Nieve, en 2004? ¿Por qué escribir de pronto una novela sobre el islam, el nacionalismo, el suicidio de jóvenes a las que se obliga a quitarse el velo en un pequeño pueblo?
R. Decidí escribir una novela poética, porque de pronto sentí ganas de contar de otro modo mi país. En realidad, cada una de mis novelas es estructuralmente distinta a las otras. El motivo es que siempre encuentro a alguien en una calle de Estambul que acaba por decirme: "¡Oh, señor Pamuk, qué desgracia! Me había encantado tal o cual novela suya, pero no ha vuelto a escribir nada semejante". Bueno, pues ésta es una novela completamente diferente... Y para mí, todo el placer de la ficción radica en eso precisamente, en el acto siempre renovado de la composición, justo antes de la ejecución. La escritura no es, por consiguiente, más que un acto artesanal.
P. ¿Sigue sintiendo cierta responsabilidad en Turquía?
R. Digamos que nunca en mi vida he pretendido asumir las responsabilidades políticas que han recaído bruscamente sobre mis hombros. Pero, en fin, por culpa de envidias, resentimientos, tabúes y presiones, me han caído encima. Es como cuando algo cae desde un balcón cuando pasas despreocupado por la calle. Y porque el país está reprimido y porque yo tengo una supuesta talla internacional, me he visto obligado a plegarme a este destino nuevo. Y no es que me encante. Mi deseo secreto siempre ha sido ser un artista libre. Mi estilo al escribir, mi modo de composición, requieren un inmenso espíritu infantil. Y la responsabilidad de la escritura para mí se limita en el fondo a un juego demoniaco y mágico con las reglas del mundo. No, créame, ser un personaje público no es bueno para el trabajo de un novelista. En cuanto a ser un personaje político, ni lo mencione, ¡qué desastre!
P. ¿Pero hay muchas causas que le apasionen? Ha llegado a definir la libertad de expresión en términos de dignidad y alegría. Después de sus sinsabores judiciales, ¿siente de nuevo la necesidad de luchar por la libertad de expresión?
R. Con escribir me basta. El resto es como un mal destino. Me arrastran a un terreno que no me gusta. Entonces, o caigo por azar en una trinchera, o me atacan y me veo obligado a levantar una trinchera para protegerme.
P. ¿Desea que Turquía forme parte de la Unión Europea?
R. Sí, creía en eso con entusiasmo y algunos políticos que respeto me pidieron que les ayudara. Llegué incluso a escribir artículos sobre el asunto. Nada de artículos polémicos, sino artículos fervorosos. Ahora de repente tengo la impresión de ser una celestina desengañada. Pensaba sinceramente que Europa y Turquía se llevarían bien. Pero no hay atracción mutua, prefiero pensar en mis novelas.
P. Antes de Nieve, ¿se había sentido atraído alguna vez por la novela política?
R. Sí, tengo una novela inacabada que data de hace 25 años. Una novela a lo Dostoievski, si se me permite decirlo, donde se mezclaban el radicalismo de izquierdas y el demonismo místico. Pero tuvo lugar el golpe de Estado y fue imposible publicarla. En esa época me di cuenta, no sin estupor, de que algunos de mis antiguos amigos marxistas se veían tentados por el islamismo y la verborrea antioccidental.
P. Usted escribió, en un ensayo publicado en The New Yorker en diciembre de 2005, es decir, un mes antes de su proceso en Estambul, que el nacionalismo turco tiene a veces raíces extrañas, a la vez intelectuales y burguesas.
R. Sí, es como si para prevenir el fantasma de la anomia mundialista y, a la vez, el rencor ansioso de las clases obreras, las clases cultivadas eligieran a ratos la crispación nacionalista más sumaria: "¡Turcos y nada más!". Esta élite está desde luego en una vieja sociedad premoderna. Y por reflejo colectivo, a veces prefiere definirse por el sentimiento nacional más que por la modernidad.
P. ¿Y también se siente tentada por el islamismo?
R. No necesariamente. El cliché quiere que Turquía esté envenenada por el islam político. Pero en realidad hay tantos colores y matices que el fundamentalismo puro y duro está diluido... Nosotros tenemos sectas sufíes, por ejemplo, o grupos dispersos que, si se juntan, forman el inmenso espectro del denominado "islam político". Pero, cuidado, en Turquía hay también antioccidentales seculares y antidemócratas ateos. Todo ello forma una configuración política de una extrema complejidad. Y para el novelista, toda una paleta de colores preciosos.
P. Christopher Hitchens, en la revista Atlantic Monthly, le reprocha que pinte a sus personajes islamistas con más simpatía que a los demás.
R. Mi regla de oro es que para escribir una hermosa novela, hay que identificarse con todos los personajes. Y precisamente la identificación con los más sombríos hace que la novela sea aún mejor. El ejemplo, esta vez, es naturalmente Dostoievski.
P. ¿Y su nueva novela? Ésa de la que se dice que habla de la alta sociedad y las aventuras sociales, sexuales, de la Turquía contemporánea.
R. Prácticamente no avanza. Este proceso me ha hecho perder un tiempo inimaginable. ¡No puedo más!
P. ¿El proceso ha cambiado el curso de su vida?
R. De mi vida de novelista, sí, sin duda. Pero ahora intento recuperar esa vida de antes del proceso, atrapar de nuevo la trama del sueño...
© Le Monde / EL PAÍS.

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El futuro de ayer
Tomado del Blog El Escorpión
de Alejandro Gándara, 16 de mayo de 2006-
Vivir en tiempo presente es una cosa que se hace mucho, pero que se siente poco. Nos manejamos más hábil y satisfactoriamente con el pasado y con el futuro. Es normal. El pasado nos cuenta: es ese tiempo paradójico que nos construyó, pero en el que no estamos, o sea, un relato. El futuro es lo que somos, quiero decir que lo que deseamos ser (porvenir) es la identidad que nos damos ahora (Heiddeger). Tan difícil es convivir con el presente que sólo puede hacerse bajo forma de mandato, 'carpe diem'. Porque se escurre entre los dedos, porque nadie se siente ser en los días diarios, en los minutos del minutero y en las horas de la esfera del reloj.
Pues esa sensación es Willa Cather (Virginia, 1876 — New York, 1947), de la que Alba ha editado sus 'Libros de cuentos'. Algo le pasa con el pasado, donde a fuerza de buscar siempre hay algo perdido y que se perdió cuando se deseaba como un futuro. Y algo le pasa con el presente, que no hay manera de que se cumpla y obtenga.
Fue una autora admirada por Faulkner y venerada por Truman Capote, que la consideraba la mejor escritora de América. Pero ella, además, guardaba una sintonía especial con Henry James. Digamos que sus temas emparentan a menudo con los de Yoknapatawpha, que se retuercen en el fondo del alma como los de Truman, pero que están tramados con la puntada fina del autor de 'La copa dorada'. Sea como fuere, Willa Cather siempre va a lo mismo. El futuro que se pierde siempre se ha perdido ayer.
El volumen incluye todos los libros de cuentos que publicó en vida y alguno que dejó preparado para después de su muerte. Les recomiendo que para iniciarse hagan la siguiente cala: 'Flavia y sus artistas', 'El funeral del escultor', 'Dos amigos' y 'Los mejores años'.
Y que sea para bien.

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CENTENARIO DE USLAR PIETRI
Todas las caras de Venezuela
E. D.
Tomado de BABELIA - 13-05-2006
ESTE VOLUMEN recoge los cinco libros de cuentos escritos por Uslar: Barrabás y otros relatos (1928), Red (1936), Treinta hombres y sus sombras (1949), Pasos y pasajeros (1966) y Los ganadores (1980). Hay ahí más de cincuenta años de trabajo, simultáneos a la intensa labor del autor en la vida pública y literaria de su país -después de su último libro de cuentos aún publicó dos novelas: La isla de Robinson (1981) y La visita en el tiempo (1990)-. Una de las ideas centrales del conciso y excelente prólogo del ensayista Gustavo Guerrero a estos Cuentos completos es que, en el relato, Uslar supo darse una libertad que, en los otros géneros, limitaba con la dimensión política de su figura: "Ninguno de los varios autores que fue nos resulta hoy tan lúcido, versátil y cercano como el cuentista", afirma. De este modo, se apuesta por un Uslar cuentista que podría ganarse una posteridad nueva y en cierto modo inesperada, independiente del bronce y del prohombre.
Como muchos escritores latinoamericanos del XX, en Uslar aparece la voluntad de representar escenas, paisajes, situaciones y personajes característicos de la vida nacional mediante tratamientos estéticos contemporáneos: hacer literatura moderna con materia autóctona. En Barrabás aparece aún una impronta modernista, con relatos basados en la mitología bíblica o en el tratamiento erudito de fuentes clásicas. Hay una notoria voluntad de cincelar una prosa artística, atravesada de aires épicos: "Miralejos: muchos hombres, mucha tierra y un amo".
Pero en los libros posteriores el foco es más realista, con técnicas cercanas a las del montaje inspirado en el cine y el monólogo interior. El conuco -la pequeña explotación agrícola del interior venezolano- pasa a ser el escenario por excelencia. El campesino trastornado por la sequía (como en 'Lluvia', uno de sus cuentos célebres), el loco ('El patio del manicomio'), el titiritero, el obrero, el huérfano, el soldado, el hacendado, el marinero pintan un vasto mural de situaciones típicas. Según Guerrero, son textos "en la frontera entre antropología, folclore y literatura". En los últimos libros aparece también la vida urbana de Caracas, el miedo, la violencia, la soledad, la represión. Algunas de las mejores sorpresas suceden cuando se alejaba del color local, como el interesante 'Simeón Calamaris', en que un estudiante de medicina acaba asumiendo la identidad del hombre cuyo cadáver debió diseccionar.
El estilo de Uslar es, en el cuento, sensiblemente menos marmóreo que en la novela y alejado de la solemnidad a la que tiende en el ensayo. Las escenas rurales, cargadas de simbolismo telúrico y violencia soterrada, recuerdan a veces a Horacio Quiroga, aunque sin su delirio genial. Es la inmersión en un mundo duro y áspero, apenas sostenido sobre la nobleza y la lealtad, valores transversales a los rígidos estratos sociales.
Cuentos completos. Arturo Uslar Pietri. Edición y prólogo de Gustavo Guerrero. Páginas de Espuma. Madrid, 2006. 592 páginas. 29 euros.

Blog de Alejandro Padrón
REPORTAJE
Curiosidades superventas
El inglés Ben Schott vende 2,3 millones de ejemplares de sus recopilaciones
ANDREA RIZZI - Madrid
Toamdo de EL PAÍS - Cultura - 30-04-2006
Ben Schott. ampliar
En la 'Miscelánea' hay información sobre la última cena del 'Titanic' y las clases de nubes
Todos los hombres tienden por naturaleza al saber. Así, al menos, opinó Aristóteles en las primeras líneas de su Metafísica. "Señal de ello es nuestro gusto por las sensaciones", que amamos en sí mismas, independientemente de su utilidad, según el filósofo. Y, sobre todo, nuestro gusto por la vista, que "nos hace más notorias las cosas y pone de manifiesto muchas diferencias". El mercado editorial ofrece en estos tiempos una prueba de la tendencia descrita por Aristóteles: Las misceláneas, de Ben Schott.
Se trata de tres libritos que son una recopilación de informaciones sobre pequeñas cosas olvidadas o marginales, graciosa y espectacularmente inútiles para el lector en la mayor parte de los casos. Pero que han sido capaces de despertar esa voluntad de saber -curiosidad- en mucha gente. Publicadas en 15 países, las Misceláneas ya han vendido unos 2,3 millones de ejemplares y, pese a haber aparecido la primera en 2002 y la última en 2004, representan un fenómeno editorial en pleno fermento. En Francia, por ejemplo, la Miscelánea original de Schott -la primera del tríptico y la más exitosa- lleva meses en los primeros puestos de las listas de libros más vendidos. Dos de las tres partes han sido editadas en España por El Aleph, pero con un éxito inferior al de otros países.
"Las misceláneas son pequeños cuerpos de información, sobre cosas pequeñas. Un intento de salvar pequeños trozos de mundos marginales, poco conocidos o muertos, de abrir ventanas sobre ellos para que, quien quiera, pueda mirarlos un poco", comenta el propio Ben Schott (Londres, 1974) en una conversación telefónica desde su ciudad natal. Para hacerse una idea, en la Miscelánea original se puede encontrar información sobre los grandes castrati de la historia y las clases de nubes, sobre el menú de la última cena en el Titanic y los grados de la francmasonería, sobre cómo ponerse un sari o sobre los métodos de asesinato en las novelas de Agatha Christie con la señorita Marple de protagonista. La segunda se concentra en aspectos gastronómicos, y la tercera, en deportivos y lúdicos.
El notable éxito de ventas -superior al de un libro como Los soldados de Salamina, que ha vendido un millón de copias, pero inferior al de La sombra del viento, con seis millones- parece subrayar la imperecedera vitalidad de la curiosidad humana, seducida en este caso por los detalles buscados por Schott en las librerías londinenses. Pero el autor -que antes del éxito de las Misceláneas se ganaba la vida como fotógrafo- sugiere otra posibilidad. "El mundo es caótico. Y en cualquier sector imaginable hay cantidades increíbles de información. Quizá hay personas que agradecen que alguien bucee en zonas poco frecuentadas y ofrezca un poco de orden, seleccionando algo, explicándolo, clasificándolo".
Este aspecto de la cuestión estimuló la reflexión de Umberto Eco, que en un articulo publicado en la revista L'Espresso, se apoyaba en la Miscelánea original para reflexionar sobre "la inmensidad de la irrelevancia". "La cultura es la suma de todas las cosas que una determinada sociedad ha decidido recordar y es la capacidad de tirar lo que no es útil y necesario. La historia de la cultura y la civilización está hecha de toneladas de informaciones sepultadas". No siempre con razón. "Los griegos no sabían casi nada de la matemática egipcia, y en la Edad Media no se sabía casi nada de ciencia griega", escribe Eco. Pese a ello, concluye, la capacidad de tirar es esencial: "Nuestra alma es exactamente el producto de la continuidad de esta memoria seleccionada". Sin capacidad de tirar el atasco nos bloquearía.
Schott no rescata ninguna matemática egipcia o ciencia griega. Él bucea en terrenos pocos iluminados, pequeñas cosas por añadir a su selección y que a lo mejor a algunos le podrá interesar añadir a la suya. Y advierte, citando, a Virginia Wolf: "No demos por sentado que la vida cobra mayor plenitud en lo que comúnmente se tiene por grande que en lo que se tiene por pequeño".

Bolog de Alejandro Padrón
Tomado de El Tiempo de Bogotá, Abril 28 de 2006
El fútbol es "la recuperación semanal de la infancia",
dice Juan Villoro.
A pocas semanas del mundial, el escritor mexicano presenta en la Feria del Libro de Bogotá 'Dios es redondo', su más reciente publicación. Apartes.
En el mismo periodo en que el Real Madrid gastó 700 millones de euros, el Osasuna gastó 10 millones. ¿Es concebible que jueguen en la misma liga? Sí, entre otras cosas porque el Osasuna dirigido por el Vasco Aguirre ha sido muy eficaz ante el Madrid, y porque el fútbol profesional no ha oído hablar de justicia económica (…)
Quienes hemos corrido infructuosamente tras un balón sabemos que escupir no sirve para nada, pero escupimos. Se trata de un mantra, como el del tenista que se concentra acariciando las cuerdas de su raqueta, sólo que más guarro. Llegamos a un punto esencial: si combatir al fútbol es tan infructuoso como perder fe en la razón ante la supervivencia de las estudiantinas, elogiarlo carece de efecto proselitista. Nadie se convence "en teoría" de extasiarse con un gol. Hablar de un entusiasmo tan compartido y vulgar depende de otras claves.
Los grandes lances no derivan del rendimiento atlético sino de una habilidad secreta, que mucho le debe a una fina percepción psicológica: Zidane filtra el balón a un hueco donde no ocurre nada pero pronto ocurrirá Raúl; Romario hace un quiebre y prepara el perfil izquierdo: todos los ojos del estadio miran el ángulo equivocado; Valderrama se detiene, baja los brazos y duerme de pie; su siesta representa la forma más sorpresiva del ataque: la pausa que antecede al gol; Ronaldinho hace todo lo anterior y aún tiene tiempo de prometerle un pase a Eto’o.
Ha habido jugadores -y Menotti es el mejor ejemplo que no hicieron hazañas de fábula pero hablaban de manera muy sabrosa dentro de la cancha. "¿Y además querés que corra?", le preguntó el Flaco a un despistado que no sabía que el fútbol era una tertulia en la hierba (…)
El crack sólo existe rodeado de cierto dramatismo. Aunque las biografías de los futbolistas nunca son tan tristes como las de las patinadoras en hielo o las bailarinas rusas, hay que haber sufrido lo suficiente para tener ganas de patear al ángulo. En 1998, durante el Mundial de Francia, asistí a un entrenamiento de Brasil. Pocas cosas son tan tediosas como los trotes de rebaño o regimiento que se hacen en esas jornadas. El jugador de talento se aburre como una ostra y busca que se lo lleve la corriente.
Esa tarde, Giovanni y Rivaldo aprovecharon un descanso para apartarse del conjunto y jugar a dispararle al larguero. Giovanni acertó 5 veces seguidas y Rivaldo 3. No he atestiguado una proeza inútil más exacta. Nadie nace con tal capacidad de teledirección. Se requiere de un pasado muy roto, muy necesitado o muy extraño para alcanzar tan obsesivo virtuosismo. Giovanni y Rivaldo superaban algo inexplicable con su acuciosa puntería.
Como la caminata o el ballet, el fútbol permite sublimar el sufrimiento con molestias físicas. Quienes tienen poca habilidad para convertir sus traumas en toques acaban de defensas; quienes tienen más problemas que talento, se especializan en la variante futbolística del performance: romper el juego y los tobillos.
Sabemos por Tolstoi que las familias felices no producen novelas. Tampoco producen futbolistas. Hace falta mucha sed de compensación para exhibirse ante 100 mil fanáticos en un estadio y millones de curiosos en la mediósfera. El hombre canta ópera o rompe récords porque le pasó algo horrendo.
En los juegos de conjunto, el sentido de la tragedia debe tocar a todo el colectivo. Pensemos en Holanda: su drama futbolístico estriba en carecer de drama. La patria de Rembrandt tiene suficientes claroscuros para provocar riñas en sus bares o hacer interesantes las novelas de Harry Mulisch; sin embargo, a sus jugadores les falta una dosis de dolor para ganar partidos. El problema viene desde la legendaria Naranja Mecánica. En el Mundial de 1974 Holanda era una fábrica de goles tan rotunda que podía darse el lujo de alinear a un guardameta con más aptitudes de jardinero; su capitán, Johan Cruyff, usaba el número 14, entonces insólito o aun irreverente, y desafiaba las normas apareciendo en cualquier lugar del campo. El sistema rotativo del equipo se perfeccionó en el Mundial de Argentina, cuando rozó el sadismo, pues incluía a dos gemelos idénticos, los Van der Kerkhof (los rivales confundían todo el tiempo a René con Willy). En 1974 y 1978 Holanda se impuso como una forma del futuro. Pero en ambas finales perdió sin remisión ante selecciones que habían brillado menos pero supieron canjear su dolor por el trofeo.
