Wednesday, April 26, 2006

Lecturas de Interés y en Otros Idiomas


REPORTAJE
La mala fama del buen humor
A pesar de que la risa es un atributo exclusivamente humano, la literatura de humor nunca ha gozado de reconocimiento. La tragedia, aristocrática y cercana al poder, siempre se ha considerado de mayor altura que la comedia, irreverente y popular. Con todo, clásicos como Cervantes, Quevedo o Rabelais serían incomprensibles sin sus gotas de ironía. En su estela están autores contemporáneos como David Lodge, Tom Sharpe, Saki, Jacques Prévert o Julio Camba.
Moncho Alpuente
Tomado de BABELIA - 05-08-2006

De izquiera a derecha, Enrique Jardiel Poncela, Tom Sharpe y Jacques Prévert.
De izquierda a derecha, Wenceslao Fernández Flórez, David Lodge y Evelyn Waugh. ampliar

"Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido"
El hombre es el único animal que ríe dijo Aristóteles tras serias y profundas reflexiones, visto así el sentido del humor sería ese sexto sentido que distingue al homo sapiens, homo ridens, de las restantes especies zoológicas que se conforman con cinco. El sentido del humor, el humor, es inequívoca y fieramente humano, y profano. La risa olímpica de los dioses grecolatinos se entiende en cuanto los habitantes del Olimpo son algo más que divinidades antropomórficas y etéreas, suyas son todas las pasiones humanas aunque exacerbadas hasta el paroxismo. Dioses promiscuos y proteicos, hábiles en el disfraz y en el engaño que gustan de la carne mortal y de los placeres terrenales. Los dioses bromean pero más vale no hacer bromas con los dioses que prefieren ser contemplados e invocados en su faceta más seria e imponente. La tragedia es su género favorito, por ejemplar y edificante, la tragedia que les presenta como dueños absolutos de los destinos de los hombres, jueces terribles e inapelables, severos, aunque ingeniosos en la aplicación de las penas. La tragedia es aristocrática y piadosa, la nobleza y el clero la apoyan porque difunde su visión del mundo y consolida su papel de intermediarios e intérpretes entre los dioses y los hombres. La comedia es popular, irreverente y blasfema, y por lo tanto subversiva, no niega la existencia de las deidades, ni siquiera sus buenas intenciones, pero pone en solfa muchas de sus desafortunadas intervenciones en los asuntos humanos y a los humanos que les representan.
La mala fama del buen humor,
que se ha propagado desde los tiempos de Aristófanes, es un prejuicio aristocrático y religioso que sigue gozando de buena salud en nuestros días. En la sección de humor de las grandes librerías son tan escasas como previsibles las obras de escritores de cierto renombre, calificar de obra humorística el libro, por hilarante que resulte su lectura, de un autor conocido que no se defina a sí mismo como humorista, es una velada descalificación que adscribe el texto a un subgénero literario de segunda clase. La frase de G. K. Chesterton, humorista británico, que no figura en la letra H de las librerías: "Lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido" se ha quedado en eso, en una de esas frases ingeniosas propias de la literatura humorística.
En un programa de TVE de los años setenta, el presentador, José María Íñigo, que entrevistaba a Mario Vargas Llosa con motivo de la publicación de Pantaleón y las visitadoras, le espetó, tras el inevitable preámbulo laudatorio: "Este libro suyo es una obra menor dentro de su producción, ¿no cree?". A lo que respondió el entrevistado: "Eso lo dice usted porque se ha reído mucho al leerla". Desde esa óptica reductora y corta de miras, hablar de literatura humorística, con referencias al Quijote de Cervantes y al Ulises de Joyce y destacar sus aspectos irónicos, satíricos y paródicos constituye una profanación, una provocación blasfema. "El humor", escribe Vladímir Jankélévitch en un ensayo dedicado a la ironía, "nos libra de nuestros terrores o nos priva de nuestras creencias", dos riesgos que ya advirtieron los tiranos y los sacerdotes de la Antigüedad clásica. Una sociedad sin terrores y sin creencias, sin temor de Dios ni del Estado desembocaría inevitablemente en la anarquía. La ironía le costó la cicuta a Sócrates y tiene sobre sus espaldas una larga nómina de asesinatos, cárceles y destierros. La ironía es lo contrario de la hipocresía, porque la ironía, volvemos a Jankélévitch, es una mentira que se autodestruye al proferirse.
El dios creador que comparten judíos, musulmanes y cristianos, estos últimos por partida triple, nunca estuvo para bromas, aunque algunos comentaristas heterodoxos interpreten como un rasgo de humor la encerrona que le tendió a su fiel Abraham cuando le exigió el holocausto de su hijo unigénito; tal vez, al ver que se lo tomaban tan en serio, decidió no reincidir. En el cristianísimo reino de España, pese a los santos y persistentes oficios de inquisidores y censores, siempre se dio bien el humor, del buen amor del Arcipreste de Hita, al cáustico humorismo de Quevedo, el único que figura en la sección H de las librerías, aunque sólo con sus obras más escatológicas, de las ingeniosas y jocosas peripecias de la novela picaresca, novela de novelas y matriz de narrativas a la virulenta sátira política decimonónica, pasando por los poetas festivos y cortesanos del XVIII.
De tan pródiga cosecha nacio
nal, no recoge el poeta André Breton ni un solo ejemplo en su diccionario del Humor Negro, una omisión que bordea la amnesia surrealista, una omisión más ofensiva por venir de un país culto que rinde merecido homenaje y reconocimiento a Rabelais, y a Molière, y es la patria de Voltaire, de Jarry, de Prévert, de Boris Vian o de Raymond Queneau. El humor en Europa es inglés, del quijotesco Lawrence Sterne y del implacable Jonathan Swift, de Fielding, Thomas de Quincey, de Saki y de Woodehouse, Evelyn Waugh, David Lodge o Tom Sharpe. Humor frío, irónico y distante que habla con seriedad de las cosas pequeñas y bromea acerca de las grandes, otra vez Jankélévitch.
Si entre la realidad y nuestros ideales no interponemos un colchón de sentido del humor, nos volveremos fanáticos, dice Lin Yutang, sabio chino contemporáneo. Contra la hipocresía y el fanatismo, el humor sigue escribiendo hoy sus mejores páginas.


El libro electrónico busca soportes eficaces
Una feria virtual ofrece gratis a los internautas 300.000 volúmenes digitales durante un mes
VIRGINIA COLLERA - Madrid
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 04-07-2006
Rocket eBook, dispositivo electrónico de lectura de libros y publicaciones.
Treinta y cinco años después de su aparición, los libros electrónicos avanzan con paso firme, aunque aún discreto. Han conquistado terreno en el ámbito académico y científico, pero la novela se sigue resistiendo. A partir de hoy y hasta el próximo 4 de agosto, 300.000 libros de bits gratuitos estarán a disposición de todo el que quiera acceder a ellos en una feria virtual, www.worldebookfair.com, en la que las bibliotecas Project Gutenberg y World eBook Library Consortia han volcado sus fondos. Los expertos coinciden en que la traba para la implantación de la lectura electrónica no es la incomodidad en la que inevitablemente se puede pensar al imaginarse frente al ordenador leyendo el Quijote (disponible en la feria), sino la dificultad para encontrar soportes eficaces.
Cada vez hay más. Desde que el 4 de julio de 1971 Michael Hart, fundador de la biblioteca virtual Project Gutenberg, colgara el primer texto digital, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, los libros de bits no han parado de crecer. "Colocar libros en la Red se hace todo el tiempo", asegura José Antonio Millán, escritor y gran conocedor de Internet y la edición electrónica.
Y precisamente, las bibliotecas virtuales Project Gutenberg y World eBook Library Consortia, junto a dos tiendas de libros electrónicos, DPP Store y Baen Books, rinden tributo a esos 35 años del libro electrónico con la apertura de una feria virtual (www.worldebookfair.com), que durante un mes (del 4 de julio al 4 de agosto) pondrá a disposición de los internautas 300.000 libros de acceso gratuito -la Biblioteca Nacional tiene en sus fondos 2.256.298 libros-.
La oferta es variada, también los idiomas, que ascienden hasta 100. Entre los fondos de Project Gutenberg figuran nombres de la literatura universal como Arthur Conan Doyle -ayer era el autor más leído (o consultado)-, Leonardo da Vinci o Miguel de Cervantes -el Quijote ocupa el número 78 del top de los libros más descargados-. Los clásicos universales de Project Gutenberg se suman a los más de 250.000 libros -literatura clásica, infantil, ciencia-ficción, audiolibros, documentos oficiales- que almacena en sus baldas virtuales la World eBook Library Consortia, biblioteca de pago que hace una excepción esta vez con el fin de que "todo el mundo pueda acceder a una biblioteca pública a escala mundial".
Formato
"Cada vez hay más iniciativas, como la búsqueda de libros de Google, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, el Monasterio de Yuste también tiene una biblioteca digital", señala Millán. La incomodidad es siempre el argumento que se esgrime. "Es muy incómodo leer en una pantalla", decimos. Sin embargo, ése no parece ser el principal obstáculo que deben sortear los libros electrónicos. "Los que no han prosperado son los artefactos para leer esos libros, estos son los que no acaban de funcionar. En Japón sí que se utilizan, ya hay fabricantes como Sony que hacen los llamados ebooks, que son unos aparatos preciosos y blanquitos", señala Millán. También hay otras propuestas como la tinta y el papel electrónico, es decir, láminas flexibles con letras sobre ellas.
Que los libros electrónicos no hayan prosperado a mayor velocidad, no significa que las nuevas tecnologías y el sector editorial tradicional estén reñidos. El formato electrónico puede no haber conquistado las editoriales que llenan las mesas de novedades o que rastrean el mercado en busca de autores que les brinden un nuevo best- seller, pero hay otros terrenos editoriales, como el científico o el académico que hace tiempo han sucumbido ante los bits.
Publicaciones enteras han migrado del papel a la Red, y sus razones están más que justificadas: Internet les proporciona mayor difusión, mayor control sobre el texto pues, por ejemplo, el usuario puede hacer búsquedas y, además, el medio digital es más barato.
Así pues, de momento, la tecnología y el sector del libro parecen llevarse bien. Los avances tecnológicos no han hecho la mella de la que ahora se lamenta la industria musical y cinematográfica -Ley de Propiedad Intelectual en mano o, simplemente, canon en mano- que, año tras año, publica balances a la baja. "En el libro ordinario, el libro que se basa en ser leído, y es fijo e inmutable, el papel sigue siendo imbatible", asegura Emiliano Martínez, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). Aunque no por eso desdeña la eficacia de la edición electrónica en los campos científicos o académicos. "Los ámbitos donde prima la actualización de la información", matiza Martínez. Y añade que no hay lugar para batallas, la combinación de la edición electrónica y el papel es una respuesta a la realidad.
Según los últimos datos que baraja la federación de editores, en 2004 el 20,6 % de las editoriales que editaban en otros soportes diferentes al papel lo hacían en formato on-line.
En nuestro país, Publidisa es el principal puente entre las nuevas tecnologías y el sector editorial. Con alrededor de 650 clientes, 100 de ellos contratantes de libros electrónicos, ofrecen servicios de impresión a demanda y creación, conversión y comercialización de libros electrónicos. "La temática de los libros que convertimos en electrónicos es variada, pero el contenido al que mejor se adapta es el académico", reconoce José María García, director comercial de Publidisa. "Pienso que es incómodo leer una novela electrónica en la playa, pero no como libro de referencia o de consulta, en el ámbito universitario, donde el PDF y el Word son monedas de intercambio habitual entre profesores y alumnos", agrega García. Y es que los libros electrónicos, alega, tienen sus virtudes: respetan los derechos de autor, su acceso puede ser universal, tienen disponibilidad inmediata, capacidad interactiva y bajos costes de reproducción.
La impresión bajo demanda es otra de las novedades que han traído las nuevas tecnologías. La editorial Herder de Barcelona utiliza desde hace aproximadamente cuatro años este nuevo sistema de impresión. "Intentamos hacerlo con libros que están fuera de catálogo. Primero vemos si tenemos el original, luego que los derechos de autor están en regla", explica María Fernández, responsable del departamento de ventas de la editorial. Asegura que está dando buenos resultados, aunque escasos. "La demanda no es toda la deseada, porque hay mucho desconocimiento; cuando les hablas de esta opción, primero se quedan parados. Y luego piensan que va a ser muy caro, aunque no es así, un libro de 15 euros puede costar unos 18", asegura Fernández.
Los editores son ya conscientes de que las aguas editoriales ya no sólo discurren por los canales tradicionales y conceden y se benefician de las ventajas que ofrece el universo digital. Aunque no sin desconfianza. El programa de búsqueda de libros de Google, que pretende digitalizar libros para permitir efectuar búsquedas en ellos a través de Internet, es uno de los que más recelos ha levantado entre los editores (especialmente, entre los españoles).
Garantías
"Google no garantiza al 100% que se pueda evitar la reproducción total de la obra, y no se compromete a más. Estoy convencido de que se irán perfeccionando las fórmulas para proporcionar información sobre esos libros que están vivos", afirma Emiliano Martínez. De hecho, la federación que preside lanzará en el próximo mes de septiembre un programa dedicado en exclusiva a informar a los usuarios de los 309.000 libros que almacena el conjunto de editores españoles.
En su página web, Millán (jamillan.com) reproduce el siguiente fragmento de un cuento de Isaac Asimov. Su protagonista se acaba de encontrar un libro, ¡un libro de verdad! "El abuelo de Margie dijo que cuando era pequeño su abuelo le contó que había una época en que los cuentos estaban impresos en papel. Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo leer palabras que se quedaban quietas en vez de desplazarse". "Hoy nadie en su sano juicio cree que la lectura en papel vaya a desaparecer", escribe Millán aunque, pensándolo bien, "la lectura futura estará repartida entre el libro electrónico y el libro auténtico".
Probar un bocado antes de comprar
"¿Tú crees que alguien se va a leer La saga / fuga de JB en pantalla?", exclama Álvaro Torrente, hijo de Gonzalo Torrente Ballester, cuya obra se va a digitalizar y colgar en la búsqueda de libros de Google. Le parece una estupenda manera de dar a conocer la obra de su padre y, tras valorar los riesgos -"el único es que alguien lea los fragmentos y no se enganche a la obra, nada más"-, los hermanos Torrente y sus editores se han puesto de acuerdo para utilizar la Red como esa gran herramienta de difusión y promoción que es. No son los únicos. De una manera u otra, casi todos los autores se aprovechan de Internet para promocionar sus obras -y sus biografías-.
Por ejemplo, todas las noticias sobre Arturo Pérez-Reverte y su obra se concentran en www.capitanalatriste.com. Hay incluso novelas como Mauricio o las elecciones primarias (Seix Barral), de Eduardo Mendoza, que disponen de web propia
(www.mauriciolanovela.net). "La página nació con la intención de cubrir la información vía Internet, de esa gente que ahora se informa a través de Google", asegura Nahir Gutiérrez, de la editorial Seix Barral. En la página se desmonta la novela: se pueden leer cuatro páginas de la obra, se perfilan los personajes, hay opiniones de los lectores. "Se trata de probar un bocado del libro antes de comprarlo, y la verdad es que funciona muy bien", concluye Gutiérrez.
Clubliteratura, integrado dentro del portal cultural de la Fnac (www.clubcultura.com), ha agrupado a 40 escritores en torno a la maraña de la red de redes. "Los escritores, sobre todo los mayores de 60, no están muy concienciados con Internet. Sí lo están los directores de cine; por ejemplo, Almodóvar estuvo escribiendo un diario de Volver", asegura Ramón Reboiras, director editorial. Aunque todos los autores, muchos de ellos bastante perezosos, participan en mayor o menor medida en sus páginas web oficiales. "Obviamente, de los que ya no están vivos, nos encargamos sólo nosotros", bromea Reboiras.



First Chapter
'The Possibility of an Island'

By MICHEL HOUELLEBECQ
From The New York Times,. Published: June 11, 2006

Now, what does a rat do when it's awake? It sniffs about.-Jean-Didier, biologist

How vividly I remember the first moments of my vocation as a clown! I was seventeen at the time, and spending a rather dreary month in an all-inclusive resort in Turkey-it was, incidentally, the last time I was to go on holiday with my parents. My silly bitch of a sister-she was thirteen at the time-was just beginning to turn the guys on. It was at breakfast; as usual in the morning, a line had formed in front of the scrambled eggs, something the vacationers seemed incredibly fond of. Next to me, an old Englishwoman (desiccated, nasty, the kind who would cut up foxes to decorate her living room), who had already helped herself copiously to eggs, didn't hesitate to snaffle up the last three sausages on the hot plate. It was five to eleven, the breakfast service had come to an end, it was inconceivable that the waiter would bring out any more sausages. The German who was in the line behind her became rigid; his fork, already reaching for a sausage, stopped in midair, and his face turned red with indignation. He was an enormous German, a colossus, more than two meters tall and weighing at least one hundred and fifty kilos. I thought for a moment that he was going to plant his fork in the octogenarian's eyes, or grab her by the neck and smash her head onto the hot plates. She, with that senile, unconscious selfishness of old people, came trotting back to her table as if nothing had happened. The German was angry, I could sense that he was incredibly angry, but little by little his face grew calm, and he went off sadly, sausageless, in the direction of his compatriots.
Out of this incident I composed a little sketch about a bloody revolt in a holiday resort, sparked by the tiny details that contradicted the all-inclusive formula: a shortage of sausages at breakfast, followed by a supplemental charge for the mini-golf. That evening, I performed this sketch at the "You Have Talent!" soirée (one evening every week the show was made up of turns done by the vacationers, instead of by professionals); I played all the characters, thus taking my first steps down the road of the one-man show, a road I scarcely left throughout my career. Nearly everyone came to the after-dinner show, as there was fuck-all to do until the discotheque opened; that meant an audience of eight hundred people. My sketch was a resounding success, people cried with laughter, and there was noisy applause. That very evening, at the discotheque, a pretty brunette called Sylvie told me I had made her laugh a lot, and that she liked boys with a sense of humor. Dear Sylvie. And so, in this way, my virginity was lost and my vocation decided.
After my baccalaureate, I signed up for acting lessons; there followed some inglorious years, during which I grew nastier and nastier and, as a consequence, more and more caustic; thanks to this, success finally arrived-on a scale that surprised me. I had begun with small sketches on reunited immigrant families, journalists for Le Monde, and the mediocrity of the middle classes in general-I successfully captured the incestuous temptations of midcareer intellectuals aroused by their daughters or daughters-in-law, with their bare belly buttons and thongs showing above their pants. In short, I was a cutting observer of contemporary reality; I was often compared to Pierre Desproges. While continuing to devote myself to the one-man show, I occasionally accepted invitations to appear on television programs, which I chose for their big audiences and general mediocrity. I never forgot to emphasize this mediocrity, albeit subtly: the presenter had to feel a little endangered, but not too much. All in all, I was a good professional; I was just a bit overrated. I was not the only one.
I don't mean that my sketches were unfunny; they were funny. I was, indeed, a cutting observer of contemporary reality; it was just that everything now seemed so elementary to me, it seemed that so few things remained that could be observed in contemporary reality: we had simplified and pruned so much, broken so many barriers, taboos, misplaced hopes, and false aspirations; truly, there was so little left. On the social level, there were the rich and the poor, with a few fragile links between them-the social ladder, a subject on which it was the done thing to joke; and the more serious possibility of being ruined. On the sexual level there were those who aroused desire, and those who did not: a tiny mechanism, with a few complications of modality (homosexuality, etc.) that could nevertheless be easily summarized as vanity and narcissistic competition, which had already been well described by the French moralists three centuries before. There were also, of course, the honest folk, those who work, who ensure the effective production of wealth, also those who make sacrifices for their children-in a manner that is rather comic or, if you like, pathetic (but I was, above all, a comedian); those who have neither beauty in their youth, nor ambition later, nor riches ever; but who hold on wholeheartedly, and more sincerely than anyone, to the values of beauty, youth, wealth, ambition, and sex; those who, in some kind of way, make the sauce bind. Those people, I am afraid to say, could not constitute a subject. I did, however, include a few of them in my sketches to give diversity, and the reality effect; but I began all the same to get seriously tired. What's worse is that I was considered to be a humanist; a pretty abrasive humanist, but a humanist all the same. To give some context, here is one of the jokes that peppered my shows:
"Do you know what they call the fat stuff around the vagina?"
"No."
"The woman."
Strangely, I managed to throw in that kind of thing, while still getting good reviews in Elle and Télérama; it's true that the arrival of the Arab immigrant comedians had validated macho excesses once more, and that I was genuinely excessive, albeit with grace: going close to the bone, repeatedly, but always staying in control. Finally, the benefit of the humorist's trade, or more generally of a humorous attitude in life, is to be able to behave like a complete bastard with impunity, and even to profit hugely from your depravity, in terms of sexual conquests and money, all with general approval.
My supposed humanism was, in reality, built on very thin foundations: a vague outburst against tobacconists, an allusion to the corpses of negro clandestines cast up on the Spanish coasts, had been enough to give me a reputation as a lefty and a defender of human rights. Me, a lefty? I had occasionally been able to introduce a few, vaguely young, antiglobalization campaigners into my sketches, without giving them an immediately antipathetic role; I had occasionally indulged in a certain demagogy: I was, I repeat, a good professional. Besides, I looked like an Arab, which helps; the only residual ideological content of the left, in those days, was antiracism, or more precisely antiwhite racism. I did not in fact know the origins of these Arab features, which became more pronounced as the years went by: my mother was of Spanish origin and my father, as far as I know, was Breton. For example, my sister, that little bitch, was certainly the Mediterranean type, but she wasn't half as dark as me, and her hair was straight. One had to wonder: had my mother always been scrupulously faithful? Or had I been engendered by some Mustapha? Or even-another hypothesis-by a Jew? Fuck that: Arabs came to my shows in droves-Jews also, by the way, although in smaller numbers; and all these people paid for their tickets, at the full price. We all worry about the circumstances of our death; the circumstances of our birth, however, are less worrisome to us.
As for human rights, quite obviously I couldn't give a toss; I could hardly manage to be interested in the rights of my cock.
In that particular respect, the rest of my career had more or less confirmed my first success at the holiday club. Women in general lack a sense of humor, which is why they consider humor to be one of the virile qualities; throughout my career, opportunities for placing my organ in one of the appropriate orifices were never lacking. To tell the truth, such intercourse was never up to much: women who are interested in comedians are getting old, nearly forty, and are beginning to suspect that things are going to turn bad. Some of them had fat asses, others breasts like flannels, sometimes both. In other words, there was nothing arousing about them; and, anyway, when it's more and more difficult to get a hard-on, the interest goes. They weren't all that old, either; I knew that as they approached fifty they would once again long for something reassuring, easy, and false-and of course they wouldn't find it. In the meantime, I could only confirm to them-completely unintentionally, believe me, it's never a pleasure-the decline of their erotic value; I could only confirm their first suspicions, and instill in them, despite myself, a despairing view of life: no, it was not maturity that awaited them, but simply old age; there was not a new blossoming at the end of the road, but a bundle of frustrations and sufferings, at first insignificant, then very quickly unbearable; it wasn't very healthy, all that, not very healthy at all. Life begins at fifty, that's true; inasmuch as it ends at forty.
Daniel 24, 1
Look at the little creatures moving in the distance; look. They are humans.
In the fading light, I witness without regret the disappearance of the species. A last ray of sunlight skims over the plain, passes over the mountain range barring the horizon to the east, and colors the desert landscape with a red halo. The metal trellises of the protective fence around the residence sparkle. Fox growls softly; no doubt he can sense the presence of the savages. For them I feel no pity, nor any sense of common belonging; I simply consider them to be slightly more intelligent monkeys, and, for this reason, more dangerous. There are times when I unlock the fence to rescue a rabbit, or a stray dog; but never to bring help to a human.
I would never contemplate coupling with a female of their species. While the interspecies barrier is often territorial among invertebrates and plants, among the higher vertebrates it is more a question of behavior.
A being is fashioned, somewhere in the Central City, that is similar to me; at least he has my features, and my internal organs. When my life ceases, the absence of a signal will be registered in a few nanoseconds; the manufacture of my successor will begin immediately. The next day, or the day after at the latest, the protective fence will be reopened; my successor will settle within these walls. This book will be addressed to him.
Pierce's first law identifies personality with memory. Nothing exists, in the personality, outside what is memorizable (be this memory cognitive, procedural, or emotional); it is thanks to memory, for example, that the sense of identity does not dissolve during sleep.
According to Pierce's second law, language is a suitable carrier for cognitive memory.
Pierce's third law defines the conditions for an unbiased language.
Pierce's three laws were going to put an end to the hazardous attempts at memory downloading through the intermediary of a data carrier, in favor of, on the one hand, direct molecular transfer, and, on the other, what today we call life story, initially conceived as a simple complement, a provisional solution, but which was, following the work by Pierce, to become considerably more important. Thus, curiously, this major logical advance resulted in the rehabilitation of an ancient form that was basically quite close to what was once called autobiography.
Concerning the life story, there are no precise instructions. The beginning can start at any point in time, just as a first glance can alight on any point within a painting; what matters is that, gradually, the whole picture reemerges.
Daniel1, 2
When you see the success of the car-free Sundays in Paris, and the walkway along the banks of the Seine, then you can easily imagine what comes next.-Gerard, taxi driver
Today it's almost impossible for me to remember why I married my first wife; if I was to come across her in the street, I don't even think I'd be able to recognize her. You forget certain things, you forget them totally; it is wrong to suppose that all things are stored in the sanctuary of memory; certain events, the majority of them even, are well and truly erased, there remains no trace of them, and it is absolutely as if they had never happened. To return to my wife, or rather my first wife, we undoubtedly lived together for two or three years; when she became pregnant, I ditched her almost immediately. I was having no success at the time, and she received only a miserable alimony.
On the day of my son's suicide, I made a tomato omelet. "A living dog is worth more than a dead lion," as Ecclesiastes rightly says. I had never loved that child: he was as stupid as his mother, and as nasty as his father. His death was far from a catastrophe; you can live without such human beings.
After my first show, ten years passed, punctuated by short and unsatisfying affairs, before I met Isabelle. I was then thirty-nine and she thirty-seven; I was already something of a celebrity. When I earned my first million euros (I mean, when I had really earned them, after tax, and placed them in a safe haven), I realized that I was not a Balzacian character. A Balzacian character who has just earned his first million euros would, in most cases, figure out a way to reach the second-with the exception of those few people who will immediately begin to dream of the moment when they can count them in tens. For my part, I wondered above all whether I could bring my career to a halt-before concluding no.
Excerpted from The Possibility of an Island by Michel Houellebecq Copyright © 2006 by Michel Houellebecq. Excerpted by permission.All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.