En el 74 Holanda cayó ante Alemania, una escuadra veterana, más orgullosa de sus cicatrices que de sus facciones (algunos de sus gladiadores habían protagonizado épicas caídas: la final de Wembley, en 1966; la semifinal de México, en 1970). El juego avasallante de la Naranja Mecánica sólo era criticado con elocuencia por Anthony Burgess, a quien el fútbol siempre le pareció una ordinariez y en esos días padecía que su novela se asociara no sólo con una película que no le gustó gran cosa, sino con once neerlandeses en estado de sudoración. Para el resto de los comentaristas, Holanda simbolizaba el Renacimiento en la cancha, y sin embargo perdió contra los sufridos alemanes, como cuatro años después perdería contra los sufridos argentinos (la escuadra de Menotti carecía de estrellas y en rigor jugaba contra sí misma: tenía que sacudirse el apoyo que le brindaba el gobierno militar y el histórico desdén de los jugadores argentinos por el fútbol de selecciones).
Se diría que la gran Holanda de 1974 y 1978 no llegó al triunfo mundialista precisamente porque tenía todo para ganar, y una secreta ley de las compensaciones exige que los campeones tengan raspaduras.
El Mundial de Suiza, en 1954, se celebró para atestiguar el triunfo de Hungría. Aunque en 1950 Brasil había perdido en casa contra todos los pronósticos, ningún Mundial ha tenido un favorito más claro. La selección húngara no había perdido un juego en cuatro años y medio.
En su camino al Mundial, Hungría le ganó a Inglaterra 6-2 en Wembley y 7-1 en Budapest. Fue memorizada por aficionados que jamás conocerían el Danubio, pero sabían lo que Kocsis, Hidegkuti y Bozsik llevaban en los pies. El sol en torno al cual giraban era Ferenc Puskas, capaz de anotar de zurda a 35 metros de la portería. Se puede decir que la Hungría del 54 fue el primer equipo en practicar con coherencia la formación 4-2-4, en darle valor a los mediocampistas y entender que el centro del terreno puede ser una factoría de goles. El portero, Gyula Grosics, anticipaba el fútbol futuro: usaba los pies para colocar pases de calibrada precisión. A excepción de Hidegkuti, las estrellas húngaras jugaban en el equipo del ejército, el Honved. Se conocían desde hacía mucho y practicaban de común acuerdo otros deportes para fortalecerse. Una utopía comunista en plena cancha.
De manera esperada, los húngaros anotaron 17 goles en sus primeros dos partidos de Suiza 54. Lo más significativo es que el segundo partido fue un 8-3 ante Alemania, con Puskas lesionado. Cuando estos dos equipos volvieron a encontrarse en la final, nadie podía esperar un resultado adverso a Hungría.
¿Qué tenía Alemania para frenar el destino? Lo que siempre ha tenido en la hierba: la capacidad de transformar el calvario en épica. Su capitán, Fritz Walter, era un veterano de 33 años con fobia a los aviones. Había sido paracaídista en la guerra y vio morir a su mejor amigo en un accidente. Lo acompañaba un puñado de jóvenes de la Alemania en ruinas.
El entrenador, Sepp Herberger, era uno de esos excéntricos profundamente racionales que cada tanto produce Alemania. En el primer partido contra Hungría presentó una alineación sorpresiva, como si descartara de entrada toda posibilidad de victoria y no quisiera cansar a sus titulares. Sin embargo, sus declaraciones no confirmaron esta suposición, que en el fondo lo favorecía. Cada vez que le preguntaban por el destino de un partido, decía: "El balón es redondo", como si todo dependiera del azar o la voluntad de Dios en el césped.
Puskas estaba lesionado y mucho se especuló acerca de su comparecencia en la final. En un gesto que algunos interpretaron como una capitulación adelantada, los alemanes le ofrecieron asistencia médica, que fue rechazada con altivez.
La gran inspiración de Herberger ocurrió en vísperas de la final. El entrenador alemán explicó con voz seca y paciente que en condiciones normales el equipo magiar era superior, pero si llovía, las cosas podían ser distintas. De acuerdo con Victor Hugo, Napoleón perdió en Waterloo porque la lluvia arruinó su virtuosismo de artillero y sus cuidadas cargas de caballería. El mal clima favorece a los que se adaptan al lodo y al desorden. Cuando Herberger recibió en su palma una gota de agua, supo que la final en Berna sería un duelo de trincheras, una oportunidad para el coraje.
Recordemos la voltereta más famosa de la historia. Hasta la fecha, ninguna final ha sido tan sorprendente. En forma esperada, Hungría anotó dos goles en ocho minutos. El capitán Fritz Walter reunió a sus jugadores y les dijo algo que nadie oyó y nunca se supo. ¿Qué podía comunicar ese hombre que no podía oír el ruido de un avión sin venirse abajo? ¿Cuál fue su agónico despacho de guerra?
La película El milagro de Berna narra las numerosas expectativas que desató ese partido: para unos representaba la constatación del desastre alemán después del delirio nazi; para otros, la recuperación del júbilo. Todo empezó mal, pero todo estaba por cambiar. Por esos años nació un niño llamado Gary Lineker, que crecería para anotar goles en nombre de Inglaterra y decir: "El fútbol es un juego sencillo en el que 22 jugadores disputan un balón y al final siempre gana Alemania".
De haber jugado diez partidos contra Alemania, posiblemente Hungría habría ganado nueve. Pero ese día llovió y Alemania se supo alimentar de los problemas. La final terminó 3-2, a favor de los reyes trágicos del balompié.
Suspendamos el relato para que comparezca un concepto que involucra a la historia de las mentalidades y tal vez a la trasmigración de las almas: la tradición. A menudo sucede que un equipo pierde en un estadio por la sencilla razón de que siempre ha perdido en ese estadio. De poco sirve que llegue invicto en 20 partidos y con un centro delantero al que Nike le fabrica zapatos dorados. El azar o los dioses o los canijos vientos hacen que pierda en esa cancha. El determinismo de la tradición futbolística resulta abrumador. Puede suceder que todos los que fueron derrotados la vez anterior ya estén en otros equipos o se hayan retirado: sin embargo, aunque los nuevos integrantes no compartan con ellos otra cosa que la camiseta, la tradición llega a arrebatarles balones decisivos.
A veces estos mitos se derrumban, pero cuesta mucho sobreponerse al fútbol espectral. Algo así ocurrió en 1974 y 1978. En el Mundial de Alemania, Holanda jugaba de maravilla pero carecía de la tradición que se adquiere haciendo gárgaras amargas. Alemania Federal cargaba con un juego predecible y mucho lastre; perdió contra Alemania Democrática, le ganó a duras penas a Chile, padecía la presión de un público que no veía por dónde encontrar motivos para ser pangermánico. Parecía difícil que se impusiera. Pero Alemania estaba apoyada por las sombras largas de los muchos que sufrieron en su nombre. Su capitán, Franz Beckenbauer, era el joven líbero que había deslumbrado en Inglaterra 66. Nadie ha tenido mejor postura en la cancha ni ha corrido sin balón con un garbo tan amenazante. Cuando Heidegger, que no sabía nada de fútbol, fue a un partido, le asombró el determinismo con que corría un joven novato, un jugador tocado por el destino. Era Beckenbauer.
En los dos Mundiales anteriores, el capitán de Alemania había sufrido lo suyo. En Inglaterra 66 vio cómo la copa se les iba con un gol fantasma (el abanderado soviético que decidió la jugada confesó que había normado su criterio por la gestualidad: el portero alemán lucía abatido y el delantero inglés alzó los brazos; esta iconografía del triunfo le resultaba tan familiar que la aceptó como sustituto de lo que no había visto). En México 70 Alemania perdió el "partido del siglo" ante Italia y Beckenbauer jugó con el hombro zafado, portando un vendaje de herido de la Gran Guerra.
En cambio, Holanda estaba contenta. Los futbolistas anaranjados bebían buen vino, fumaban un cigarro o dos en el descanso del partido, recibían las visitas de sus esposas o sus novias (o sus esposas y sus novias). Los alemanes llegaron a la final como deportados del frente ruso. Naturalmente, ganaron el partido.
¿Y qué decir de los argentinos de 1978? Perdieron contra Italia ante su público y golearon a Perú con alta dosis de sospecha. Pero representaban al país de Di Stéfano, Sívori, Pedernera y otros genios que nunca ganaron mundiales, pero debieron hacerlo. Los once de Menotti corrían impulsados por deudas acumuladas durante varias generaciones.
Nadie puede calibrar el sufrimiento histórico que desequilibra los partidos. Si un defensa sospecha que su esposa lo engaña con su compadre mientras él está concentrado en un hotel, ese sufrimiento es real pero no histórico. Al día siguiente anotará un soberbio autogol. En cambio, el dolor de los que antes estuvieron en la misma situación potencia como un compuesto hecho del hierro de los tiempos. La gran epifanía en la película sobre la vida del Rey Pelé es el momento en que, siendo niño, oye por radio la final de 1950 y atestigua la derrota de los suyos en Maracaná. De esa fisura surgió la voluntad de regate y toque prístino que le permitirían conquistar tres veces la copa que perdió en su infancia (...)
Por Juan Villoro
LECTURAS FIN DE SEMANA
Blog de Alejandro Padrón

UN NARRADOR EXCÉNTRICO
ENTREVISTA: John Irving
"A los lectores les gusta que los perturben"
Después de treinta años de oficio y de obtener en 2000 el oscar al mejor guión por Las normas de la casa de la sidra, basado en su propia obra, el escritor estadounidense publica Hasta que te encuentre, su novela más autobiográfica. A lo largo de mil páginas, John Irving despliega sus grandes obsesiones: desde la búsqueda del padre desconocido hasta los secretos sexuales de la adolescencia. A ellos se refiere en esta entrevista, en la que también habla de la "aterradora" política interior de George Bush.
EDUARDO LAGO
Tomado de BABELIA - 29-04-2006
El escritor John Irving pasea por las calles de París en 2002. (DANIEL MORDZINSKY) ampliar
BIBLIOGRAFÍA
"Tuve mi primera experiencia sexual a los 11 años, con alguien mucho mayor que yo. A mis amigos les ocultaba que me atraían más sus madres que sus hermanas"
La carrera literaria de John Irving (Exeter, Nueva Hampshire, 1942) abarca tres décadas largas y comprende 11 novelas, entre las que figuran títulos tan conocidos como Libertad para los osos (1969), El mundo según Garp (1978), El hotel New Hampshire (1981), Oración por Owen (1989), Un hijo del circo (1994), Una mujer difícil (1998) y La cuarta mano (2001). Autor de un libro sobre el negocio del cine (Mis líos con el cine, 1999), el año 2000 ganó un oscar como autor del guión basado en una de sus novelas más emblemáticas, Las normas de la Casa de la Sidra (1985). La narrativa de Irving, firmemente anclada en una concepción decimonónica de la novela, aborda con una mezcla de crudeza, ternura y humor temas polémicos de la vida contemporánea. Durante años, Irving alternó la lucha libre profesional con la escritura. Es un hombre de baja estatura, mirada limpia, cuerpo atlético y manos muy pequeñas. Exuda vitalidad y simpatía. La entrevista tiene lugar en su mansión de Vermont, en presencia de su perro Dickens.
PREGUNTA. ¿Diría que Hasta que te encuentre es su novela más personal?
RESPUESTA. Las novelas más autobiográficas son siempre las primeras, pero en mi caso ha sido justamente al revés. Para mí es necesario que haya una gran distancia temporal con respecto a los temas que toco. Yo sería un pésimo periodista. No puedo pensar con claridad acerca de lo que está sucediendo en el momento. En Hasta que te encuentre, vuelvo a episodios que me dejaron marcado en mi infancia y adolescencia. La búsqueda del padre que lleva a cabo el protagonista y su historia sexual están muy cerca de mi biografía. Había cumplido sesenta años cuando por fin me atreví a hacerlo.
P. ¿Puede hablar de esos episodios?
R. Tuve mi primera experiencia sexual a los 11 años, con alguien mucho mayor que yo. No compartí con nadie lo ocurrido. Cuando estaba con mis amigos adolescentes tenía que ocultarles que sus madres me atraían más que sus hermanas, porque sabía que lo que me pasaba no era natural. Los sentimientos y obsesiones asociados con aquel suceso tardaron mucho en disiparse. Cuando me atreví a abordar todo aquello en mi ficción, empezaron aflorar recuerdos que llevaban casi cincuenta años sepultados. El tema de la búsqueda del padre me resultó particularmente doloroso. No quería recordar la frustración que sentía cuando siendo yo muy niño les decía a mi madre, a mi abuela, a mis tías: por favor, contadme algo de mi padre, y siempre me cerraban la puerta. Sabe, yo siempre he tenido una buena relación con mi madre, no quería ofenderla ni sacar a la luz cosas que no se habían interpuesto entre nosotros desde que yo tenía 10, 11, 12 años, pero si se toma la decisión de escribir acerca de algo así, los recuerdos regresan.
P. ¿Por qué, estando el libro en manos de sus editores, decidió reescribirlo?
R. El manuscrito que envié a mi editora estaba en primera persona. A ella le gustó mucho y ya se estaban negociando los términos del contrato, pero yo sentía que necesitaba interponer una distancia mayor entre la novela y yo. Una mañana, de manera instintiva, fui a mi despacho y reescribí el primer párrafo en tercera persona. Nada más hacerlo vi al protagonista, Jack Burns, con mucha más claridad, como si hubiera enfocado una imagen borrosa ajustando bien una lente. Inmediatamente llamé a mi editora y le dije que no le enseñara el libro a nadie. Reescribí el primer capítulo en tercera persona y la diferencia me pareció asombrosa. Aparte de que todos los elementos de la historia, no sólo el protagonista, se veían mucho más en perspectiva, me di cuenta de que así me resultaba mucho más fácil mantener engañado al lector. Me explico. En Hasta que te encuentre hay un importante elemento de ocultamiento que afecta a la infancia del protagonista y no se desvela casi hasta el final. Con la historia en primera persona me resultaba mucho más difícil escamotearle las cosas al lector inteligente. Cuando mi editora vio el primer capítulo corregido, entendió inmediatamente mis intenciones y estuvo de acuerdo.
P. ¿Qué es más importante para usted a la hora de escribir, la emoción o el intelecto?
R. Mi instinto como narrador no ha sido jamás de orden intelectual. Soy un escritor emocional. Necesito conocer los resortes afectivos de mis personajes, su capacidad para influir en el ánimo del lector, ver qué hay en ellos que les permite hacernos sentir tristeza, reírnos, irritarnos. De modo que el proceso creativo para mí consiste en comprender la psicología del impacto emocional, qué hay en los demás capaz de afectarnos. No tengo tanta confianza en el control de los pensamientos de los personajes como en su capacidad para despertar emociones en el lector. Lo que me interesa de una escena o un momento es su potencial para divertir, para hacer daño, para provocar angustia, dolor o placer. El plano intelectual me interesa mucho menos. En Hasta que te encuentre quería que todos los personajes de relieve estuvieran marcados de por vida de un modo u otro, y no me refiero a los tatuajes, que son un aspecto muy importante de la novela. Quería que todos los personajes tuvieran algo en su pasado que les afectara y que cambiara el curso de sus vidas: las experiencias sexuales que tiene Jack siendo niño, la experiencia que marca a Emma..., de modo que la novela es un viaje que incorpora a todos estos personajes, haciendo que sus vidas se entrecrucen, y cada uno de ellos ha sufrido algún daño que los ha marcado y cambiado el curso de su vida. Una cosa que me gusta del argumento de esta novela es cómo sitúa a los personajes en órbitas que están destinadas a colisionar entre sí. Yo sé de antemano cuándo se van a cruzar las trayectorias de los personajes, pero tengo mucho cuidado de ocultárselo al lector, procurando mantener el misterio.
P. ¿Cuál cree que es la razón por la que tiene millones de lectores en todo el mundo? ¿Qué buscan los lectores en sus novelas?
R. El escritor no elige sus obsesiones, son sus obsesiones las que lo eligen a él. Mis lectores las conocen y saben que siempre regreso a los mismos temas: la pérdida, física o espiritual, el poder de los secretos, las zonas de la infancia que permanecen ocultas, los secretos sexuales, la ausencia de los seres queridos, padres o hijos. Algo que está claro es que a los lectores les gusta implicarse emocionalmente en lo que leen. Soy muy amigo de Stephen King, cosa que a alguna gente le sorprende, porque, según algunos, las novelas que escribe supuestamente no son literatura seria, aunque por lo general la gente que dice eso no ha abierto jamás un libro de Stephen King. Sin entrar en ese tipo de distinciones, hay algo que mis novelas comparten con las de Stephen King, y es que los dos buscamos perturbar al lector, hacerle sentirse incómodo. Aunque mi idea de lo que puede resultar perturbador sea muy distinta de la que pueda tener él, de lo que no hay duda es de que, a juzgar por la cantidad de lectores que tengo yo (y él tiene muchísimos más), a los lectores les gusta que los perturben, que los incomoden. Buscan experiencias catárticas en la lectura, a los lectores les encanta por ejemplo sentir miedo, experimentar alguna forma de terror. Ahora bien, las historias de horror convencional no son la única manera de asustar a la gente, hay otros niveles a los que se puede provocar terror, psicológicamente y de otros modos. Se puede hacer que la gente vuelva a tener sensaciones de inseguridad, que se sientan amenazados de manera parecida a como les ocurrió durante su infancia. Yo diría que en la mayoría de mis novelas obligo al lector a regresar a la infancia y a la adolescencia. Y hay mucha gente a la que eso no le gusta, sobre todo si se les lleva al terreno de la experiencia sexual.
P. ¿Hay intención de provocar en su tratamiento del sexo?
R. Procedo de un país que tiene una perspectiva sumamente infantil sobre la sexualidad humana. Estados Unidos es uno de los países menos maduros, por lo que se refiere a la sexualidad, del llamado mundo civilizado. El nivel de opacidad, de represión, de autocensura, son muy acusados. Ahora mismo padecemos una guerra cultural muy regresiva. En estos momentos nuestro país está dando muestras de una rigidez y un puritanismo que no había ni siquiera en los años cincuenta, cuando yo era niño. Y el resto del mundo se ríe de nosotros, con toda la razón. En Estados Unidos resulta difícil aceptar cosas que en el resto del mundo se ven con toda normalidad. ¿Por qué persigue la Administración de Bush a los homosexuales? ¿A qué obedece ese paso atrás? ¿Por qué en lugar de dar prioridad a la educación sexual se insiste en la abstinencia como única actitud? Yo soy demócrata y liberal de toda la vida, y hay, obviamente, muchas cosas que están ocurriendo en este país que me molestan profundamente. Ahora mismo, ciertos aspectos de la política interior, cotidiana, que afecta a la gente, la agenda doméstica es mucho más aterradora que la política exterior. No estoy diciendo que asuntos como la guerra de Irak no sean una aberración. Lo es, pero lo que pasa de puertas adentro es peor. El país no ha estado jamás tan dividido como ahora, ni siquiera durante la guerra de Vietnam. Eso me obliga a escribir de cierta manera. Si viviera en Alemania o en España no lo haría, pero viviendo aquí considero que tengo la obligación moral de provocar, de irritar. Sé que lo que escribo resulta ofensivo para buena parte de mis conciudadanos, pero me siento obligado a tocar ese punto sensible a fin de provocar una reacción. Me parece necesario.
BIBLIOGRAFÍA
NARRATIVA
El mundo según Garp.
El hotel de New Hampshire.
Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (Las normas de la Casa de la Sidra).
La epopeya
del bebedor de agua.
Oración por Owen.
Libertad para los osos.
Un hijo del
circo.
La novia
imaginaria.
Una mujer
difícil.
La cuarta mano.
ENSAYO
Mis líos con el cine.
INFANTIL
El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido.
(Todos publicados por Tusquets).
Blog de ALEJANDRO PADRÓNNarrativa
Pierre Michon,
La forma de una mirada
Del talento de uno de los mayores y más prestigiosos escritores vivos en lengua francesa surge una serie de hermosos textos que retratan a creadores como Beckett, Balzac, Flaubert o Victor Hugo entre otros
Rimbaud y Faulkner le rescataron de la autodestrucción. Ambos constituyeron su tabla salvadora y le revelaron la clave de la escritura
Como W.G. Sebald, Michon instaura una disciplina narrativa donde se cobijan géneros dispares
ROBERT SALADRIGAS - 26/04/2006No puedo evitar fijarme en los ojos de Pierre Michon, lo primero que cobra relieve en las fotografías del escritor. Casi siempre vestido de oscuro, marcando distancia con el objetivo de la cámara, paso por alto la calvicie que ha sustituido la cabellera rizada de su juventud, el rostro enjuto de mejillas sueltas, el eterno cigarrillo en los labios. Lo que cuenta para mí son los ojos foscos, el mirar empecinado de esos ojos que taladran aquello que ven, lo que llevan visto por dentro y por fuera, hasta dar forma a tan abundante experiencia en un continuum creativo que es hoy gran literatura, pura y simple Literatura. Michon es un narrador y un personaje discreto y atípico, raro, gigante entre una humanidad de liliputenses. El misterio de su dimensión aparece contenido en la mirada que atraviesa los parapetos de la mediocridad. Empezó a publicar muy tarde, a los 39 años, después de ser rescatado de la autodestrucción por su encuentro con la poesía de Rimbaud, el joven de 17 años. Michon había nacido en 1945, dos meses antes del armisticio, en Cards, una pequeña localidad de la Creuse. Su padre desapareció año y medio después. Lo echó de menos hasta que mucho más tarde pudo compensar la pérdida con la camaradería de Rimbaud. De ahí surgió Rimbaud el hijo (1991), un libro iluminado y deslumbrador, autobiografía, ficción, ensayo, poema en prosa, en el que reconstruyó desde su propio dolor el terrible enfrentamiento en Bruselas de Rimbaud con Verlaine, con el fantasma del padre extraviado, el imperdonable ausente, que de pronto abre la válvula del rencor durante tanto tiempo acumulado. La madre de Michon era enseñante en Mourioux. Ella le imbuyó la fascinación por la lengua leyéndole poemas en voz alta, tratando así de restañar la orfandad culpable del muchacho que luego, gracias a su influencia, estudiará letras en Clermont-Ferrand, participará como militante maoísta en el mayo del 68 deseando creer que la revolución era factible, su revolución personal, y seguirá buscando agitar las calles con el grupo teatral Kersaki, en realidad una comuna artístico-política que se disuelve en 1971. Michon, huérfano de nuevo, araña los posos de su marginalidad. Rechaza integrarse en la sociedad civil, ser domesticado por el conformismo de las masas de nuevo sometidas. Está al borde de convertirse en un clochard. Los setenta son años de negatividad absoluta, de alcohol, drogas, vagabundeo sin rumbo entre deshechos como él que nada esperan de sí mismos; años de amores livianos y cruentas frustaciones. Pero de repente algo sucede. Rodeado de vidas pequeñas, socialmente irrelevantes, en las que se reconoce, cobra nuevo sentido para él la lengua poética de su adolescencia y, en pleno auge de las vanguardias, con más de 30 años y sin haber escrito una línea cae en sus manos la reedición en bolsillo de un libro escrito por un autor de Oxford, Mississippi, William Faulkner, titulado ¡Absalón! ¡Absalón! Y así como Rimbaud había sido un día su tabla salvadora, Faulkner, "el padre del texto", le revela la clave de la escritura. Michon cuenta: "Creo que no había acabado aún de leerlo cuando empecé a escribir Vidas minúsculas, con una sensación de liberación y gozo indecibles. Y le guardo a Faulkner por ello una gratitud ilimitada y un afecto cuyo lugar no ha ocupado ninguna otra cosa". Vidas minúsculas (ver mi comentario del 3/ VII/ 2002) es una obra literalmente extraordinaria con la que Michon funda su propio género sobre las cenizas de los géneros establecidos y articula un aparato verbal que será santo y seña de su identidad literaria. A través de las diminutas vidas ajenas arma su biografía de hombre pequeño, agigantado por la prodigiosa forma verbal de la mirada que todo lo atraviesa. De pronto se eleva a la altura de vértigo del otro gran narrador francés vivo, el nonagenario Julien Gracq, y se proclama heredero de la heterodoxia de Maurice Blanchot. A continuación vendrán otros textos que consolidan su prestigio: Vida de Joseph Roulin, Señores y sirvientes, El rey del bosque (la edición española los reúne en un solo volumen bajo el título de Señores y sirvientes, 2003), consagrados a artistas como Van Gogh, Piero della Francesca, Goya, Watteau y Claudio de Lorena, miniaturas biográficas de ficción en las que Michon legitima tanto las palabras como los silencios con que, mediante puntos de vista interpuestos, conducen al lector hasta la esencia de los personajes que en realidad son partes o secuencias de su universo literario absoluto, un espacio libérrimo donde toda compartimentación ha sido abolida. Al escribirlo casi resultaría escandaloso no mencionar la equivalencia con la obra de alcance no menos cosmogónico de W.G. Sebald, el autor alemán que en los noventa instauró, como poco antes lo había hecho Michon en Francia, una nueva disciplina narrativa, otra forma de escritura en la que un mismo texto cobija géneros hasta entonces autónomos, desde la memoria, la autobiografía, la historia, el viaje, la narrativa o la poesía, todos ellos aglutinados sin menoscabo de su autenticidad. Uno y otro evocan el pasado para identificarse con el presente y casi nunca utilizan el estilo directo a favor de la primera persona. Lo que les distingue es que en tanto la lucidez de Sebald está impregnada de la pertinaz melancolía del emigrante que identifica sus raíces en la historia pero ignora hacia donde se encamina, Michon evita el derrumbe en espiral de la mente sintiéndose carne de la gran tradición literaria y optando, en su incalificable goce de escribir -de hacer literatura de la literatura-, por la exaltación visionaria de su conciencia poética. Por último el volumen que ahora nos llega del más depurado Michon, Cuerpos del rey. Reúne dos obras: Cuerpos del rey (2002) y Tres autores (1977). El primero se compone de hermosos textos de homenaje a Beckett (a partir de una fotografía de 1961), Faulkner (otra imagen de 1931), Flaubert, Villon, Victor Hugo y Muhamad ibn Manglî, escritor cairota del siglo XVI. En el segundo, la fantasía de Michon retrata al gran Balzac, quien como él nunca desaparece tras el texto (magistral la reconstrucción ficticia del encuentro con George Sand en Nohant, la propiedad de ella, y con Baudelaire en los muelles de París), y la "alegría candente" de Cingria, un escritor fracasado. Pero si de veras desean saber quién es Pierre Michon, la combustión de su escritura lujuriosa, de su irreprochable prosa, lean palabra por palabra la pieza de cierre, El padre del texto, sobre la deuda contraída con Faulkner. "Es el padre de cuanto he escrito. No es que me influyera (...), lo que me dio fue permiso para entrar en la lengua a hachazos, y el atrevimiento del enunciado, la poderosa voz invencible que echa a andar dentro de un hombrecillo inseguro." ¿Está claro? Pues he aquí la grandeza de Pierre Michon, la apabullante fraternidad de la literatura.

Blog de ALEJANDRO PADRÓN
Tomado de BBC MUNDO
Miércoles, 26 de abril de 2006
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El blog gana estatus literario
Los ganadores se darán a conocer el próximo tres de abril.El diario de una prostituta londinense y la crónica de las manipulaciones mediáticas atribuidas a la Casa Blanca, son finalistas al primer premio literario para libros que originalmente aparecieron como blogs.
El Premio Blooker se otorgará a los mejores libros basados en blogs publicados en inglés en cualquier parte del mundo en las categorías de ficción, no ficción e historieta, y los ganadores se darán a conocer el próximo 3 de abril.
Blooker es una palabra que se deriva de blog y book (libro, en inglés) y que parafrasea el nombre del prestigioso Booker, el premio literario más importante del Reino Unido.
La creación del Blooker se debe a Bob Young, el fundador de la compañía editorial independiente Lulu.com, y antiguo presidente de la empresa de Linux Red Hat.
Tocineta y dinosaurios
Autores estadounidenses dominan la lista de los primeros aspirantes al Blooker, pero también hay nominados procedentes de Gran Bretaña, Canadá, India, Australia e incluso México y España.
"Huevos, Tocineta, Papas y Frijoles. Cincuenta grandes cafés y lo que los hace grandes", un libro del británico Russell Davies, se encuentra entre los aspirantes, al igual que el libro anónimo "Belle De Jour: aventuras íntimas de una prostituta londinense".
Los obras primero aparecieron como blogs.Otros títulos son "George W. Bush, los medios y la verdad", de Bryan Keefer, Ben Fritz y Brendan Nyhan, y "Julie y Julia: 365 días, 524 recetas, una pequeña cocina", de Julie Powell.
Una colección de textos y ensayos sobre África e historietas sobre dinosaurios se incluyen además en la lista, al igual que un compedio de 26 ilustraciones sobre "cosas extrañas e inexplicables".
Millones de blogs
El jurado del premio lo conforman Cory Doctorow, autor y coeditor de boingboing.net; Robin Miller, editor en jefe del sitio tecnológico OSTG, y Paul Jones, director de ibiblio.org.
En los últimos años, se ha visto una verdadera explosión en la creación de blogs o diarios virtuales, los cuales crecen a un ritmo de uno por segundo, según Technorati, una empresa que se dedica a llevar cuenta de los blogs en internet.
Los blogs son considerados una herramienta perfecta para todos aquellos que quieren expresar sus ideas en la red y no estar sujetos a controles editoriales ajenos.
Se estima que hay más de 60 millones de blogs en la red, y hay un creciente interés en la industria editorial por la publicación de blogs en forma de libro.
Estaciónate y escribe
Tomado de Sean Coughlan BBC MUNDO
Londres, 26.04.2006
La autora del blog quiere mantenerse en el anonimato.Una mujer sin hogar en Londres ha estado viviendo en un vehículo desde el verano pasado, pero a través de un blog se ha puesto en contacto con una audiencia internacional.
Es una historia de nuestros tiempos. Se trata de una persona que está desconectada de los que le rodean pero conectada a gente que está a cientos o miles de kilómetros de ella.
En este caso, se trata de una mujer que se quedó sin techo, se metió en su automóvil y empezó a manejar. Excepto que esta vez no tenía a dónde ir, por lo que empacó todas sus pertenencias en la maleta del carro y ahora duerme en los asientos delanteros.
Nadie se ha dado cuenta de su situación porque ella se cerciora de bañarse y de planchar su ropa en espacios públicos, como hospitales.
Aunque se ha hecho invisible para todo aquel que la conoce y se ha mantenido alejada de los pordioseros, va a una biblioteca pública donde tiene acceso a internet y escribe una bitácora digital, que utiliza para describir sus experiencias y sus sentimientos.
Una vida extraña
Aunque ella no tiene nadie con quien hablar en Londres, utilizando la identidad Wandering Scribe (el escriba vagabundo), intercambia correos electrónicos con personas en Estados Unidos.
Incluso, el periódico estadounidense New York Times la ha entrevistado para ilustrar su propia historia sobre la gente que vive en automóviles.
En este blog es donde soy honesta sobre mi situación de estar sin techo. Paso el resto del día "afuera" en el mundo "real" siendo deshonesta sobre ésto, tratando de cubrir todo lo que me pasa La autora del blog, que tiene un poco más de 30 años, quiere mantenerse en el anonimato porque no quiere ser identificada con la "extraña vida" que tiene.
Sin embargo, explicó cómo desde agosto de 2005 comenzó a vivir en un vehículo.
No fue una causa, sino varias las que la impulsaron a vivir así.
Perdió su trabajo y como ya tenía problemas de dinero, apenas podía pagar la renta. Una relación previa terminó y todo provocó que pasara por un shock psicológico.
"Los problemas psicológicos le pueden pasar a cualquiera. Si tienes suerte tendrás amigos y familia para apoyarte, pero yo tenía un problema y no tenía a nadie", indicó.
"Estaba avergonzada de dejar ir las riendas de mi vida y no tenía dónde apoyarme. ¿Qué tipo de persona eres si no tienes amigos? Esta clase de cosas pasan".
Su vida consiste en utilizar espacios públicos para lavar su ropa y asearse. Emplea los beneficios económicos que le da el Estado en pagar por el combustible del vehículo y la comida. Y se cobija del frío en su automóvil.
Blog y sufrimiento
Sin embargo, su blog da una cara humana a un sufrimiento anónimo.
Allí, ella habla de su niñez, de los sentimientos de rechazo y su lucha por recobrar la confianza perdida y su respeto propio.
El blog describe sus experiencias como "sin techo".Asimismo, se aprecia una visión de primera mano sobre los obstáculos que enfrenta alguien que se queda sin techo: los miedos de dormir dentro de un vehículo, las pequeñas victorias al lograr vencer el frío, cómo se lava el cabello, entre otras experiencias.
El blog ha producido su propio grupo de lectores, gente que envía correos electrónicos.
La autora señala que el blog ha sido un intento por mantenerse "sana mentalmente y una forma de salir de la oscuridad".
El blog Wandering Scribe tiene sus propias ambiciones: "Espero salir de esta situación pronto, tener mi propia habitación donde pueda cerrarle la puerta y las cortinas al mundo".

Blog de ALEJANDRO PADRÓN
Tomado de El Mundo España, Domingo 23.04.2006
'COMPLETE WORKS': EL MAYOR HOMENAJE AL DRAMATURGO
Shakespeare vuelve a su pueblo
Una primera edición de las obras de Shakespeare, un tomo de 1623 que será subastado por Sotheby's. (Foto: EFE)
SUSANA SANHAM (EFE)
LONDRES.- Si William Shakespeare (1564-1616) levantara la cabeza, además de cumplir exactamente 442 años, podría ver como su ciudad natal, Stratford-Upon-Avon, se le rinde el mayor homenaje en su historia, con el festival 'Complete Works' (Obras Completas).
Esta localidad en el corazón de Inglaterra, no sólo lugar su nacimiento sino también donde murió y está enterrado, en la iglesia Holy Trinity Church, acogerá durante un año la cita, donde se representarán por primera vez en la historia las 37 obras, sonetos y poemas largos del genio de la literatura británica.
Y si el dramaturgo resucitado se diera un paseo por la ciudad podría asistir a alguna representación de 'Romeo y Julieta' o de 'Antonio y Cleopatra', obras con las que el festival comenzó su andadura el pasado 6 de abril, aunque su inauguración oficial ha sido este domingo con motivo de las celebraciones del aniversario.
También podría ver, si se quedará durante este año en Stratford, 23 producciones de la compañía que lleva su nombre, la Royal Shakespeare Company, además de 30 montajes de otras compañías de las que 17 son extranjeras, aunque ninguna española.
La directora del festival, Deborah Shaw, resaltó este internacionalismo y señaló que la organización ha tratado de "ofrecer una abanico variado de producciones", que proceden de "casi todos los continentes". "Este es un festival único. Hemos invitado a un gran número de compañías, con algunas teníamos relación pero con otras es la primera vez que colaboramos".
Quizá Shakespeare se quedaría algo escandalizado al ver cómo el certamen acogerá, entre otras obras, a un 'Hamlet' de figuras ninjas en miniatura o un 'Ricardo III' convertido en Sadam Hussein y ambientado en el Irak de mediados de los años 80.
"Esta experiencia es muy interesante porque nosotros estudiamos a Shakespeare en la escuela obligatoriamente y nos vamos a reunir con gente de otras culturas que no lo estudian y hacen que veas a Shakespeare de una manera más fresca". Y confesó su sorpresa al comprobar la libertad con la que se aproximan al literato las compañías de habla no inglesa: "Es algo muy fructífero".
También contará con montajes de directores reconocidos internacionalmente como Peter Stein y el japonés Yukio Ninagawa, que llevarán a los escenarios 'Troilo y Crésida' y 'Tito Andrónico', respectivamente.
El escritor es el principal reclamo de la ciudad ubicada sobre el río Avon, que se prepara para acoger a unos 800.000 visitantes, según la organización, con motivo de la celebración del 'Complete Works', que cuenta con un presupuesto de unos 49 millones de euros.
Pero el festival no se limitará a estar presente en los tres teatros de la localidad, sino que inundará otros rincones de Stratford-Upon-Avon con actividades como proyecciones de películas, talleres, conciertos y conferencias, e incluso un partido de fútbol que enfrentará a los Montescos contra los Capuletos.
Blog de ALEJANDRO PADRÓN

ENTREVISTA: Sergio Pitol Premio Cervantes 2005
"El 'Quijote' es un verdadero festejo de inteligencia y audacia"
La brillantez y la originalidad de sus textos le llevarán el próximo viernes a la Universidad de Alcalá de Henarés para recoger el Premio Cervantes. Sergio Pitol afirma que lo hará emocionado y con un profundo respeto poruqe nunca soñó que su imaginación fuese tan valorada y que sus obras fuesen reconocidas entre las más originales de las escritas en lengua española. El escritor mexicano reconoce que para escribir hay que sentir e intuir el alma de la lengua.
AURORA INTXAUSTI - Madrid
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 19-04-2006
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Sergio Pitol, el lunes en Madrid. (LUIS MAGÁN) ampliar
"Creo que la literatura, la lectura, fue lo que me salvó de la pérdida de mi familia y de mi larga enfermedad"
"Los intelectuales españoles del exilio me transmitieron sus ideales de vida y de libertad"
Está nervioso por recibir el viernes el Premio Cervantes, galardón que nunca hubiese imaginado que pudiera llegar a sus manos, y emocionado porque el pasado viernes, recién llegado a España, conectó un televisor y vio un documental sobre la II República Española que le hizo recordar a los hombres y mujeres que vivieron el exilio en México y le enseñaron "a amar la literatura". "Lloré cuando aparecieron en mi memoria recuerdos entrañables y al contemplar cómo hace 75 años en este país se vivió una libertad que se perdió con la Guerra Civil y la dictadura, y luego se tardó años en conquistar de nuevo". Sergio Pitol (Puebla, México, 1933) busca en su memoria las palabras exactas que quiere transmitir en su afán de que las frases que pronuncia tengan la estructura y el sentido de lo que llega a su mente. Este inagotable escritor, traductor, investigador de la lengua, que vivió en ciudades como Belgrado, Varsovia, Roma, Pekín, París, Budapest, Moscú y Barcelona (entre 1969 y 1972), se convertirá en el tercer mexicano en recibir el Cervantes, tras los galardones concedidos a Octavio Paz (1981) y a Carlos Fuentes (1987).
Pregunta. ¿A quién va dirigido el discurso que tiene previsto pronunciar?
Respuesta. Me ha costado elaborarlo más de lo que en un principio podía imaginar. He escrito mi discurso en honor y por respeto a mis maestros del exilio español. Yo y toda mi generación les debemos muchísimo a todos ellos; es más, soy escritor por las lecciones que me dieron. También habrá referencias a autores mexicanos como Alfonso Reyes, entre otros.
P. ¿Quiénes fueron esos maestros?
R. Aquellos que supieron transmitirme sus ideales de vida y de libertad, como María Zambrano, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Max Aub, León Felipe. Fueron maestros de lujo. Ellos me dieron dimensiones universales, me dieron la lección primera de amor a la España a la que ellos pertenecían. Los escritores mexicanos nos acercamos mucho a los españoles porque a través de sus tertulias nos metían en un mundo increíble para nosotros que estábamos empezando a embarcarnos en la literatura.