Blog de Alejandro Padrón

ENTREVISTA: FÉLIX DE AZÚA Escritor
"De nuevo hay un abismo entre generaciones"
OCTAVI MARTÍ - París
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 26-05-2006
Félix de Azúa. (JOAN SÁNCHEZ) ampliar

"Los pesimistas son aquellos que se pasan el día diciendo lo bien que lo hace el poder"
Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es catedrático de Estética, poeta, ensayista, novelista y columnista en este diario. Los textos que publicó en la última página de EL PAÍS entre octubre de 1997 y julio de 2002 han sido ahora recogidos en un volumen titulado Esplendor y nada por la nueva editorial Leqtor.
Pregunta. En esos casi cinco años de escritos semanales hay mucha más nada que esplendor. ¿Está justificado tanto pesimismo?
Respuesta. Puede que haya poco esplendor, pero eso no significa que haya que desesperar. Algunas personas me han dicho que sólo critico, que sólo destaco lo que hay de negativo, pero no se dan cuenta de que quienes procedemos así somos los más optimistas. Los pesimistas son aquellos que se pasan el día diciendo lo bien que lo hace el poder, pues, según ellos, eso es lo que hay que hacer, pues de lo contrario esto se hunde, todo va muy mal y necesita el respaldo de todos, sin lugar para la crítica. Y si no critico al PP es porque eso sería como ponerme a hacer de torero en Noruega: hablas de y con las personas que pueden escucharte. En resumen, los críticos somos los que mantenemos la esperanza de que esto pueda cambiar. Los otros ya no confían en nada. Respecto al esplendor, es cierto que anda escaso en el libro. Pero ésa es una vieja tradición cultivada por el intelectual europeo desde el siglo XVIII: denunciamos la nada.
P. El punto de partida de cada texto es distinto, como lo es el tono. ¿Qué les da unidad? ¿Qué justifica reunirlos en un libro?
R. La voluntad literaria. Cuando me propusieron escribir semanalmente esas 52 líneas, lo asumí como un desafío literario, como si se tratase de hacer un soneto semanal. Mis modelos son gente como Orwell o Camus. O como Ferlosio, claro, al que me refiero en tantas ocasiones. El trabajo diario con la lengua, con la expresión, no lo ves hasta que te encuentras con todos los artículos reunidos. Hay cosas que cambiarías, pero el conjunto me satisface.
P. En varias ocasiones, el tema de la columna es el paso del tiempo o la cuestión de la vigencia o desaparición de ciertos símbolos religiosos...
R. Se trata del problema de la necesidad de sentido. Como profesor, descubro el inmenso desconcierto que produce entre los jóvenes el no tener nada a qué agarrarse. Nosotros tuvimos el progreso, el sentido de la historia, el comunismo y otros ismos más o menos aberrantes; ellos, en España, Francia o Italia, ni tan sólo pueden creer en la publicidad material del Gobierno, como en los EE UU, donde aún funciona la promesa de que van a vivir mejor que sus padres. No tienen horizonte. Eso produce una angustia total. ¡Y aún más cuando no tienes el concepto angustia!
P. ¿Ninguna religión cubre esa nostalgia de trascendencia?
R. Hace unos años, algunos se hacían budistas o de alguna secta. Ahora, no. Están aislados, viven entre ellos, sólo con gente de su edad. Son la raza joven. Y no creen ni confían para nada en los adultos y sus instituciones, como nos sucedía a nosotros durante el franquismo. De nuevo hay un abismo entre generaciones.
P. Pero la idea nacionalista sí recluta entre esa raza joven.
R. El nacionalismo se ha convertido en el último refugio. Los independentistas tienen buena entrada en la universidad. Ofrecen un placebo de trascendencia. Creo que hacen mucho daño porque el nacionalismo necesita de la detestación del otro. Hoy vivimos en un mundo en que el dominio de los poderes reales, económicos y mediáticos es apabullante. Es el reino de eso que antes llamábamos las burguesías fácticas. La población está cada vez más desinformada y, en el caso español, el nivel educativo sigue bajando. Los ciudadanos votan menos, los jóvenes se desentienden de la política y ésa queda en manos de los mayores, de los sectores más comprometidos, de la corrupción y del clientelismo.
P. Vayamos con el esplendor. Al margen de unos pocos hombres, parece reservado a las mujeres en su conjunto.
R. Porque en España es el único segmento social que, durante los últimos 30 años, ha progresado de verdad. Recuerdo hace ya mucho tiempo a Rosa Regàs, en la oficina, llorando de rabia e impotencia porque no podía abrir una cuenta corriente a su nombre en el Banco de Bilbao sin el permiso de su marido. Las mujeres han salido de una situación monstruosa. Por eso me indigna esa izquierda que, en nombre del "respeto a la diversidad cultural", acepta la pervivencia en nuestro territorio de las leyes del islamismo. ¡Asumen como cultura lo que impera en países en los que mandan los curas y los señores feudales, y en los que las mujeres son las que lo pasan peor! ¿Esa gente fue algún día antifranquista? Pero volvamos a las mujeres. Desde que han tomado la palabra, sabemos cosas que antes apenas podíamos intuir, como que nos consideran como unos pobres desgraciados, prepotentes, agresivos, violentos y peligrosos, que han acaparado el poder pero que somos unos majaderos, como esos ministros de Franco que mandaban mucho pero eran unos imbéciles.
P. La voluntad literaria de la que hablaba, ¿en qué encuentra su mayor concreción?
R. En suprimir todo lo superfluo. Como hay que ceñirse a un número de líneas, te encuentras repasando todo el artículo y buscando qué sobra o cómo decir aquello de manera más sintética y potente. Esa tarea de eliminar y reescribir me ha enseñado mucho. De pequeño pensaba que la vejez era una cosa horrible pero, a medida que voy entrando en ella, descubro que tiene grandes ventajas y, entre ellas, aquello de que "la experiencia es un grado" y te facilita grandes operaciones de síntesis porque sabes agrupar las cuestiones. Además, la edad, cuando vas por la calle y ves a un grupo de jóvenes, también hace que sepas que ese chaval es igual que mengano cuando tenía su edad. En definitiva, que somos modelos discretos, de una gama reducida y estamos muy repetidos, con lo cual esa sensación juvenil de ser único e irrepetible se te cura, descubres que es pura vanidad. La evidencia de la repetición te separa de ti mismo y del narcisismo veinteañero. Y desde el momento en que no eres único, que hay en tu mirada la serenidad del distanciamiento, se hace mucho menos difícil morirse.



Blog de Alejandro Padrón

Bibliálogos: Entrevista con Juan Villoro
Para todos los que aman el fútbol
Ariel Ruiz Mondragón e Israel CovarrubiasLa Insignia. México, mayo del 2006.
Tomado de La Insignia (Cultura)
Uno de los espectáculos masivos más atractivos del mundo entero es un deporte: el balompié, más conocido como fútbol. Seguido por cientos de millones de aficionados que depositan sus ilusiones y esperanzas en los equipos que representan a su barrio, a su ciudad o a su país, el fútbol es desde hace mucho tiempo un fenómeno cultural y social excepcional, aún más en estos tiempos de globalización.
Este juego, que en su inmensa belleza ha conducido en ocasiones a verdaderas tragedias, ha motivado pasiones y sinrazones, pero también ha estado acompañado por reflexiones y razonamientos. Sin duda, esos claroscuros hacen aún más fascinante el ámbito futbolero.
Justamente en el terreno de la reflexión podemos situar el libro Dios es redondo (México, Planeta, 2006), la más reciente publicación del escritor mexicano Juan Villoro. En esa recopilación de textos el autor, un posmoderno Nicolás de Cusa -obispo que ya en el siglo XV, fascinado por el arte de chutar pelotas, "comparó las propiedades de Dios con la perfección geométrica de la esfera"- expone de diversas maneras -del ensayo a la crónica, pasando por la entrevista- la concepción que como escritor, pero sobre todo como aficionado, tiene del que Ángel Fernández denominó, con la claridad meridiana que lo caracteriza, "el juego del hombre".
Sobre ese volumen charlamos con Villoro, conversación en la tocamos varios temas: la relación política-fútbol, la lealtad al equipo, el papel del sufrimiento y el drama en el juego, las razones de la violencia entre aficionados, las consecuencias del predominio del mercado en el ámbito del fútbol, la intelectualización del fútbol, las consecuencias que para México tendría el ganar el Mundial y la influencia de Ángel Fernández en su obra.
Villoro es autor de una veintena de libros, en los que ha transitado desde el cuento a la novela, pasando por el ensayo y la crónica. Ha colaborado en una gran cantidad de publicaciones: Nexos, Letras libres, Cambio, Universidad de México, Proceso, Vuelta, Siempre! y Pauta, entre otras muchas. Además fue director de La Jornada Semanal entre 1995 y 1998. Ha obtenido, entre otros premios, el Xavier Villaurrutia en 1999, y el Jorge Herralde en 2004.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo?
Juan Villoro (JV): Por el contexto a la editorial le pareció positivo que fuera antes del Mundial, porque la gente ahora está interesada en temas de fútbol, y dentro de unas semanas
solamente va a querer ver fútbol, aunque dentro de dos meses va a estar harta de fútbol. Entonces en estos plazos es mejor hacerlo antes, a hacerlo en el momento en el que la gente ya vaya a estar con futbolitis aguda.
Estos son textos que yo he estado escribiendo en los últimos diez años. La primera vez que escribí de fútbol fue en el Mundial de Italia 90, hace 16 años, pero la mayoría de los trabajos que reelaboré como libro para Dios es redondo vienen de los últimos diez años.
Israel Covarrubias (IC): ¿Cuál es su opinión sobre la relación entre fútbol y política?
JV: El fútbol es un espejo de la sociedad donde ocurre; entonces, dependiendo de las circunstancias, se ha prestado a todo tipo de manipulaciones políticas. Mussolini, por ejemplo, exigía triunfos de su selección del mismo modo en que lo han hecho otros dictadores. En Dios es redondo yo hablo del caso de Milosevic, que era muy aficionado al Estrella Roja de Yugoslavia, y que logró que un grupo de porristas se convirtieran en fanáticos nacionalistas que luego participaron en crímenes de genocidio. Entonces, en los peores momentos se transvasa el juego con intereses políticos.
También hay que recordar la guerra entre Honduras y El Salvador, que fue pretextada por un partido; obviamente la guerra no transcurrió para resolver el marcador, sino para dirimir por otros medios cosas que se estaban planteando en ese juego.
Entonces el fútbol es un espejo de la realidad y se presta a manipulaciones tanto de los medios como de la política. Si una selección es triunfadora, los políticos tratan de adornarse con ella. Salinas de Gortari tenía una estrategia muy eficaz para acercarse a la selección del 94, que dirigía Mejía Barón, y estuvo muy cerca de ella. Incluso en la intención de voto en las elecciones del 94 se veía una variable del siete por ciento a favor del PRI cada vez que ganaba la selección nacional; es decir, logró hacer una identidad entre el representativo futbolístico y el partido oficial.
AR: Usted menciona en el libro ese caso de Milosevic, pero yo rescataría algunos otros ejemplos: la dictadura argentina y el Mundial del 78, por ejemplo.
JV: La dictadura argentina fue muy importante; fíjate que es un tema clásico que han trabajado mucho varios discípulos de Noam Chomsky, quienes han estudiado cómo un gobierno, para hacer un control de daños respecto a su imagen, se sirve de un pretexto para encubrir un problema. Se ha analizado que en Argentina, durante el Mundial del 78, la prensa internacional dejó de hablar de los desaparecidos; o sea, el Mundial desapareció a los desaparecidos como problema. Entonces, naturalmente estas manipulaciones existen en el fútbol por la inmensa popularidad que tiene, y porque a nivel planetario tiene tal predominancia que la FIFA tiene más agremiados que la ONU. Entonces, el fútbol va muy vinculado con la política.
AR: También menciona el caso del Real Madrid y su relación con Franco.
JV: Claro, fue el equipo de Franco, quien impidió que Di Stéfano llegara al Barcelona.
AR: Hay otros ejemplos, como el Steaua de Bucarest con Ceausescu y varios más. Pero se relaciona al fútbol y a los equipos con sistemas autoritarios y dictatoriales. Pero ¿en algún momento el fútbol ha inspirado luchas democratizadoras, de liberación? En esa dirección recuerdo un artículo de su padre publicado en 1974, "El fútbol y la utopía".
JV: Desde luego. El fútbol es un espejo de la realidad, y está sujeto a las lacras de esa sociedad, pero también a las esperanzas que puede despertar una sociedad. La primera huelga contra un gobierno militar en Argentina la hicieron los futbolistas. Baste recordar aquí en
México a la selección vasca, que se quedó aquí y que fue la base del fútbol mexicano moderno, y que fueron republicanos españoles que estaban de gira aquí y que no quisieron volver a la España franquista.
En muchas ocasiones los futbolistas han dado un mensaje de este tipo. El Internazionale de Milán ha tenido un largo cortejo con el Ejército Zapatista, incluso le ha prometido venir a jugar aquí con los zapatistas. Hay futbolistas que han sido muy concientes, como Cantona, por ejemplo, quien tiene una agenda política importante.
Ahora es muy interesante el caso de los futbolistas negros que están luchando de manera articulada contra la discriminación, porque el racismo es también una de las lacras que abunda en los estadios. Digamos que el fútbol tiene estas luces y estas sombras.
IC: Cuando presentó el libro a la prensa usted hablaba de que en términos de afición, el fútbol no permite a veces la transfiguración de la bandera o del equipo, sino que más bien es la lealtad la que define en realidad a las aficiones de los equipos. ¿Por qué se da así? ¿Por qué no pensar, por ejemplo, en el mecanismo de la salida: y cambiar de equipo, o de la voz, de una afición reclamando a su equipo los malos resultados?
JV: Yo hablaba de la lealtad que asocio con la infancia. Creo que en este mundo mudable uno puede cambiar legítimamente de todo: de vocación, de religión, de profesión, de pareja, de orientación sexual, de lo que uno quiera. Pero me parece, en términos románticos, un poco absurdo cambiar de equipo, porque al equipo es a lo que uno se aficionó en la infancia, y sería como cambiar de infancia, como decir "yo ya no quiero ser ese niño".
El componente del fútbol es siempre irracional, y tiene que ver con cuestiones que no podemos argumentar muy claramente. Entonces, si uno ha apoyado siempre un cierto gusto por unos colores, por un equipo, ¿por qué cambiar a la edad adulta?
Pero naturalmente yo entiendo y respeto mucho al que lo haga. Yo le voy al Necaxa, lo que es como vivir el Libro de Job, un camino del dolor para probar la fe. Pero entiendo perfectamente que otros no quieran pasar por este camino.
AR: Ese es un tema que me llamó mucho la atención, y que creo que atraviesa el libro entero: el sufrimiento, el drama, la tragedia. En ese sentido me gustaron mucho tres crónicas: la referente a la final Alemania-Holanda en 1974; la de cuando, a través del cobro de un penalti, en Nápoles Maradona echa fuera del Mundial a Italia, y la del portero brasileño Moacyr Barbosa y el estigma de la final de 1950, el célebre Maracanazo. ¿Qué papel juegan el sufrimiento, el drama, la tragedia en este juego?
JV: Juegan un papel muy importante; pero lo que a mí me parece significativo es que el fútbol ocurre en la cancha, pero también lo hace en la mente de los aficionados, y algunas caídas son interiores y son muy dolorosas. Ese es el caso, por ejemplo, de Moacyr Barbosa, quien es un hombre al que se ha responsabilizado de una tragedia; la gente lo detenía en la calle y le decía: "Mira, este es el hombre que vio llorar a un país."
El futbolista tiene que luchar contra sí mismo; por ejemplo, Riquelme, hace apenas unas semanas, falló un penalti decisivo en el último momento del partido, en una situación épica en que se podía convertir en héroe o villano, para que su equipo llegara a la prórroga y posiblemente a la final de la Champions.
¿Qué va a ser de Riquelme en el Mundial si tiene que cobrar un penalti? Es una situación interior muy compleja, es un drama literario muy profundo, porque él podría acobardarse y no tirarlo; pero si acepta tirarlo, que sería lo lógico, va a tener que luchar contra sí mismo y lograr la hazaña de superar no tanto ese tiro -que finalmente es un tiro sencillo para un profesional-, sino a sí mismo.
Estas son las pasiones internas que comporta el fútbol. Por eso yo digo en el libro que los goles tienen una vida privada, y trato de explorarla.
IC: Esta el otro tema que tiene que ver con esta pasionalidad, con esta irracionalidad que comentaba, y que circunda cada vez más al fútbol como espectáculo, como práctica, como cultura: el tema de la violencia en los estadios. En el caso mexicano es más o menos reciente.
JV: Sí, está surgiendo pero yo lo acotaría: comparado con lo que ha pasado en otros países, la verdad es que la afición mexicana es encomiable en términos generales. Hay que vigilar que no pasen cosas más graves, pero estamos muy lejos de vivir en México lo que se ha vivido en Colombia, en Inglaterra, en España.
IC: Usted sostiene la tesis contraria: que en realidad a veces este desbordamiento de las pasiones que termina en violencia tiene que ver con el problema de ganar o no ganar el partido.
JV: No, yo no creo eso, porque creo que el aficionado al fútbol es una persona que tiene una extraordinaria escuela de resignación. El fútbol es un deporte que acostumbra la resignación, y por eso un partido que puede ser muy bueno puede tener un marcador como 0-0. Bill Bufford, que estudió el caso de los hooligans, es norteamericano, y tiene la tesis de que el hooliganismo comenzó con un 0-0 porque hubo que desfogar el que no hubiera un ganador certificado. Creo que esta es una construcción muy norteamericana del juego, en el sentido de que el deporte debe de tener siempre un ganador certificado.
El aficionado al fútbol es bastante estoico: aguanta que su equipo pierda, o que quede en un 0-0. Creo que esto forma parte de ver fútbol, y pienso que es una de las cosas interesantes del juego: que disciplina las emociones a favor de la aceptación de la suerte, de la fortuna. Eso me parece importante.
Yo creo que la violencia más bien tiene que ver con otra cosa, y es con la pérdida de identidad
de las aficiones respecto a los equipos. Cuando éstos venden jugadores de manera inmoderada, y los jugadores siguen la ruta del dinero; cuando vemos que los directivos especulan con las pasiones de la gente, los aficionados se sienten traicionados, y sienten que ellos le van al equipo de una manera más integrista de lo que reflejan los directivos y de lo que reflejan los jugadores. Ello sienten que tienen una superioridad moral y que pueden exigir el cumplimiento de algo; esto empieza a ser ya una distorsión. Cuando el aficionado ya no se siente plenamente en concordancia con el equipo y con la directiva. Este divorcio entre la pasión de la gente y la forma en que se lleva la pasión, es lo que ha estado produciendo el fenómeno de los ultras, las barras bravas, el hooliganismo, en el que un grupo de integristas le exige a los directivos lo que no le está dando, y cobra venganza por cuenta propia.
Creo que allí hay un problema de identidad que se tendría que resolver buscando nuevamente una integración de la gente, a la pasión regulada, que es la que debe privar en los estadios.
AR: Por allí, ¿qué efectos ha tenido el neoliberalismo -por decirlo así- en el fútbol? Usted trata en dos crónicas el asunto de los grandes fichajes, como el caso de la traición de Figo.
JV: También en la de la "liga de las estrellas" hablo mucho de eso.
AR: ¿Qué tanto ha cambiado el ámbito futbolístico con el brutal predominio del mercado?
JV: Es una situación muy grave, muy difícil de frenar porque se trata de un delirio compartido; la afición, de alguna manera, también ha respaldado esto. Cuando un equipo como el Real Madrid ficha un jugador en 70 millones de euros -que es una cifra enloquecida-, nosotros vemos que a la semana siguiente el equipo ha recuperado 10 millones de euros por venta de camisetas.
Entonces estamos evidentemente ante un delirio compartido: es una locura que se pague eso, pero también es una locura permitida porque la gente paga. Estamos en un mundo enloquecido de posesiones, de camisetas, de héroes que ganan más por publicidad que por jugar.
En el caso del fútbol mexicano está su terrible corrupción, que hace que el verdadero negocio no sea ganar, sino traspasar jugadores. Entonces aquí te conviene llegar a la liguilla y perder, porque entonces tienes pretexto para vender jugadores, y los directivos, los entrenadores, los agentes, reciben comisiones por los traspasos. En esta situación lo que se premia no es el triunfo, sino el fracaso relativo: llegar lejos, pero para poder vender y tener comisión.
Este es un mundo enloquecido, pero cada liga es un reflejo de la sociedad en que vivimos. Entonces la liga mexicana está atravesada por la corrupción, como todo el sistema político mexicano, mientras que las ligas de otros lugares están atravesadas por los usos del dinero, que es lo que predomina en la economía de mercado. Eso es un problema.
Ante todo esto, como dice Valdano, el fútbol tiene anticuerpos contra la modernidad y siempre se puede pensar en el gusto por el juego, en la recuperación de la infancia a través del juego, en el sentimiento lúdico de la fiesta, en lo que todavía hay de noble en este juego.
AR: En la entrevista que hizo a Jorge Valdano, usted le planteó una pregunta, la misma que me gustaría hacerle ahora a usted: ¿No estamos intelectualizando demasiado el juego?
: Desde luego que sí, por eso se lo pregunté a Valdano. A mí me gustaría pensar que Dios es redondo es un libro sobre la pasión, pero que no se la quita. Muchas veces me han preguntado: "¿Por qué no escribes de manera regular sobre fútbol?" Mi respuesta es: Porque no quiero dejar de ser aficionado. Me quiero acercar al fútbol un poco con la inocencia del que descubre algo a través de la escritura. Entonces yo cuento historias del fútbol, pero no trato de explicar todo el fenómeno; no es una sociología completa del fútbol, sino es un reflejo de la pasión que espero sea otra forma de la pasión. Espero que la gente se emocione al leer ciertas cosas, o le guste o se entristezca al leer la suerte de un futbolista de la misma manera en que yo lo hice al experimentar por primera vez estas noticias del fútbol.
Pero en efecto, una de las cosas que podrían ser aburridísimas es convertir el fútbol en un simposio solemne.
IC: Una última e hipotética pregunta de mi parte: con todo lo que ha dicho, ¿qué pasaría si México ganase el Mundial de fútbol? Algunos especulan que la mayor parte de los problemas societales podrían ser encarados de un modo distinto por este momento catártico.
JV: Habría mucho trabajo para los siquiatras porque todos nos volveríamos locos. Es un escenario de ciencia ficción absolutamente impensable; pero en efecto, estaríamos tan contentos que se nos olvidaría nuestra realidad, al menos a los que somos aficionados al fútbol.
AR: Yo quisiera terminar con dos preguntas. La primera es una que usted se plantea al principio del libro: ¿Hasta dónde se puede hablar de fútbol sin caer en la imbecilidad?
JV: El límite es incierto. Muchas veces, cuando oímos tertulias futbolísticas, la pasión de los que están hablando nos lleva a discutir tales minucias que dices: "Ya están realmente como los teólogos medievales, discutiendo cuántos ángeles se pueden posar en la cabeza de un alfiler." Son unas situaciones totalmente absurdas.
Esto pasa mucho en las tertulias futbolísticas, y es una de las grandes preguntas que uno se hace. Yo espero haberme detenido antes de la imbecilidad en este libro, pero es una posibilidad latente; hay que saber que el que habla de fútbol en ocasiones ya habló demasiado. Lo vemos nosotros con nuestros propios amigos cuando empezamos a discutir un tema, ya sea del pasado o de una posibilidad futura, y caemos en minucias aberrantes.
AR: Ahora sí concluyo: usted habló en el Estadio Azteca de un importante personaje, entrañable para muchos de nosotros, al que entrevistó para su libro Los once de la tribu: Ángel Fernández. Quisiera proponerle que nos hiciera un breve ejercicio como el que hace en este libro con Maradona: una nota necrológica imaginaria del gran locutor mexicano del fútbol.
JV: No, porque a Maradona le tengo mucho menos afecto que a Ángel. Yo espero que Ángel Fernández, que cumplió recientemente 80 años, nos acompañe por mucho tiempo. Lo que sí puedo decir es que a él le debo una doble vocación, que es muchísimo en la vida. Por un lado me reveló el papel singular del lenguaje que se convierte en un símbolo mágico que está alimentado de metáforas, de apodos, que puede crear leyendas.
Hasta antes de oír a Ángel Fernández, para mí el lenguaje era con lo que yo me defendía si me regañaban, con lo que me peleaba en el patio de la escuela, con lo que hacía las tareas; era una cosa de supervivencia, de primeros auxilios, una comunicación eficiente y nada más, en el mejor de los casos.
Ángel Fernández me reveló el gusto por crear un mundo paralelo a través de las palabras; y aparte, me reveló una segunda vocación, que es asociar las palabras con el fútbol. Creo que nada es tan interesante como el fútbol bien narrado. Esto lo pueden experimentar los propios protagonistas de la gesta: Jorge Valdano cuenta que cuando ganó el Mundial en México, estaba invadido por la emoción; quiso llorar y no pudo hacerlo. Pasaron muchos años, y un día estaba corriendo en un parque de Madrid haciendo ejercicio; para matar el aburrimiento de la carrera iba oyendo un cassette con una narración del partido que él ganó aquí en el Estadio Azteca contra Alemania en la final del Mundial del 86, y de pronto, al escuchar su gol maravillosamente bien narrado por un cronista, rompió a llorar.
O sea: la emoción que no le produjo el hecho mismo, se lo produjo la narración del hecho. Eso te da una idea de la fuerza de la palabra. Para mí el fútbol está asociado para siempre a lo que podemos decir, contar de él.
Que Ángel Fernández me haya dado las dos vocaciones, es el principal regalo que he recibido en la vida, de modo que es mucho lo que le debo y es mucho lo que me queda por pagarle.
Blog de Alejandro Padrón