P. ¿Qué sentido tiene hoy para usted la palabra?
R. El lenguaje es el principio de toda forma literaria. El lenguaje es una materia sobre la que modelamos, pero para que un poema o un capítulo en prosa llegue a ser literatura hay que sentir, intuir el alma de la lengua, y ese impulso es lo que impide que la palabra se torne mecánica y se vuelva gris.
P. Ha realizado traducciones de grandes escritores. ¿Qué tiene el español para resultarle tan atractivo?
R. Es una de las lenguas más formidables que existen desde las primeras palabras que se conocen. Se puede decir que casi desde su nacimiento tiene una personalidad, un ritmo, una penetración en el conjunto que resulta impresionante. El medievo en España es ya magistral -Cantar del Mío Cid; Coplas a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique; La Celestina-. Esas obras son ya joyas que no se habían dado en otras lenguas. Y años más tarde llega Cervantes con su Quijote, y eso es ya un verdadero festejo de inteligencia y de audacia y de una presencia humanística sin parangón. Es imposible que en la literatura se dé un caso igual. El Quijote es todavía hoy, como construcción, una obra contemporánea. Cervantes se sirve de las novelas de caballería, pastoril y picaresca, utiliza todos esos géneros para cohesionarlos y darles un dinamismo que nunca había tenido la novela en ningún país. Esos tres géneros están en el sustrato de la lengua y de la trama, pero también ha creado otras formas diferentes porque es una novela en la que los personajes principales son casi locos. El Quijote, de repente, discurre por temas literarios, académicos, filosóficos y morales, y la estructura de la novela es un monumento a la innovación, a la imaginación, porque dentro de ésta hay 10 o 12 pequeñas novelas que, en algunos casos, no tienen ningún punto de encuentro o cercanía con la trama principal.
P. Vivió una niñez triste, la pérdida de sus padres y la enfermedad que le tuvo postrado durante cinco años en la cama. ¿Su refugió fueron los libros?
R. Con el paso del tiempo pienso y creo que la literatura, la lectura fue lo que me salvó. Conocer entre mis libros mundos diferentes, llenos de aventuras, sobre todo, me hacía tener la concepción de que lo que narraban los libros era el mundo real y que cuando yo estuviera sano iba a tener la posibilidad de conocer esas vidas y participar con los personajes en las historias que veía escritas.
P. Parece que parte de esas aventuras sí las llegó a conocer, si se tiene en cuenta que 28 años de su vida los pasó viajando.
R. Todo lo que he vivido en los distintos países por los que he ido recalando ha resultado emocionante, y de todos los lugares por los que pasé, desde China a Moscú, saqué experiencias apasionantes. En junio vuelvo a China, donde se acaban de publicar dos de mis libros, El arte de la fuga y Vals de Mefisto. No sé qué tal resultará la aventura, porque los libros que escribo son diferentes y un poco difíciles, y muy distintos a lo que estaban acostumbrados a leer los chinos. Tengo curiosidad por ver qué pasa. Hace una semana vi una noticia en la que se veía en Shanghai una cola impresionante de jóvenes que estaban a las puertas de una librería esperando a que subiesen la persiana porque ese día salía a la venta Lolita, de Vladímir Nabokov. En la China que yo visité eso era impensable.
P. Ha escrito en prácticamente todos los géneros literarios y ahora está embarcado en la aventura de una nueva novela.
R. Me gusta cambiar para no aburrirme. Estoy en el proceso de tomar notas para escribir una historia que se desarrolla en México, en la segunda mitad del siglo XIX. Tengo muchas notas que voy tomando a mano y creo que puede resultar bastante graciosa, pero todavía no la tengo montada. Cuando yo escribo, no sé por qué, tiendo a hacer trilogías. Y ahí está lo que los editores llaman Tríptico de Carnaval, formado por las novelas El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, cuando deseo seguir en esa misma línea siento que me estoy autocopiando, que el ritmo, la palabra acuden a mí de forma mecánica; entonces tengo que pasar a otro género. En mis ratos de ocio durante este año he ido imaginando el discurso que tengo que pronunciar el viernes y he tenido que repasar todas las épocas de mi vida.
P. ¿Qué momentos han acudido con mayor intensidad a su memoria?
R. Sobre todo los vividos durante la niñez. He recordado los libros que leí en esa etapa de mi existencia y siento que la literatura ha dado unidad a todos mis trabajos y a las circunstancias de mi vida. He recibido muchos premios a lo largo de mi carrera, los mayores de México, pero para mí el Cervantes es algo inmenso, es como el Nobel.
P. ¿Por qué sintió la necesidad de traducir algunas de las obras que iba leyendo?
R. Cuando tienes la posibilidad de leer un libro muy bueno, fascinante, extraordinario, y descubres cómo está hecho, tienes la necesidad de transmitirlo a la lengua que es tuya. Cuando decido traducir obras de James o Conrad ves cómo ellos construyeron la casa y al traducirla contemplas las distintas piezas de albañilería que cada uno utilizó.
P. Con el dinero de uno de los últimos premios que logró se instaló una pantalla de cine en su casa por la gran afición que siente por el séptimo arte. ¿Ha pensado qué va a hacer con los 90.180 euros del Cervantes?
R. Algo ya se me ha ocurrido. Pertenezco a una asociación de protección de la naturaleza en Xalapa (México), el pueblo en que vivo desde 1993, y una cantidad la destinaré para ellos. El resto, todavía no lo sé.

CRIMEN Y LITERATURA
ENTREVISTA: P. D. James
"La experiencia sin imaginación no es buena"
Desde su casa londinense, la escritora inglesa defiende la literatura como entretenimiento y habla de su última obra: El faro. Ex funcionaria del Ministerio del Interior británico, P. D. James centra ahora su narración en un crimen en una isla donde está reunido un grupo de famosos. La autora asegura que "es peligroso usar un libro para alterar la opinión de la gente o hacer proselitismo".
LOURDES GÓMEZ
Tomado de BABELIA - 15-04-2006
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P. D. James es baronesa y pensionista. (JORDI ADRIÀ) ampliar
BIBLIOGRAFÍA
"Un novelista debe ser capaz de comprender otras posturas y penetrar en los sentimientos de quienes no comparten tus ideas"
Phyllis Dorothy James combinó, durante treinta años, su trabajo en la Administración británica, en el Home Office principalmente, con la creación literaria. Asegurada la pensión, en 1979, ocupó cargos públicos en la BBC, el Arts Council y el British Council mientras continuaba construyendo una extensa y celebrada bibliografía de novelas policiacas. El asesinato premeditado es el terreno preferido de P. D. James y, en su mano, la investigación del crimen se convierte en espejo del debate sobre las cuestiones más relevantes de la sociedad contemporánea. En su casa londinense, en el barrio que ilustra su título vitalicio de acceso a la Cámara de los Lores, como baronesa de Holland Park, habla de la función del novelista y de su última obra, El faro, que acaba de editarse en España. "Escribo por necesidad psicológica", confiesa a sus 85 años y cuando ya en su cabeza comienza a levantarse el armazón del que será su próximo libro, el número 20 desde 1962.
PREGUNTA. ¿Se siente aferrada a la tradición como sugiere la lectura de sus novelas?
RESPUESTA. Sí, tengo apego a la tradición, pero en una novela hay que reflejar la vida sin imponer en los personajes el punto de vista propio. Es peligroso utilizar un libro para alterar la opinión de la gente o hacer proselitismo. Un novelista debe ser capaz de comprender otras posturas y penetrar en los sentimientos de quienes no comparten tus ideas. Pero, a cierto nivel, toda ficción es autobiográfica. En un libro se puede detectar el carácter del autor, su perspectiva de la vida, aunque aporte en sus páginas distintos puntos de vista.
P. Aflora en su obra el debate que divide al anglicanismo. ¿Teme la escisión de su Iglesia?
R. El debate es útil e inevitable. El mundo ha cambiado y hay que encarar las cuestiones que van surgiendo, como las mujeres obispo o los curas homosexuales. Personalmente no veo por qué la mujer no puede ser obispo una vez que se cedió y se aceptó su ordenación al sacerdocio. Ésa fue la gran decisión. En el debate sobre la homosexualidad no existe compromiso alguno y el cisma puede producirse. La Iglesia de Inglaterra es un hervidero de polémicas.
P. Con la Reforma, los católicos se convirtieron en enemigos de Inglaterra. ¿Han sido suplantados ahora por los musulmanes?
R. Fue una persecución dictada por la política más que motivada por posturas religiosas. Dominaba el sentimiento de que los católicos eran más leales a su religión y al Papa que a Inglaterra. En esta misma posición vemos ahora a la gran minoría musulmana británica. Viven entre nosotros, pero nos preguntamos: ¿sienten lealtad al país del que son ciudadanos o a la religión musulmana? ¿Quieren que nos convirtamos todos al islam? La historia, curiosamente, se repite.
P. ¿Qué proceso sigue en la gestación de una novela?
R. El libro nace con una localización y de ese entorno específico surge la idea. Antes de escribir, me planteo con todo detalle la trama y el perfil de los personajes. Pero por mucho esmero que ponga en este plan inicial, por muchos mapas, gráficos y demás material de investigación que tenga a mano, nunca termina siendo el libro que pensaba escribir. Los personajes se revelan por sí mismos y nuevas ideas van brotando a medida que escribo. Me sorprende y me gusta que esto ocurra.
P. En El faro, hay un escritor al que trata vilmente. ¿Por qué?
R. Me divertí mucho escribiendo sobre Nathan Oliver. Tuve mucho éxito con este personaje. Entendemos que es un buen escritor y un ser humano horrible. El talento es lo más importante en su vida y por cultivar su talento sacrifica a todos los demás, incluidas a su mujer y, particularmente, a su hija. Algunos artistas, ya sean músicos, pintores, actores o escritores, lo supeditan todo al talento. Domina tanto sus vidas que no conceden importancia al resto de las personas. Oliver es también un hombre asustado porque está perdiendo lo único que tiene, el talento. Yo tengo suerte. Si lo pierdo, aún me quedarán la prueba de mi talento, mis hijas, mis nietos y biznietos, mis amigos y otros intereses. Podré decir: no voy a escribir otra novela pero he disfrutado muchos años de mi talento.
P. ¿Sugiere a través de Oliver que la experiencia es mejor pozo de inspiración creativa que la imaginación?
R. Necesitamos ambas. Creo, sin embargo, que la experiencia sin imaginación no es buena. Un escritor necesita la habilidad de penetrar en la mente de los demás. Es fácil escribir una primera novela, y mucha gente lo hace. Vuelcan en ella la experiencia personal de su vida pero no pueden entrar en la experiencia de los demás, como debe hacer un buen escritor.
P. ¿Se menosprecia la narrativa criminal cuanto más popular y entretenida resulta una novela?
R. Entretener es un objetivo legítimo. Ofrecer placer y alivio frente a los traumas del día a día es una ambición legítima para un novelista. Henry James lo explicó muy bien al decir que "una buena novela ayuda al corazón de un hombre a conocerse a sí mismo". También comparto su opinión de que una buena novela puede despertar en el lector mucha indignación o mucha generosidad. Una novela de detectives, si es seria y está bien redactada, es tan capaz de conseguirlo como cualquier otro género literario.
P. ¿Qué le impulsa hacia el asesinato?
R. Es el crimen más importante y serio. El único que no se puede reparar. Fascina al ser humano desde el principio de los tiempos. La Biblia arranca en sus primeros capítulos con un asesinato. Nos seduce descubrir qué lleva a una persona a cruzar la línea invisible que divide a los que matan de los que no matan. Y no me refiero al homicidio, premeditado o no, sino a la planificación deliberada y detallada de la muerte de otra persona. Es un acto espantoso que todavía contemplamos con cierta fascinación o reverencia.
P. ¿La comunidad que habita la isla de El faro sirve de metáfora de la sociedad en general?
R. Sí, es un microcosmos del mundo exterior. Limita los bordes del lienzo puesto que restringe el número de sospechosos. Es un recurso muy utilizado por los autores de novelas de detectives porque permite concentrar a los personajes en un mismo espacio, dificultarles la salida del mismo... Una comunidad aislada ofrece muchas ventajas en tanto que emociones quizá reprehensibles y todo tipo de preocupaciones pueden estar a punto de explotar bajo la superficie. De todas formas, lo importante para mí es explorar al hombre y la mujer bajo el trauma de una investigación criminal y en el mundo en el que viven.
P. En su caso, la isla es refugio de celebridades.
R. Quería que mi isla fuera distinta a la de otras novelas y me alegré cuando me vino esta idea. Me pareció una idea muy racional, un refugio temporal para la gente que siempre está en el foco de atención, que necesita guardaespaldas constantemente, que nunca puede dormir sin asegurar puertas y ventanas. Llegan a la isla sin protección ni teléfonos móviles y, como tampoco hay televisión, pueden apartarse de todo y concentrarse en sus pensamientos. Hay, por supuesto, personas que no lo aguantan, pero, para otras, es un alivio enorme.
P. ¿Su trabajo de funcionaria en el Ministerio británico del Interior le ayudó en su labor literaria?
R. Ejercí en los departamentos de policía, legislación criminal y en los servicios forenses. También actué como magistrada de tribunal. Todavía recurro a la policía y al laboratorio forense al preparar una novela. El lector debe creerse la historia y, para ello, hay que ser exactos al describir los procedimientos y el trabajo de la policía. Es un aspecto al que concedo una importancia tremenda. Otorga autoridad a la novela.
P. Mantuvo su trabajo hasta casi cumplir 60 años. ¿Dudó acaso de su talento como escritora?
R. Nací en la depresión de los años veinte y mi madre solía recordarnos lo afortunados que éramos de que mi padre tuviera un trabajo seguro como inspector de Hacienda. También para mí fue importante asegurarme el salario, y después la pensión, al final de cada mes. Hay gente valiente que apuesta por su talento y depende de la literatura. Yo nunca quise hacerlo. Confiaba en mi talento en tanto que sabía que podía escribir bien. Pero no quería verme en una posición en la que tendría que escribir un libro para pagar la hipoteca de la casa. Para mí, escribir es una vocación. Una necesidad psicológica, no financiera. El Dr. Johnson dijo que el dinero es la razón por la que una persona debe escribir. Yo nunca confié en el dinero, pensé que podía o no podía venir. Ahora, claro, los libros generan muchos más ingresos que lo que cobro de pensión. El éxito ha sido enorme.
P. Se sienta en la Cámara de los Lores en el banquillo de los conservadores. ¿Es miembro del partido?
R. No soy afiliada a ningún partido político. Simpatizo más con los tories porque creo en la libertad personal y pienso que el Estado debe interferir lo menos posible en el ser humano. Por otro lado, desconfío desde muy joven de los laboristas. Apoyaron a la antigua URSS, probablemente la peor tiranía que hemos conocido. Y me irrita esa farsa de que si eres humano y te preocupas por los pobres debes ser de izquierdas. No es cierto. Yo no juzgo a un individuo por sus opiniones políticas ni sus ideas religiosas. Hay gente buena y gente mala en todos los bandos políticos y en todas las religiones.
BIBLIOGRAFÍA
La sala del crimen (Zeta Bolsillo).
Muerte de un forense (Ediciones B).
Muertes poco naturales (Ediciones B).
La torre negra (Ediciones B).
Un impulso criminal (Ediciones B).
Muerte en el seminario (Zeta Bolsillo).
Intrigas y deseos (Ediciones B).
Mortaja para un ruiseñor (Debolsillo).
La sala del crimen (Ediciones B).
Sangre inocente (Punto de Lectura).
La calavera bajo la piel (Punto de Lectura).
La hora de la verdad (Punto de Lectura).
Cubridle el rostro (Debolsillo).

Tomado de la BBC
Viernes, 10 de febrero de 2006 - 14:50 GMT
Diez palabras con Carlos Fuentes
BBC Estudio 834
Siguiendo el esquema de su libro "En Esto Creo", un libro muy hermoso sobre una serie de palabras que usted va definiendo como su diccionario personal, quiero orientar así esta entrevista y girar alrededor de algunas palabras y de lo que para usted significan.
Por supuesto quiero empezar con la palabra escritura, ¿usted por qué empezó a escribir?
Mire, se pierde en la noche de mi infancia, porque yo empecé a escribir a los siete años, imagínese. Vivíamos en Washington, en una casa de departamentos, y yo hice una revista personal mía con dibujos, comentarios, críticas de cine, noticias, y dibujada a mano.
Y la pasé de piso en piso, de departamento, regresó muy borrada. No hubo comentarios, pero yo ya sabía desde ese momento que iba a escribir, que era lo que me gustaba.
Escuche la entrevista
¿Por qué ese impulso inicial de ser escritor? Vargas Llosa, por ejemplo, dice que es como una necesidad, un desacuerdo que hay entre el escritor y el mundo y una necesidad como de rehacerlo.
A los siete años no lo sabía yo, mire, también hay genes. Yo tengo un tío que se llamaba como yo, Carlos Fuentes, veracruzano, un excelente poeta, tenía una revista literaria, escribía muy bien, murió a los 21 años.
Y yo creo que algo de sus genes me pasaron a mí o mi padre me impulsó de una manera misteriosa que yo cumpliera el destino de su hermano muerto, yo creo que algo de eso hubo.
Pero el hecho es que publiqué a los 11 años mi primer cuento en el boletín del Instituto Nacional de Santiago de Chile y a partir de entonces ya nunca dejé de escribir.
¿Le apoyaron en su familia?
Mucho, mucho. No recibí más que apoyo.
¿Tuvo algo que ver en el deseo de escribir, la infancia transhumante que usted vivió?
Hay que tener horarios, hay que ser muy serio y saber que todos los días hay que ejercitar el oficio o se pierde.
Sí y no, porque hay muchos diplomáticos que no saben ni escribir su nombre. En mi caso, fue lo que fue. Siempre disfruté mucho la escuela, disfruté mucho los idiomas, el hecho de cambiar de escuela...
Vivimos ocho años en Washington, pero en los veranos iba yo a la escuela en México para no perder el español, para estar en contacto con mis abuelas, que eran grandes novelistas, de esas que le cuentan a uno todo el pasado.
Entonces, nunca dejé de estudiar, nunca dejé de leer y doy gracias de eso.
Me imagino que hubo dudas al principio en el oficio de escritor. ¿Hubo algún momento que usted pueda identificar en el que dijo "soy escritor"?
Sí, cuando una noche estaba yo escribiendo, tuve una especie de temblor, empecé a darle de manotazos a la bombilla de la luz eléctrica para crear un mundo totalmente irreal, expresionista, de sombras, que pudiese yo trasladar a la escritura, y así nació uno de los primeros cuentos que escribí.
Es un cuento inédito, es un cuento de los 16 años. Pero en ese momento sentí la sensualidad de escribir, el vértigo de la escritura. Creo que en ese momento lo sentí y, claro, ya nunca paré.
¿Es cierto que se convierte en una especie de adicción?
¿No es una palabra muy fuerte? Yo soy más modesto. Es una profesión.
¿Pero sigue escribiendo todos los días?
Todos los días, sí, a menos que esté en un viaje o algo. Y aún así yo escribo en aviones, escribo en hoteles, escribo en playas. No hay pretextos para no escribir.
He visto tantos talentos en América Latina, en México, caer por falta de disciplina. ¿Por qué no se sientan a escribir? Porque prefieren estar hablando en el café, finalmente, o se meten en la política, lo que usted quiera.
...voy a regresar a la sensualidad de tomar un cuaderno, con papel, sacar una pluma, con tinta. Escribir del lado derecho, corregir del lado izquierdo, y sentir que soy dueño de lo que escribo.
Y son grandes talentos que se frustran y yo siempre he dicho que la disciplina es esencial para el escritor. Es un oficio, finalmente.
Es como poner ladrillos o construir una mesa. Hay que tener horarios, hay que ser muy serio y saber que todos los días hay que ejercitar el oficio o se pierde.
¿Y es verdad, como dicen Vargas Llosa y García Márquez, que usted simplemente escribe con dos dedos?
No, escribo ahora con pluma. Ellos me veían escribir así y vieron mis dedos chuecos, mire usted como quedaron, pero ya dejé eso porque no sé escribir más que en pluma.
Como se pasó de las viejas máquinas que queríamos tanto, la Royal, por ejemplo, a una cosa mecánica, eléctrica, que me equivocaba yo mucho, dije, voy a regresar a la sensualidad de tomar un cuaderno, con papel, sacar una pluma, con tinta.
Escribir del lado derecho, corregir del lado izquierdo, y sentir que soy dueño de lo que escribo y que no dependo de ninguna cosa mecánica, de manera que así vengo haciéndolo por lo menos desde hace 20 años.
¿Y tiene algunos otros hábitos como ese?
Pararme de cabeza, no.
¿Ni escribir de pie como Hemingway?
No, ni escribir de pie. Yo soy una persona bastante disciplinada, me levanto temprano, a las seis y media de la mañana. Me baño, me hago mi desayuno y a las ocho empiezo a escribir. De ocho a doce escribo todos los días.
Otra palabra que está muy cerca de la palabra escritura es la palabra lectura. Me imagino, como todo escritor, que dedica mucho tiempo a leer. ¿Cuáles fueron las lecturas que más lo impactaron en la infancia?
Sabe que tuve la gran fortuna de crecer en dos culturas. Una que estaba en los Estados Unidos y en México.
En los Estados Unidos se leía en aquella época novelas para jóvenes, que eran las historias de los Dixon Boys, yo creo que nadie las lee, "Nancy Drew, Detective", cosas muy americanas.
Y en México se leían cosas que no se conocían en los Estados Unidos, los cuentos de "Las tardes de la granja", se leía mucho "Corazón", el diario de un niño, de Edmundo d'Amicis.
Se leían las novelas de pirata de Emilio Salgari, "El Corsario Negro", "Yolanda, la Hija del Corsario Negro", cosas que eran desconocidas en los Estados Unidos.
¡Ay, señor Presidente! ¿Cómo se me va a olvidar lo que usted me dijo...?
El autor lee un extracto de su última novela, La Silla del Águila
Pero luego había las lecturas comunes a las dos culturas, que eran Julio Verne, Alejandro Dumas -Los Tres Mosqueteros-, Mark Twain, Robert Louis Stevenson. Esos cuatro escritores cruzaban las fronteras. Otros eran propios de las culturas nada más.
Y para su oficio como escritor, ¿cuáles son los escritores que usted cree que más lo han influido y que más le han enseñado?
Con los que me he ido quedando. Desde luego que lee uno los clásicos y ahí está todo dicho.
Las tragedias griegas son las situaciones básicas de la narrativa, ahí están todas, tenemos que volver a eso una y otra vez.
Pero como influencias claras en mi quehacer literario ya más maduro creo que está Balzac, lo leí mucho, mucho.
Está Faulkner, con quien me identifiqué mucho por el barroquismo, que me lo asociaba mucho con mi propia lengua, con Góngora y poetas... Quevedo. Y desde luego, Cervantes, que es la base de todo.
Esa es la otra palabra que quería mencionarle, Quijote, ¿lo sigue leyendo todos los años?
Todos los años y lo leo siempre como si fuera la primera vez. Siempre lo descubro de nuevo, descubro cosas que antes dije ¿porque se me pasó esto? ¡Qué novedad!
Pero me imagino que, a medida que el hombre ha crecido también ha crecido esa comprensión de El Quijote y es distinto lo que le ha dicho cuando era un niño a lo que le dice ahora.
El Quijote es una novela que se puede leer todos los años y se puede regresar a ella. Una gran novela no depende de qué pasó, sino de cómo sucede.
Hay libros que uno ya no puede volver a leer. Hablaba con un amigo inglés muy querido, Hugh Thomas, el historiador, y le dije: "¿Te has atrevido a leer otra vez el Conde de Montecristo?, es una novela que adoramos, ¿no?".
A mí me impresionan las grandes novelas, pero no me atrevo a leerla porque no quiero romper la ilusión de haberla leído cuando tenía 17 años.
En cambio El Quijote es una novela que se puede leer todos los años y se puede regresar a ella. Una gran novela no depende de qué pasó, sino de cómo sucede.
Y siempre se encuentra la novedad de una gran novela. Uno sabe muy bien lo que va a pasar en El Quijote, lo que va a pasar en La Guerra y la Paz, Crimen y Castigo, uno las puede releer siempre, porque no las agota una sola lectura ni tres ni cuatro.
Siempre se regresa a una fuente de la imaginación, del verbo, a una serie de dudas, de novedades que no había uno pescado en la primera lectura, que eso es lo que convierte un libro en un gran libro.
Volvamos un poquito al tema de la escritura. Usted es uno de los pocos escritores latinoamericanos que se mueve muy comfortablemente en la novela, en el ensayo y en el cuento, y en los tres ha hecho grandes obras, ¿es muy difícil eso?
No, no, para mí no lo es, desde luego. No me hago violencia. Y hago periodismo, mucho también, de manera que no, para mí no es ninguna violencia, paso con mucha facilidad de un género a otro.
Pero, por ejemplo, usted cuando escribe una novela, ¿no escribe ensayo al mismo tiempo, tiene que compartimentar eso?
No, no, lo hago todo al mismo tiempo. Cuando estoy escribiendo una novela larga, cosa que toma a veces años, le dedico las mañanas, y luego las tardes yo leo, y si tengo un ensayo, una conferencia, periodismo, lo hago ya de noche.
Porque es más fácil, porque me aviento una, tres, cuatro cuartillas para el periódico, o veinte para una conferencia, con más facilidad.
En cambio hay que estar muy alerta y yo funciono bien de mañana, entonces hay que estar alerta para la literatura, para la creación, en las horas de la mañana, es como yo trabajo.
Otra de las palabras es la palabra tiempo, el enigma del tiempo, que es uno de sus grandes temas. El pasado siempre presente y algo que usted dice, el tiempo en realidad no cambia, es simultáneo. ¿De dónde le viene a usted, porque le viene esa inquietud?
Porque soy mexicano. En México es muy fácil darse cuenta de esto porque coexistimos con una cultura muy antigua que no tiene más posibilidad de ser que ubicar su pasado en el presente.
Es decir, estamos aquí. Los indígenas tienen una idea temporal que no es la del occidente propiamente, sino que es una visión simultaneísta, en la que estar en el momento actual es estar en el más remoto origen y además es proyectarse al futuro más lejano.
Entonces, esto lo encuentro yo en Faulkner también, por ejemplo. Cada instante en Faulkner es el instante preciso del presente, que es el único lugar que tiene el pasado, como memoria, para existir, y el futuro, como deseo, también para existir. De manera que todos vivimos en el presente, en el fondo.
Usted ha tratado de reflejar eso en su novela a través de la técnica, ¿está satisfecho con lo que ha conseguido?
No, que va, uuuh! Le desafío a que me encuentre un escritor que le diga que está satisfecho con lo que ha hecho. No, si por eso escribe uno todos los días, porque no está satisfecho ni de sí mismo, ni de su obra, ni del mundo.
¿Y estaría dispuesto, por ejemplo, ahora a intentar una novela de la envergadura de Terra Nostra, una novela total?
No porque eso me tomó 10 años. Ya no tengo 10 años por delante.
¿Y cree que se está intentando ahora? ¿Cree que en América Latina o en otras partes se esté intentando ese tipo de novela total?
Cómo no. Si usted ve una novela, digamos como En Busca de Klingsor, de Jorge Volpi, pues es una novela muy amplia, de gran respiración, totalizante.
Eso no se pierde, son señales de camino que se erigen de tiempo en tiempo. Rayuela, La Guerra del Fin del Mundo, Cien Años de Soledad, son obras largas y que señalan un hito en el camino para el autor y para el lector también.
Usted mencionaba México, esa es la otra palabra. ¿Qué es México para usted ahora?
Diez obras de Fuentes
La Silla del Águila (2003)
Instinto de Inéz (2001)
Los años con Laura Díaz (1999)
La frontera de cristal (1995)
Gringo Viejo (1985)
Terra Nostra (1975)
Cambio de piel (1967)
La muerte de Artemio Cruz (1962)
Las buenas conciencias (1959)
La región más transparente (1958)
Un enigma, siempre será un enigma, por fortuna, ¿no? Cuando encuentro gringos que dicen que entienden muy bien a su pais, y el mío de paso, me muero de la risa, porque yo nunca entenderé totalmente a México.
Es un país muy enigmático y qué bueno que es así, porque eso nos mantiene alertas para descifrar constantemente el enigma de México, el misterio de México, para entender el país que es un país muy, muy barroco, muy complicado y muy sorprendente.
Con contrastes brutales, como sabemos todos, entre pobreza, riqueza; ignorancia, sabiduría; pasado, presente, porvenir, es un país de por sí muy apasionante, muy atractivo, a veces muy desesperante, también.
México nos lleva inevitablemente a la palabra hogar. Usted ha sido transhumante, como decia ahora, desde muy pequeño, ¿se siente usted como en su hogar en algún lado?, ¿hay algún sitio...?
En todas partes, sí, sí, en todas partes...
¿Hay un lugar en especial que usted...?
Sí, hay lugares preferidos. Yo, aunque me parece terrible la Ciudad de México, porque lo estrangula a uno, le exige demasiado y se ha vuelto muy difícil, pues siempre tengo una memoria de mi niñez, con mis abuelas.
Era una ciudad muy diferente, de casas bajas, color de rosa, color azul añil, un aire muy transparente. Ya no es, ahora está el smog. Pero, pues sí, esa es mi ciudad.
Pero también es mío Santiago de Chile, porque crecí ahí, Buenos Aires, son ciudades que pertenecen a mi vida, a mi infancia.
Y luego las ciudades que he escogido ya de una manera más voluntaria en Europa. Pero si tuviera que escoger tres ciudades que realmente han sido formativas para mí, han sido México, Santiago y Buenos Aires.
Cómo no me voy a reconocer en América Latina, si es obra nuestra. Nosotros hacemos la historia, no la hace la providencia.
Aunque viví mucho en Washington, nunca me sentí parte de la ciudad, menos ahora que se ha convertido en una ciudad francamente fea, una ciudad de monumentos helados, burocrática, en que además, y esa es mi culpa, todo lo que yo veía grande cuando tenía 10 años, se volvió chiquito.
Los parques eran inmensos, ahora son pequeños, las avenidas eran grandes, ahora se han estrechado. Todo lo que uno ha visto grande de niño, se vuelve pequeño de viejo, entonces hay que cambiar de lugar.
Pero curiosamente las ciudades que menciona son ciudades en que vivió mucho su infancia: México, Santiago...
Sí, son las ciudades formativas, finalmente.
En el tema de hogar también hay que hablar de América Latina. Esa generación suya, la generación del "boom", esa generación fabulosa, también vio cambios fabulosos. Le tocó la revolución, le tocó después en los 70 la dictadura, está viendo lo que es ahora el crecimiento de la democracia. ¿Se reconoce usted en esa América Látina?
Claro que sí, me reconozco cien por ciento. Es la que hemos hecho nosotros, cómo no me voy a reconocer, si es obra nuestra, de los ciudadanos latinoamericanos, de los hombres y mujeres de la América Latina. Nosotros hacemos la historia, no la hace la providencia.
¿Y se arrepiente de algo personalmente o de algo generacionalmente?
Si, pero no se lo voy a contar, imagínese.
Entre la nueva generación de escritores de América Latina, ¿hay algunos que usted vea como los herederos de su prosa?
Yo creo que hay una continuidad muy grande. Siempre se habla del "boom" con una palabra de explosión, muy expresiva, pero no es cierto.
El llamado "boom", que es mi generación, hereda a grandes escritores como Alejo Carpentier, Borges, Asturias, Onetti. Nos preceden los grandes poetas Vallejo, Neruda. Son parte de nuestra formación, vienen antes de nosotros, y toda la literatura.
La amistad es el puente que nos permite pasar del hogar, de la familia, al mundo, es a través de la amistad que logramos ese pasaje.
En la imagen, con el escritor portugués José Saramago
Una vez le preguntaron a Alfonso Reyes ¿y qué influencia encuentra usted en Juan Rulfo, este escritor que acaba de aparecer?, y dijo: dos mil años de literatura.
Es lo que hay detrás de cada escritor, de manera que hay una continuidad. Y después del "boom", pues hubo el "miniboom", el "babyboom", cuántos "booms", y ahora hay en México la generación del "crack", que ya podrían ser mis nietos, son escritores de entre 30 y 40 años.
¿Y cree que son dignos de esa generación como la suya?
Ah, cómo no, hay muy buenos escritores, está Volpi, a quien hemos mencionado, está Padilla (Ignacio), está Javier Velasco, con El Diablo Guardián, que es una novela muy interesante, muy fuerte.
Está Pedro Ángel Palau, un escritor muy fino, muy variado, está Cristina Rivera Garza, de manera que es una generación muy interesante y de muy buenos escritores.
Otra palabra que quiero mencionar y ya para ir redondeando esta parte de la entrevista personal es la palabra amor. ¿Qué significado tiene para usted ahora esa palabra? Usted ha escrito muy hermosamente sobre eso, sobre la amistad, sobre el amor.
La amistad, yo siempre he dicho, es el puente que nos permite pasar del hogar, de la familia, al mundo, es a través de la amistad que logramos ese pasaje.
El amor lo definía aquí el otro día, en un periódico inglés, The Independent on Sunday, como el más perfecto egoísmo compartido que se ha inventado.
No puede ser totalmente uno, en una especie de egoísmo total, con la pareja, y eso es lo más bello que hay, no hay nada mejor en el mundo que eso.
La última palabra no es una palabra que uno asocie muy a menudo con usted, es la palabra tristeza. ¿Qué le dice a usted esa palabra?
Me dice muchas cosas. Me dice pérdidas de gente amada, sobre todo. Ahí radico la tristeza.

LETRAS LIBRES ABRIL DE 2006
Libertad de expresión
La mente cautiva
por Ángel Jaramillo
En Persecución y el arte de escribir, Leo Strauss sostiene que a lo largo de los siglos los escritores y filósofos que han sufrido persecución suelen recurrir a la escritura entre líneas. Arte del engaño. Exagerarán las razones de sus persecutores. Se pondrán de parte de la injusticia. Se contradecirán. Dirán que nunca se fue más libre que durante el nazismo. ¿Sabremos leerlos? Cuando el autor egipcio Sayyed Al Qimni anuncia que se retracta de todo lo que ha escrito contra el gobierno, ¿sabremos descifrar su mensaje? En ningún lugar del mundo ser escritor es tan peligroso como en la órbita donde una lectura fanática y reaccionaria de la condición humana ha secuestrado el nombre del islam. Cada obra literaria que se publica en las regiones donde el radicalismo musulmán ejerce el control es un triunfo de la razón, una refutación de la historia universal de la infamia. Esta historia, por supuesto, precede al affair Rushdie. En cierto sentido es eterna.
Veinte años antes de que el Ayatolá Jomeini –sus ojos iracundos– tasara en un millón de dólares la cabeza del autor de Los versos satánicos, el escritor egipcio Muhammad Said Al-Ashmawi había sido amenazado por cometer el supuesto sacrilegio de interpretar el Corán de acuerdo con su contexto histórico. En enero de 1980 las autoridades egipcias le asignaron a un guardián para proteger su integridad física. Sin embargo, presionado por los sectores radicales dentro del gobierno, el Estado egipcio canceló esa protección. ¿Su solución? Mantenerlo bajo arresto domiciliario, pues las calles de las ciudades egipcias eran demasiado riesgosas para el escritor: El Cairo como una zona minada.
Antes conocíamos el concepto que define esa realidad. Lo llamábamos fascismo, una palabra de raíz latina que designa posibilidades universales. Hoy ya no estamos seguros de nuestro sentido político y moral. ¿Reconoceríamos a Hitler? Por las lejanas noticias que nos llegan del Medio Oriente intuimos que hay un mundo donde escribir y pensar son deportes de alto riesgo. Pero ¿qué tanto sabemos? Siempre con Saúl Bellow: “Abrimos nuestros periódicos llenos de información. No sabemos nada.” El caso de Al-Ashmawi es sólo una gota en el mar de la intolerancia religiosa de corte islámico. Los ejemplos se multiplican como si fueran espejos encontrados. Pero los disidentes de las sociedades islámicas no están sólos. Los sitios de internet www.elaph.com y www.metransparent.com están dedicados a divulgar los casos de persecución contra escritores y disidentes.
Allí leemos que Lafif Lakhdar, un intelectual tunecino, ha intentado lo inconcebible. Junto con dos colegas (Jawad Hashim, antiguo ministro de Planeación del gobierno iraquí, y el escritor jordano Shakir Al-Nabulsi) enviaron una carta a Kofi Annan en que solicitaban la creación de un tribunal internacional para juzgar a los líderes religiosos que inciten a la violencia mediante edictos como las fatwas. Miles de intelectuales musulmanes y occidentales firmaron la petición. ¿Cuántos escritores mexicanos la habrán suscrito? La respuesta de la ONU fue burocrática: sólo los Estados que integran el Consejo de Seguridad pueden solicitar la instauración del tribunal. Así las cosas, seguiremos atestiguando el triunfo del fanatismo, la victoria de la reacción. Proposición no refutable: el islam habrá pactado con la modernidad cuando ningún escritor sea ejecutado por apostasía.
Edward Said se cansó de repetir que, a pesar de la falta de libertades políticas en Medio Oriente, los escritores seguían hablando de los grandes y pequeños temas de la condición humana: Marcel Proust pudo haber sido musulmán. Hay otra lectura. Los escritores perseguidos en el orbe islámico parecen héroes de Stendhal que, desde su cautiverio, disertan sobre el amor. Mente cautiva: antes eran los Mandelstam, los Sinyavski, los Milosz. Hoy tienen otros nombres que parecen extraídos de los relatos de Sherezada.
Quizás escribir desde la tradición islámica es tocar la esencia de la política. Aunque los escritores disidentes del mundo musulmán hablen de los eternos temas de la literatura (la noche estrellada, los ojos de una mujer, el cielo luminoso del desierto), están condenados a escribir también sobre agresión, terrorismo, imperios, diplomacia: el desalmado lenguaje de la política. Cuando la propia existencia está en peligro, la palabra es arenga moral, sueño en libertad. Pese a ello, la imaginación nunca se disipa, la libertad siempre acecha.
En Washington Square, bajo el gran arco, tuve la oportunidad de conversar con un escritor kurdo. Su rostro era venerable, el de quien había sufrido muchas privaciones, visto demasiados sufrimientos. Mientras jugueteaba con un cerillo, me habló de Sulaimaniya, de Thomas Mann, de la blancura de Moby Dick. Lo supe de inmediato. Pese a todos los Ayatolás, la literatura siempre se abre camino. ~
Tomado de El Cultural La Vanguardia
El código secreto: Carlos Marzal y Jorge Herralde cara a cara
¿Por qué leer? ¿Cómo incentivar la lectura? ¿Es necesaria?