Tomado de Revista de Libros, El Mercurio
19.05.2006

Entrevista a Chuck Palahniuk
Chucky, el escritor diabólico

La mayor sorpresa que ofrece el autor de "El club de la pelea", "Diario" y "Nana" es que detrás de toda la sangre y las vísceras que pueblan sus libros se esconde un romántico. Jorge Ignacio CastilloEl rostro de Chuck Palahniuk refleja con exactitud el tipo de vida que el autor de El club de la pelea y Diario ha escogido. La textura de su piel revela que el escritor ha invertido en humectantes y tratamientos faciales, pero sus facciones permanecen duras y prematuras arrugas dan cuenta de una juventud vivida a pleno. El mismo ha confesado que sus técnicas de investigación tienen algo de suicida.El más notorio residente de Portland, Oregon, es el hombre que convirtió a Bret Easton Ellis en intrascendente. Su insolente pluma no se amilana a la hora de describir destripamientos (Haunted) o accidentes aéreos desde el punto de vista del pasajero (Sobreviviente). El contexto justifica sus excesos: sus personajes pueden aparecer exagerados, pero a la larga su propósito es tan ordinario como conectar con otro ser humano. Para algunos, la alienación de la vida moderna sólo permite alcanzar semejante objetivo a través de grupos de apoyo para enfermedades que no padecen o golpeando a alguien hasta ver hueso.Palahniuk pasó de figura de culto a ser parte de la cultura pop debido a la adaptación cinematográfica de su libro El club de la pelea. Gracias a resueltas actuaciones de Brad Pitt y Edward Norton y la dirección de David Fincher ("Seven"), la historia del grupo de sujetos tratando de reconectar con su masculinidad y degenerando en células terroristas, hizo pública esta nueva sensibilidad, con suficiente material para saciar al nuevo séquito que la película despertó.Quien asista a una lectura de Palahniuk descubrirá que el autor no es sólo pose. Con tal de entretener y divertirse él mismo, Palahniuk es conocido por arrojar bombas fétidas a su audiencia y responder cartas de sus fans con pequeñas encomiendas. El escritor sencillamente no responde a la imagen del versado y fatuo representante de la literatura contemporánea norteamericana.Nos encontramos en Vancouver, a donde viajó para juntarse por primera vez con uno de sus autores preferidos, Douglas Coupland (Generación X), en vísperas del lanzamiento del último libro del canadiense. Palahniuk trabaja el estereotipo: bebe café negro, sin azúcar, y te perfora con una mirada inquisitiva y afable a la vez.- ¿Alguna vez has tenido resquemores a la hora de asistir, por ejemplo, a una sesión de sexalcohólicos anónimos cuando estás investigando para un libro?- He sido bendecido con una impulsividad inconsciente. Si alguna vez no me siento cómodo, invito a un amigo, como cuando fui al Festival Testicular. Es también una manera de mantener mis amistades.- ¿Qué le da valía a una historia para convertirse en parte de tus libros?- Un profesor me enseñó que una buena historia debe hacerte reír, provocarte náuseas y, al final, romperte el corazón. Descubrí que estos relatos no son fáciles de contar para quienes los viven. Muchos de mis lectores vienen a mí porque confían en que yo no los juzgaré. Si es un recuerdo muy doloroso, y yo me puedo reír de él, quien me lo está contando se sentirá mas cómodo y será capaz de repetirlo un poco mejor la próxima vez.
REPORTERODEL CRIMENEl autor se graduó en 1986 de periodista en la Universidad de Oregon, aspecto que se traduce en la casi naturalista atención al detalle de sus obras. Un hecho de sangre, a su vez, teñiría sus textos de romanticismo y muerte: su padre conoció a una mujer a través de un aviso clasificado. El ex marido de ésta, un neonazi, la había amenazado de muerte si alguna vez la encontraba con otro hombre. Como era de predecir, la mujer y el señor Palahniuk serían asesinados por el sujeto. Eros y Tánatos en estado puro.Palahniuk reveló su homosexualidad hace dos años en una entrevista con "Rolling Stone". No porque fuera un misterio, sino porque nadie le había preguntado antes. El autor ha mantenido una relación estable por once años, probablemente el aspecto más impensado de su personalidad, juzgándolo sólo por sus escritos.- ¿Dirías que ser feliz sería contraproducente para tu trabajo?- Absolutamente. Uno escribe para capturar esa parte de la propia existencia que no ha sido asimilada y la disectas hasta que no esté más ahí. Para tener material, tú tienes que perseguir la miseria y este tipo de experiencias.- Pero hay algo inherentemente perverso al buscar la infelicidad.- Depende. Si lo enfrentas como un juego, con reglas temporales, tú todavía puedes divertirte. Cuando termino un libro, habré detallado todos mis sentimientos acerca del asunto que me aproblema y ha dejado de ser un tema de preocupación. Algunas veces es incluso un evento material: hace varios años tuve una vecina que tocaba la radio increíblemente fuerte y música que yo detestaba. Discutíamos seguido, llevamos el tema a la municipalidad, y nunca pudimos resolverlo. Por ese entonces escribí Nana, que era sobre un arrullo asesino. De vuelta de una gira para promocionar el libro, mi vecina se había mudado. En medio de la noche. Después de 15 años. Sin una palabra de advertencia a nadie.- ¿Cuál es la más errónea interpretación de tu trabajo?- Que mis libros son nihilistas. O que sólo escribo para choquear a mis lectores. Si hay un elemento común en mis novelas, es que en el fondo son romances. Todas giran en torno a un individuo enajenado que se identifica a sí mismo como antisocial. En cada uno de mis libros, el sujeto crea las circunstancias que le permiten volver a insertarse en la comunidad, normalmente de la mano de una pareja.contra El nuevo periodismoLos libros de Chuck Palahniuk están plagados de guiños, ya sea a sí mismo (las palabras "liebrecilla azul" y el nombre Gwen aparecen en cada uno de sus libros) o a sus autores favoritos. "La trivia establece la autoridad del narrador. La gran mentira en cada una de mis historias se construye sobre un montón de pequeñas verdades, de modo que, cuando le revele al lector la gran mentira- como que Tyler Durden es una persona y no parte del inconsciente del protagonista- , éste se la tragará sin cuestionarla".Lo extravagante de su prosa se traduce también a sus técnicas a la hora de sentarse a escribir. "Me gusta ponerme en situaciones en las que estoy atrapado sin nada que hacer, como una lavandería o el taller donde están arreglando mi auto. Viajes largos en auto son perfectos, porque tu cerebro comienza a sonar despierto. Siempre traigo un laptop conmigo... ¡El baño! Escribo toneladas cuando estoy tomando una ducha".- Eso no lo creo.- Hey, Stephen King escribe en el baño. ¡Catherine Dunn escribe en la piscina! Hay algo en el agua que facilita el fluir de las ideas.- Los derechos de "Sobreviviente", donde el protagonista secuestra un avión, fueron adquiridos por Fox, pero la idea fue abandonada luego del ataque al World Trade Center. ¿Hiciste tú la misma conexión?- No, para nada. Más cercano a la realidad me pareció El club de la pelea. Quedé realmente choqueado por el final de la película. Se parece tanto a lo que sucedió el once de septiembre, es difícil para mí siquiera verlo. Sobreviviente fue recientemente adquirido por el equipo que hizo la película "Constantine", así que todavía hay esperanza.- ¿Crees que "El club de la pelea" podría convertirse en película hoy?- De ninguna manera. No creo siquiera que pudiera escribir la misma novela hoy. No es que me sienta responsable por los verdaderos clubes de pelea que la historia originó. Hasta el día de hoy, sigo recibiendo cartas de gente que jura que eran parte de clubes de pelea sesenta años atrás, durante la Segunda Guerra Mundial. Esa es mi coartada: lo que sea que pueda concebir, probablemente ha habido 10 mil otros que ya pensaron lo mismo.- ¿Qué es lo que más te molesta de los medios?- Nunca me ha gustado dar opiniones o hacer evaluaciones morales, pero el nuevo periodismo me fastidia. Murió con Hunter S. Thompson. Hay más cronistas interesados en sus propias reacciones que en lo que están reporteando. El verdadero monstruo de nuestra era es la destrucción de la credibilidad. Internet nos convirtió a todos en fuentes de noticias y hay tantas perspectivas que se presentan a sí mismas como hechos, que por eso mismo ya no hay una única verdad. Es una situación realmente atemorizanteLa próxima novela de Palahniuk podría ser catalogada como de ciencia ficción, aunque desde cierto ángulo, casi todos sus libros lo son. Al mismo tiempo, el autor espera debutar como dramaturgo este año. De todos sus textos cuyos derechos han sido adquiridos por Hollywood, el que tiene la mejor chance de transformarse en película en el corto plazo es Asfixia. El protagonista podría ser Heath Ledger ("Secreto en la montaña").- ¿Cuál es tu lema, Chuck?- Hazlo ahora, discúlpate después.PARA ESTÓMAGOS FIRMESDos nuevos libros de Chuck Palahniuk están por ser publicados en español. En Haunted, un grupo de escritores participan en un retiro que, según su anfitrión, los convertirá en acabados autores. Desafortunadamente para ellos, el retiro consiste en encerrarlos en un teatro abandonado. Sin comunicación, electricidad, comida y agua, los invitados producirán el mejor trabajo de su vida, lo que no significa que alguien llegará a verlo.Stranger than Fiction reúne ensayos y crónicas periodísticas tan variadas como la lucha libre o un día en la vida de un perro callejero. También hay retratos de gente cuya sensibilidad es similar a la de Palahniuk, como Marilyn Manson o Amy Hempel (su mayor influencia literaria). Por último, indaga en los rincones más inaccesibles de su alma y revela viñetas de su vida, incluyendo el asesinato de su padre a manos de un supremacista blanco.
Jorge Ignacio Castillo.