Quizá porque estamos tejidos de la sustancia de los libros mucho más de lo que a simple vista parece (Alfonso Reyes), nunca se ha hablado tanto y tan en profundidad sobre libros y lectores. Esta misma semana se está celebrando en Cáceres el I Congreso Nacional sobre la Lectura, en el que se debaten cuestiones como su relación con la creación o qué papel desempeñan la industria, los medios y la sociedad en la lectura. También la Casa de América acoge un encuentro profesional sobre el mismo tema, y hace unos días la ministra de Cultura aseguraba que antes de final de año, un 58 por ciento de la población tendría entre sus hábitos la lectura. Un pronóstico tan optimista como aventurado en un país en el que más de la mitad de la población asegura sin sonrojo no leer jamás. Lo cierto es que nunca se ha publicado tanto en España (más de 70.000 libros en 2005), ni los autores han estado tan presentes en la vida pública, ni se ha leído tanto, ni los libros han tenido una vida más efímera, ni han marcado más la diferencia. A pesar del acoso de los medios audiovisuales, el libro conserva intacto su prestigio. El Cultural da hoy una nueva vuelta de tuerca al debate reuniendo cara a cara al editor Jorge Herralde y a Carlos Marzal, para que analicen por qué leer o cuáles son sus propuestas para fomentar la lectura, descrita como “necesaria” por Ricardo Senabre, ya que nos descubre “otros modos de amar, de vivir y de sentir”.
Jorge Herralde y Carlos Marzal, editor y autor, son ante todo, lectores. Aman el libro y la lectura con tal pasión que casi se enfadan ante la primera pregunta, básica pero esencial: ¿por qué hay que leer?Jorge Herralde: Se podría contestar con otra pregunta: ¿Por qué no hay que leer? Qué desatino. La lectura (no indiscriminada) es una obvia vía de conocimiento del mundo y de nosotros mismos. Y, no menos importante, también una fuente de placer. Y una pasión a menudo recompensada. En un reciente catálogo de la editorial utilicé varias citas que pueden resultar pertinentes: “Thoreau dijo que él no era un ápice mejor que sus vecinos: sólo leía mejores libros” (Harold Bloom). “Un libro verdadero no es aquel que es leído, sino aquel que nos lee” (W.H. Auden). “No sé cómo abstenerme de leer libros” (Samuel Pepys). Y no olvidar el ejemplo, de probada eficacia práctica, del gran humorista James Thurber: “Siempre empiezo, por la izquierda, en la primera palabra de la frase, y leo hacia la derecha, y recomiendo este método.”Un consejo para reticentes: la lectura del librito Como una novela de Daniel Pennac, que contiene un verdadero arsenal de argumentos a favor de la lectura (incluido el democrático derecho a no leer). Carlos Marzal: Desde mi punto de vista la razón primordial es la siguiente: porque se trata de una actividad placentera. Los que leemos, lo hacemos porque nos gusta, y compadecemos a quienes no lo hacen por los buenos ratos que se pierden. La emoción intelectual y sensorial de la lectura se convierte directamente en alegría. Es decir, creo que en realidad leemos para ser más felices. Leemos, porque somos más felices al correr de las páginas. Yo, si no leo, me pongo de mal humor, y empeora mi salud. Si no leo, tengo la convicción de que no mato el tiempo –una actividad primordial–, sino de que el tiempo me mata a mí. Con un libro en las manos se produce la paradoja de la satisfacción lectora: desaparece el mundo que nos rodea y sentimos a la vez el mundo más presente, nos ensimismamos y al mismo tiempo salimos fuera de nosotros hacia una intimidad solidaria. Por otra parte, el hombre es un animal lírico (o, si se quiere, narrativo, ficcional): necesita contarse historias para vivir, saberse bajo especie de ficción. No hay pueblos sin relatos del origen, sin religiones, sin mitologías. El hombre necesita la ficción igual que el pan, y, si no la encuentra en los libros, la halla en el cine, en la música o en sus sueños.Desventajas sentimentales–¿Quien no lee se encuentra realmente en una situación de desventaja?C. Marzal: El gusto por la lectura, como casi todo, es un asunto de carácter. Hay quien tiene esa inclinación y quien no la tiene. Yo no obligaría a nadie a leer después de acabado el bachillerato. Hasta entonces, sí. (La obligación, que tiene muy mala prensa entre algunos pedagogos, es un magnífico recurso para alcanzar la madurez y para mantenerla.) Quien no lee, quien no adquiere un cierto conocimiento de la lengua en que vive, de la tradición que le hace hombre, creo que está en desventaja intelectual y sentimental con respecto a quien sí lo hace. Ahora bien, a la vista de quienes son los amos del mundo, no sé si hago bien recomendando una actividad tan poco remunerada.J. Herralde: Naturalmente. A partir de un cierto nivel de alfabetización, haber optado por no leer es un acto autopunitivo que se paga en muchos niveles. Por poner un ejemplo singular, según un estudio reciente, las más competitivas corporaciones estadounidenses acaban de descubrir que los directivos con cultura humanística podían ser persuasores más eficaces, capataces más cool…–¿A qué le achacan ustedes el fracaso de todas las iniciativas públicas destinadas a fomentar la lectura en el último medio siglo?C. Marzal: Los éxitos y los fracasos son relativos. Exigen una comparación, y el significado de lo comparado se encuentra en el término de dicha comparación. El fomento de la lectura es una actividad necesaria, y a la vez destinada a un cierto grado de fracaso: por mucho que se lea, siempre se leerá poco. Como los lectores se ganan uno a uno, estoy seguro de que las campañas a favor de la lectura habrán obtenido rotundos éxitos particulares. Con seguridad que hay jóvenes adictos (que ya estaban predispuestos hacia su adicción) que han visto reforzado su amor por los libros con las actividades que promocionan la le-ctura.J. Herralde: Muchas iniciativas, con demasiada frecuencia, han resultado bastante patéticas. A menudo da la impresión de que se ha cumplido con un enojoso e inevitable trámite de cara a la galería.–Entonces, pónganse manos a la obra: ¿qué tres medidas adoptarían inmediatamente para estimular la lectura?J. Herralde: Conocemos la letanía. Hay que estimular la lectura en el seno de la familia, en las escuelas, también en institutos y universidades. Asimismo en los medios de comunicación. Y por descontado, seguir con la lucha pocas veces airosa para mejorar los programas de televisión dedicados a la lectura...Pero ya en un ámbito más concreto del sector, un secreto a voces: hay que potenciar las librerías independientes, un reducto cada vez más indispensable y amenazado. Tomar todas las medidas posibles desde la Administración (¿qué pasa con la Ley del Libro?) para una discriminación positiva (fiscal y del tipo que sea), mal que les pese a los neoliberales. Y, desde luego, no bajar la guardia para mantener el precio fijo del libro, también tan indispensable como amenazado. Y como medida personal, adoptar (o persistir en) una sola medida: intentar publicar los mejores libros posibles de la mejor manera posible. Que no defrauden, sino por el contrario que estimulen al lector, en la senda de la “edición-sí” que propugnaba Giulio Einaudi: la de los libros necesarios.Y desde luego, vigilar al poder político: leer induce a interrogar, poner en tela de juicio, discrepar. Y todo poder, con la instalación de su canon y de sus censuras, tiende a aniquilar o sofocar o controlar o desactivar o anexionar a los díscolos. Y en el polo opuesto, Edición y sedición: tal es el programático título de un excelente libro de Robert Darnton sobre literatura clandestina en el siglo de Voltaire y Rousseau, y sus consecuencias.Subvenciones soviéticasC. Marzal: No soy sociólogo, ni político, ni prestidigitador, así que no estoy seguro de la eficacia de estas medidas obvias. Doctores tiene la Iglesia y saben más que uno. Hay que sembrar desde la cuna, como quien dice. A saber: una red enorme de bibliotecas públicas perfectamente abastecidas; la subvención de tiradas soviéticas, a precios de risa, para los colegios e institutos; mayor acercamiento de los escritores vivos a los institutos y colegios (los programas del Gobierno de Aragón y la Junta de Extremadura, a este respecto, son magníficos). Se me ocurre además luchar, en la sociedad del espectáculo, con las armas del espectáculo que llegan a la sociedad. Se ponen de moda tantas estupideces, que no estaría de más tratar de poner de moda la literatura. ¿Por qué no una gala anual hollywoodense, con televisión y música de por medio, como tienen el teatro y el cine (ya veo algunas caras de espanto), para la entrega de los premios nacionales, de la crítica, etc, y no su rancio sistema? Por ideas, que no quede.–¿Cuáles son los mayores enemigos de la lectura?J. Herralde: ¿Mundo, demonio y carne? Dejémoslo en pereza (el zapping contagioso en las antípodas de la atención lectora), invalidez.C. Marzal: La falta de ejemplo lector cercano es el peor enemigo de la lectura. Todo empieza por la imitación. Me imagino que el poco prestigio efectivo que posee la cultura en general tampoco ayuda.Menú cultural alto en calorías–Las encuestas de indices de lectura en España nos siguen sonrojando: ¿su experiencia personal las confirma, cuáles han sido los mayores cambios constatados en el publico lector que ha visto en restos últimos veinticinco añosJ. Herralde: Tengo gran desconfianza hacia las poco refinadas, escasamente científicas, encuestas españolas. Frente a ellas, a partir de mi experiencia editorial desde hace décadas, pienso que (en plena era de la imagen, de la multiplicación de ofertas de ocio, etc. etc.) se lee más que nunca. Todo tipo de libros y no sólo horrenda literatura (que por otra parte no escasea). Y para ello, para nutrirse con un menú cultural alto en calorías, no puedo dejar de insistir en ello, son imprescindibles las buenas librerías. C. Marzal: Creo que hablamos del público lector con mucha despreocupación, como si conociésemos quién hay detrás de cada cifra. Yo no sé quiénes forman el público. Tendemos a creer que quien lee literatura de consumo no es capaz de leer gran literatura, y viceversa. La realidad es distinta. Me parece que el lector es bastante más flexible y listo de lo que a veces queremos admitir. No creo que a nadie le desagrade lo bueno, aunque tenga tendencia hacia lo fácil. Además, en la formación de un lector vale más un gramo de sabia intuición que dos toneladas de monserga erudita. El mundo está lleno de tontos ilustrados a quienes la lectura no ha conseguido enseñar las tres o cuatro cosas necesarias, esas que sabe un pastor analfabeto con buenas luces.
Ricardo SENABRE
Qué leyeron los que escriben
Robert Louis Stevenson solía afirmar que, además de Hamlet, “acaso mi mejor y más entrañable amigo sea D’Artagnan, el viejo D’Artagnan del Vizconde de Bragelone. No conozco alma más humana ni, en su estilo, más exquisita”. Claro que si había un libro que le había conmocionado era Hojas de hierba, de Walt Whitman, que “disipó mil telarañas de espejismos éticos y burgueses”.Julio Verne jamás ocultó la influencia temprana de Victor Hugo en su obra; se dice que en su juventud era capaz de recitar páginas enteras de Nuestra Señora de París, y a los 17 años escribió varias tragedias imitando a su maestro. En cuanto a Flaubert, se ha señalado como clave en su obra su predilección por la apologética cristiana, la historia de la Iglesia, los Santos Padres y las humanidades. A su vez, Flaubert marcó la obra de Mario Vargas Llosa, que ha vuelto insistentemente a sus páginas, esa “orgía perpetua”. Como para él lo es también la obra de Flaukner, que le hizo descubrir “la importancia de la forma en la literatura”. Augusto Monterroso descubrió la lectura en cuarto de primaria gracias a “un Libro de Lecturas que traía textos muy serios. Después pasaron los años... yo era muy pobre, y cuando tenía dieciocho años y trabajaba en una carnicería: entre reses y entre cuartos de reses, ahí me encontré a otra persona que se dio cuenta de mis aficiones literarias. Me impulsó no sólo a leer, también a escribir, lo cual él alimentaba regalándome obras de Shakespeare, de Víctor Hugo... ” Neruda evoca en Confieso que he vivido cómo en su infancia se refugiaba en las hazañas de Búffalo Bill y las novelas de Salgari. Hasta que a Temuco llegó Gabriela Mistral, que le hizo descubrir a los grandes novelistas rusos que ella admiraba: Tolstoi, Dostoievski, Chejov. Borges disfrutó en su juventud de una “ilimitada biblioteca de libros ingleses”, si bien en el bachillerato aprendió francés, latín y alemán, y leyó a Flaubert, Maupassant, los poetas simbolistas, Carlyle, Chesterton, Whitman, los expresionistas alemanes, Schopenhauer y Nietzsche. Un Nietzsche que influyó decisivamente en el primer Azorín, en Maeztu y Pío Baroja.Ya en nuestros días, Günter Grass reconoce la influencia esencial en sus primeras obras del filósofo Georg Lichtenberg y del narrador satírico Jean-Paul. Por su parte, las lecturas esenciales de Paul Auster son Dostoievski, Poe, Hawthorne, Kafka, Beckett, Shakespeare y Cervantes. No en vano asegura que su libro preferido es el Quijote.
El reto de la lectura en España
La lectura necesaria, por Ricardo Senabre
FRAGMENTO LITERARIO
Probemos con veneno
Aunque habitualmente se cree que la obra digna de consideración surge siempre de la inspiración de una sola persona, los dúos literarios han sido más frecuentes de lo que se piensa. De Marx y Engels a Borges y Bioy pasando por Deleuze y Guattari, la escritura a cuatro manos ha provocado una colección de historias llena de amistad, vanidad, curiosidades y contradicciones. Este tipo de colaboración ha sacado lo mejor y lo peor de los escritores.
César Aira
Tomado de BABELIA - 08-04-2006
(FERNANDO VICENTE) ampliar
Los dúos de escritores incorporan al lector, pues su razón de ser es la escritura y lectura mutua
Nous est un autre, el libro de Michel Lafon y Benoît Peeters de "inquisiciones sobre los dúos de escritores", que acaba de aparecer en Francia (Flammarion), es un acontecimiento de primer orden en el mundo de los estudios literarios, además de ser una lectura deliciosa y absorbente. Se ocupa de la escritura en colaboración, y es la primera vez que el tema es encarado sistemáticamente y en extenso. Los autores lo observan en la primera página: "Un extraño tabú recorre la historia de la literatura: la escritura en colaboración. Si bien las escuelas y los grupos, las influencias y las corrientes, han tenido muy ocupados a profesores, críticos y los biógrafos, persiste la idea de que una obra digna de consideración debe emanar de una sola persona. El autor único sigue siendo parte del dogma. Los dúos literarios son ignorados o desdeñados". Es cierto, y debemos felicitarnos de que se abra al fin un campo de investigación de enorme riqueza.
No se trata de un libro teórico, sino de una colección de historias. Cada uno de sus 17 capítulos examina una de estas "parejas impares", que no siempre son de dos. Van desde los hermanos Goncourt hasta Deleuze y Guattari, pasando por Flaubert/Maxime Du Camp, Willy/Colette, Erckmann/Chatrian, Marx/ Engels, Borges/Bioy, Boileau/Narcejac, entre otros. Hay conglomerados más complejos, como el de Alejandro Dumas y sus negros, Freud y sus discípulos, Romain Gary y él mismo; también incursiones fuera de la literatura: Carné y Prévert en el cine, Hergé y Jacob en el cómic, ambos casos apenas testigos de géneros donde la colaboración es la norma, no la excepción. Digresiones y notas abren perspectivas hacia muchísimos otros autores, de todas las lenguas y todas las épocas, que terminan convenciéndonos de que la "escritura a varias manos" es un fenómeno más extendido de lo que creíamos.
Todas las historias son distintas. No hay reglas fijas en este raro negocio. Casi todas terminan mal, cuando la muerte de uno de los socios no la interrumpe. La de Borges y Bioy Casares es una excepción, pero sólo porque uno era demasiado rico y el otro demasiado cortés para encontrar motivos de discordia. Tampoco se desmintió la amistad de Marx y Engels, aunque el papel de Engels fue más de albacea que de colaborador. Esta pareja, por otro lado, muestra una de las curiosas simetrías en las que abunda el rubro: Engels, rico, estaba al tanto de las realidades de la vida proletaria y lo instruía de ellas a Marx, quien, pobrísimo, vivía en el mundo de la teoría y los libros.
El lector que arrastre la sospecha de que los escritores no son gente del todo normal encontrará aquí un catálogo de patologías que la escritura en solitario disimula, y la colaboración saca a luz de manera clamorosa. Pero un ligero cambio de óptica muestra que lo que sale a luz es lo más humano de la condición humana: vanidad, codicia, cálculo, manipulación...
como cualquier hijo de vecino, no importa que fueran genios. Y junto con lo malo, por supuesto, se revela lo bueno, porque en el fondo, y a pesar de los finales turbulentos, siempre son historias de amistad.
Casi todos los lectores tenemos avidez por información de la vida de los escritores. Al leer este libro sentí un interés que iba mucho más allá del que siento habitualmente por la materia biográfica. Y me pregunto si la clave de la colaboración literaria no estará ahí precisamente. Los escritores hacen sociedades para darle más interés a sus biografías, para enriquecerlas con otros personajes y aventuras, para complicarlas con maniobras secretas (o públicas), con intrigas y accidentes que no van a faltar una vez que salgan de la soledad de sus escritorios. Parece como si quisieran adelantarse a sus biógrafos y empezar desde ya a envolver con experiencias vitales sus libros.
Hay algo así como una inversión: cuando uno lee sobre la vida de un escritor, encuentra (o solamente busca) complejidades psicológicas, sexo, amores, hábitos, traumas, y ve cómo de todo eso sale la literatura. Cuando lee sobre la vida de dos escritores asociados, encuentra literatura, y de ella sale la psicología, el sexo, los amores, los hábitos y todo lo demás.
Es que el dúo pone en primer plano el proceso del trabajo, la mecánica de la creación. Para eso se lo formó. El estudio de la escritura en colaboración, entonces, ofrece las ventajas de un laboratorio (el "colaboratorio") donde se explicita lo que en la escritura en solitario queda oculto y muchas veces inconsciente. Los dúos de escritores incorporan al lector, pues la razón de ser de su conformación es la escritura y lectura mutua, y cierran el círculo de la producción literaria. Pero al mismo tiempo, paradójicamente, lo abren: los escritores se asocian siempre con vistas a un público, a las ventas, a la industria editorial. (Como no hay reglas fijas, aquí también hay excepciones: los experimentos surrealistas de "cadáver exquisito" y escritura automática). De ahí puede provenir, y justificarse hasta cierto punto, el desdén de la crítica por la escritura en colaboración: ésta nunca apunta a la creación de paradigmas nuevos de calidad, sino que se remite a los ya establecidos. Por eso practica mayoritariamente la literatura de género, o el humor, y cuanto más codificado está un género, más dúos se encontrarán en él, como es el caso de la novela policial.
La pareja que ilustra los muchos dúos dedicados a la novela policial es Boileau-Narcejac. Boileau vivía en París, y era el que ideaba las tramas; Narcejac, en un pueblo de la Bretaña, redactaba. Se comunicaban por carta, pero a veces se hacía urgente resolver un episodio, y como las comunicaciones telefónicas de larga distancia en la década de los cuarenta eran difíciles e incómodas, recurrían al telégrafo. En una ocasión Narcejac descubrió en el curso de la escritura que el ruido que haría un arma de fuego complicaba el argumento; su socio desde París le respondió, olvidando que el telegrama es un documento semipúblico: "Descartemos el revólver. Probemos con veneno". Una hora después la policía había rodeado su casa.
Edición del Viernes, 07 de Abril de 2006
TOMADO de Radar Pagina12
LibrosDomingo, 02 de Abril de 2006
Saer
Los trabajos y los días
Como una glosa a su novela póstuma, estos artículos que Juan José Saer había publicado en medios masivos redondean algunos de sus principios y convicciones literarias.
Por Claudio Zeiger
TrabajosJuan José SaerSeix Barral254 páginas
A partir del año 2000, Juan José Saer comenzó a colaborar con artículos especiales para varios medios internacionales (la Folha de S. Paulo, El País de Madrid, La Nación), y redactó también algunos ensayos para ser leídos en intervenciones académicas. Este libro que acaba de aparecer con el lacónico y acertado título de Trabajos, recopila dichos materiales. En su prólogo, fechado en enero de 2005 (Saer murió en junio del año pasado) escribió: “La ocasión de expresar con entera libertad algunas ideas sobre el arte, la política o la cultura en esos diarios de gran difusión era una experiencia nueva en mi oficio de escritor, y me pareció que valía la pena medirse con ella”.
Estimulado entonces por esta nueva experiencia, Saer se puso el mameluco y se lanzó con entusiasmo e ironía sobre variados temas que, según explica, ordenó de lo más general a lo más particular; del posmodernismo y las vanguardias a, por dar un ejemplo, Felisberto Hernández. Así, en el principio es el posmodernismo y su relación –mala– con las vanguardias: “El posmodernismo considera las vanguardias como un movimiento dogmático: puesto que las obligaciones que nos imponían las vanguardias ya no tienen vigencia, hemos decidido recuperar nuestra libertad. El posmodernismo es como un señor divorciado que, por no sentirse ya obligado a serle fiel a una esposa exigente, se lanza sin escrúpulos a frecuentar cabareteras”. Y un poco más adelante la relación entre narración y vanguardia a partir de una de las preferencias literarias de Saer, el nouveau roman, tópico que aparece varias veces a lo largo de Trabajos, con una especial reivindicación de la literatura de Robbe Grillet.
La zona más general del libro es el lugar para la miscelánea, el pensamiento curioso y diverso: la sabiduría y sus riesgos, las vidas de los filósofos, la puesta en paralelo de Kafka y San Agustín (comparando la Carta al padre con las Confesiones); una irónica estampa de Nabokov (“Sobre un pavo real”) donde afirma que haber sufrido no nos autoriza a volvernos insufribles; una reivindicación del olvidado J. Salas Subirat, temprano traductor de Joyce al castellano (edición de Santiago Rueda) donde afirma: “el río turbulento de la prosa joyceana, al ser traducido al castellano por un hombre de Buenos Aires, arrastraba consigo la materia viviente del habla que ningún otro autor –aparte quizá de Roberto Arlt– había sido capaz de utilizar con tan inventiva, exactitud y libertad”.
A los seguidores de Saer, sobre todo a los que les interesa su ubicación en la literatura argentina y su tradición, el libro depara unas cuantas sorpresas, no porque vaya a encontrar revelaciones inéditas o insólitas, sino por la forma directa y llana en la que Saer revela algunas pistas de su universo literario (narrativo y poético). En ese sentido hay un artículo clave, “Libros argentinos”, donde recuerda ni más ni menos que su educación literaria desde la adolescencia, desde “los almanaques de Alpargatas expuestos en el almacén de ramos generales de mi familia, en Serodino” donde se exponían fragmentos ilustrados de Martín Fierro. La calidez del recuerdo no quita la importancia de señalar una trinidad de autores (Borges, Arlt y Juan L. Ortiz) en cuya órbita también se destaca el descubrimiento de Onetti a partir de Los adioses.
Si en este artículo se fijan señales importantes, hay otras claves fuertes en “Hugo Gola”, uno de los rescates principales de Trabajos. Quienes tengan presente los “Argumentos” de Saer, aquel llamado “Dispersión” (en el volumen La mayor, famoso por introducir la no menos famosa “coma saereana”) olerán nuevamente su perfume en unas líneas dedicadas a Gola, a los amigos, a una generación. “Nos habíamos preparado para vivir siempre en esa ciudad (Santa Fe); nos bastaba con sus noches calientes, sus librerías, su vino amistoso, su río inmenso. Pero las vicisitudes de la Argentina, por no decir sus tormentos, terribles, nos dispersaron. En los más inesperados lugares del mundo cayeron los fragmentos de nuestro pasado, como los restos de una explosión. Caracas, Bogotá, México, París, Amsterdam, Barcelona, Londres, de buena o de mala gana, nos acogieron.”
Entre el recuerdo de la biblioteca de la juventud y la formidable dispersión generacional, se juega quizá la mirada de Saer, esa forma de calibrar cercanía y lejanía, recuerdo de lecturas y lecturas del presente. Debajo del traje del periodista cultural estallan las costuras de la ropa del escritor. Saer, abruptamente, realiza varias operaciones al mismo tiempo: rescate, evocación, puesta en foco. En el cierre del volumen, esta convergencia vuelve a suceder con los artículos dedicados a la obra de Juan Carlos Onetti. Saer ensayó una lectura liberada de la ingente bibliografía (mucha de ella cargada de cierta pesadez burocrática) dedicada a Onetti.
Desde luego, que leamos Trabajos en forma póstuma refuerza un poco ilusoriamente la sensación de testamento, de confesión final. Y desde luego es un efecto, una sugestión. Pero también, hay que admitir que, en parte, es resultado de algo que emana de los artículos: frontalidad, calidez, la contundencia de sus remates. Trabajos es entonces una buena ocasión para recordar, con respeto y cariño, a Saer y a sus convicciones estéticas y literarias aunque pueda no compartírselas en su totalidad. La sinceridad y la honestidad intelectual que sugieren estos trabajos son insoslayables.
Eduardo Mendoza: "Uno escribe haciendo remiendos frase a frase"
Javier Cercas asegura que 'Mauricio' supera la dicotomía entre obras serias y cómicas del autor
A. FANCELLI - Barcelona
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 07-04-2006
"Me paso la vida intentando escribir una novela, y como no me sale me pongo a escribir otra novela, que es la que finalmente sale", dijo ayer Eduardo Mendoza durante la presentación de su última novela, Mauricio o las elecciones primarias (Seix Barral). Flanqueado por Javier Cercas y Llàtzer Moix y rodeado de sus numerosos amigos, Mendoza reivindicó con su habitual ironía el carácter artesano del oficio: "Uno escribe haciendo remiendos frase a frase".
Estaban muchos de sus amigos: Juan Marsé, Leopoldo Pomés, Enrique Murillo, Oriol Regàs. Y por supuesto Pere Gimferrer, su gran mentor: "Todo lo que he escrito antes ha pasado por él", dijo el escritor, agradecido, en un momento de su intervención.
La ironía fue la nota dominante del encuentro. Abrió el fuego el periodista Llàtzer Moix, que está preparando una biografía de Mendoza. Ponderando la figura del protagonista de la novela, el dentista Mauricio Greis, Moix recordó que no era la primera vez que el escritor consagraba un personaje suyo a la estomatología. En El misterio de la cripta embrujada aparece, en efecto, un odontólogo de nombre inconfundiblemente mendocino: Plutonio Sobobo Cuadrado. "Mauricio no pertenece a ninguna de las dos categorías más comunes de los personajes de Mendoza, los poderosos o los pusilánimes. Es cierto que adolece de cierto laissez faire, pero es un hombre normal, comprometido, con ideales. Nos cae bien, y eso no es frecuente tratándose de un dentista".
Javier Cercas, que siguió a Moix en el turno de palabra, coincidió con éste en que Mauricio es una novela atípica que supera la dicotomía entre obras "mayores y menores" en la literatura de Mendoza. "Es un Mendoza distinto y nuevo. Sin dejar de ser el que era, no cuadra en ninguna de las dos categorías anteriores". Mauricio no se pone en la línea de los grandes frisos históricos como La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios. Tampoco es del todo heredera de las obras "descacharrantes" del autor, como El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas o El tocador de señoras. Más bien estaría en esa tierra "atípica" -así la definió Moix-, de confín entre uno y otro género que Mendoza ya había ensayado en obras como El año del diluvio o La isla inaudita.
En su intervención, Cercas destacó la herencia de Pío Baroja en la obra de Mendoza. De Mauricio dio esta compleja definición: "Es una especie de Balzac, refinado por Flaubert y con liposucción aplicada de Pío Baroja, un Baroja del siglo XXI". La levedad, la velocidad, el trazo rápido, la naturalidad, los diálogos chispeantes y la precisión fueron los elementos barojianos que Cercas rastreó en la novelística de Mendoza. "El resultado de todo esto es un retrato sintético y eficaz de la Barcelona, la Cataluña y la España de la década de los ochenta. Pese a la ilusión de prosperidad y despreocupación que da, el país se demuestra como un lugar desolado en el que los pobres son cada vez más desgraciados y los ricos, cada vez más sinvergüenzas". El autor de Soldados de Salamina concluyó que 2006 iba a ser "un mal año para los novelistas españoles", porque nadie superaría el listón marcado por Mauricio.
En su turno de palabra, Mendoza comparó la escritura de una novela con un viaje. "Uno piensa que viaja a París, pero luego decide quedarse en un pueblo del trayecto, triste y mal iluminado. Descarrilé en esta novela". El autor reconoció la influencia barojiana: "Baroja escribe sin dirección, el suyo es un río de poco caudal, como son los ríos españoles, pero que finalmente todo lo fertiliza".
Sobre la elección de un dentista como protagonista, bromeó: "¿Un novelista? Hubiera sido caer muy bajo. ¿Un detective? Demasiado visto. ¿Un periodista? Mala gente. Un dentista me pareció más improbable. Me gustan los dentistas: te hacen pasar un mal rato para que luego puedas comer de forma razonable". Un pacto con la realidad, finalmente.
Preguntado por Cercas sobre la estructura en un prólogo, un epílogo y, entre ambos, un capítulo único, Mendoza manifestó: "Me parecía que tenía que poner capítulos, que era más serio. De forma que puse uno". Alguien le pidió que identificara la novela con una música. "Tengo muy mal oído", se excusó. "Pero si tuviera que escoger una sería: 'Jo te l'encendré, el tio tio freco, jo te l'encendré, el tio de paper". Una surrealista canción infantil catalana que a Dalí también le gustaba.

Premios literarios españoles
(Tomado de El País 05.04.06)
El Ministerio de Cultura, la Fundación Príncipe de Asturias y varias editoriales convocan anualmente galardones con intención de promocionar la literatura
ELPAIS.es
ELPAIS.es - Cultura - 13-04-2004
Miguel de Cervantes
Otorgado por el Ministerio de Cultura, fue creado en 1975 y está dotado con 90.151,82 euros (15.000.000 pesetas), está destinado a premiar la obra de un autor español o iberoamericano cuya contribución al patrimonio cultural hispánico haya sido decisiva. Entre los distinguidos figuran: José Hierro, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Miguel Delibes, Francisco Ayala, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato, Rafael Alberti, Octavio Paz, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y Jorge Guillén.
Nacional de las Letras
Este premio lo concede el Ministerio de Cultura para reconocer el conjunto de la obra literaria de un escritor español, en cualquiera de las lenguas españolas, por su especial significación en la cultura española actual. Dotado con 30.050,61 euros (5.000.0000 pesetas), fue creado en 1984. Martín de Riquer, Francisco Umbral, Antonio Buero Vallejo, Manuel Vázquez Montalbán, Carmen Martín Gaite, Carlos Bousoño, Miguel Delibes, José Hierro, Joan Corominas, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Gabriel Celaya o Julio Caro Baroja figuran entre los galardonados.
Nacional de Poesía
Tiene sus antecedentes en el Concurso Nacional de Literatura creado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1922 y que siguió convocándose hasta 1931. Entre otros autores recibieron este premio Rafael Alberti por Marinero en tierra y Gerardo Diego por Versos humanos en 1925. A partir de 1940, el Premio Nacional, con distintos sobrenombres, ha sido convocado hasta llegar a su configuración actual a partir de 1987. En esta última época ha distinguido trabajos de José Angel Valente, José Hierro, Luis García Montero, Rafael Guillén, José Angel Valente o Carlos Bousoño. Distingue la mejor obra de poesía escrita por un autor español, en cualquiera de las lenguas españolas. Las obras, propuestas por un jurado de expertos, deben ser primeras ediciones publicadas en España en el año anterior al de convocatoria. Está dotado con 15.025,30 euros (2.500.000 pesetas).
Nacional de Narrativa
Este galardón se remonta a 1949, aunque su configuración actual data de 1977. Distingue la mejor obra en la modalidad de narrativa escrita por un autor español, en cualquiera de las lenguas españolas, entre todas las obras de este género publicadas en España el año anterior, en su primera edición. Está dotado con 15.025,30 euros (2.500.000 pesetas). A lo largo su historia ha distinguido a Juan Marsé, Luis Mateo Díez, Miguel Delibes, Alfredo Bryce Echenique, Álvaro Pombo, Manuel Rivas, Luis Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, Manuel Vázquez Montalbán, Luis Landero, Luis Mateo Díez, Camilo José Cela, Francisco Ayala o Carmen Martín Gaite, entre otros.
Príncipe de Asturias de las Letras
Es uno de los ocho que la Fundación Príncipe de Asturias concede anualmente para distinguir contribuciones excepcionales en el campo de las humanidades y las artes. Creado en 1981, el de las Letras está dirigido a las personas, grupos de trabajo o instituciones cuya labor creadora o de investigación represente una contribución relevante a la cultura universal en los campos de la Literatura o de la Lingüística. Está dotado con cincuenta mil euros, la escultura creada expresamente por Joan Miró para simbolizar estos galardones, un diploma y una insignia acreditativos. En los últimos años se ha concedido a Susan Sontag y Fátima Mernissi, Arthur Miller, Doris Lessing, Augusto Monterroso, Günter Grass, Francisco Ayala, Álvaro Mutis, Francisco Umbral, Carlos Bousoño o Carlos Fuentes.
Planeta
El galardón estrella de cuantos organizan las editoriales españolas, el Premio Planeta, es también el de mayor cuantía: 600.000 euros. Además, también hay un accésit para el finalista de 150.250 euros. Creado en 1952 por el magnate editorial José Manuel Lara entonces dotado con 40.000 pesetas. Además, la editorial publica ambas novelas acompañadas de una gran campaña promocional. El último premiado ha sido Antonio Skármeta (con El baile de la victoria), pero antes que él figuraron Alfredo Bryce Echenique, Rosa Regàs, Maruja Torres, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, Terenci Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Jorge Semprún, Mercedes Salisachs, José M;aría Gironella, Ramón J. Sender, Emilio Romero, o Ana María Matute.
Alfaguara
Creado por uno de los sellos más importantes de la literatura en castellano, el Premio Alfaguara trasciende a las fronteras de España para abarcar también la vastísima producción literaria de Latinoamérica. El galardón asciende a 175.000 euros así como la publicación simultánea en España y la mayor parte del continente americano. Desde su instauración, en 1998, los distinguidos han sido: Eliseo Alberto (Caracol Beach), Sergio Ramírez (Margarita, está linda la mar), Manuel Vicent (Son de Mar), Clara Sánchez (Últimas noticias del paraíso), Elena Poniatowska (La piel del cielo), Tomás Eloy Martínez (El vuelo de la reina), Xavier Velasco (Diablo Guardián) y Laura Restrepo (Delirio).
Nadal
El decano de los premios literarios españoles es el Nadal. Fue creado por Ediciones Destino en 1945. Está dotado con 18.000 euros para el ganador y 6.000 euros para el finalista. La larga lista de galardonados incluye a Carmen Laforet, Miguel Delibes, Rafael Sánchez Ferlosio, Álvaro Cunqueiro, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Manuel Vicent, Juan José Millás, Alejandro Gándara, Rafael Argullol o Rosa Regàs.
Primavera
El Premio Primavera de Novela fue creado por la editorial Espasa Calpe y la asociación Ámbito Cultural en 1997, con el fin de apoyar la creación literaria y contribuir a la difusión como forma de expresión artística. La cuantía del galardón asciende a 200.000 euros y se entrega en marzo. Entre los premiados figuran Rosa Montero, Lucía Etxebarria, Juan José Millás, Juan Manuel de Prada o Lorenzo Silva.
Herralde
El premio Herralde de Novela lo concede anualmente la editorial Anagrama. La dotación del premio son 18.000 euros y se entrega en primer trimestre del año. Desde su creación en 1983, entre los distinguidos han figurado Álvaro Pombo, Javier Marías, Feliz de Azúa, Vicente Molina Foix, Pedro Zarraluki, Jaime Bayly, Roberto Bolaño, Marcos Giralt Torrente o Enrique Vila-Matas.
La Sonrisa Vertical
Con la transición llegó el premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica, creado por Tusquets en 1977. Siempre bajo la presidencia del cineasta Luis García Berlanga, el jurado ha premiado trabajos de Almudena Grandes o Luis Antonio de Villena. Sin embargo, la continuidad del galardón está en duda después de que en 2002 y 2004 fuera declarado desierto.
Adonais
El premio Adonais nació en 1943, al tiempo que la colección del mismo nombre, bajo el signo de Biblioteca Hispánica, dirigida por Juan Guerrero Ruiz con la ambición de contrarrestar la creciente oficialidad de la poesía. A partir de 1946, la editorial Rialp se pone al frente del proyecto que se conserva hasta hoy. El ganador recibe una estatuilla del prestigioso escultor Venancio Blanco y 100 ejemplares de su libro. Al agotarse la primera edición, recupera los derechos de autor. En su currículo figuran todos los grandes nombres de la poesía española (José Hierro, José Ángel Valente, Francisco Brines, Luis García Montero, etcétera).
Hiperión
El premio Hiperión de Poesía lo organiza la editorial del mismo nombre desde 1986. El galardón consiste en la publicación de la obra (y la remuneración por ello). El fallo se da a conocer a finales de marzo del 2004, coincidiendo con el aniversario del nacimiento del gran poeta del Renacimiento alemán, Friedrich Hölderlin, y la llegada de la primavera.
El Detector de Ficciones
JAVIER MARÍAS
Tomado de EL PAIS SEMANAL - 02-04-2006
"Si yo poseyera un periódico, mi Detector sería feroz"Cuesta mucho creer que a estas alturas los diarios, las revistas, las radios y las televisiones no cuenten, junto con la ya conocida figura del Defensor del Lector, o del Oyente, o del Espectador, con otra que parece aún más imprescindible y que también podría dar explicaciones de vez en cuando o bien no darlas en absoluto y que cada cual dedujese y entendiese. Esa figura sería la del Detector de Fraudes Informativos, o, por abreviar, la del Detector de Ficciones. Y tanto cuesta creer que no exista que cabe preguntarse si no interesa que la haya, y cumpla con lo que para alguna gente anticuada –yo incluido– sería una fundamental tarea.