Blog de Alejandro Padrón

Tomado de El Mercurio, 19.05.2006

Manual para lectores de rarezas
Cada día resulta más evidente que la literatura hispanoamericana se hapoblado de autores que, lejos de la solemnidad y la autocomplacencia,dan rienda suelta al humor y al desparpajo. En su momento, Rubén Daríoacuñó el término "raro" para referirse a los artistas que escapaban alos moldes, a las buenas maneras, a lo que se entendía por escribirbien.Álvaro MatusCésar Aira (Argentina, 1949):Ha publicado más de sesenta novelas, fiel a la máxima de que "es mejorescribir un libro nuevo a uno que sea bueno". Emma, la cautiva (1981),Los misterios de Rosario (1994) y Cómo me reí (2005) son una muestrade la amplitud de intereses del autor. Porque en sus pequeñas novelascaben tanto la vida de barrio y las crisis conyugales, como lareflexión irónica en torno a la divulgación científica, las artesaudiovisuales y la escritura misma. A pesar de tener fama de ser"escritor para escritores", Aira es el menos goloso con el lenguaje delos autores argentinos: su prosa es llana y transparente, casiinformativa. Una buena entrada a su mundo es Cómo me hice monja(1999), novela que recrea con humor y ternura las experiencias quemarcaron la infancia de un niño llamado César, cuya familia setraslada de Coronel Pringles a Rosario: el primer helado, el ingresoal colegio, los primeros garabatos, el radioteatro que anima lastardes de invierno... No hay ningún monstruo o fenómeno fantástico querompa el realismo, como ocurre en muchas de sus obras. Él mismo haexplicado que lo sobrenatural se debe a que quiere terminar la novelalo antes posible, ya sea por aburrimiento o porque tiene una nuevaidea en la cabeza. Sin embargo, podría postularse que sus historias enel fondo hablan de cómo sobrevivir a la catástrofe, que puede ser elfin del mundo (Embalse, La guerra de los gimnasios, La abeja) osencillamente el fin de la juventud y la infancia, la época del juego,los experimentos, la fantasía. El tiempo dirá si el narrador argentinoes un ingenuo o un artista muy sofisticado. Él sigue escribiendo unapágina diaria en un café del barrio de Flores con el mismo espírituque animaba a Stubb en Moby Dick: "No sé muy bien lo que me espera,pero, de cualquier modo, iré hacia eso riendo".Mario Bellatin (México, 1960):Algunas sinopsis sobre la extrañeza como pilar narrativo: un escritorjaponés de nariz descomunal ingresa a un monasterio después de unconfuso incidente amoroso. Un peluquero transforma su salón de bellezaen un refugio para enfermos terminales de la "epidemia". Un hombreinválido se dedica a la crianza de perros salvajes, con quienes secomunica por medio de extraños sonidos. ¿Qué quiere decirnos Bellatincon sus pequeños e inclasificables artefactos, donde el texto juegacon la foto y ésta con los espacios en blanco? Que la literatura noestá hecha sólo de palabras. Y que todavía puede mover emociones,hacer que el lector oscile de la compasión a la hostilidad, comoocurre con los personajes de Shiki Nagaoka: una nariz de ficción(2001), Salón de belleza (1994) y Perros héroes (2003). Bellatin pasósu infancia y juventud en Perú, donde publicó sus primeros libros:Mujeres de sal (1986) y Canon perpetuo (1993). Antes, había estudiadoteología en Lima y cine en Cuba. Si bien nunca realizó unlargometraje, ha contado que trabaja con los textos como si estuvieraen una mesa de edición, ensamblando, borrando y probando distintosefectos. En Flores (2001), por ejemplo, varias historias seentrecruzan de acuerdo a una antigua técnica sumeria que permite "laconstrucción de complicadas estructuras narrativas basándose en lasuma de determinados objetos que juntos conforman un todo". La mentadatécnica no existe, como tampoco el escritor japonés de la narizdescomunal. Bellatin inventa documentos y adopta un tono para que lahistoria resulte verosímil. Sus juegos van más allá del texto escrito:en París organizó un congreso de literatura mexicana con los dobles deSergio Pitol, Margo Glantz, Salvador Elizondo y José Agustín. Losvisitantes podían escuchar a estos falsos autores hablando como sifueran los verdaderos, planteando la interrogante de si la gente acudea los congresos por el texto, las ideas o, simplemente, por loscuerpos. En sus historias, lo que se sale de la norma se vuelvecotidiano o protagónico, del mismo modo que la maldad se vuelvedivertida.Marosa Di Giorgio (Uruguay, 1932-2004):Nació en El Salto, una zona rural uruguaya que marcaría para siemprela obra de esta narradora cuyo imaginario nos remite a "El jardín delas delicias" de El Bosco. Su prosa poética invita a entrar en unmundo donde duraznos, rosales y olivos se comunican con niñas omujeres que pasean por el campo, experimentando la delicia y el miedo,pues siempre corren el riesgo de que un lobo, un mirlo o un hombre lesarrebaten la inocencia. Es sorprendente cómo esta autora definió supoética ya desde su primer libro, Poemas (1954), que arranca así:"Sobre el promontorio, la casa era un cascarón macabro. Tuve miedo. Lafiebre me hacía delirar un poco. Me asomé a la ventana. La medianochetenía luna. Una alta luna, entera y sombría. Los magnolios seilusionaban y querían estallar sus pimpollos como balas blancas".Según Aira, "su estilo es muy peculiar, se le reconoce a la lectura deuna línea cualquiera; y no se parece a nadie". Cronista de sociales,actriz de teatro y empleada municipal (trabajaba en la misma oficinaque Onetti), Marosa se convirtió en artista de culto debido al impactode sus presentaciones en público, verdaderas performances quecirculaban por el Río de la Plata en video y casete. Su obra completafue reunida el año 2000 en Los papeles salvajes I y II, a los quedespués se agregó la novela Reina Amelia (2001), sobre la delirantesucesión del mando en el territorio de Yla, donde hay una primitivafábrica de hongos (comestibles, orgiásticos y alucinógenos), unsistema de comida que incluye animales moribundos y un sistema penalque termina crucificando a una niña hipersexuada. Luego vinieron losrelatos eróticos de Rosa mística (2003) y Flor de Lis (2004),publicado meses antes de que muriera. Su obra, sin embargo, siguelatiendo con la fuerza de la naturaleza.Salvador Elizondo (México, 1932-2006):Aficionado a las teorías pitagóricas, los jardines chinos, latauromaquia y a los manuales de métrica griega, Elizondo se definíacomo un "anarquista espiritual" que no renegaba de los "anarquistasestilistas", como sus admirados Céline y Joyce. Desde Farabeuf, o lacrónica de un instante (1965), quiso ir siempre hacia lo nuevo. "No meconsidero novelista ni ensayista. Lo que trato de armar es unaestructura imaginativa. Si sale como ensayo bien, si tiene el carácterde un cuento está bien, si sale como cualquier cosa también loacepto", expresó. Su primera novela sienta las bases de su proyectoexperimental y arriesgado: Farabeuf..., protagonizado por un doctor yuna enfermera, mezcla suplicios arcaicos con fantasías científicas,constituyendo una suerte de fábula erótica o, simplemente, unaindagación en el recuerdo y la muerte. Entre sus libros más destacadosfiguran Narda o el verano (1966), El hipogeo secreto (1968), Elretrato de Zoé (1969) y la notable historia de iniciación Elsinore: uncuaderno (1988). Aquí, Salvador ingresa en la escuela militar delCoronel Hunter, donde abundan personajes que acusan algunairregularidad vital: un contador alcohólico, un profesor de literaturaque degrada a Poe, un inmenso alemán al que le faltaba parte delcráneo y una profesora viuda que imparte clases en shorts. De noche,sin saber remar y con la niebla condensándose sobre el río, Salvador ysu amigo Fred emprenden la huida. Van a lo desconocido como siestuvieran dentro de una novela de Conrad: todo es arrojo yexcitación. Elizondo falleció en abril de este año. En el últimotiempo escribía en cama, en unas carpetas que parecían libros de actasy que podrán leerse dentro de 25 años.Jorge Eduardo Eielson (Perú, 1924-2006):Escribió novelas, pero no se consideraba novelista. Tampoco se definíacomo pintor, escultor, cuentista o músico, a pesar de que sedesarrolló en todas esas disciplinas. Vivió más de 50 años en Europa(Francia, Suiza, Italia), donde compartió con los movimientos devanguardia y desarrolló una amplia obra visual. En 1964 expuso en laBienal de Venecia y un año más tarde le propuso a la NASA instalar susesculturas sobre la Luna. También compuso una misa solemne por MarilynMonroe. Considerado uno de los poetas más innovadores de nuestralengua, su obra escrita destellaba una sutil parodia y espíritulúdico, con rimas del tipo "Y nada es banana/ Si no me da la gana"; ojuegos fonéticos, como un poema escrito con palabras que empiezan conla letra a. En su poema "Ser artista", de 1965, define que escribir:"Es convertir la desventura/ La imbecilidad y la basura/ En un mantoluminoso/ Es padecer día y noche/ De una enfermedad deslumbrante/ Essaborear el futuro/ Oler la inmensidad/ palpar la soledad/ Es mirarmirar mirar". Escribió dos novelas: El cuerpo de Giulia-no (1972) yPrimera muerte de María (1988). Con humildad socarrona, el autor decíaque estos juegos son "juegos de niños para quien ha leído a Joyce". Ycuando Julio Ramón Ribeyro le preguntó si temía que no se lo incluyeraen el bando de los poetas ni en el de los artistas, Eielson contestócon contundencia: "Me tienen sin cuidado los calificativos de losfuncionarios de la palabra o la paleta. En cuanto a ser tomado enserio, nada podría ser peor, puesto que yo mismo no me tomo en serio yme siento muy bien así".Darío Jaramillo (Colombia, 1947):Es posible que la seriedad que padecía cuando joven tenga algunarelación con su primer acercamiento a la literatura: su padreacostumbraba leerle rimas de Gustavo Adolfo Béquer y sonetos de Lope.En beneficio de los españoles habría que agregar que el pequeñoquedaba embobado con esa música elaborada con palabras. Sus poemas sonmelancólicos y nada extravagantes, como sí son sus novelas. En Lamuerte de Alec (1983), un hombre escribe una larga carta sobre lamisteriosa muerte de un joven que recién conoció. La misiva esprotagonizada tanto por el joven como por el testigo y por numerosospersonajes literarios que se cuelan igual que seres de carne y hueso.La novela se entrelaza con Casainundada de Felisberto Hernández, un raro entre los raros. Cartascruzadas (1995) es la historia de un grupo de jóvenes en el Medellíndel boom económico, es decir, en una ciudad donde campea elnarcotráfico. El lector se entera de todo por las cartas que seescriben unos a otros. Cuando le preguntaron por qué utilizaba ladroga como material narrativo, Jaramillo afirmó que le interesabadestacar lo ridículo del asunto: "Si estuviera prohibido el Mertiolatepara las heridas, estaría escribiendo sobre el Mertiolate. En elfuturo se van a reír de que la cocaína fuera tan importante". Memoriasde un hombre feliz (2000) tiene la estructura de un diario y esescrito por un hombre que se propone contar cómo alcanzó la felicidad,es decir, "la historia de cómo asesiné a mi esposa". En palabras dePitol, el libro "recuerda el desparpajo de las espléndidas primerasnovelas de Evelyn Waugh, donde el lector presencia sin ningunaaflicción el desastre moral de un mundo que se mueve como barco a laderiva".Alberto Laiseca (Argentina, 1941):Eusebio Filigranati, protagonista de su última novela, es uno de losmejores exponentes del "realismo delirante", movimiento del queLaiseca es su único exponente. El personaje sueña con viajesespaciales, inventa una microscópica cámara de televisión para filmara su obesa amante, escribe una versión bondadosa de Jack elDestripador y, ya en plan de "ganarse la vida", enseña caligrafía alos miembros de la mafia china afincados en Buenos Aires. En Lasaventuras del profesor Filigranati (2003) no falta el incesto, laamistad inquebrantable, los viajes exóticos y una descarnada guerraentre la mafia china y los fabricantes de snuff movies. Desde Su turnopara morir (1976), Laiseca no ha hecho más que consolidar su universodesmesurado, plagado de conocimientos desprestigiados, paranoia ysordidez. Entre sus libros destacan las novelas Aventuras de unnovelista atonal (1982), La hija de Kheops (1989) y La mujer en lamuralla (1990), el ensayo Por favor ¡plágienme! (1991) y los cuentosEn sueños he llorado (2002) y Matando enanos a garrotazos (1982), delque Borges dijo que "quizá se trate de un loable intento de historizarlos últimos cincuenta años de la literatura argentina". La cúspide esLos Soria (1989), mega novela sobre tres superpotencias que luchan porla supremacía mundial. La Unión Soviética se une a Soria para combatira Tecnocracia. Aquí gobierna Monitor, un dictador que odia la pinturaabstracta y la música dodecafónica, pero que contiene sin embargo unapartícula susceptible de cambio. Gracias a una mujer y variosmaestros, cuál más raro, Monitor se va humanizando. De la primeraedición, que tenía dibujos, mapas y pentagramas, se vendieron 300ejemplares. Ricardo Piglia definió al autor como "una suerte de PhilpK. Dick rioplatense, uno de los pocos novelistas argentinos que estáun paso adelante de los delirios y las maquinaciones siniestras delEstado".Pedro Lemebel (Chile, 1955)Partió escribiendo cuentos (Incontables, 1986), pero casiinmediatamente derivó a la performance, cuando junto a Francisco Casasformó el colectivo de arte Yeguas del Apocalipsis. Intervenciones como"Refundación Universidad de Chile" (1988) o "La mirada oculta" (1994)impactaron no sólo por el desparpajo - o espontaneidad- con quemezclaban video, fotografía e instalación, sino por el espíritucorrosivo que animaba sus actuaciones. En "La conquista de América"(1989) bailaban cueca descalzos sobre un mapa con vidrios. Desdemediados de los noventa se ha dedicado casi exclusivamente a escribircrónicas para diarios, revistas y radio. Los volúmenes La esquina esmi corazón (1995), Loco afán (1996), De perlas y cicatrices (1998),Zanjón de la aguada (2003) y Adiós mariquita linda (2005) recogenparte de este material, dando cuenta de una escritura barroca,arriesgada, personalísima. En "El último beso de Loba Lamar" relatacon iguales cuotas de sarcasmo y rabia el velorio de un travesti: "LaLoba nunca entendió lo que era ser portadora, por suerte, si no, elSIDA se la hubiese llevado más rápido, por un tobogán depresivo. LaLoba no tenía cabeza para relacionar el drama de la enfermedad con elpositivo del examen". Lemebel puede retratar el barrio Dieciocho,revivir las fiestas del galpón Matucana o reírse de sí mismo al verseenfundado en sus pantalones de cuero, huyendo de un asaltante porAvenida Matta, dando gracias que no andaba con zapatos tacoaltos.Tiene la versatilidad y agudeza de los mejores cronistas. Haincursionado en la novela con Tengo miedo torero, historia del amorimposible entre un militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez yun travesti, con el atentado a Pinochet de fondo. Lemebel está siempreal filo de la navaja. Como dijo Carlos Monsiváis, "entre el excesogratuito y la cursilería, entre la genuina prosa poética y el excesonecesario".Mario Levrero (Uruguay, 1949-2004):"No confío en las ideas; son como una jaula". Las palabras de MarioLevrero, inclasificable y original como pocos, dan una idea aproximadade lo que para él significaba la literatura, un ejercicio de libertadpermanente que, más que de palabras, estaba hecho de imágenes. "Y lasimágenes están muy próximas a la materia prima, que son lasvivencias", comentó en una autoentrevista imaginaria. A contrapelo consu vocación más íntima, que era el reposo absoluto, trabajó comofotógrafo, librero de viejo, guionista de cómics, creador decrucigramas y redactor de revistas médicas. Con la llegada de internetpudo reducir al máximo las salidas de su departamento: pagaba unacuenta o compraba la carne sólo cuando no tenía a quién recurrir. Lostrámites los consideraba infames y superfluos. Dormía de día ytrabajaba (escribía, leía, veía películas y jugaba en el computador)de noche. Publicó más de 25 libros, entre los que destacan las novelasLa ciudad (1970) y El lugar (1984), protagonizadas por hombres que sepierden en espacios inasibles y sombríos. La pesadilla y el absurdo alo Kafka son la especialidad de Levrero, que se valía tanto de lasexperiencias de vigilia como del sueño para darle cuerpo a susvivencias, a sus imágenes, a sus novelas. Entre sus volúmenes decuentos destacan La máquina de pensar en Gladys (1971), El portero yel otro (1992) y Los carros de fuego (2003). Genialmente imperfectos,sus relatos fusionan la literatura fantástica, el folletín, elpsicoanálisis, la historieta y el tratado científico. Los detalles enlos que el narrador se detiene, la forma como se relaciona con elentorno y el impacto que tienen en su espíritu los actos más trivialesprovocan en el lector "desplazamientos leves o importantes de lapercepción, de las emociones, de la concepción acerca de lo que valela pena conocer o no", como precisa Elvio Gandolfo. El discurso vacío(2004), considerada su obra maestra, es una novela con forma dediario, en la que el protagonista es un escritor que para mejorar sucarácter y atenuar temores emprende una terapia grafológica. "Letralinda, yo lindo", escribe el neurótico protagonista.Sergio Pitol (México, 1933):A los seis años contrajo la malaria, enfermedad que lo tuvo tantotiempo en cama que leyó casi completo a Dostoievski, Tolstoi yDickens. Después de estudiar derecho y filosofía, ingresó a lacancillería y podría decirse que durante 28 años vivió disfrazado dediplomático. Ser destinado a Praga, Budapest y Moscú le permitióconocer de primera mano las culturas de Europa Oriental, aunquetambién lo obligó a moverse en un medio encorsetado y carente dehumor. De ceremonia en ceremonia, siempre elegante y gentil, empezó asentir que se había transformado en un personaje de la Comedia humanade Balzac. "A medida que el lenguaje oficial emitido todos los días sepetrificaba, el de mi novela se animaba por compensación, se hacíazumbón y hasta canallesco", explicó Pitol a propósito de El desfiledel amor (1984), historia de un crimen político en medio del Méxicocosmopolita de los 40. Domar a la divina garza (1988) narra lainoportuna visita de un licenciado a la casa de una familia paracontarles su encuentro con una antropóloga especialista en los ritosfecales de una tribu de indios mexicanos. La vida conyugal (1991)cierra el "Tríptico del Carnaval", que recoge la idea de Mijaíl Bajtínsobre la fiesta, la máscara y la parodia como elementos subversivospara el orden establecido. En esta novela, Jacqueline Cascorro intentaen repetidas ocasiones asesinar a su marido, un nuevo rico mexicanoque vive obsesionado con crear el mejor centro turístico deCuernavaca. En el último tiempo ha creado textos que cabalgan fuera dela frontera de los géneros: El arte de la fuga (1997), El viaje (2001)y El mago de Viena (2005) pueden leerse como las confesiones de unlector extravagante, que se pasea por Pekín, Bujara y Georgia mientrasrecuerda sus lecturas de Gogol, Sterne y Bulgákov. Pitol ha sidoademás un gran difusor de escritores raros, como Firbank, Pilniak yGombrowicz, el polaco que lo nombró personalmente como su traductor alespañol.Javier Tomeo (España, 1935):Prefiere hablar de Maribel Verdú, de los beneficios de las gambas alajillo o de un hombre pantera que según él vive en el centro deBarcelona, antes que enfrascarse en conversaciones literarias,artísticas o francamente culturosas. Estudió derecho y criminología,pero al poco tiempo empezó a vivir en hoteles cinco estrellasdisfrazado de millonario. Por supuesto que se iba sin pagar, muytranquilo, con una sonrisa que recordaba a Buster Keaton. Sus cuentosy novelas parten de situaciones raras, desconcertantes y absurdas. Elescenario suele mantenerse fijo (una oficina, un living, un cine) y eldiálogo, casi siempre entre dos personajes, es el motor de la acción.Con veinte años de escritura, y luego de haberse ganado un público deculto en Francia y Alemania, Tomeo fue reconocido en su país gracias aAmado monstruo (1985), la historia de un hombre que vive prácticamentesecuestrado por su madre y que, recién a los 30 años, acude a suprimera entrevista de trabajo. Preparativos de viaje (1986), Elcazador de leones (1987), La ciudad de las palomas (1989) y Problemasoculares (1990) lo confirmaron como un autor de raza, tan humorísticocomo esperpéntico. En El crimen del cine oriente (1995) Tomeo abordala relación de una ex prostituta con el acomodador de un cine debarrio. La absoluta soledad de cada uno hace pensar que puedenconstruir algo, pero la falta de ilusiones, el escepticismo y la pocaconsideración terminarán no sólo imponiéndose, sino desencadenando unhecho grotesco. En sus últimos libros - La mirada de la muñecahinchable (2003) y El cantante de boleros (2005)- profundiza en sustemas predilectos: la soledad, la locura, el desorden amoroso y elorden social como un elemento que reprime la animalidad humana.Dalton Trevisan (Brasil, 1925):Nunca sale de su ciudad natal, Curitiba, escenario de todos suscuentos. Artista de la obsesión y la violencia urbana, Aira localificó como un escritor "siempre igual a sí mismo y a la vez siempresorprendente, minimalista y milunachesco al mismo tiempo". De su vidaprivada se sabe que estudió derecho, que luego se casó y que tiene doshijas. No circulan fotografías suyas, nunca ha dado entrevistas ytampoco asiste a las ceremonias públicas. La prensa no demoró enbautizarlo "El vampiro de Curitiba", tanto por su fobia a la luzpública como por la mecánica de sus cuentos: alguien le roba algo aotro; puede ser el dinero, la inocencia o la sangre misma. Comenzóimprimiendo sus relatos en modestos folletos, aunque al poco tiempo secorrió la voz sobre su originalidad y talento para atrapar al lectorcon esas intensas historias protagonizadas por parejas de clasemedia-baja. Algunos libros son Os Domingos (1954), Desastres do amor(1968) y Pao e sangue (1988). En esta última, Joao y María se asesinanalternadamente a lo largo de los 22 cuentos del libro. En "Idilio",relato incluido en Novelas nada ejemplares (1959), Pablo y Cecilia sereúnen para besarse bajo los árboles hasta las 10 de la noche, hora enque cerraban el portón del cité. "Ella tenía un dientecito saliente y,si el beso era de mucho amor, salía una gota de sangre", afirma elnarrador entre gótico y lírico. La pareja debe huir de los paseantes,de los vagabundos, de los cuidadores de plazas, en fin, de losintrusos. Cuando Pablo se cansó de sólo dar besos, comenzaron lasdiscusiones porque ella "decía que no". Trevisan nunca da másdetalles. Luego precisa que después de la primera noche de sexo, o delprimer revolcón en un parque, quién sabe, "Pablo observó las dossombras en el suelo. Una, era un albatros salvaje en la noche,abriendo las alas en la gloria de emprender vuelo. La otra, gorda ygrávida, era una tetera".Bruno Vidal (Chile, 1957):En un pequeño departamento de Providencia adornado con un crucifico,una foto de Jaime Guzmán y otra de un militar asesinado el 11 deseptiembre de 1973, José Díaz imparte clases particulares de leyes aalumnos terminales, o sea, a tipos que ya han reprobado el examen degrado una vez y que ahora quieren irse a la segura. Díaz además esestudiante de psicología por las noches, amante del western clásico,admirador de Pinochet y lector todoterreno. Como poeta ha publicadodos libros, siempre con el seudónimo de Bruno Vidal. Arte marcial(1991) remeció la escena local con versos como "Un poeta maldito/ nose corta las venas/ se baña con la sangre/ de los caídos". Y Libro deguardia (2004), dedicado a los conscriptos del '73, confirmó suestética excéntrica y extrema, que juega con los contrarios: izquierday derecha, arte y milicia, tributo y sarcasmo. En Arte marcial,personajes reales - Cecilia Bolocco, Roberto Merino y Juan Dávila-dialogan con otros inventados, como el caído en la refriega, LaloBecerra, o la prostituta y poeta Zulema Alemparte, quizá alter ego delpropio Vidal. En el Santiago del toque de queda, algunos se sientenconstantemente amenazados, mientras otros se refugian en prostíbulosbaratos para gozar, sacar información o aliviar la tensiónpost-torturas. Su segundo libro pone el acento en la represiónposterior al Golpe. El lector se entera de toda la cadena del horror -seguimientos, interrogatorios, torturas y desapariciones- por eldiálogo de los conscriptos o de unos pocos sobrevivientes. Con menosmatices, este volumen cristaliza el proyecto de Vidal ("LA POESÍA ESUN ARMA DE SERVICIO") y conserva el humor negrísimo: "No me quebraronen la Isla Quiriquina/ No me quebraron en el Estadio Chile/ No mequebraron en Tejas Verdes/ No me quebraron en la Colonia Dignidad/ Nome quebraron en Villa Grimaldi/ No me quebraron en la Academia deGuerra/ No me quebraron en el Regimiento N 25/ No me quebraron en laQuebrada del Buey// LOS CIVILES ME FASTIDIARON EN LA VIDA//COTIDIANA". Los libros de Vidal no están en librerías, porque el autorprefiere regalarlos. La editorial, de su entera propiedad, se llamaAlone.Enrique Vila-Matas (España, 1949):Un impostor, un perseguidor de vidas ajenas, un ocioso detective, unescritor, Enrique Vila-Matas. Con La asesina ilustrada (1977), escritaen la buhardilla que le arrendaba a Marguerite Duras, quería causar lamuerte de quien la leyera. Era una novela contra el lector o, mejor,la primera expresión de una pulsión negativa que lo obligará a llevarla contra, a escribir sobre escritores que no escriben (Bartleby ycompañía, 2000), hombres que no tienen descendencia (Hijos sin hijos,1993) o que, derechamente, renuncian a la vida (Suicidios ejemplares,1991). Vila-Matas es extravagante, pero discreto, tímido, casiportugués. Sus personajes suelen ser escritores o artistas que sufrenun desajuste, leve al principio, pero que a medida que transcurre laacción se va expandiendo. Al final, con el cielo encapotado de nubes,los protagonistas emprenden el viaje o la huida o el encierro o comoquiera llamársele a ese radical gesto de libertad. Cortar con todopara encontrar lo nuevo. La elegancia y cortesía han impedido queVila-Matas, hasta ahora, entregue una respuesta absoluta a esabúsqueda narrativa marcada por el desafío a las normas establecidas.En 2001 obtuvo el Premio Rómulo Gallegos por El viaje vertical (1999),sobre un septuagenario que, al día siguiente de celebrar las bodas deoro, es expulsado del hogar por su esposa. La arbitraria decisión estambién la oportunidad para comenzar una nueva vida, iniciando unlento descenso a la Atlántida. Otra novela emblemática es Historiaabreviada de la literatura portátil (1985), disparatada cofradía deartistas unidos por la soltería, la adicción al viaje y por tener unaobra que cabe dentro de una maleta. Sobre su proyecto narrativo, Pitolha concluido: "El autor se divierte en aprovechar las palabras másanodinas, triviales y grises de una conversación inútil para luegoinflamarlas con los tonos del delirio, la demencia, la exaltación, lapoesía. De allí salen sus monólogos, murmullos de súbita desolación, yse desliza, como si fuera lo más natural, hacia un panorama de tersaexcentricidad. La gesticulación de los protagonistas es tanatrabiliaria, tan desquiciante como sus discursos".Álvaro Matus.Antología de AniversarioPor Dr. Van der WeintraubeVolvería a leer esos libros como volvería a besar ciertas bocas yvolvería a cruzar ciertas puertas. A veces al abrirlas, a veces alcerrarlas. Volvería a quedar embelesado de la inmensa experiencia deleer El alma fugitiva de Harold Brodkey, y su tranco pausado, cruceanómalo de Proust y Cheever. Feliz releo a Richard Ford, su díptico deEl periodista deportivo y El Día de la Independencia. Volvería aagradecer la existencia de Roberto Bolaño no sólo en las letraschilenas y volvería a quedar baboso con Estrella distante, agobiadocon Los detectives salvajes y entre maravillado, confuso y consobredosis con 2666. No me perdería ni una línea de Leopoldo MaríaPanero, ni el más mínimo verso de Joseph Brodsky. Sin duda compraríade nuevo Libro del desasosiego y volvería a picotearlo como cadanoche, biblia del agnóstico, esperanza del desesperanzado. De Saramagotodo el pre Nobel, tan bueno, tan arriesgado, tan incierto. De AntónioLobo Antunes, su par, su rival, su alter ego, lo que pudiera llevarme.De Cormac McCarthy esa enseñanza de la fuerza del mal que es Meridianode sangre. Y a Philip Roth le leería línea por línea Pastoralamericana antes de desternillarme con su delirio en El teatro deSabbath. La carne de René de Virgilio Piñera y todo lo que de su plumaemane. Otra relectura de Joyce y Kafka y La muerte de Virgilio deHermann Broch y releer El tiempo recobrado después de la película deRuiz y abrirme a la literatura nacional después de "Días de campo",del mismo reiterante Raoul Ruiz como lo firman en París. Lasantologías de Richard Ford, la de Chéjov el inmenso, la del CuentoNorteamericano, esa joya bibliográfica que costará cinco veces suprecio cuando desaparezca de las estanterías. Claudio Magris y ElDanubio o Microcosmos. Roberto Calasso y todo lo que ponga negro sobreblanco. Todo Thomas Bernhard, Corrección, esa novela tremenda yperfecta sobre la vida de Wittgenstein y por supuesto la biografía deWittgenstein de Ray Monk. Los ensayos delirantes y terminales de PaulVirilio y Sobre la televisión de Pierre Bourdieu. Volvería a cruzar elMar del Norte en un Boeing leyendo Los anillos de Saturno de W.G.Sebald, literatura del futuro. Me inclinaría ante Vila-Matas por Parísno se acaba nunca. Y ante Mario Bellatin por Flores. Recorrería cadalínea de Edmond Jabés (otra vida) y Luis Mateo Díez e Irene Nemirovskyy Javier Marías. Tanto que leí en estos años. Y tantos más que nocaben en 425 palabras de dicha.Dr. Van der Weintraube.



Blog de Alejandro Padrón

ENTREVISTA: Mario Vargas Llosa
"He tratado de hacer una exploración del amor desligado de toda la mitología romántica que lo acompaña siempre"
El narrador peruano publica Travesuras de la niña mala, una novela de pasiones tormentosas, dos volúmenes de sus Obras completas y prepara una obra de teatro para el Festival de Mérida. En esta entrevista, el premio Cervantes de 1994 habla de las distintas etapas de su vida, que coinciden con los escenarios en los que transcurre su nuevo libro: la infancia burguesa en Lima, la juventud revolucionaria en París, el hedonismo hippy en Londres y la transición política en Madrid.
MARÍA LUISA BLANCO
Tomado de BABELIA - 20-05-2006