Si no me equivoco en exceso, el periodismo empezó por ocuparse de lo que ocurría y era merecedor de atención por su importancia, excelencia, gravedad, anomalía, infamia, trascendencia o escándalo. Pero de lo que ocurría de veras, natural y espontáneamente, por el propio interés, diversión, altruismo, provecho o maldad de las personas. Bastante pronto, sin embargo, hubo ya periodistas que fabricaron noticias o se las inventaron, o las propiciaron, o las estiraron con artificio para que la curiosidad de los lectores se hiciera insaciable y explotar al máximo el filón que diera réditos y ayudara a vender ejemplares. Es decir, el fraude desde dentro de la prensa es seguramente tan antiguo como la prensa misma. Pero esto, al fin y al cabo, no sólo era fácilmente comprensible, sino que por lo menos estaba manejado por los profesionales del asunto, tenía sus límites y entrañaba sólo un relativo peligro, pues no se tardaba en ver a cada periódico su respectivo plumero. Por hacer una comparación no sé si buena, no es lo mismo que adultere droga alguien acostumbrado a ella, con nociones de química y sabedor de con qué no se puede mezclar una sustancia si uno no quiere provocar defunciones masivas, que si lo hace cualquier niñato que sin querer puede meterle algo mortal para los consumidores. Una cosa es el fraude cometido por el estafador resabiado que vende la mercancía, y otra muy distinta la ficción creada por el primer aficionado con acceso a los cargamentos.
Así, la función de ese Detector sería la de prevenir intromisiones e impedir que a los medios se les diera gato por liebre desde fuera (desde dentro es otra historia). Si yo poseyera un periódico, mi Detector sería feroz y no dejaría pasar ni una. Cada episodio o acontecimiento que él detectara como ficticio –esto es, organizado y llevado a cabo no por necesidad, gusto o codicia de sus autores, sino con el exclusivo fin de que apareciera en la prensa y las televisiones–, recibiría como castigo el más absoluto silencio, o a lo sumo una referencia breve en la que se explicaría por qué mi periódico no se hacía eco de ello. Hay millares de ejemplos de estas “noticias urdidas”, pero baste con uno reciente: un buen número de jóvenes más o menos prehumanos –no hay más que ver cómo semihablan y lo que semidicen– decidió convocar macrobotellones hace unos viernes en las ciudades de toda España. En ningún momento han ocultado sus artificiales y aun fraudulentos propósitos. Sólo algunos particularmente miméticos y pardillos han soltado frases del tipo: “Joé, tío, tenemos derecho a pasarlo cojonudo”, o “El mogollón nos mola”. Pero la mayoría ha confesado sin ambages que se trataba no sólo de batir la marca de otros prehumanos pioneros de Sevilla, que fueron los iniciadores de la “tendencia” y reunieron a cinco mil cabezas bebedoras, que no cerebros, sino sobre todo de salir en la televisión por la magnitud del “fenómeno”. “¿Vamos a permitir que los sevillanos salgan en el telediario y nosotros no?”, clamaban al parecer los prehumanos granadinos, y a ellos los siguieron como ganado sus congéneres de todas partes. Y lo que no se entiende es que, estando tan claro el verdadero objetivo de algo que entraña grandes riesgos para los participantes e increíbles molestias y destrozos para el resto de los ciudadanos, los medios de comunicación, lejos de desactivar las ficticias intenciones no haciéndoles ni puto caso a esos jóvenes y obsequiándolos con un monumental silencio, se pasaran semanas, por el contrario, dándoles cancha en sus páginas y pantallas, caja de resonancia perfecta del festorro artificioso.
Lo mismo ocurre con los prehumanos adultos que se gastan dinerales en organizar chuminadas con el único objeto de que las recoja el nefasto Libro de las Imbecilidades conocido como Guía Guinness de los Récords. Si yo dirigiera esa Guía (Dios lo prohíba), nunca daría cabida en ella a nada de lo concebido y realizado con el solo afán de ser incluido. Y otro tanto sucede, por desgracia, con cosas mucho más graves: no son pocos los asesinatos gratuitos que se cometen tan sólo para “ser noticia”, ni los atentados terroristas que nada más buscan el “eco mediático”, y no hacer verdadero daño a los verdaderos enemigos. Hace ya mucho tiempo que las noticias están, en gran medida, no en manos de los directores y dueños de los diarios y las cadenas, sino de niñatos, espontáneos y megalómanos, que son quienes en verdad deciden, demencialmente, lo que ha de salir en la prensa, para entonces llevarlo a cabo.
FRAGMENTO LITERARIO
Plan de evasión
Una indagación narrativa en la felicidad y la libertad irrenunciables del ser humano por Adolfo Bioy Casares
ELPAIS.es publica todos los miércoles un fragmento literario de las últimas obras editadas por Ediciones Destino (http://www.edestino.es).
Tomado de ELPAIS.es
ELPAIS.es - Cultura - 29-03-2006
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Portada del libro 'Plan de evasión' de Adolfo Bioy Casares ampliar
Fragmento
Todavía no se acabó la primera tarde en estas islas y ya he visto algo tan grave que debo pedirte socorro, directamente, sin ninguna delicadeza. Intentaré explicarme con orden.
Éste es el primer párrafo de la primera carta de mi sobrino, el teniente de navío Enrique Nevers. Entre los amigos y los parientes no faltarán quienes digan que sus inauditas y pavorosas aventuras parecen justificar ese tono de alarma, pero que ellos, «los íntimos», saben que la verdadera justificación está en su carácter pusilánime. Yo encuentro en aquel párrafo la proporción de verdad y error a que pueden aspirar las mejores profecías; no creo, además, que sea justo definir a Nevers como cobarde.
Es cierto que él mismo ha reconocido que era un héroe totalmente inadecuado a las catástrofes que le ocurrían. No hay que olvidar cuáles eran sus verdaderas preocupaciones; tampoco, lo extraordinario de aquellas catástrofes.
Desde el día que partí de Saint-Martin, hasta hoy, inconteniblemente, como delirando, he pensado en Irene, dice Nevers con su habitual falta de pudor, y continúa: También he pensado en los amigos, en las noches conversadas en algún café de la rue Vauban, entre espejos oscuros y en el borde ilusorio de la metafísica. Pienso en la vida que he dejado y no sé a quién aborrecer más, a Pierre o a mí.
Pierre es mi hermano mayor; como jefe de familia, decidió el alejamiento de Enrique; recaiga sobre él la responsabilidad.
El 27 de enero de 1913 mi sobrino se embarcó en el Nicolas Baudin, rumbo a Cayena. Los mejores momentos del viaje los pasó con los libros de Julio Verne, o con un libro de medicina, Los morbos tropicales al alcance de todos, o escribiendo sus Addenda a la Monografía sobre los juicios de Oléron; los más ridículos, huyendo de conversaciones sobre política o sobre la próxima guerra, conversaciones que después lamentó no oír. En la bodega viajaban unos cuarenta deportados; según confesión propia, imaginaba de noche (primero como un cuento para olvidar el terrible destino; después, involuntariamente, con insistencia casi molesta) bajar a la bodega, amotinarlos. En la colonia no hay peligro de recaer en esas imaginaciones, declara. Confundido por el espanto de vivir en una prisión, no hacía distingos: los guardias, los presidiarios, los liberados; todo le repelía.
El 18 de febrero desembarcó en Cayena. Lo recibió el ayudante Legrain, un hombre andrajoso, una especie de peluquero de campaña, con ensortijado pelo rubio y ojos celestes. Nevers le preguntó por el gobernador.
—Está en las islas.
—Vamos a verlo.
—Está bien —dijo suavemente Legrain—. Hay tiempo de llegarnos hasta la gobernación, tomar algo y descansar. Hasta que salga el Schelcher, no puede ir.
—¿Cuándo sale?
—El 22.
Faltaban cuatro días.
Subieron a una deshecha victoria, encapotada, oscura. Trabajosamente Nevers contempló la ciudad.
Los pobladores eran negros, o blancos amarillentos, con blusas demasiado amplias y con anchos sombreros de paja; o los presos, a rayas rojas y blancas. Las casas eran unas casillas de madera, de color ocre, o rosado, o verde botella, o celeste. No había pavimento; a veces los envolvía una escasa polvareda rojiza. Nevers escribe: El modesto palacio de la gobernación debe su fama a tener piso alto y a las maderas del país, durables como la piedra, que los jesuitas emplearon en la construcción. Los insectos perforadores y la humedad empiezan a podrirlo.
Esos días que pasó en la capital del presidio le parecieron una temporada en el infierno. Cavilaba sobre su debilidad, sobre el momento en que, para evitar discusiones, había consentido en ir a Cayena, en alejarse por un año de su prometida. Temía todo: desde la enfermedad, el accidente, el incumplimiento en las funciones, que postergara o vedara el regreso, hasta una inconcebible traición de Irene. Imaginó que estaba condenado a esas calamidades por haber permitido, sin resistencia, que dispusieran de su destino. Entre presidiarios, liberados y carceleros, se consideraba un presidiario.
En víspera de partir a las islas, unos señores Frinziné lo invitaron a cenar. Preguntó a Legrain si podía excusarse. Legrain dijo que eran personas «muy sólidas» y que no convenía enemistarse con ellas. Agregó:
—Ya están de su lado, por lo demás. El gobernador ofendió a toda la buena sociedad de Cayena.
Es un anarquista.
Busqué una respuesta desdeñosa, brillante, escribe Nevers. Como no la encontré en seguida, tuve que agradecer el consejo, entrar en esa política felona y ser acogido a las nueve en punto por los señores Frinziné.
Mucho antes empezó a prepararse. Llevado por el temor de que lo interrogaran, o tal vez por un diabólico afán de simetrías, estudió en el Larousse el artículo sobre prisiones.
Serían las nueve menos veinte cuando bajó las escalinatas del palacio de gobierno. Cruzó la plaza de las palmeras, se detuvo a contemplar el desagradable monumento a Victor Hugues, condescendió a que un lustrabotas le diera cierto brillo y, rodeando el parque botánico, llegó frente a la casa de los Frinziné; era amplísima y de color verde, con paredes anchas, de adobe.
Una ceremoniosa portera lo guió por largos corredores, a través de la destilería clandestina y, en el pórtico de un salón purpúreamente alfombrado y con doradas incrustaciones en las paredes, gritó su nombre. Había unas veinte personas. Nevers recordaba a muy pocas: a los dueños de casa —el señor Felipe, la innominada señora y Carlota, la niña de doce o trece años— plenamente obesos, bajos, tersos, rosados; a un señor Lambert, que lo arrinconó contra una montaña de masas y le preguntó si no creía que lo más importante en el hombre era la dignidad (Nevers comprendió con alarma que esperaba una respuesta; pero intervino otro de los invitados: «Tiene razón la actitud del gobernador…» Nevers se alejó. Quería descubrir el «misterio» del gobernador, pero no quería complicarse en intrigas. Repitió la frase del desconocido, repitió la frase de Lambert, se dijo «cualquier cosa es símbolo de cualquier cosa» y quedó vanamente satisfecho). Recordaba también a una señora Wernaer: los rondaba lánguidamente y él se acercó a hablarle. Inmediatamente conoció la evolución de Frinziné, rey de las minas de oro de la colonia, ayer peón de limpieza en un despacho de bebidas.
Supo también que Lambert era comandante de las islas; que Pedro Castel, el gobernador, se había establecido en las islas y que había enviado a Cayena al comandante. Esto era objetable: Cayena siempre había sido el asiento de la gobernación. Pero Castel era un subversivo, quería estar solo con los presos… La señora acusó también a Castel de escribir, y de publicar en prestigiosos periódicos gremiales, pequeños poemas en prosa.
Pasaron al comedor. A la derecha de Nevers se sentó la señora Frinziné y a su izquierda la esposa del presidente del Banco de Guayana; enfrente, más allá de cuatro claveles que se arqueaban sobre un alto florero de vidrio azul, Carlota, la hija de los dueños de casa. Al principio hubo risas y gran animación.
Nevers advirtió que a su alrededor la conversación decaía pero, confiesa, cuando le hablaban no contestaba: trataba de recordar qué había preparado esa tarde en el Larousse; por fin superó esa amnesia, el júbilo se traslució en las palabras, y con horrible entusiasmo habló del urbano Bentham, autor de La Defensa de la Usura e inventor del cálculo hedónico y de las cárceles panópticas; evocó también el sistema carcelario de trabajos inútiles y el mustio, de Aubum. Creyó notar que algunas personas
aprovechaban sus silencios para cambiar de tema; mucho después se le ocurrió que hablar de prisiones tal vez no fuera oportuno en esa reunión; estuvo confundido sin oír las pocas palabras que todavía se decían, hasta que de pronto oyó en los labios de la señora Frinziné (como oímos de noche nuestro propio grito, que nos despierta) un nombre: René Ghill. Nevers «explica»: Yo, aun inconscientemente, podía recordar al poeta; que lo evocara la señora de Frinziné era inconcebible. Le preguntó con impertinencia:
—¿Usted conoció a Ghill?
—Lo conozco mucho. No sabe las veces que me tuvo en sus rodillas, en el café de mi padre, en Marsella. Yo era una niña… una señorita, entonces.
Con súbita veneración, Nevers le preguntó qué recordaba del poeta de la armonía.
—Yo no recuerdo nada, pero mi hija puede recitarnos un verso precioso.
Había que obrar, y Nevers habló inmediatamente de los Juicios de Oléron, ese gran coutumier que fijó los derechos del océano. Trató de inflamar a los comensales contra los renegados o extranjeros que pretendían que Ricardo Corazón de León era el autor de los Juicios; también los previno contra la candidatura, más romántica pero tan falaz, de Eleonora de Guyena. No —les dijo—, esas joyas (como los inmortales poemas del bardo ciego) no eran la obra de un solo genio; eran el producto de los ciudadanos de nuestras islas, distintos y eficaces como cada partícula de un aluvión. Recordó por fin
al liviano Pardessus y encareció a los presentes que no se dejaran arrastrar por su herejía, brillante y perversa. Una vez más tuve que suponer que mis temas interesaban a otras minorías, confiesa, pero sintió compasión por las personas que lo escuchaban y preguntó:
—¿El gobernador querrá ayudarme en mis investigaciones sobre los Juicios?
La pregunta era absurda; pero aspiraba a darles el pan y el circo, la palabra «gobernador», para que fueran felices. Discutieron sobre la cultura de Castel; convinieron sobre su «encanto personal»; Lambert intentó compararlo con el sabio de un libro que había leído: un anciano debilísimo, con planes para volar la Ópera Cómica. La conversación se desvió sobre el costo de la Ópera Cómica y sobre cuáles teatros eran más grandes, los de Europa o los de América. La señora Frinziné dijo que los pobres guardias pasaban hambre a causa del jardín zoológico del gobernador.
—Si no tuvieran sus gallineros privados… —insistió, gritando para que la oyeran.
A través de los claveles, miraba a Carlota; seguía callada, con los ojos recatadamente posados en el plato.
A medianoche salió a la terraza. Apoyado en la balaustrada, contemplando vagamente los árboles del parque botánico, oscuros y mercuriales en el resplandor de la luna, recitó poemas de Ghill. Se interrumpió; creyó percibir un leve rumor; se dijo: es el rumor de la selva americana; parecía, más bien, un rumor de ardillas o de monos; entonces vio a una mujer que le hacía señas desde el parque; trató de contemplar los árboles y de recitar los poemas de Ghill; oyó la risa de la mujer. Antes de salir vio otra vez a Carlota. Estaba en el cuarto donde se amontonaban los sombreros de los invitados. Carlota extendió un brazo corto, con la mano cerrada; la abrió; Nevers, confusamente, vio un resplandor;
después, una sirena de oro.
—Te la doy —dijo la niña, con simplicidad.
En ese momento entraron unos señores. Carlota cerró la mano.
No durmió esa noche; pensaba en Irene y se le aparecía Carlota, obscena y fatídica; tuvo que prometerse que nunca iría a las islas de la Salvación; que en el primer barco volvería a Re.
El 22 se embarcó en el ferruginoso Schelcher. Entre señoras negras, pálidas, mareadas, y grandes jaulas de pollos, todavía enfermo por la cena de la víspera, hizo el viaje a las islas. Preguntó a un marinero si no había otro medio de comunicación entre las islas y Cayena.
—Un domingo el Schelcher, otro el Rimbaud. Pero los de la administración no pueden quejarse, con su lancha…
Todo fue ominoso desde que salí de Re, escribe, pero al ver las islas tuve un repentino desconsuelo. Muchas veces había imaginado la llegada; al llegar sintió que se perdían todas las esperanzas: ya no habría milagro, ya no habría calamidad que le impidiera ocupar su puesto en la prisión. Después reconoce que el aspecto de las islas no es desagradable. Más aún: con las palmeras altas y las rocas, eran la imagen de las islas que siempre había soñado con Irene; sin embargo, irresistiblemente, lo repelían, y nuestro miserable caserío de Saint-Martin estaba como bien iluminado en su recuerdo.

Jueves 30
Marzo 2006
Portada
Ha muerto Lem 28/03/2006
Uno de los mejores escritores del siglo XX acaba de fallecer. Y no sólo de los mejores: también de los más importantes. ¿Cuál es la diferencia entre importancia y excelencia? Stanislaw Lem fue excelente porque la mayoría de sus historias son un derroche de genio imaginativo, sabiduría cómica, originalidad fabuladora y trascendencia. Además, si hay que hacer caso a sus traductores, y en estos casos hay que hacérselo siempre, escribía muy bien en todos los registros. ¿Por qué ha sido importante? Por tres motivos.
Primero: su influencia en el ámbito de la Ciencia Ficción es definitiva. Segundo: cultivando precisamente ese género demostró que no hay censura ni régimen opresivo que se pueda enfrentar a un genio. Tercero: intuyó los grandes temas de nuestra época, la identidad, el simulacro, la conciencia vulnerable, y lo que esos atributos afectan a la vigencia de nuestra idea de realidad, para tratarlos después a su modo, y mejor, que la mayoría de sus contemporáneos, Borges inclusive.
Ahora sólo hay que seguir leyéndole. Casualmente, se están reeditando sus novelas y libros de falsas reseñas. Entre estos últimos, destaco el que publicó el año pasado la pequeña editorial Funambulista: "Provocación".
Escrito por Francisco Casavella a las 12:10 Comentarios (3)
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Tomado de Letralia Tierra de las Letras No.138 (www.letralia.com)
Especial
Letralia finalista en los premios Stockholm Challenge
La revista literaria venezolana Letralia, Tierra de Letras, fue designada finalista en la categoría Cultura de los premios Stockholm Challenge 2006, según fue anunciado el pasado 18 de marzo por Ulla Skidén, directora de este galardón que es convocado bienalmente por el gobierno de Estocolmo, en Suecia.
Creados en 1995 como Bangemann Challenge Awards y convertidos en Stockholm Challenge Awards en 2000, los premios reconocen el trabajo de quienes aprovechan las tecnologías de la información para mejorar la calidad de vida de sus comunidades.
De los más de 500 participantes de este año, el jurado seleccionó a cien finalistas de todo el mundo, quienes participarán en el evento final del galardón, a celebrarse en la capital sueca entre el 8 y el 11 de mayo de 2006, actividad a la que ha sido invitado el editor de Letralia, el escritor venezolano Jorge Gómez Jiménez.
Los finalistas intervendrán en mesas de trabajo para compartir sus experiencias con miembros académicos e industriales del Swedish Program for ICT in Developing Regions (Spider, Programa Sueco para las ICT en Regiones en Desarrollo), jornadas previas a la ceremonia de premiación, que se realizará el 11 de mayo en el City Hall de Estocolmo.
En la mencionada ceremonia serán anunciados los ganadores de las seis categorías: Administración Pública, Cultura, Salud, Educación, Desarrollo Económico y Entorno. Asimismo, se otorgará el premio WSIS Challenge al mejor proyecto proveniente de África.
Letralia apareció por primera vez en 1996 y es la primera revista cultural venezolana en Internet. Fue postulada a los premios Stockholm Challenge como una plataforma de desarrollo para el escritor de habla hispana, y es uno de los 58 portales de todo el mundo inscritos en la categoría Cultura.
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