Mario Vargas Llosa obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986. (CRISTÓBAL MANUEL) ampliar
Vargas Llosa y Aitana Sánchez-Gijón, en 'La verdad de las mentiras', libro de ensayos del autor peruano adaptado al teatro. (CONSUELO BAUTISTA) ampliar
"En los sesenta, el mito de la revolución no sólo no aporta nada, sino que contribuye a la devaluación de la cultura democrática"
"Mi libro sobre García Márquez está en las obras completas. No lo había reeditado por la sencilla razón de que tendría que actualizarlo"
"El teatro fue mi primera pasión. Si cuando empecé hubiera habido en Lima un movimiento teatral, yo hubiera sido sobre todo un escritor de teatro"
Desde que a comienzos de los años sesenta publicara su inolvidable novela La ciudad y los perros -donde contaba su dura experiencia en el colegio militar Leoncio Prado, en el que, siendo apenas adolescente le obligó a ingresar su padre-, el escritor peruano ha ensayado todos los géneros literarios, pero es la narración con tintes autobiográficos lo que verdaderamente le caracteriza como creador. Como si el hombre Mario necesitara ensanchar los límites de la realidad, de su propia experiencia y se vengara de la mezquindad de la vida completándola con las posibilidades que le proporciona la ficción. Así, a los 70 años recién cumplidos, Vargas Llosa publica una nueva novela, Travesuras de la niña mala, con la que de nuevo regresa al origen, al puro arte de contar. En ella narra, como testigo de buena parte de los cambios políticos del siglo XX, la transformación paulatina de un mundo que a estas alturas revela su decepción frente a los planteamientos utópicos y revolucionarios. Pero también cuenta un amor, el de Ricardo y la camaleónica "niña mala", en el que el escritor vuelve a poner de manifiesto su gusto por el erotismo y con el que, pese a la ausencia de pasión y romanticismo, ensancha los márgenes y da sentido a la mediocre y rutinaria vida de su protagonista. La aparición además de los dos primeros volúmenes de sus obras completas y el reiterado rumor que cada año le señala como el próximo Nobel de Literatura sitúan al escritor en un plano protagonista del año literario.
PREGUNTA. Lejos del ensayo y de la novela histórica, vuelve a la ficción autobiográfica.
RESPUESTA. Sí, ésta es una novela que hace mucho quise escribir. Es una historia de amor, un amor moderno, condicionado por el mundo en que vivimos y que está mucho más cerca de la realidad que los amores románticos de la literatura. El amor se prolonga a lo largo de cuarenta años y me sirve también para hacer una especie de gran fresco de un universo que ha cambiado extraordinariamente. Si piensa lo que es el mundo para esos niños de los años cincuenta de la primera historia de la novela, a lo que es el del barrio de Lavapiés, en el Madrid de finales de los años ochenta, las transformaciones son prodigiosas.
P. Lima, París, Londres, Madrid, cuatro ciudades protagonistas en la novela que trazan su propio recorrido existencial.
R. Ese recorrido es, efectivamente, la parte más autobiográfica. He utilizado mi memoria para hablar de Lima en los años cincuenta, de París en los sesenta, de Londres en los años setenta, y de la España de los años ochenta. Lo autobiográfico es todo lo que concierne al escenario, al entorno y al marco en el cual transcurre la historia, que es en gran parte inventada y fantaseada, pero a partir de ciertos modelos vivos, como creo que hacemos todos los novelistas.
P. Lima y el barrio de Miraflores son el escenario de su adolescencia. ¿Tiene nostalgia de aquel entorno?
R. Ésa es una Lima que ya sólo existe en la memoria o en la literatura. En esa época Perú era un país muy dividido, y si eras un limeño de clase media tenías una idea absolutamente irreal de Perú. Pensabas que Perú era un mundo urbano, occidental, hispanohablante y blanco. La inmensa realidad de Perú, el andino, el indígena, el rural y el prehispánico, casi no llegaba a Lima y, concretamente, a ese barrio burgués que es el de Miraflores. Esa sociedad cambiaría radicalmente a partir de los años sesenta con la llegada masiva de inmigrantes de la sierra, los Andes, la selva y las provincias, que transforman a esa ciudad pequeña y coherente que era Lima en una ciudad caótica, inmensa y violenta, mucho más representativa del Perú real. Ahora bien, ese mundo que puedes llamar alienado, o privilegiado, y calificarlo incluso de ciego y egoísta frente a los problemas de Perú, justifica la nostalgia de quien vivió esa experiencia de niño. Era un mundo inocente, de costumbres extraordinariamente sanas y de una gran candidez, sobre todo en relación con lo que vendría después.
P. ¿Antes de ir a París ya tenía la intuición política de las tensiones que luego sufriría Perú?
R. Yo sí, pero no los personajes de mis historias. He descrito el mundo de mi infancia en Miraflores, un mundo desinformado respecto de lo que ocurría en el resto de Perú y en el mundo en general, organizado en función de rituales, fiestas y diversiones de una inocencia extraordinaria, tanto, que a los lectores jóvenes contemporáneos les podría parecer irreal, pero ése es el mundo que yo conocí. Hasta los diez años, y eso parece hoy una broma, no estaba seguro de cómo venían los niños al mundo y me resistía a creer que fuera de una manera tan poco espiritual como descubrí después.
P. ¿Estaba en el paraíso y por eso era difícil concienciarse políticamente?
R. Comienzo a cambiar claramente en el Leoncio Prado. En ese colegio estaba mucho más representado Perú. Tenías muchachos que venían de todas las regiones y sectores sociales y estaban representadas todas las razas. Era un hervidero de tensiones y un sitio maravilloso para conocer el verdadero Perú, pero también conocías la violencia, los prejuicios, los resentimientos y los odios, que son los grandes demonios de la sociedad peruana. Allí descubrí las injusticias sociales y comencé a tener una cierta conciencia política, al tiempo que tuve mi primera crisis religiosa: dejé de ser creyente, y decidí, por ejemplo, entrar en la universidad pública y no ir a la católica, que era lo normal en una familia de clase media. Fui a la Universidad de San Marcos porque era la de los cholos, la de los humildes, y tenía una tradición de rebeldía frente a las dictaduras. Todo eso aparece en el segundo capítulo: la historia de la gran ilusión guerrillera que recorre toda América Latina y buena parte del mundo a partir del triunfo de la revolución cubana. Viví intensamente esos años en París y conocí a muchos latinoamericanos que hacían el viaje a París, inevitable para ir a Cuba, Rusia, China o a los países socialistas.
P. París era en los años sesenta el epicentro de todas las ideologías.
R. Absolutamente. Era el gran centro de comunicaciones de la revolución internacional. Utilizo en la novela material histórico de lo que fue el movimiento guerrillero en Perú, el gran fracaso del primer intento revolucionario serio que fue el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR. Y también describo lo que es ese clima en el que la utopía revolucionaria prendió de forma generalizada, y cómo París se convirtió en el centro que exportaba las ideas, los mitos y las fantasías de la revolución y, también, el gran fracaso de todo ello.
P. La visión de su joven protagonista corresponde, sin embargo, a la de un hombre maduro, escéptico respecto de los ideales políticos y revolucionarios. ¿De quién es esa mirada?
R. El personaje narrador es un ser pasivo y mediocre que no tiene en la vida grandes ambiciones. Su visión es individualista y egoísta, pero hay algo en su vida que es su propia aventura y su propia revolución: ese amor que vive a lo largo de toda su vida y por el que se convierte en protagonista de una gran aventura. Su sueño fue llegar a París y con eso se contentó, pero su mediocridad está compensada por su gran pasión. Ese personaje representa a la inmensa mayoría de la humanidad, las vidas extraordinarias son siempre muy marginales, son una pequeña minoría a la que la literatura y el arte han realzado y establecido como modelos, pero en la realidad la mayoría de los seres humanos están aprisionados, como el personaje de mi novela, en una rutina previsible y sin grandes aventuras.
P. Sin embargo, no es nada conservador ni rutinario en su relación con la protagonista de la historia, la "niña mala".
R. Absolutamente. Él no es una mala persona, pero no tiene el romanticismo de la aventura, carece de entusiasmo. Sus ilusiones son tan realistas que parecen pedestres: conseguir un trabajo, llegar a París. Es un ser que no se sale de un marco realista, salvo en el amor, el amor lo transforma profundamente. Hay un homenaje a Flaubert en ese personaje. Algunos pasajes aluden a La educación sentimental.
P. Su protagonista, recuerda también a otro de sus personajes, a don Rigoberto. ¿Es similar su fantasía erótica?
R. Sí, es verdad. Éste es menos excéntrico y refinado y su pasión no está tan realizada, pero esa pasión también es la que le hace vivir en la inseguridad y pasar de la exaltación a la depresión. Su vida es la vida rutinaria de un funcionario y su trabajo es un modus vivendi, pero lo que le sacude y recuerda que la vida no sólo es rutina es esta niña mala que le lleva hasta a intentar el suicidio. Ella le saca de su realismo pedestre.
P. ¿Ella siente realmente amor por Ricardo, el enamorado al que siempre regresa?
R. Sí, claro. Siente un tipo de amor aunque nada romántico. El amor es algo muy interior, algo que no se puede explicar. Los románticos decían que era un puro movimiento de las emociones, y tampoco se puede explicar como una sublimación del instinto sexual. En el amor hay algo más, es algo extraño, algo que implica a todo lo que es la condición humana: el instinto, el sexo, la pasión, también el espíritu, y ciertos fantasmas del inconsciente que de pronto se vuelcan en un tipo de relación que saca lo mejor, y lo peor de las personas. En esta novela he tratado de hacer una exploración del amor desligado de toda la mitología romántica que lo acompaña siempre, una mitología que nuestra época desmiente en la práctica, pero que aún utilizamos a la hora de hablar de amor. El de ella no es un amor romántico, pero también es amor.
P. Y de la experiencia revolucionaria de París a otro tipo de revolución, la que su protagonista, y usted en la vida real, viven en Londres. ¿El pacifismo hedonista y anárquico de los hippies le sedujo definitivamente?
R. La vida me dio la oportunidad de vivir ambas cosas. Mi traslado a Londres coincidió con lo que fue la época del swinging London. Caí además en el barrio que describo mucho en la novela, en Earl's Court, en la época en que era el corazón de este movimiento. El cambio fue radical respecto a París, la ciudad de la que yo venía. En Londres la ideología quedó reemplazada por toda la mitología de la droga y la revolución del atuendo, como un instrumento de liberación extraordinario. En vez de una actitud beligerante de querer cambiar el mundo a través de las guerrillas y la revolución, encontrabas la actitud contemplativa de los hippies, la revolución psicodélica a través de la expansión de la sensibilidad. Una revolución total y hermosa que yo no viví desde dentro, pero la viví desde fuera con una mirada muy benévola porque había algo inocente e idealista. Fue una revolución estética: el atuendo, la música, la forma de vida, las costumbres, una revolución de los sentidos que produjo una liberación de las costumbres indiscutible. Al mismo tiempo fue una revolución muy limitada, una revolución de hijitos de papá, pero con una repercusión extraordinaria en Europa y en el mundo.
P. Y hablando estrictamente en positivo, ¿qué han aportado ambas revoluciones?
R. Yo creo que en los sesenta el mito de la revolución no sólo no aporta nada, sino que confunde y contribuye a la devaluación de la cultura democrática que aparece como una cultura despreciable, como una máscara de explotación. Parece que la felicidad humana sólo puede venir con el fusil, la guerra y la lucha de clases. Al mismo tiempo, en esos años hay por primera vez en la Europa progresista un verdadero descubrimiento del Tercer Mundo y una fascinación por él. Se produce una gran identificación entre lo que se llama progresismo europeo y el resto de un mundo que antes no existía para Europa. Ocurre en el campo político, social y cultural, Europa se abre realmente a América Latina y descubre a los escritores latinoamericanos, los traduce, los difunde, se los apropia. Eso para América Latina fue magnífico, pero para Europa también, y contribuyó a un tipo de globalización que después sería masiva, sobre todo en el campo económico. En los años setenta, la revolución hippy es sobre todo una revolución de las costumbres, mucho más individualista que social, pero es una revolución que tiene unos alcances planetarios, llega al Tercer Mundo, y sacude a sociedades en las que ciertos temas ni siquiera se tocaban: drogas y sexo eran temas reprimidos y relegados a lo más privado, y de repente pasaron a formar parte de la actualidad. Creo que además la revolución hippy contribuyó a desvanecer las fronteras, a integrar el mundo y abrirlo a todos, a los que viven en el primero y en el Tercer Mundo. El verdadero internacionalismo estaba allí, los muchachos se iban a Katmandú, pero también venían de allí a vivir a Londres, y los peruanos a Barcelona.
P. Y después, España y su transición política, de la que veladamente habla en los capítulos finales. ¿Ése fue otro tipo de revolución?
R. En los ochenta fue la gran revolución española, algo de lo que no se habla mucho, pero ha sido una de las más auténticas y extraordinarias transformaciones que a mí me ha tocado ver. Los jóvenes españoles no tienen la más remota idea de lo que era la España que yo conocí cuando vine como estudiante a fines de los años cincuenta. Una España pueblerina, en la que, igual que en el Tercer Mundo, se vivía una dictadura. Había una enorme desigualdad de tipo social y económico, las barreras eran gigantescas, y las costumbres estaban marcadas por la represión y los prejuicios, una rigidez tan estricta que era fuente de infelicidades. Con la transformación política y la democratización de España, se produce una revolución extraordinariamente exitosa. Esos capítulos españoles, que son los últimos, quieren describir esa transformación porque también tuve la suerte de vivirla.
P. Coincide la aparición de esta novela con el primer tomo de sus obras completas. ¿Cómo se enfrenta a esa revisión?
R. Estoy muy contento con ese proyecto porque me permite, en primer lugar, hacer ediciones limpias de y representativas de lo que ha sido todo mi trabajo de escritor. En cuanto a la revisión no es algo que hago con pasión, tengo que esforzarme un poco porque creo que es un trabajo que más bien implica un reconocimiento de haber llegado al fin del camino, y yo no he llegado al fin del camino, yo no voy a llegar al fin del camino hasta que me muera. Quiero llegar hasta el final con proyectos, con ilusiones y con cosas nuevas en la mente.
P. ¿Cumplir 70 años le ha llevado a esa reflexión, a que la edad es sólo un accidente?
R. Exactamente. Ésa es la que yo creo que debe ser la actitud si quieres mantenerte vivo hasta el final. Porque hay mucha gente que no quiere mantenerse viva, se mueren en vida: se sientan y se vuelven estatua. Muy bien, yo respeto eso, pero no es mi caso. La idea de sentir que eres una estatua me espanta. Yo quiero mantenerme vivo, como si fuera inmortal, exactamente así, hasta que en un momento dado viene un accidente, que es la muerte, y te mueres, y, bueno, no eres inmortal. Hay una historia absolutamente maravillosa que no se dónde he leído, quizá en Platón, que cuenta que a Sócrates, cuando le llevaron el veneno, lo encontraron estudiando persa. "¿Pero por qué está estudiando persa?", le preguntaron. Y él dijo: "Sólo porque quiero aprender persa. ¡Ah! ¿Ahora tengo que tomar la cicuta? Pues me tomo la cicuta". Me parece una historia absolutamente maravillosa. Dios quiera que me encontrara así la muerte, tratando de aprender chino mandarín. Pero siguiendo con esta edición. Al final lo que quieres es que tu obra llegue a los lectores, si es que esa obra está viva, y pensar que van a seguir vivas después de tu muerte. Es el sueño, supongo, de todo escritor. Que lleguen en el mejor estado posible, y que estén presentadas de manera que reflejen lo que ha sido tu evolución, toda tu vida de escritor. Seguir la vida de un escritor a través de sus obras es algo que a mí me ha apasionado en los escritores que admiro.
P. Y ha incluido Historia de un deicidio.
R. Desde luego. No he reeditado Historia de un deicidio por la sencilla razón de que es una obra que tendría que actualizar, y eso requeriría por mi parte un esfuerzo. Es un libro que termina prácticamente con el volumen de cuentos que publicó García Márquez luego de Cien años de soledad, o sea, más de la mitad de la obra de García Márquez ha quedado fuera. Pero en unas obras completas está incluido.
P. ¿No influye su distanciamiento con García Márquez?
R. Ese tema no lo tocamos.
P. Se lo pregunto por la cuestión anímica, porque es difícil enfrentarse con frialdad a algo conflictivo, a algo que duele.
R. Mire, hay cosas que realmente no las escribiría de la misma manera hoy en día, por supuesto, pero supongo que eso le pasa a todos los escritores y a todos los seres humanos. Cuando revisas tu vida encuentras muchas cosas que hubieras preferido no hacer, o que hubieras preferido hacer de otra manera. Pero yo creo que si tú publicas tus obras completas, no tienes derecho a hacer esas mutilaciones, no tiene sentido además. Por eso creo que es muy importante que se publique todo con un orden cronológico, donde se pueda seguir una vida con todas sus contradicciones, las caídas, las levantadas, los traspiés que también tienen una vida literaria y artística.
P. La vida artística nos lleva al teatro y a una próxima representación en el Festival de Teatro de Mérida. ¿Es una nueva pasión?
R. Ésa fue mi primera pasión. Siempre digo que si en Lima en los años cincuenta, cuando empecé a escribir, hubiera habido un movimiento teatral, yo hubiera sido sobre todo un escritor de teatro. Pero no lo había, el mundo del teatro era tan pequeñito en Lima que si escribías teatro te condenabas a la frustración, a no ver nunca una obra tuya sobre un escenario, y creo que eso me empujó hacia la novela. Recuerdo algunas experiencias como espectador: cuando vi siendo niño La muerte de un viajante, de Arthur Miller, y el deslumbramiento tan grande que me produjo. También Marat-Sade, otra de las cosas más extraordinarias que me ha ocurrido como espectador. Hicimos La verdad de las mentiras con Aitana Sánchez-Gijón. Y estos últimos meses he estado trabajando en una versión minimalista de la Odisea que se llama Odiseo y Penélope y que vamos a presentar también con Aitana Sánchez-Gijón y bajo la dirección de Joan Mollet en el Festival de Teatro de Mérida. Es una aventura que me llena de ilusión.




Blog de Alejandro Padrón

Tomado de el blog El Escorpión, 18.05.2006
de Alejandro Gándara
Sándor Márai, en jirones

Sándor Márai en una foto de archivo.
18 de mayo.- Unos meses después de que terminase el cerco soviético a Budapest y también la guerra mundial, un oficial de policía de alta graduación entra en el Café Emke, que milagrosamente había conservado el esplendor y los muebles de antes de los bombardeos. Es un lugar bien aprovisionado en medio de una ciudad que pasa hambre. Una banda de músicos toca en una tarima. Los comerciantes prósperos y los profesionales de éxito se dan cita para almorzar con sus familias. Los aires suaves de los instrumentos se mezclan con el rumor y el tintineo de la porcelana y del cristal.
El oficial que acaba de entrar lleva un flamante abrigo de cuero, uniforme hecho a medida, chaquetón con galones dorados, botas de montar, fusta. Enseguida se convierte en diana de todas las miradas. Su posición en la ciudad es la de quien decide sobre la vida y la muerte en tiempos confusos, bajo la primera tutela bolchevique. Antes era un simple empleado de banca. Y también era judío. No hace mucho que se enteró de que toda su familia había perecido en Auschwitz.
De inmediato, es ayudado a quitarse el abrigo, y el dueño y los camareros se desviven por atenderle. Ya sentado, examina la carta con las cejas fruncidas y pide como un verdadero gourmet: perca del Balaton, lomo asado con guarnición. El sumiller abre para él una botella cubierta de telarañas. Tras el festín, le sirven un café con nata y la vendedora de puros escoge el mejor cigarro de su selección, robada de la fábrica de tabaco de Óbuda. Todo su comportamiento obedece a los modales de los antiguos grandes señores húngaros. Es un César.
Con el puro humeante, hace una señal al primer violín para que se acerque. El músico se inclina y escucha su petición. Y poco después, en medio de un silencio sagrado, comienza a sonar la canción más vulgar del repertorio patriotero húngaro: ‘Eres bella, eres maravillosa, Hungría mía’ , que en aquel momento y en aquel lugar resultaba tan falsa y tan absurda que sólo podía provocar aversión.
Aquel hombre tenía todas las razones para sentir odio hacia su país, que había colaborado con los nazis y, en consecuencia, con el exterminio de su familia. Sin embargo, escucha con arrobo aquella vileza orquestada. ¿Qué estaba pretendiendo? ¿Demostrar un patriotismo que no podía sentir? ¿O se trataba sencillamente de una prueba de que él también era húngaro, de que Hungría era su patria, aunque aquella sociedad hubiera matado a sus seres queridos, aunque le hubieran humillado y obligado a huir?
He aquí una de las escenas más espeluznantes de las memorias de Sándor Márai, ‘Tierra, tierra’ (Salamandra), que se ocupan de los años de guerra en Budapest y de la posterior sovietización del país, culminados con el exilio y un destino errante. Es un libro bastante mejor, desgarros aparte, que sus otras memorias recogidas en ‘Confesiones de un burgués’ (también en Salamandra). Es un buen libro, resumamos, y una imponente perspectiva histórica.
Todo esto sea dicho sin afecto particular por las novelas de Sándor Márai, a las que nunca les he cogido el punto ni el gusto (es una especie del peor Somerset Maugham, pero en centroeuropeo).

the alejandro padrón´s blog



from the new york times, 17.05.2006
Weimar Journal
Recovering From Devastation, One Rare Book at a Time
Martin Specht for The New York Times
The Duchess Anna Amalia Library in Weimar scours the inventories of dealers in rare books to rebuild its collection, which was seriously damaged in a fire in September 2004. The library hopes to reopen the damaged area in October 2007.
By RICHARD BERNSTEIN
Published: May 17, 2006
WEIMAR, Germany — It would be hard to say whether, in her work of acquiring old literary treasures, there are more thrills or more disappointments for Katja Lorenz. For she has the seemingly enviable, but sometimes not so enviable, job of using somebody else's money to buy first editions of late Renaissance and Enlightenment classics.
Russia and the Post-Soviet Nations
Wide-ranging coverage of Russia and the former Soviet republics, updated by The Times's Moscow bureau.
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Martin Specht for The New York Times
"A Natural History of Birds," by Pierre Belon du Mans, published in Paris in 1555, with 160 woodcuts, was a recent purchase, at $7,500.
The New York Times
Certainly, it was a wonderful success a few months ago when for a mere 5,900 euros (about $7,500), she purchased a pristine copy of "A Natural History of Birds," by Pierre Belon du Mans, published in Paris in 1555 and complete with 160 woodcuts, representing one of the first major works of its kind based on observation.
But only a couple of weeks ago, there was not nearly enough money to get a much desired book, the 17th-century "Rings of Saturn," by the Dutch astronomer Christiaan Huygens, which went at auction for $16,500, about $10,000 more than she had to spend.
What Ms. Lorenz is doing is the critical if somewhat invisible part of a larger project that has occupied this jewel-like and treasure-rich town in the former East Germany ever since a fire a year and a half ago damaged or destroyed 72,000 volumes in the Duchess Anna Amalia Library, which was one of the greatest collections of old books and manuscripts in the world.
"The situation we have is unique — to have 72,000 patients at the same time," said Helmut Seemann, the director of the Weimar Culture Foundation, which oversees the city's museums, libraries and collections.
Mr. Seemann has a vision of a new future for Weimar, after all the years when it was held in a sort of isolation by the East German Communist government. That is to use its collections and its place in history — as the home of Goethe, Germany's greatest Enlightenment figure — and its location in the middle of an expanded Europe, to make it a center for research and debate about the European future.
And that explains the ambition to restore the Anna Amalia Library to its former condition, with just the repair or replacement of the books expected to cost about $90 million and take up to 20 years.
"Not every book needs to be replaced," Mr. Seemann said, speaking in his office, which is in the former palace of the Archduke Karl-August, the son of the library's founder, Duchess Anna Amalia, and the man who brought Goethe to live in Weimar in the late 18th century.
"But the library has to offer the invitation to anybody who is interested in the emancipation of the civil culture of Europe," Mr. Seemann continued. "We have to offer a complete library of the 17th to the 19th centuries. That is the concept of the library, to offer a place for the international research community in this field."
The most visible part of the restoration in Weimar is the rococo library building itself, across a broad esplanade from Karl-August's palace, where, among many other things, the famous portrait of Martin Luther by Lucas Cranach the Elder hangs. The hope is to reopen the building on Oct. 24, 2007, the 200th anniversary of the death of Anna Amalia.
About 37,000 damaged volumes have been returned from a special warehouse in Leipzig, where they were freeze-dried for more than a year to preserve them from further damage. The books — for example, a multivolume "History of Louis XIV," printed in Rotterdam in 1722 — fill the shelves on the top two floors of a heavily secured warehouse in Weimar, filling the space with an acrid, stale odor of smoke.
Each book is being examined and, if possible, restored, by specialists working in a laboratory in a new branch of the library.
But that will leave 22,000 to 25,000 books (many in multivolume editions) that will have to be replaced, if possible, and that is where Ms. Lorenz and her team come in. So far they have gotten 5,000 volumes; 2,000 by purchase and 3,000 though gifts.
The action is at the many antiquarian book auctions, mostly in Europe. A couple of weeks ago, for example, Reiss & Sohn held a sale in Königstein, near Frankfurt. The catalog contained 4,000 books, and it took several days of scrutiny to find that among them were 70 that interested the library.
But Ms. Lorenz says she often loses out to private collectors, who "have much more money than we do."
Many book collectors, knowing the library is in the market, send catalogs of their collections, which often consist of not-so-rare books that the library does not need.
"Sometimes I have the feeling that the whole of Germany would like to send their unread collections of Goethe and Schiller back to Weimar," said Michael Knoche, the library's director.
But there are satisfactions. In the last few weeks, the staff has bid on books at six auctions, seeking 258 books altogether and getting 199 of them. As for the books, like the precious Huygens volumes, that were unobtainable, the library staff takes the long view.
"People want to see some results, so it's better for us now to buy 1,200 books for 100,000 euros rather than three books for 100,000 euros," Mr. Knoche said.
And the "Rings of Saturn"?
"Maybe in five years," he said, "if we haven't been able to get it cheaper, we'll have to pay more."




Blog de Alejandro Padrón

Tomado de RADAR LIBROS
LibrosDomingo, 14 de Mayo de 2006
Borges y el éxtasis
Carlos Gamerro publica El nacimiento de la literatura argentina (Norma), su primer libro de ensayos donde reúne artículos inéditos y publicados sobre la literatura argentina y anglosajona, de Echeverría y Hawthorne a Saer y Capote. A continuación, fragmentos del inédito “Borges y la tradición mística”, donde el autor se aventura en esa experiencia que Borges habría perseguido –sin alcanzar– toda su vida.
Por Carlos Gamerro
Voy a partir de la suposición de que Borges arrastró durante toda su vida literaria una íntima frustración: la de no haber sido un poeta místico. Como evidencia, por ahora, voy a citar una de dos frases suyas que me han sugerido esta idea. En el epílogo a El libro de arena, que es de 1975 y por lo tanto da cuenta de casi toda su vida literaria, dice, hablando de su cuento “El Congreso”: “El fin quiere elevarse, sin duda en vano, a los éxtasis de Chesterton o de John Bunyan. No he merecido nunca semejante revelación, pero he procurado soñarla”. Poca cosa, dirá el lector. Puede ser. Pero entre la humildad del “no he merecido” y la resignación de “he procurado soñarla”, cada vez que la leo me deja una sensación de vaga tristeza. Seguramente porque quien la escribió era Borges, nada menos, un hombre al que muchos han estado y están tentados de calificar de visionario, a veces impulsados por ese mito que asocia la ceguera con la visión interior, la profecía y la clarividencia; otras veces por razones más valederas. Pero creo que una de las razones fundamentales es que al leerla, inmediatamente supe que era cierto. Borges nunca había tenido una revelación, un éxtasis como los que habían experimentado algunos de sus autores favoritos y también –esto es aún más interesante– algunos de sus propios personajes. Borges no fue un místico. ¿Qué es exactamente un místico, y cuál la experiencia que lo define como tal? Tomo la definición de Gershom Scholem, por ser un autor que Borges frecuentaba y respetaba. En el capítulo “La autoridad religiosa y la mística” de su libro La cábala y su simbolismo nos dice Scholem: “Místico es aquel al que se ha concedido una expresión inmediata, y sentida como real, de la divinidad, de la realidad última... Tal experiencia le puede haber venido por medio de un repentino resplandor, una iluminación, o bien como resultado de largas y acaso complicadas preparaciones”.
El mismo Borges, en Qué es el budismo, enuncia las siguientes características que, según él, comparten la mística cristiana, islámica y budista: a) el desdén por los esquemas racionales; b) la percepción intuitiva, ajena a los sentidos; c) el conocimiento absoluto, que nos da una certidumbre cabal e irrefutable; d) la aniquilación del Yo; e) la visión del múltiple universo transformado en unidad; f) una sensación de felicidad intensa. Yo agregaría una, g) la anulación de la duración, de la sucesión temporal, o sea una entrada –así sea temporaria– en la eternidad, porque si bien Borges no la incluye en este texto en particular, más de una vez se refiere a ella. Esta anulación de la sucesión temporal supone otra cualidad fundamental de la experiencia mística, que es su carácter no verbal –ya que el lenguaje humano, el verbal al menos, es sucesivo, es decir, inconcebible sin la duración–.
La lista de poetas místicos o visionarios es, al menos en Occidente, relativamente escasa y mayormente constante. Entre los autores que Borges frecuenta se suele tachar de místicos a Dante, Angelus Silesius, Swedenborg, Blake, Whitman y Rimbaud. No a todos Borges les concede el título habilitante: reconoce la plena dignidad de místico a Swedenborg, y, siguiendo en esto a Emerson, lo convierte en prototipo del místico. Del místico, más que de poeta místico: ese sitial parece corresponderle a Blake (“Blake era un gran poeta, cosa que Swedenborg no era”), dice Borges en los Diálogos con Osvaldo Ferrari).
A Dante, en cambio, lo coloca –como a sí mismo– del lado de los que, sin experimentarlo, han procurado soñar un transporte semejante: “En el caso de Dante, que también nos ofrece una descripción del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, entendemos que se trata de una ficción literaria. No podemos creer realmente que todo lo que relata se refiere a una vivencia personal”, dice Borges en la misma conferencia. A los éxtasis soñados de Dante y los suyos propios, Borges agrega las supuestas iluminaciones de Rimbaud: “Rimbaud no fue un visionario (a la manera de William Blake o de Swedenborg) sino un artista en busca de experiencias que no logró”, afirma Borges en “Dos interpretaciones de Arthur Rimbaud”.
Más complejo es el caso de Walt Whitman, cuyo carácter de poeta místico fue afirmado por su discípulo Richard Bucke, quien sugirió que la experiencia mística originaria, la que daría origen al poema, tuvo lugar en “una mañana de junio de 1853 o 1854” repitiéndose luego. Autoridades respetables como Gershom Scholem y Malcolm Cowley coinciden en reconocer que el origen de Hojas de hierba se encuentra en una serie de experiencias místicas. Y sin embargo Borges no menciona, en sus dos ensayos consagrados al autor, “El otro Whitman” y “Nota sobre Walt Whitman”, una posibilidad semejante. El caso es que a Borges, Whitman le sirve para otra cosa: para plantear la diferencia entre el escritor personaje y el escritor real. Dice en “Nota sobre Walt Whitman”: “hay dos Whitman: el ‘amistoso y elocuente salvaje’ de Leaves of Grass y el pobre literato que lo inventó. El mero vagabundo feliz que proponen los versos de Leaves of Grass hubiera sido incapaz de escribirlos”.
¿Por qué seduce a Borges el conocimiento místico? Pienso que este interés se deriva de su escepticismo radical sobre el conocimiento humano. Para Borges, éste siempre fue, es y será limitado y parcial: eso es lo que lo define. Nunca llegará el día en que tengamos certeza absoluta sobre alguna cosa, mucho menos sobre todas. De hecho, ni siquiera podemos estar seguros de que las categorías fundamentales de nuestra intuición (espacio, tiempo, yo) corresponden a la realidad. “Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse mucho al universo”, nos advierte Borges en “Avatares de la tortuga”.
¿Está, entonces, el conocimiento humano condenado a vagar para siempre por los laberintos del relativismo y el error? La respuesta es sí, si lo pensamos únicamente como conocimiento racional, científico o filosófico, y aun como intuitivo, es decir, meramente humano. La respuesta es no, si lo pensamos como conocimiento místico. La experiencia mística iguala el conocimiento humano al divino, permite al hombre, sea de manera temporaria o permanente, ver el mundo con el ojo de Dios; y en algunos casos, lo convierte en Dios sin más. Borges, que no pudo experimentar este contacto en carne propia, y por lo tanto hablar, como es norma entre los místicos, en primera persona, procuró, nos dice, soñarlo, es decir, experimentarlo en tercera persona, a través de sus personajes.
El ejemplo más claro es el de Tzinacán, el sacerdote maya de “La escritura del Dios” que, a la manera de los cabalistas, busca una sentencia divina que permitirá a los hombres la unión con dios, y la encuentra cifrada en las manchas del jaguar: “Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren)... Yo vi una rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos y me bastaba ver esa rueda para comprenderlo todo sin fin. ¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”.
La revelación puede ser buscada (como en el caso de Tzinacán) o recibida por un elegido de Dios o del mero azar. Pero es ahí donde los problemas del místico recién empiezan. Tener la visión es difícil pero posible, lo que es imposible es comunicarla. Es ésta la angustia del “Borges” personaje de “El Aleph”. Cuando ve el punto donde están todos los puntos del universo, siente “infinita veneración, infinita lástima” y llora. Pero recién cuando debe poner en palabras lo que vio habla de su desesperación: “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, midesesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos que presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi memoria apenas abarca?”
Transmitir, comunicar la revelación mística es una variante más compleja del conocido desafío de explicarle los colores a un ciego de nacimiento: en relación a lo que ve el místico, todos somos ciegos de nacimiento... Y donde no hay experiencia compartida, el lenguaje es impotente. Se suele decir que la experiencia mística es inefable. Lo es, pero no porque esté más allá del lenguaje... Palabras siempre pueden inventarse. Es inexpresable porque unos pocos la han tenido y la mayoría no. La imaginación del Aleph permite llevar al absurdo la paradoja de la incomunicabilidad de la experiencia mística, pues la premisa del relato parece ser: ¿qué si la experiencia visionaria le es otorgada a alguien que no la merece, que no tiene ningún talento para expresarla, ni siquiera para apreciarla? ¿Si en lugar de a un Shakespeare, a un Joyce o a un Borges, se la dan a un tarado como Carlos Argentino Daneri? Por eso en este relato la visión debe provenir de un objeto exterior al sujeto: sería difícil aceptar que alguien pudiera tener la capacidad espiritual de alcanzar el éxtasis y la absoluta incapacidad estética de ponerlo en palabras.
La experiencia personal de Borges más cercana a las que aquí hemos estado tratando parece haber sido la que describe en su texto “Sentirse en muerte”. En él cuenta un paseo nocturno por calles alejadas de su costumbre; llegado a una esquina, siente que el tiempo no ha pasado por allí, se dice “estoy en el mil ochocientos y tantos” y luego:
“Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo. Me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible palabra eternidad”. Este “momento de eternidad” en el que ha brevemente entrado le permite dudar de la existencia objetiva del tiempo.
“Quede pues en anécdota emocional la vislumbrada idea y en la confesa irresolución de esta hoja el momento verdadero de éxtasis y la insinuación posible de eternidad de que esa noche no me fue avara”.
Aquella vez Borges parece haber pisado el umbral de una revelación, y lo que alcanzó a vislumbrar permaneció, entonces, dentro del terreno de lo comunicable. Una experiencia mística verdadera es intransmisible y, cuando se intenta hacerlo, lo inepto del resultado puede llevar, paradójicamente, a sospechar que el pretendido místico es un farsante.
En “El acercamiento a Almotásim” este riesgo se elude mediante una astucia narrativa. En el cuento, un peregrino –un estudiante de Bombay– busca a través de la casi infinita geografía humana de la India a un hombre de luz, un iluminado llamado Almotásim; así, “los puntuales itinerarios del héroe son de algún modo los progresos del alma en el ascenso místico”. El último término de este ascenso es el más problemático: ¿cómo contar, cómo mostrar al “hombre que se llama Almotásim” sin decepcionar al lector? Borges sortea con elegancia el dilema:
“Al cabo de los años el estudiante llega a una galería ‘en cuyo fondo hay una puerta y una estera barata con muchas cuentas y atrás un resplandor’. El estudiante golpea las manos una y dos veces y pregunta por Almotásim. Una voz de hombre –la increíble voz de Almotásim– lo insta a pasar. El estudiante descorre la cortina y avanza. En ese punto la novela concluye.” La revelación mística siempre está del otro lado de esa puerta, de ese umbral, donde terminan el lenguaje y la literatura. Un hombre puede pasar esa cortina, pero al hacerlo ha quedado fuera de nuestro alcance, se ha salido del relato. Aunque vuelva, lo que haya visto del otro lado no puede contárnoslo.
Llegamos así a la segunda de esas dos frases que me sugirieron la idea de un Borges nostálgico de la experiencia que nunca tuvo. Se encuentra en “La muralla y los libros”. En ese texto, Borges señala que el mismo hombre queordenó la edificación de la muralla china, el emperador Shih Huang Ti, fue el mismo que ordenó se quemaran todos los libros anteriores a él. La conjunción de ambas operaciones en un solo hombre parece sugerir un sentido que, admite Borges, sistemáticamente se le escapa, y luego de muchas conjeturas, resignadamente comenta:
“La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.
Aquí, Borges está definiendo al hecho estético –y por lo tanto a la belleza– como el lado de acá de la mística, lo que se encuentra en el umbral (en las orillas, estaríamos tentados a decir) de la experiencia visionaria. Y al leerla no puedo dejar de sentir, nuevamente, el tono entre triste y resignado de quien la escribe. Borges no proclama la continuidad entre estética y mística con el orgullo y la exaltación de quien ha descubierto una gran verdad, sino con la calma resignación de quien se sabe condenado a permanecer del lado de acá, del lado del hecho estético –que se sitúa en el punto donde el deseo está al borde de alcanzar su culminación, que tiembla permanentemente en el umbral de la revelación.
Así también se explica, y parece natural, que Borges haya sido capaz de poner en palabras, mejor que muchos místicos, la experiencia del éxtasis. La pudo poner en palabras porque no la había vivido. Es (ahora podemos entenderlo mejor) lo que había tratado de decirnos sobre Whitman. En las palabras del relato “El otro”, “si Whitman la ha cantado es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho”. A quien la ha vivido, le basta con haberla vivido. Quien no, necesita construirla con palabras, crear un análogo verbal de la experiencia que le ha sido negada. De aquí quizás provenga esa insatisfacción que nos parece inherente a la condición del artista, a diferencia del místico, que no puede concebirse sin la plenitud.
Esa tensión de la experiencia estética en el límite de la revelación es la misma que encontramos en cada una de las frases de Borges, en las que el lenguaje está llevado al límite de sus posibilidades sin ir más allá de ellas, está llevado a ese umbral que lo potencia al máximo sin volverlo –como sí lo vuelve la experiencia mística lograda– impotente. La frustración del Borges místico es, aquí, la realización del Borges poeta. Su pérdida (si la hubo) es nuestra ganancia.



Blog de Alejandro Padrón

REPORTAJE
La erudición elegante
El próximo martes se conmemora el centenario del nacimiento del venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001), uno de los últimos escritores latinoamericanos cuya labor intelectual estaba ligada a un proyecto de cultura nacional. El autor de títulos como Las lanzas coloradas y Oficio de difuntos repartió su actividad literaria (narrativa y ensayos sobre historia) con una agitada vida pública y política que lo llevó a aspirar a la presidencia de su país. Además, un volumen recoge ahora sus cinco libros de cuentos.
EDGARDO DOBRY
Tomado de BABELIA - 13-05-2006
Arturo Uslar Pietri obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1990. (GORKA LEJARCEGI)

Estaba convencido de que el único proyecto válido residía en representar la peculiaridad de lo propio
Cuando Borges declaró que Uslar Pietri (1906-2001) podía "decir como Walt Whitman: soy amplio y contengo muchedumbres" no se refería solamente a lo prolífico de su obra, compuesta de siete novelas, cinco piezas teatrales, tres libros de poemas y multitud de ensayos de asunto histórico y literario (como Godos, insurgentes y visionarios o La invención de la América mestiza). También abarcaba, en esa definición entre reverencial e impertinente -como casi siempre en Borges- la larga e intensa vida pública de Uslar: fue ministro de Educación de Venezuela con poco más de treinta años, ocupó diversos cargos diplomáticos y en 1968 llegó a ser candidato a presidente de la República. En 1948, exiliado en Nueva York, empezó a escribir en El Nacional de Caracas una columna que mantendría a lo largo de cincuenta años; el título, Pizarrón, muestra el carácter didáctico de buena parte de la obra de Uslar. Tras regresar a Caracas presentó uno de los primeros programas culturales de la televisión hispanoamericana, Valores humanos, después transcrito en libro. Una de sus consignas políticas, "sembrar el petróleo" -acerca de la necesidad de manejar con inteligencia y provecho los recursos naturales del país- forma parte del acervo cultural venezolano.
Su novela más famosa, Las lanzas coloradas (1931), escrita en París y publicada en Madrid, evoca un heroico episodio de la guerra de independencia contra la Corona española, en el llano venezolano. Casi medio siglo más tarde, en 1976, publicó Oficio de difuntos, sobre la figura del dictador Juan Vicente Gómez, dentro del poblado paradigma de novelas sobre tiranos de América: El otoño del patriarca, de García Márquez, es sólo un año anterior.
Hijo y nieto de próceres de la patria, emparentado con altos mandatarios del Estado y descendiente de un edecán de Simón Bolívar, Uslar fue, en efecto, el último representante de una figura de escritor latinoamericano cuya labor intelectual es indisoluble de un proyecto de cultura nacional o continental, como en Sarmiento o en José Enrique Rodó, en Vasconcelos o Mariátegui; o como en su compatriota Rómulo Gallegos, autor de uno de los clásicos de la novela americana, Doña Bárbara, y efímero presidente del país durante 1948. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el cubano Alejo Carpentier fueron amigos de Uslar y compañeros de años parisinos, a principios de la década de los treinta. Como ellos, Uslar se fue a París atraído por las luces de la vanguardia europea y años más tarde volvió a su tierra convencido de que el único proyecto válido residía en representar la peculiaridad de lo propio. A partir de entonces, las escenas del interior y del campo venezolano -que Uslar había conocido en sus años de infancia, pasados en Aragua- pueblan sus novelas y cuentos. Como lo habían hecho antes los modernistas -el Lugones de La guerra gaucha, por ejemplo-, Uslar quiso sustraer al costumbrismo la representación de los hechos centrales de la historia y la vida nacional. En 1948 fue el primero en utilizar la expresión "realismo mágico": "Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podría llamarse un realismo mágico".
La longevidad le permitió reco-
ger en vida el reconocimiento a su obra y su labor, en numerosas condecoraciones académicas y oficiales, como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que ganó en 1990. Fue una de esas figuras acaso más respetadas que influyentes; la erudición y la elegancia caracterizaron hasta el final su labor literaria y sus intervenciones públicas. Sus colaboraciones en la prensa sólo se interrumpieron pocos días antes de su muerte, cuando tenía 94 años.
Blog de Alejandro Padrón

BOOKFORUM
Tomado de El Boomerang, el blog literario Latinoamericano
Houellebecq y la vitalidad de la novela
Eduardo Lago
En la extensa reseña que hoy presentamos, el irlandés John Banville, autor de diez novelas, la más reciente de las cuales, El mar, se alzó con el último Booker Prize, propone un viaje a lo que podríamos caracterizar como el pozo negro de la imaginación. Los muchos entrecruzamientos que evoca en su crítica (textuales, geográficos, lingüísticos), nos llevan a tropezarnos con nombres de la talla de Samuel Beckett, D.H. Lawrence, Marcel Proust o Gustave Flaubert. Banville plantea alguna subversión del canon (como negarle el pan y la sal a Edgar Allan Poe), que a más de uno le hará arrugar el ceño (no está solo en esto: recientemente E.L. Doctorow, cuyo nombre propio es un homenaje paterno al autor de El cuervo, me confesaba en una entrevista que en su opinión Poe fue un mal escritor). El comentario que hoy sacamos a la luz arranca comparando el género novelesco con un rocín a quien de cuando en cuando todos dan por muerto, hasta que alguien lo devuelve inopinadamente a la vida de un trallazo. Según Banville, el latigazo que le ha propinado el francés Michel Houellebecq al rocín de la literatura lo ha puesto a galopar con brío por los campos de la ficción. El tema de fondo cansa, lo admito, pero mucho me temo que es insoslayable, entre otras cosas porque con frecuencia son los narradores mismos quienes sacan a colación el asunto (estoy pensando en V.S. Naipaul, pero los casos se podrían multiplicar). Lo que no cabe negar es que el novelista francés levanta ampollas, tanto con sus obras como con sus declaraciones y actuaciones públicas. En España, la editorial Siruela acaba de recuperar HP Lovecraft, contra el mundo, contra la vida, texto de 1991 que su autor define como "novela con un solo personaje". Como ocurre con Houellebecq, no son pocos quienes le niegan a Lovecraft la entrada en el sancta sanctorum de la literatura seria, como también se la niegan a Stephen King, autor de un lúcido prólogo a la edición americana de Contra el mundo, contra la vida en el que el autor de El resplandor (por fortuna para el cine a Kubrick le traía sin cuidado la opinión de los cancerberos del canon) considera que la fuerza de Lovecraft reside en que sus relatos contienen cifrado nada menos que "el genoma de la ficción". No entro en ello, pero hay datos que dan que pensar, como la larga lista de escritores que no tienen empacho en reconocer su deuda directa con el creador de la mitología de Cthuluh (la más reciente, por poner un ejemplo revelador, Joyce Carol Oates), o el hecho de que la muy elitista y prestigiosa Library of America editara hace pocos meses una selección de relatos del solitario de Providence. Volviendo a la inyección de vida que, según Banville, le han proporcionado las novelas de Houellebecq al arte de la ficción, conviene tener presente que una de las razones por las que el francés siente fascinación por Lovecraft es que sus obras suponen "un antídoto supremo contra todas las formas del realismo". La postura de Houellebecq es síntoma no sólo de la vitalidad de la novela, sino de las distintas maneras de concebirla. El día que escribo estas líneas, el suplemento literario del New York Times le dedica la portada a la última novela de uno de los campeones indiscutibles del realismo, Philip Roth, la número veinte en su haber, publicada a los 73 años de edad. Y ya que estamos hablando de la vitalidad de la ficción, no está de más recordar que unos días después de ganar el Booker, el propio John Banville anunció que aparte de las novelas que pensaba firmar con su nombre real, se disponía a emprender la publicación de una serie de thrillers bajo el pseudónimo de Benjamin Black. El primer título, Quirke, verá la luz en otoño. Se trate de alta o de baja literatura, esté dentro o fuera de los límites que prescribe el canon, se hable de filiación realista o antirrealista, todo apunta a que el rocín de la novela tiene cuerda para rato. Atracción fútil

John Banville
Abril / Mayo de 2005
Apenas habían aparecido indicios de que la novela tradicional estaba, por fin, muerta y enterrada, cuando alguien entra en escena y nos demuestra que el muerto que habíamos matado goza de buena salud. El escritor francés Michel Houellebecq utiliza un conjuro poderoso para dicha resurrección. Formalmente, sus novelas son sencillas a más no poder y de facilísima lectura; habrían alcanzado cifras gigantescas de préstamo en una biblioteca victoriana, después de que la labor de edición hubiera suprimido unos pocos pasajes. Nos hablan de gente "corriente" que vive una vida "corriente". Bien es verdad que son unas vidas de ruidosa desesperación, desbaratadas por la psicosis, presas todas ellas del aburrimiento y la acidia, y saturadas de pies a cabeza de sexo, pero ¿hay algo que pueda ser más corriente?
El tono de Houellebecq oscila entre una hastiada amargura y una indignada denuncia; en toda su obra, al igual que en la obra de Samuel Beckett, la voz del narrador parece enfurecida consigo misma por el mero hecho de haber empezado a hablar y, habiendo empezado, por verse obligada a seguir hasta el final. Pero Houellebecq es todavía más tétrico que Beckett, y jamás se permitiría, ni nos permitiría, esos raptos líricos que, a modo de parpadeos, iluminan la noche Beckettiana. Al igual que Houellebecq afirma de su héroe, el escritor fantástico H. P. Lovecraft, "Hay algo en [su] obra que no es verdaderamente literario".
La acogida dispensada a los libros de Houellebecq en algunos círculos influyentes resulta a la vez perturbadora y desconcertante. El mundo literario francés, que sigue dominado por los supervivientes de los aspirantes a jacobinos de mayo de 1968, los ha desechado en gran medida. No ha sido mayor la benevolencia de algunos críticos anglófonos - el New York Times juzgó Las partículas elementales, la obra maestra de Houellebecq hasta la fecha, como "una lectura profundamente repugnante; el Sunday Times de Londres la describió como "pretenciosa, banal, mal escrita y aburrida"; y el Times de Londres afirmó que como novelista de ideas, Houellebecq estaba al nivel del cómico británico Benny Hill. No es fácil comprender tan apasionados vituperios. ¿Es que estas personas no han leído a Sade ni a Céline ni a Bataille? ¿Acaso no han leído a Swift?
Por más que Houellebecq insista, como haría cualquier creador, en que no es él sino su obra lo que tiene importancia, unos someros antecedentes biográficos se hacen necesarios en este caso, dada su naturaleza tan intensamente controvertida como pública. Houellebecq, cuyo nombre auténtico es Michel Thomas, nació en la isla francesa de La Reunión, en el océano Índico, en 1958. Su padre era un guía montañero y su madre una anestesista. Parece que como padres dejaron algo que desear. Cuando Michel era todavía un niño, su madre abandonó a su padre por otro hombre, un musulmán, y se convirtió al Islam (naturalmente, es aquí donde numerosos críticos perciben la semilla de la animosidad que el adulto Houellebecq profesa a la religión). Posteriormente, cuando tenía seis años de edad, Michel fue abandonado quedando al cuidado de su abuela, cuyo apellido, Houellebecq, adoptó en cuanto empezó a publicar. La abuela Houellebecq era una estalinista, y los mismos críticos citados anteriormente detectan en esta circunstancia el motivo de la aversión que nuestro autor siente hacia los ideólogos de la izquierda. (¡Cuán sencilla y definida debe ser la vida del crítico!).
Habiéndose trasladado a Francia, Houellebecq estudió ingeniería agronómica, pero acabó encontrando un empleo como administrador en el departamento informático de la Asamblea Nacional Francesa. Sufrió una depresión y pasó algún tiempo ingresado en clínicas psiquiátricas. Se casó, se divorció y volvió a casarse. En 1999 se mudó con su nueva esposa a Irlanda y se estableció en la isla de Bere, situada en la bahía de Bantry. El catálogo de sus obras incluye un manifiesto acompañado de biografía del autor fantástico H. P. Lovecraft - cuyo provocativo título es H.P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida (Contre le monde, contre la vie, 1991) - y varios volúmenes de poesía. Hasta la fecha, sus novelas son Ampliación del campo de batalla (Extension du domaine de la lutte, 1994), traducida por Paul Hammond; Las partículas elementales (Les Particules élémentaires, 1998), publicada en el Reino Unido bajo el título de Atomised; Lanzarote (Lanzarote, 2000); y Plataforma (Plateforme, 2001), las tres últimas traducidas por Frank Wynne.
Pocos han sido los escritores que, en época reciente, han hecho tanto ruido en el mundo como Houellebecq. Es inevitable compararlo con Salman Rushdie, ya que Houellebecq también ha provocado la ira del mundo musulmán. En 2002 fue llevado a juicio en Francia por un grupo de poderosas instituciones musulmanas, incluidas la Federación Nacional de Musulmanes Franceses y la Liga Mundial Islámica, que le acusaron, amparados en una oscura disposición de la legislación francesa, de proferir insultos raciales y de incitar al odio religioso después de la publicación en la revista Lire de una entrevista en la que Houellebecq declaró que el Islam era una religión peligrosa y "estúpida".
La comparecencia de Houellebecq ante el tribunal provocó sensación, escándalo y risa a partes iguales. Rechazó las imputaciones que se le habían hecho señalando que él no había criticado a los musulmanes, sino sólo a su religión, algo que tenía el derecho de hacer en una sociedad libre. Preguntado si se había dado cuenta de que sus observaciones podrían haber contravenido el código penal francés, respondió que no porque nunca había leído tal código. "Es excesivamente largo", observó, "y sospecho que contenga muchos pasajes aburridos". Todo esto parecería mera comedia, una animada anotación más en los anales de la agitada vida literaria francesa, si no tuviéramos el ejemplo de Rushdie y la fatwa y si los medios de comunicación de Francia, y numerosos intelectuales franceses, no hubieran, en el mejor de los casos, guardado silencio; y en el peor, no se hubieran puesto del lado de los acusadores de Houellebecq.
Los franceses, es bien sabido, tienen gustos peculiares. Uno de ellos consiste en pensar no sólo en ancas de rana y andouillettes; esta gente también considera a Poe un gran escritor y a Hitchcock un destacado artista. ¿Lo dirán en serio o no es más que una broma gálica a nuestra costa? Houellebecq parece totalmente sincero en su profunda admiración por la obra de Lovecraft, pero su entusiasmo es un poco difícil de creer. Con todo, su largo ensayo sobre "HPL", como llama a su héroe, fue la primera obra importante que publicó, y en su prefacio de la edición estadounidense describe H.P. Lovecraft: Contra el mundo, contra la vida como "una especie de primera novela". Yendo más al grano, es el manifiesto apenas velado de un joven escritor desenfrenadamente ambicioso, ferozmente iconoclasta y simplemente salvaje, para quien la novela tradicional "puede compararse provechosamente con una vieja cámara de aire que se desinfla después de haber sido colocada en un océano. Un flujo de aire generalizado y más bien débil, como un hilillo de pus, acaba en una nada arbitraria e indefinida". Debe advertirse que ésta es una declaración relativamente suave de la postura de Houellebecq.
¿Quién es Howard Phillips Lovecraft - a quien Stephen King, en una briosa introducción al ensayo de Houellebecq, describe como el "Príncipe de las Tinieblas de Providence" (Providence [Providencia], Rhode Island; es decir, no el Señor que nos gobierna a todos nosotros) - y qué tiene que decirnos sobre la obra de Houellebecq?
Lovecraft nació en Providence en 1890, en el seno de la clase media "WASP" (blanca, anglosajona y protestante). En 1893 su padre sufrió una crisis nerviosa y fue ingresado en un frenopático; cinco años más tarde falleció en la misma institución, víctima de un caso, extremadamente impropio de su entorno social, de sífilis terciaria. El joven Lovecraft y su madre se fueron a vivir con su abuelo materno; éste, a su vez, murió en 1904, dejando a su hija y a su nieto en un estado de digna penuria. Lovecraft vivió toda su vida al cuidado de mujeres: primero, el de su madre; muerta ésta, cuando el autor tenía treinta y un años de edad, se hicieron cargo de él un par de tías (algo que presenta tonos de Arsénico, por compasión), y después, de forma desastrosa, Sonia Greene, una divorciada siete años mayor que él con la que se casó en 1924.
Inmediatamente después de su boda, Lovecraft y Greene se trasladaron a Nueva York. A Lovecraft, que hasta ese momento apenas se había aventurado más allá de los límites de su territorio natal, la ciudad le produjo un impacto enorme y terrible, pese a un periodo inicial de felicidad nada propio del personaje; las barrocas metrópolis de sus obras de ficción, infestadas de seres monstruosos, son su respuesta al espectáculo de la Nueva York de principios de los Locos Años Veinte. Houellebecq cita con gusto pasajes de los relatos de Lovecraft que muestran la revulsión y el arraigado racismo del autor. He aquí un ejemplo típico, extraído de su relato breve "He" (1939): "Una chillona luz diurna no mostraba más que miseria y alienación, y la perniciosa elefantiasis de la piedra que trepaba y se extendía... las muchedumbres que bullían en las calles, más bien en los tubos, estaban formadas por extraños rechonchos y morenos de rostros endurecidos y ojos estrechos". Pasados dos años, Lovecraft y su venerable cónyuge se separaron (tres años después se divorciaron), y él se escabulló regresando a la seguridad de Providence, trasladándose a vivir con la única tía que le quedaba.
A su vuelta a Providence, Lovecraft se puso a escribir lo que Houellebecq denomina los "grandes textos", una abundancia de relatos y novelas cortas entre las que figuran La llamada de Cthulhu (1928), El horror de Dunwich (1928), El que acecha en la oscuridad (1929) -por el que la revista Weird Tales pagó a Lovecraft 350 dólares, probablemente los honorarios más elevados que jamás recibió- y El color de fuera del espacio (1927), que era el favorito del autor, quien era notablemente modesto respecto de su obra -"He llegado a la conclusión de que la literatura no es la ocupación adecuada para un caballero"- y la presentaba para su publicación a revistas tales como Weird Tales y Amazing Stories casi con renuencia. ¡Cuánto le habría sorprendido verse convertido en un monumento en la reciente edición de su libro Relatos que Peter Straub ha realizado para The Library of America!
La imaginación que creó estas obras de ficción -"literatura ritual", como las llama Houellebecq- era a la vez enfermiza y maniática, puritana y maligna, propia de un dandi y ordinaria. Houellebecq define la actitud general de Lovecraft con aprobación concisa: "Odio absoluto del mundo en general, agravado por una aversión hacia el mundo moderno en particular". Idéntica definición podría aplicarse a la propia postura literaria, o antiliteraria, de Houellebecq. En su descripción de Lovecraft, el joven Houellebecq traza un retrato asombrosamente profético del escritor en que él mismo se convertiría:
Pocos seres ha habido jamás tan imbuidos, penetrados hasta su núcleo, de la convicción de la absoluta futilidad de toda aspiración humana. El universo no es nada más que una furtiva ordenación de partículas elementales [particules élémentaires]. Una figura en transición hacia el caos. Esto es lo que acabará prevaleciendo. La raza humana desaparecerá. A su vez, otras razas aparecerán y desaparecerán. Los cielos se tornarán glaciales y se vaciarán, surcados por la débil luz de estrellas medio muertas. También éstas desaparecerán. Todo desaparecerá. Todas las acciones humanas son tan libres y tan carentes de sentido como el movimiento irrestricto de las partículas elementales. ¿Bien, mal, moralidad, sentimientos? Puras "ficciones victorianas". Todo lo que existe es egoísmo. Frío, intacto y radiante.
Dos son las áreas en las que los escritos de Houellebecq y Lovecraft son del todo desemejantes: "En todo el cuerpo de la obra [de Lovecraft]", escribe Houellebecq, "no hay una sola alusión a dos de las realidades a las que generalmente se atribuye gran importancia: sexo y dinero". En particular, el sexo -"el único juego que les queda a los adultos"- es una mercancía (uno elige la palabra con toda intención) que empapa todas las novelas de Houellebecq, salvo la primera. En Las partículas elementales, Bruno, el personaje principal, dedica su vida a perseguir a las mujeres, o al menos aquello que las mujeres pueden dar (a decir verdad, es posible que los rijosos gustos de Houellebecq y Benny Hill coincidieran en este asunto); mientras que en el cogollo de Plataforma se encuentra una detallada y, todo hay que decirlo, abrumadoramente tediosa narración de la organización y el funcionamiento de un negocio de turismo sexual en Tailandia. Lanzarote, un relato breve y novelado de unas vacaciones organizadas en la isla que presta su nombre al título del libro, en el que se intercalan fotografías gnómicas de las formaciones rocosas de la isla tomadas por el propio Houellebecq, es poco más que el cuento de un joven al que le sonríe la suerte con dos lesbianas en una playa ("La excitación de Barbara siguió aumentando ... Yo mismo anduve cerca de correrme en la boca de Pam").
Resulta difícil saber cuán en serio pretende Houellebecq que nos tomemos todo esto. Sin duda consume una gran parte de su energía de escritor en sus escenas eróticas; sin embargo, con toda la explicitud que emplea sin pestañear en las descripciones, el mismo sexo resulta curiosamente anticuado. Las mujeres son bienes preciados, pero principalmente como receptáculos destinados a los hombres y a sus deseos. A través de estas páginas fluyen a borbotones ríos de semen ("las nubecillas flotaban como gotitas de semen entre los pinos"), gran parte del cual desaparece en las gargantas de mujeres. Las mujeres de Houellebecq parece que nunca menstrúan ni van al servicio, y están dispuestas a todas horas, del día o de la noche, en público o en privado, para realizar los actos que los hombres les exijan; tampoco manifiestan temor ni interés por quedarse embarazadas - de lo que, en cualquier caso, no hay el menor peligro en el mundo de Houellebecq. Es cierto que las mujeres disfrutan con el sexo tanto como los hombres, pero de una forma libre, sin exigencias ni complicaciones que pocas mujeres, u hombres, reconocerían basándose en su propia experiencia. En ocasiones a Michel, el protagonista de Plataforma, le asalta la idea del SIDA, pero sus parejas desechan alegremente cualquier escrúpulo semejante. Y sin embargo, todas esas cópulas, todos esos tríos y cuartetos, tienen lugar en un resplandor curiosamente inocente, casi edénico. En un mundo horrible, estos melancólicos encuentros son la única fuente fiable de autenticidad y deleite sin afecto:
Nuestros órganos genitales existen como fuente de placer permanente y accesible. El dios que creó todas nuestras desdichas, que nos dio una vida breve, que nos hizo vanos y crueles, también nos ha proporcionado esta forma de magra compensación. Si no pudiéramos practicar el sexo de vez en cuando, ¿qué sería nuestra vida?

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Sería interesante saber cómo Whatever (Lo que sea), la primera novela de Houellebecq, obtuvo su título inglés. Uno no se resiste a imaginar una conversación telefónica entre el editor inglés y el autor francés sobre cómo podría traducirse el título más bien ostentoso y de ecos revolucionarios Extension du domaine de la lutte, conversación que terminaría en un encoger electrónico de hombros y murmurando "Lo que sea". Pese a toda la beligerancia iconoclasta que caracteriza a su personalidad, Houellebecq se presenta a sí mismo como firmemente anclado en la tradición del désenchantement gálico (si es que se puede hablar de desencanto en alguien que muestra tan escasos signos de haber estado encantado alguna vez), con la torva mirada de Sartre y el cigarrillo de Camus colgando siempre con negligencia de sus labios.
Pero Houellebecq posee una cualidad de la que carecían notablemente los existencialistas de la Rive Gauche de los años cuarenta y cincuenta, a saber, el humor. La ficción de Houellebecq es tremendamente divertida. A menudo, el chiste se consigue mediante una conjunción, con cara de pocos amigos, entre lo grandilocuente y lo aplastantemente mundano. En el encabezamiento de la primera página de Whatever figura una cita de Romanos, 13 -"La noche ha transcurrido en gran parte, el día se aproxima: desprendámonos pues de los trabajos de la noche y pongámonos la armadura de la luz "- cuya radiante promesa queda inmediatamente extinguida por el párrafo inicial:
El viernes por la tarde estaba invitado a una fiesta en casa de un compañero de trabajo. Éramos unos treinta, todos cargos directivos intermedios y de una edad entre veinticinco y cuarenta. En cierto momento algún estúpido pendón empezó a quitarse la ropa. Se quitó la camiseta, luego el sujetador, después la falda y puso las caras más increíbles. Se retorció en sus diminutas bragas durante unos segundos y a continuación, no sabiendo qué más hacer, comenzó a vestirse de nuevo. Es una chica, además, que no se acuesta con nadie. Lo que sólo sirve para destacar lo absurdo de su comportamiento.
He aquí una declaración señaladamente representativa de los temas y los afectos de Houellebecq, extraída del gris mundo de las acémilas de oficina, con su aburrida salacidad, su misoginia, su hosca conciencia de la futilidad de todas sus estratagemas de transcendencia y huida. En efecto, Whatever es Houellebecq in nuce. Declara repetidamente, en términos puros y simples, lo esencial de la desabrida estética del autor:
Hay algunos autores que emplean su talento en la delicada descripción de diferentes estados del alma, de rasgos de personalidad, etc. No seré contado entre ellos. Toda esa acumulación de detalle realista, con personajes claramente diferenciados que acaparan la atención, siempre me ha parecido pura caca de la vaca; lamento decirlo.
Las páginas siguientes constituyen una novela; quiero decir una sucesión de anécdotas cuyo héroe soy yo. Esta elección autobiográfica no es realmente tal: en cualquier caso no me queda otra salida. Si yo no escribo sobre lo que he visto sufriré lo mismo -y quizá un poco más. Pero sólo un poco; insisto en ello. Escribir produce poco alivio. Desanda lo andado, delimita. Da un toque de coherencia, la idea de una especie de realismo. Uno va tropezando envuelto en una cruel niebla, pero no falta el ocasional indicador. Del caos nos separan no más de unos pocos metros.
La forma novelística no ha sido concebida para describir la indiferencia o la nada; sería imposible inventar un discurso más plano, más lacónico y más deprimente.
Pero no entiendo, fundamentalmente, cómo consigue la gente seguir viviendo. Me da la impresión de que todos deben ser infelices; tan sencillo es el mundo en que vivimos, ya me entienden. Hay un sistema basado en la dominación, el dinero y el miedo -un sistema un tanto masculino, llamémosle Marte; hay un sistema femenino basado en la seducción y el sexo, digamos Venus. Y eso es todo. ¿Es realmente posible vivir y creer que no hay nada más?
Pese a sus negativas respecto de la ausencia deliberada de "detalle realista" y de "personajes claramente diferenciados", el protagonista de la novela -héroe es una palabra realmente excesiva- es una creación convincente y persuasiva, incluso atractiva, en toda su desgarbada incompetencia y desorganización emocional. El anónimo narrador es un Meursault carente de la energía o el interés para cometer un asesinato, incluso uno que no tenga sentido -"No es que me sienta tremendamente minúsculo; más bien es que el mundo que me rodea parece alto"-. Es un técnico informático que en su tiempo libre escribe unos peculiares relatos breves sobre animales, como Diálogos entre una vaca y una potra, "una meditación sobre la ética, podríamos decir", del que se citan un par de párrafos. "El Dios presentado en esta narración breve no es, obsérvese, un Dios misericordioso".
Whatever rinde malicioso y sardónico tributo a la gran tradición francesa. En las primeras páginas, el protagonista sin nombre ha olvidado dónde aparcó su coche y se encuentra vagando en su busca por la Rue Marcel-Sembat, y luego por la Rue Marcel-Dassault ("había un montón de Marcels por allí"); mientras que en la parte central del libro cae gravemente enfermo en Rouen, la detestada ciudad natal de Flaubert. En efecto, aunque apenas podría describírsele como proustiano, el libro, todo él un etéreo vagar y un agrio recuerdo, tiene algo de la minuciosamente observada intrascendencia de la obra maestra de Flaubert, La educación sentimental.
Sin embargo, el escritor al que más se parece Houellebecq no es Proust ni Flaubert ni siquiera Lovecraft, sino Georges Simenon – no el Simenon de Maigret, sino el Simenon de los romans durs, como él los llamó, como La nieve estaba sucia o Monsieur Monde Vanishes, obras maestras de muda desesperación existencial.
****
La premisa central de Las partículas elementales queda óptimamente expresada en un párrafo del libro que lo siguió, Plataforma:
Es erróneo pretender que los seres humanos sean singulares, que lleven consigo una individualidad irreemplazable. En todo caso, de mí sé decir que me era imposible distinguir ninguna huella de semejante individualidad. La mitad de las veces es vano desgastarse tratando de distinguir destinos y personalidades individuales. Al fin de la jornada, la idea de la singularidad no pasa de ser un pomposo absurdo. Recordamos nuestras propias vidas, Schopenhauer escribió en algún sitio, un poco mejor que una novela que leyéramos una vez. Exacto: un poco, no más.
El héroe de Las partículas elementales -en este caso la palabra no resulta exagerada- es Michel Djerzinski, un biólogo molecular que, al final del libro, habiendo renunciado a su puesto en el Centro de Investigación Genética de Galway (Irlanda), se retira a una casita de Sky Road cerca de Clifden -"Este país tiene algo muy especial"- a fin de completar, entre los años 2000 y 2009, su gran obra, una síntesis de ochenta páginas del trabajo de una vida dedicada a la proposición de que "la humanidad debía desaparecer y dejar paso a una nueva especie que fuera asexual e inmortal, una especie que hubiera superado la individualidad, la separación y la evolución". Después de que Djerzinski se haya ido "al mar", su sucesor, Hubczejak (un juego privado, sospechamos, con otro nombre de difícil pronunciación que comienza con h), realiza un resumen de su obra y la presenta ante un, al principio, incrédulo mundo. La convicción de Djerzinski es que
Cualquier código genético, por muy complejo que fuera, podría recogerse en una forma normalizada y estructuralmente estable, aislada de alteraciones o mutaciones. Ello significaba que cada célula contenía en su interior la posibilidad de ser infinitamente copiada. Cada especie animal, por muy evolucionada que estuviese, podría transformarse en una especie semejante, reproducida mediante clonación, e inmortal.
Al acabar el libro, la mitad del siglo XXI ha transcurrido y la humanidad tal y como la conocemos casi ha desaparecido, y su lugar ha sido ocupado por una nueva especie de inmortales Djerzinskianos. "Quedan algunos humanos de la antigua especie, en especial en zonas dominadas durante mucho tiempo por una doctrina religiosa. Sus niveles reproductivos, empero, disminuyen año tras año y al presente su extinción parece inevitable". Este proceso en el que, pacíficamente, el antiguo orden cede su puesto al nuevo resulta extrañamente persuasivo, sorprendentemente conmovedor. El espíritu que domina el libro es el de Augusto Comte (1798 - 1857), seguidor de Saint-Simon y fundador del movimiento positivista, cuyas reglas estableció el propio Comte en su Système de politique positive. Por más soberanamente estúpida que fuera la filosofía comteana del altruismo -todo celoso practicante de la religión positiva tenía, entre otros deberes, el de rezar tres veces al día a su madre, a su esposa y a su hija, y el de llevar un chaleco abotonado a la espalda de modo que sólo pudiera ponérselo y quitárselo con la ayuda de otros- ejerció influencia en todo el mundo y, especialmente, en Francia.
¿Qué podemos sacar en limpio de los aspectos comteanos de la obra de Houellebecq? A pesar de lo tenebroso de su visión, aquí y allá se abre paso el resplandor de la luz -"Faltando el amor, nada puede santificarse"- pero, ¡cuán peculiar resulta esa luz que busca iluminar los áridos paisajes donde el único solaz que nos queda a los moribundos humanos es el triste juego del sexo! El "gran salto" de Djerzinski, según Hubczejak, es "el hecho de que fuera capaz... de restablecer las condiciones que hacen posible el amor", mientras que el propio Djerzinski -en una de sus obras finales, Meditations on Interweaving (inspirada, no por casualidad, en el Evangeliario de Kells, obra maestra de la edad media celta)- reflexiona sobre la fuerza motriz central de nuestras vidas en tonos de rapsodia dignos del D. H. Lawrence más extático, o, más aún, de lo más dulzón de Sonrisas y lágrimas:
El amante oye la voz de su amada a través de montañas y océanos; a través de montañas y océanos escucha una madre el llanto de su hijo. El amor vincula y lo hace para siempre. El bien vincula mientras que el mal deshace. La separación es el mal con otro nombre; también es otra forma de denominar el engaño. Todo lo que existe es un magnífico entretejido, inmenso y recíproco.
Y sin embargo, Las partículas elementales resulta auténticamente conmovedora en su visión del fin de la "brava y desgraciada especie" de la que los seres humanos formamos parte, y de nuestra sustitución por los habitantes del mundo feliz hecho posible por las "arriesgadas interpretaciones de los postulados de la mecánica cuántica" realizadas por Djerzinski. A pesar de toda la ferocidad de su visión, Houellebecq tiene su corazoncito y, aunque probablemente le diera igual que se lo dijesen, es el palpable latido de esa víscera lo que eleva su obra hasta alturas que el demencialmente maniático Lovecraft no podría haber escalado en sus sueños más desbocados y más retorcidos.
Houellebecq, si aceptamos su palabra y no nos consideramos burlados por sus fantasías, consigue una profunda comprensión de la naturaleza de nuestra colectiva pulsión de muerte, así como de nuestra nostálgica esperanza de que algo sobreviva, incluso si ese algo no somos nosotros. El omnisciente narrador de Las partículas elementales, al dedicar su libro "a la humanidad", medita sobre lo pasado, lo presente y lo futuro:
La historia existe, es elemental, domina, su imperio es inexorable. Pero fuera de los estrictos confines de la historia, la ambición definitiva de este libro es la de rendir homenaje a la brava y desdichada especie que nos creó. Esta raza vil y desgraciada, apenas distinta de los simios, que no obstante llevaba dentro de sí tan nobles aspiraciones. Torturada, contradictoria, individualista, pendenciera... era a veces capaz de extraordinarias explosiones de violencia, pero nunca acabó de abandonar su fe en el amor. Esta especie que, por primera vez en la historia, fue capaz de prever la posibilidad de su sucesión y, algunos años más tarde, se demostró capaz de llevarla a cabo. Al extinguirse los últimos miembros de esta raza, nos parece justo rendir este último tributo a la humanidad, un homenaje que un día también desaparecerá, enterrado bajo las arenas del tiempo.
La nueva novela de John Banville, The Sea, será publicada el año próximo por Knopf.Una parte de este artículo apareció bajo una forma diferente en Dublin Review (Invierno de 2004 - 2005).
© Bookforum, April/May 2005, "Futile Attraction: Michel Houellebecq's Lovecraft," by John Banville.
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The Alejandro Padrón´Blog



From The New York Times, 11.05.2006

What Is the Best Work of American Fiction of the Last 25 Years?
From left: Sara Krulwich/The New York Times; Derek Shapton/The Associated Press; Sara Krulwich/The New York Times; The Associated Press; Don Hogan Charles/The New York Times
"Beloved," by Toni Morrison, center, was chosen as the best American fiction of the last 25 years. Runners up were, from left: Philip Roth, Cormac McCarthy, John Updike and Don DeLillo.
By THE NEW YORK TIMES
Early this year, the Book Review's editor, Sam Tanenhaus, sent out a short letter to a couple of hundred prominent writers, critics, editors and other literary sages, asking them to please identify "the single best work of American fiction published in the last 25 years." [Read A. O. Scott's essay.] Following are the results.
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Note
This feature will appear in the May 21 issue of the print edition of the Book Review.
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ENTREVISTA:
Ian Kershaw Historiador
"Los británicos descubrimos tarde el peligro de Hitler"
JESÚS RUIZ MANTILLA - Madrid
Tomado de EL PAÍS - Cultura - 12-05-2006

El historiador Ian Kershaw, ayer en Madrid. (GORKA LEJARCEGI) ampliar
"A Hitler no se le puede entender sin la experiencia de la I Guerra Mundial"
"Blair ha perdido su liderazgo y se ha convertido en el heredero de Margaret Thatcher"
"Las posturas clave del siglo XX se tomaron en 19 meses, en 1940 y 1941, en seis países"
"La II Guerra Mundial fue el último gran triunfo de Gran Bretaña en el mundo"
Es cierto que a toro pasado es muy fácil darse cuenta de las cosas. También resulta innegable que las profecías y las herejías desentonan con la razón. Ian Kershaw (Oldham, Inglaterra, 1943), el estudioso que mejor ha descifrado hasta el momento los enigmas de Adolf Hitler, lo sabe. Como tiene claro que dicho personaje, con sus discursos grandilocuentes, sus amenazas aparentemente populistas y sus gruñidos de odio podría resultar tan increíble hoy como en los años treinta. El problema fue que iba en serio. Era tan transparente como terrible y la bazofia ideológica que encerraba su discurso en Mein Kempf no era mera retórica, como creían muchos europeos contemporáneos suyos, sino un auténtico programa de acción y pensamiento. Eso, más las posiciones de figuras tan ridículas, dañinas y fuera de lugar como lord Londonderry, germanófilo ciego y leal a los nazis hasta el final de la barbarie, ralentizaron la capacidad de reacción de los británicos ante el peligro real por lo que, quizá, la guerra comenzó demasiado tarde.
Kershaw, que es el gran biógrafo contemporáneo del tirano alemán con sus dos tomos Hitler 1889-1936 y Hitler 1936-1945 (Península), catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Sheffield, ha analizado en su nuevo libro, Un amigo de Hitler. Inglaterra y Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial (Península), el papel de su país previo al conflicto y se ha fijado en especial en figuras como Londonderry, este aristócrata que creyó que con los sueños de grandeza del III Reich también Gran Bretaña y su imperio en declive recuperarían su brillo...
Pregunta. Se ha pasado usted demasiados años tratando con Hitler. ¿Cómo lleva íntimamente su relación con un personaje tan siniestro?
Respuesta. Ser inglés ayuda a trabajar con Hitler. Lo veo tan detestable, aburrido y repetitivo como realmente era. Me resulta alguien que no me quita el sueño.
P. ¿Siguen los británicos traumatizados por su figura?
R. Traumatizados quizás sea una definición demasiado fuerte. La II Guerra Mundial fue el último gran triunfo de Gran Bretaña en el mundo. Cuando nuestros mayores lo rememoran lo hacen positivamente, recuerdan la camaradería del frente, a los compañeros, no se sienten traumatizados sino orgullosos de lo que hicieron. La experiencia les compensó. Alemania era un enemigo muy duro pero todo aquello se recuerda más bien con nostalgia.
P. Sin embargo, lo que usted viene a decir en su nuevo libro es que no vieron el peligro a tiempo.
R. Ésa es una de las principales razones que me movió a escribirlo, que los británicos nos dimos cuenta tarde del peligro que representaba Hitler. Aunque no creo que esta razón pueda alterar el juicio del papel que Gran Bretaña jugó en la guerra, es cierto que esa tardanza en la reacción ha sido ensombrecida. El mismo Winston Churchill en su Historia de la Segunda Guerra Mundial habla poco de cómo actuó en los años treinta.
P. A esa ceguera contribuyeron personajes como lord Londonderry, un aristócrata que resultaba algo parecido a un Gatopardo, pero en patético.
R. Era un personaje que se consideraba nacido para gobernar por el hecho de pertenecer a la aristocracia. Tenían sentido de clase dominante, terrateniente, y esa obsesión por... el imperio. Para ellos era normal dominar países.
R. Ahora podríamos ver algo parecido. Lo único que en vez del dominio de tierras, algunos países utilizan la fuerza con la excusa de imponer valores. A Tony Blair se le ha pegado esa manía.
P. Y por eso ha perdido el liderazgo que tenía. Se ha convertido en el auténtico heredero de Margaret Thatcher con políticas completamente conservadoras y esa unidad de acción con Bush en la que no admite críticas. Por eso creo que acaba de ser destituido Jack Straw, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, porque empezaba a ser crítico con la situación en Irak.
P. Aparte de su ceguera, Londonderry parece un idealista.
R. Sí, lo que ocurre es que confundía sus ideas con su capacidad y por eso su vida fue un auténtico fracaso, si no hubiera sido tan estúpido...
P. Veo que simpatiza con los personajes que elige. ¿No es duro hacer biografías de figuras a las que detesta?
R. Todo el mundo presume de hacer trabajos sobre personas que admiran. Pero creo que eso te hace ser menos crítico. Yo no podría escribir sobre Mozart o sobre el mismo Churchill, pero hacerlo sobre Stalin, Mussolini, Hitler o Franco, me resulta mucho más fácil. No me gusta tratar los éxitos tampoco. Pero, de todas formas, las biografías no son lo mío.
P. En fin, no será porque no resalta usted en eso. Su obra sobre Hitler es hoy de referencia mundial. ¿Cuánto tiempo estuvo dedicado a ella?
R. Tardé seis años en escribir los dos tomos y 10 en total, con las investigaciones y todo.
P. ¿Y ha resuelto el enigma?
R. Creo que sí. Pero ahora voy a escribir un libro más corto para asegurarme de ello. A Hitler no se le puede entender sin la experiencia de la I Guerra Mundial. Es una de las claves principales. Por desgracia, conocemos poco de aquellos años, de lo que hizo en esa contienda pero fue una época que influyó mucho en su particular psicología. En el frente contempló la muerte con sus propios ojos y eso le deshumanizó. Desde entonces no hizo otra cosa que buscar culpables y eso le destrozó la vida. A partir de esa etapa se obsesionó con dar la vuelta a la historia y tal misión incluía la destrucción de los judíos, tal como él mismo dijo como profecía y se encargó de repetir varias veces.
P. ¿Provocó la guerra con la intención principal de aniquilarlos o había más razones?
R. Había más. Pero ésa era una de las más importantes. En el fondo le obsesionaba la idea de purgar, aniquilar no sólo a judíos, sino a quienes se opusieran a sus planes. En 25 años había programado la eliminación de más de 30 millones de personas. Quería purificar Europa y crear un gran paraíso ario.
P. Qué terrible contradicción: destruir para purificar. Pero lo más asombroso de todo sigue siendo cómo pudo convencer a tanta gente para que le apoyara.
R. Si vives en un país en el que has generado grandes esperanzas frente a otros como Francia y Gran Bretaña en decadencia; si has sufrido la humillación que fue el Tratado de Versalles y repites un mensaje en el que incides en eso y lanzas la idea de un porvenir de grandeza, es fácil caer en la tentación.
P. ¿Ha visto la película alemana El hundimiento?
R. Sí.
P. ¿Qué le pareció? ¿Es un retrato fiel de Hitler?
P. Me pareció una magnífica película pero con lagunas históricas. Fue gracioso porque el productor me propuso que la viera en un pase privado y escribiera mi sincera opinión en algún periódico. Al día siguiente me llamó preocupado: creía que no me había gustado nada porque la persona que estaba por la sala le contó que me había dormido. Pero yo le tranquilicé. Le dije que era una película muy larga y que no había tomado mucho café ese día. Eché una pequeña cabezada, es cierto, pero la película me pareció estupenda, de verdad.
P. ¿Y las lagunas?
R. Hay personajes que en la película adquieren una importancia que no tuvieron en realidad y viceversa, como la secretaria. Tampoco me gustó cómo se trató el suicidio de los Goebbels, entiendo que dramáticamente funcione pero a mí no me gusta. Sin embargo, me parece que Bruno Ganz, como Hitler, está impresionante.
P. ¿En qué anda metido ahora?
R. Estoy terminando un libro que se titulará Faithfull choices (Decisiones fehacientes), en el que relato cómo las posturas clave del siglo XX se tomaron en 19 meses, entre mayo de 1940 y diciembre de 1941 en seis países: Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, la URSS, Japón e Italia.
P. ¿Cuáles fueron las principales?
R. Primero, Gran Bretaña decide seguir en la guerra, lo que provoca que Hitler invada la URSS para crear dos frentes. Al tiempo Japón ve la posibilidad de expandirse por el sureste asiático y Estados Unidos se va preparando para entrar en el Atlántico con lo que Hitler alienta Pearl Harbour. También, en esos meses, los nazis deciden eliminar a los judíos e Italia invade Grecia con lo que los Balcanes entran en guerra y con lo que ya tenemos un conflicto global. Dirá usted que falta la bomba atómica: pues es también en esos meses cuando Estados Unidos decide poner en marcha el proyecto.


Blog de Alejandro Padrón
PAGINA 12
RadarDomingo, 07 de Mayo de 2006

Paul Auster recuerda a Beckett

Por Paul Auster
Me mudé a París en febrero de 1971, un par de semanas después de cumplir 24 años. Llevaba un tiempo escribiendo poesía, y el camino que desembocaría en mi primera reunión con Beckett comenzó con Jacques Dupin, un poeta cuya obra yo había estado traduciendo desde mis días como estudiante en Nueva York. En París nos hicimos muy amigos, y como Jacques era el director de publicaciones de la Galería Maeght, a través de él conocí a Jean-Paul Riopelle, un pintor franco-canadiense que exponía en la galería. A su vez, a través de Jean-Paul, conocí a Joan Mitchell, la pintora norteamericana que vivía en una casa que había pertenecido a Monet, en el pueblo de Vétheuil. Años antes, Joan había estado casada con Barney Rosset, el fundador y editor de Grove Press, y por eso ella y Beckett se conocían bien. Una noche, hablando de literatura, ella se dio cuenta de la importancia que tenía Beckett para mí, y entonces me miró y me dijo: "¿Te gustaría conocerlo?". "Sí –le respondí–. Por supuesto que me gustaría." "Bueno, entonces escribile una carta –me dijo–. Y decile que yo te dije que lo hicieras."
Me fui a casa y escribí la carta. Tres días después recibí una respuesta de Beckett informándome que me encontrara con él en La Closerie des Lilas la semana siguiente.
No recuerdo qué año era. Puede que haya sido 1972, o incluso 1974. Partamos la diferencia y digamos que fue en 1973.
Lo vi una sola vez después de aquel encuentro –durante una visita a París en 1979–, y a lo largo de los años intercambiamos algunas decenas de notas y cartas. Difícilmente nuestra relación podría clasificarse como amistad, pero dada mi admiración por su obra (rayana con la idolatría durante mis años de juventud), nuestros encuentros y correspondencia eran sumamente preciados para mí. De entre una horda de recuerdos, citaría la generosa ayuda que me brindó mientras yo armaba el Random House Book of Twentieth-Century French Poetry (en el que contribuyó con traducciones de Apollinaire, Breton y Eluard); el emocionante discurso que le escuché una tarde en un café de París acerca de su amor por Francia y lo afortunado que se sentía por haber pasado su vida adulta allí; las amables y alentadoras cartas que me escribió cada vez que yo le enviaba algo que había publicado: libros, traducciones, artículos sobre su obra. También hubo momentos graciosos: una impávida crónica de su única estadía en Nueva York ("Hacía tanto calor, me la pasé apoyado en las barandas"), por no hablar de esa frase inolvidable de nuestro primer encuentro cuando, gesticulando con su brazo y fracasando una y otra vez en su intento por captar la atención del mozo, giró hacia mí y me dijo, en ese suave acento irlandés que tenía: "No hay mirada en el mundo más difícil de atrapar que la de un camarero".
Todo eso, sí, pero es otro comentario de esa misma tarde en La Closerie des Lilas el que se destaca por sobre todos los demás, y no sólo porque revela mucho de Beckett como hombre sino porque habla del dilema con el que todos los escritores conviven: la duda eterna, la inhabilidad para juzgar el valor de lo que uno ha creado. Durante la conversación, me contó que acababa de terminar de traducir Mercier y Camier, su primera novela francesa, escrita a mediados de los años ‘40. Yo había leído el libro en francés y me había gustado mucho. "Un libro maravilloso", le dije. Yo era casi un chico, y no pude contener mi entusiasmo. Pero Beckett sacudió su cabeza y me dijo: "No, no, no, no muy bueno. De hecho, acabo de dejar afuera un 25 por ciento del original. La versión en inglés va a ser algo más corta que la francesa". Yo dije: "¿Por qué haría algo así? Es un libro maravilloso. No debería haberle quitado nada". De nuevo, Beckett sacudió su cabeza: "No, no, no muy buen bueno, no muy bueno".
Después de eso, empezamos a hablar de otras cosas. Y de la nada, cinco o diez minutos después, se inclinó hacia mí sobre la mesa y dijo: "¿Realmente te gustó, huh? ¿Realmente pensás que es bueno?".
Era Samuel Beckett, y ni siquiera él tenía noción del valor de su obra. Ningún escritor lo sabe realmente, ni siquiera los mejores.
"Sí –le dije–. Realmente pienso que es bueno."
Este texto pertenece al libro Beckett Remembering/Remembering Beckett editado por James y Elizabeth Knowlson para el centenario del nacimiento del autor irlandés, y que acaba de aparecer en la editorialinglesa Bloomsbury.

Blog de Alejandro Padrón

Tomado de Letras Libres, MAYO DE 2006
Lunar Park, de Bret Easton Ellis
por Rodrigo Fresán
Lunar Park empieza como una cruza entre Los hechos y Operación Shylock de Philip Roth. No demora en transformarse en algo que recuerda mucho a El resplandor y a La mitad oscura de Stephen King, con sangre, ectoplasma y duelos frankensteinianos entre creador y criatura. Todo esto sin dejar de coquetear ya desde el título con los territorios de la alucinación suburbana que John Cheever patentó a su nombre en varios relatos y, muy especialmente, en la ácida y oscura y criminal Bullet Park. Y cierra con un último y magistral e inesperadamente emotivo capítulo que recuerda a las páginas finales de Campos de Londres de Martin Amis o, digámoslo sin vacilar, a “Los muertos” de James Joyce.
Pero más allá de influencias y de reverencias, Lunar Park confirma a Ellis como a uno de esos alumnos que pasa al frente y, una vez allí, ya no vuelve a sentarse en el pupitre porque se sabe –y nos hace saber– que está a la altura de sus maestros y de sus modelos y, ya que estamos, de sí mismo.
Porque Lunar Park es un libro de Bret Easton Ellis que trata sobre Bret Easton Ellis. Y aun así… La maniobra no es nueva. El autor como personaje. Allí estuvieron Dante y Hemingway y Mailer y Borges y Cortázar entre muchos otros. Y ahí está, ahora, Bret Easton Ellis, quien de un modo u otro siempre estuvo allí, apenas escondido detrás de un delgadísimo velo.
A saber: el protagonista de Lunar Park es un escandaloso y poco confiable y siempre al borde del crack-up escritor norteamericano que responde al nombre de… Bret Easton Ellis. Y han sido las primeras cuarenta páginas y algo de Lunar Park las que, de entrada, llamaron la atención de crítica y lectores y fans. Porque allí, para empezar, Ellis no vacila en escribir una sucinta pero monstruosamente eficaz (valga la paradoja) autobiografía no-autorizada donde no sólo se desnuda sino que, enseguida, procede a autoflagelarse mientras lanza carcajadas y se arranca los livianos y casi transparentes retratos utilizados en sus iniciáticas Menos que cero y Las leyes de la atracción. Y allí, al principio de Lunar Park, está todo lo vivido hasta ahora y el resumen de lo publicado, narrado con voz mecánica pero fluida. Enumeremos: el éxito temprano y los varios millones recibidos, las drogas duras (todas) y el sexo duro (con todos, con lo que se cruce), la caída libre en fiestas tóxicas o en clínicas de desintoxicación, las correrías por noches blanquísimas junto a su colega Jay “The Jayster” McInerney (quien acaba de publicar The Good Life, que también editará en España Mondadori), el escándalo por ese clásico moderno que es American Psycho, los tour-books en estado zombie promocionando Glamourama. Todo esto y un buen puñado de incómodas e inquietantes revelaciones entre la que se cuenta una que da miedo y que es en la que se asienta toda la nueva novela: el modelo para el asesino serial Patrick Bateman no fue otro que Robert Marin Ellis (1941-1992), difunto y disfuncional padre del escritor que llevó a su familia a la ruina pero dejó como herencia a su hijo varios trajes de Armani manchados de sangre en la entrepierna porque, uh, la operación de prolongación de pene no salió del todo bien, parece.
Y así, bajo su máscara de sátira o de novela de terror, Lunar Park –abarcando poco más de una semana de pesadilla– no es otra cosa que una sensible y muy emocionante novela sobre padres e hijos.
Porque –allá vamos– en la parte inventada de Lunar Park, Easton Ellis vive en una lujosa casa de los suburbios y está recién casado con una antigua amante: Jayne Dennis, una mediocre pero hot actriz de Hollywood con la que tuvo un hijo hace años. Un hijo, Robby, al que Ellis –autoconvencido de que se trataba de un bastardo de Keanu Reeves– siempre ignoró. Un hijo con el que ahora, ya convertido en un adolescente disfuncional y misterioso, el escritor procura hacer contacto durante los ratos libres que tiene entre un intento y otro de seducir a una hermosa –y próxima a ser descuartizada– asistente a su más bien poco ortodoxo curso de escritura creativa. Ah: en sus escasos ratos libres y raptos de coherencia, Ellis intenta escribir una novela salvaje y cáustica y comercial. Un “thriller porno” a titularse –luego de descartar títulos como Holly Shit! por “poco atractivos”– Teenage Pussy. Una variación de American Psycho o algo así. La vida y obra y eyaculaciones de Michael Graves, inventor de cocktails de nombres absurdos y de posiciones sexuales más absurdas todavía. Un sádico sexópata serial que reduce a toda mujer a pedazo de carne multi-orgásmico mientras les dice cosas como “¿Vas a llamar a la policía? Bueno, pero antes de que llegue… ¿puedo acabar en tu cara?”. Sumarle a las proezas de Graves una inocente chica de 16 años a la que el mega-lover tortura aplicando cocaína en su clítoris mientras la obliga a leer a Milan Kundera y –nos informa al pasar Ellis– en su editorial, Knopf, están más que ansiosos por recibir el manuscrito.
Pero muy pronto queda claro que no es fácil escribir cuando los acontecimientos se precipitan. Ellis comienza a ser asediado por el espectro de su padre y, ya que estamos, por una eficiente y dedicada materialización de Patrick Bateman. Y los cadáveres comienzan a acumularse mientras los niños del barrio desaparecen de sus casas sin dejar mensaje o explicación, abandonando a sus padres en casas súbitamente grandes y silenciosas. Y Ellis –despreciado por su mujer, quien ya no aguanta sus recaídas químico-etílicas– se escuda en un alter-ego, “El Escritor”, quien lo ayuda a mantener la calma, quien “lee” todo como si se tratara de un posible libro mientras Ellis asiste a sesiones con su psicoanalista (para la que inventa sueños absurdos), reuniones de padres (donde sus sugerencias son recibidas con cierto temor), entrevistas con un detective demasiado parecido al de American Psycho (que se declara admirador de su obra) y –para poder soportar todo esto– consume ingentes cantidades de jugo ruso y polvo de marchar boliviano. Tarea en la que, alguna noche, recibe la colaboración de “The Jayster” (Ellis contó que McInerney no se molestó porque lo haya retratado aspirando cocaína pero sí que lo haya descrito como “parecido a Jerry Lewis”).
Interferencia marca Ellis y fragmento de Lunar Park. Sintonicen:

Para todos aquellos que por entonces no estaban en la habitación, va el resumen para el examen: yo escribí una novela sobre un joven, adinerado y alienado yuppie de Wall Street llamado Patrick Bateman que, además, era un asesino serial rebosante de la inconmensurable apatía característica del apogeo de los años de Reagan, durante los ‘80. La novela era pornográfica y extremadamente violenta; tanto que mis editores en Simon & Schuster rechazaron el libro amparándose en criterios de buen gusto y prefiriendo sacrificar un adelanto en la parte media de las seis cifras. Sonny Metha, jefe de Knopf, se hizo con los derechos y ya antes de la publicación la novela había provocado una enorme polémica y escándalo. Yo no dije demasiado porque no tenía ningún sentido hacerlo: mi voz hubiera sido ahogada entre tanto gemido indignado. American Psycho fue acusada de estrenar para los norteamericanos el concepto de que los asesinos seriales podían ser chic. [...] Los debates se sucedieron uno detrás de otro y ni siquiera la Guerra del Golfo en la primavera de 1991 distrajo la fascinación y las preocupaciones del público en lo que a la retorcida existencia de Patrick Bateman se refería. Y yo hice más dinero del que podía gastar. Fue el año de ser odiado.
Lo que yo no hice –y no podía hacer– era confesar que la escritura del libro había sido una experiencia extremadamente perturbadora… Me daba asco lo que estaba creando y no quería ser responsable: Patrick Bateman reclamaba todo el crédito. Y una vez que el libro fue publicado, fue como si él pareciera aliviado y, a su pesar, satisfecho. Dejó de aparecerse pasada la medianoche para atormentar mis sueños y yo pude, por fin, relajarme y dejar de sufrir la inminencia de sus visitas nocturnas. [...] Mi padre nunca me dijo nada acerca de American Psycho. Aunque –situación más bien extraña– luego de leer la mitad de la novela durante aquella primavera, le envió a mi madre, sin ninguna nota aclaratoria, un ejemplar del semanario Newsweek en cuya cubierta, sobre el angelical rostro de un bebé, se leía: “¿Es su hijo gay?”.

Y en una reciente entrevista, Ellis explicó cómo fue que se le ocurrió todo esto y mucho más:

A lo largo de todos esos años en que fui planeando el libro me sucedieron muchas cosas que comencé a incorporar al argumento. Episodios como todo el asunto de American Psycho, (libro que me vi obligado a releer y que me pareció muy bueno aunque, es verdad, hay escenas verdaderamente horripilantes; pero esa era la idea). [...] Y en algún momento se me ocurrió la idea de añadir a alguien, a un personaje de ficción, que se dedicara a recrear los crímenes de la novela. Me atrajo esta idea. La muerte de mi padre también era algo sobre lo que me interesaba escribir. Toda esta mezcla no me hizo click hasta que me di cuenta que la vida del narrador tenía muchos puntos de contacto con la mía. Así que me dije: ¿por qué no? Veamos que sale. Conviértelo en Bret. Y entonces el libro comenzó a despegar con fuerza y su escritura se convirtió en algo mucho más significativo para mí. Así fue como nació Lunar Park. [...] En lo que a mí como persona y personaje respecta, digamos que en Lunar Park hay algo de verdad (un 60%), mucho de mentira, y que me pareció muy gracioso burlarme de mí mismo. Retratarme del modo en que la gente piensa que soy y así, de paso, burlarme de ellos riéndome del modo en que ellos me ven y me leen.

Y la cuestión es, claro, cómo ven y leen a Bret Easton Ellis los demás. ¿Qué piensan de él y de sus libros y de ese ruido blanco sonando entre uno y otros? La verdad es que mucho y nada. Porque todo parece indicar que Ellis sigue siendo un prisionero de sus inicios. Y ahora, la lectura de las críticas a Lunar Park ofrece, casi en su totalidad, una conducta tan enfermiza como la de su antihéroe y, se supone, la de su antiheroico autor. Celebran el libro, alaban la prosa, encomian su pericia satírica pero, otra vez, les inquieta el nombre del autor en la cubierta. Y sí: son muchos los que ya a la altura de American Psycho se atrevieron a insinuar la posibilidad de que Ellis fuera un genio pero, acto y punto seguido, agregaban que se trata de un genio incómodo. Y es que Ellis es alguien difícil de ubicar en los estantes de lo que ahora es cool por más que lo haya anticipado. El mismo Ellis –mucho más cerca de Francis Scott Fitzgerald que de Don DeLillo– declaró no sentirse parte de la “camada de chicos listos tipo Wallace, Franzen y Lethem”. Tampoco parece encajar en los lineamientos de Dave “McSweeney’s” Eggers o en los experimentos verité de Charlie Kaufmann o Larry David. Sin embargo, Ellis llegó primero que todos ellos –la mirada ácida, el manejo de tics de la sociedad de consumo, la disfuncionalidad como forma de afecto, la autorreferencia– y pagó caro por su osadía. Pero Ellis no se arrepiente de nada salvo de no haberse defendido en su momento.
Por ahora, aquí está esta novela extraña y formidable y que arranca enumerando, una a una, por orden cronológico, las primeras frases de Menos que cero (1985), Las leyes de la atracción (1987), American Psycho (1991), Los informantes y Glamourama (1998). Enseguida Ellis anuncia que la primera frase de Lunar Park será “Haces una increíblemente buena imitación de ti mismo”. Pero la frase en cuestión recién aparece más de treinta páginas después. Para entonces ya sabemos lo que Ellis supo siempre: se sale más fuerte, pero nunca del todo entero, luego de haber sido expuesto a la radiación de la fama. Y se está condenado a habitar un mundo donde la línea que separa a la realidad de la falsificación es curva y se muerde la cola.
Lo que nos lleva al final, al último capítulo, a lo mejor que ha escrito Ellis en toda su carrera y a lo mejor que ha escrito cualquiera en mucho tiempo. Allí, Ellis –uno u otro, da igual– se excusa ante los lectores y se despide por fin de su padre y se pregunta a dónde se habrá ido y dónde estará ese hijo que no tiene en la vida pero sí en la novela.
Y le dice a uno que “tú eras quien yo necesitaba, te amé en mis sueños” y al otro que lo extraña, “que piensa en él” y que lo espera “aquí mismo, cuando quiera, en las páginas y entre las cubiertas” al final de un libro titulado Lunar Park. Y, leyéndolo, es como si también nos los dijera a nosotros. ~


Blog de Alejandro Padrón
Tomado de Boomerang, 09.05.2006(del Blog de FOGEL)

SCIASCIA/STENDHAL
Me acuerdo del día de mi descubrimiento de “Stendhal” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Era una traducción al español. Un librito del editor Trieste que me provocó una irresponsable crisis de celos. La sensación de ser testigo del robo de un tesoro francés por un príncipe siciliano. ¿Cómo podía ser? El autor del Gatopardo no había escrito un libro a propósito de Stendhal o un estudio literario sino un libro que se ubicaba con su seductor desorden, su obsesión por los detalles dentro del círculo mágico que el propio Stendhal había nombrado al dedicar La cartuja de Parma como el de los “happy few”.
Lo que más me molestó fue descubrir el uso del francés, muy acertado, para el título de un capitulo: “L’heure des cuirassiers”. Escribir así no era poner la pata en el terreno más íntimo de la literatura francesa, era establecerse en su centro. Algo como decir Stendhal es mío y lo demuestro con un libro que corresponde plenamente a los escritos íntimos del maestro.
Escritos que tocan así el gran secreto de la obra de Henri Beyle hay pocos. Está el famoso artículo de Balzac sobre la “Cartuja” que afirma que no existen más de mil quinientos lectores en toda Europa que puedan entender los méritos de la novela (“El señor Beyle, escribe Balzac, ha hecho un libro donde lo sublime estalla de capítulo en capítulo”). Está también el todavía debatido artículo de Prosper Mérimée, H.B., por uno de los cuarenta, una caricia que deja un arañazo en la figura de Stendhal. Al revés, hay un sinfín de cegueras, la más famosa la del propio Sainte-Beuve, primus inter pares de los críticos que confirmaron el pronóstico de un autor anunciando a mitad del siglo XIX que tendría sus lectores en 1880 y, aún más, en 1935.
Hasta ayer podía añadir a aquella lista los libros que un lector guarda por razones imposibles. En mi caso, eran tres: Stendhal de Albert Thibaudet, Stendhaliana (nombre de una enfermedad incurable) de Emile Henriot y CLX petits faits vrais, un censo por Jean-Louis Vaudoyer de ciento sesenta historietas que gustaron a Stendhal sembradas a lo largo de su obra. Desde hoy, no son tres sino cuatro. Acabo de leer Adorable Stendhal de Leonardo Sciascia, que viene como un eco de lo que me provocó la lectura del libro de Lampedusa. Otro siciliano, igual capacidad de establecerse frente al gran amante de Italia y conversar sobre él de manera intensa, con hambre de hechos y dominio total de los escritos. El libro de Lampedusa no era un libro sino la transcripción de las lecciones que daba sobre literatura al final de su vida. Igualmente, el libro de Sciascia es una mera recopilación hecha por su viuda de los textos que el autor de Todo modo dedicó a Stendhal.
Es una obra incompleta, caótica y, por tanto, digna de Stendhal que dejó tantos libros inacabados. No sé por qué milagro llegó a mis manos la traducción al español. Fue publicada por Adriana Hidalgo Editora, en Argentina, en diciembre pasado. Todo lo que he leído es un encanto: las páginas sobre Pedro Napoleón que fue el modelo de Fabricio del Dongo; la maneja de recordar que Stendhal ha “lidiado con la nada”; la manera de definir la vida de Stendhal como “un amor hacia la vida no correspondido”; la descripción de la afición por Italia “de un escritor sumamente francés y muy poco italiano”; la evocación del bandolero Gasparoni encerrado en su fortaleza; la emoción al comprobar que sí fue posible, el conde Greppi almorzó con Stendhal cerca de 1840 y jugó al billar con Hemingway en 1917. No faltan los pedacitos de nada sobre Gramsci, Paul Valery, André Gide, que son rasgos fundamentales en una pasión por Stendhal cercana a la alucinación. No falta, por supuesto, la comparación entre Stendhal, que se prometía lectores a largo plazo, y Lampedusa, actuando como un autor que no podría tener lectores.
El título del libro viene de una confidencia de Sciascia sobre Pasolini. (Me parece reconocer el texto, extracto de El caso Moro). Sciascia dice que lo que le aparta de Pasolini es el sobre-uso que hace este de la palabra adorable. Los pequeños amantes que por fin lo mataron en una playa eran para Pasolini sus “adorables”. Sciascia dice que para él aquella palabra solo mereció dos utilizaciones: “… para una sola mujer, y para un solo escritor. Y este escritor, tal vez esté de más decirlo, es Stendhal”.
Hay que hablar bien claro: es un libro tan imprescindible sobre Stendhal que nadie lo necesita a menos que sea víctima de aquella incurable enfermedad cuyo síntoma Sciascia describe: “el stendhalismo, dice, es seguramente la pasión más duradera, la más vasta, la más fervorosa que la historia, la vida y las costumbres literarias registran”.

the alejandro padrón´s blog

from The new york times
'Edgar Allan Poe & the Juke-Box,'
by Elizabeth Bishop
Rough Gems
Estate of Elizabeth Bishop
Review by DAVID ORR
Published: April 2, 2006
You are living in a world created by Elizabeth Bishop. Granted, our culture owes its shape to plenty of other forces — Hollywood, Microsoft, Rachael Ray — but nothing matches the impact of a great artist, and in the second half of the 20th century, no American artist in any medium was greater than Bishop (1911-79). That she worked in one of our country's least popular fields, poetry, doesn't matter. That she was a woman doesn't matter. That she was gay doesn't matter. That she was an alcoholic, an expatriate and essentially an orphan — none of this matters. What matters is that she left behind a body of work that teaches us, as Italo Calvino once said of literature generally, "a method subtle and flexible enough to be the same thing as an absence of any method whatever." The publication of "Edgar Allan Poe & the Juke-Box," which gathers for the first time Bishop's unpublished material, isn't just a significant event in our poetry; it's part of a continuing alteration in the scale of American life.
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EDGAR ALLAN POE & THE JUKE-BOX
Uncollected Poems, Drafts, and Fragments.
By Elizabeth Bishop. Edited by Alice Quinn.
367 pp. Farrar, Straus & Giroux. $30.
Featured Author: Elizabeth BishopCollected coverage of the life and work of the poet.
Forum: Book News and Reviews

James Laughlin
Elizabeth Bishop, outside the Square Roof brothel in Key West, Fla.
Just don't expect that change to be announced with a fanfare. In a tribute to Bishop, James Merrill famously noted her "lifelong impersonations of an ordinary woman," and the observation applies to her writing as much as to comportment. From the beginning, Bishop's work was descriptive rather than assertive, conversational rather than rhetorical and discreet rather than confessional. (It was also hard to come by: in her lifetime, she published only around 90 poems.) This was surprising for two reasons. First, her approach was completely unlike the modes favored by her more flamboyant peers — Robert Lowell, John Berryman — as well as the guts-spilling styles they helped inspire. Second, if you believe art mirrors life, reticence is the opposite of what you'd anticipate from Bishop, whose biography contains enough torment to satisfy St. Sebastian. An abbreviated list: her father died when she was a baby; her mother vanished into an insane asylum when Bishop was 5; her college boyfriend committed suicide when she refused to marry him and sent her a parting postcard that said, "Go to hell, Elizabeth"; and the great love of her life, Lota de Macedo Soares, with whom she spent many years in Brazil, fatally overdosed in Bishop's apartment. From a writer with a history like that, we might expect announcements like Lowell's "I hear/ my ill-spirit sob in each blood cell." We don't expect to be told "I caught a tremendous fish."
This curious restraint has been admired by many critics (Bishop won the Pulitzer Prize, the National Book Award and the National Book Critics Circle Award), but it also explains why she so often has been identified with words like "quiet," "charming," "scrupulous" and, above all, "modest" — all of them perfectly useful adjectives, but none that would tip the reader off to the harrowing nature of her life or (more important) the colossal ambition of her poems. Even her admirers sometimes struggle to forgive her for seeming so remarkably . . . unremarkable. Dana Gioia, a longtime Bishop advocate and current chairman of the National Endowment for the Arts, gets only a few paragraphs into an essay on her reputation's dramatic rise in the poetry world after her death before asking, almost apologetically, "Is Elizabeth Bishop overrated?" "Perhaps a bit," he answers, which presumably is what you say when you've gotten in the habit of thinking about poetry so much that you forget Bishop's poems are less well known to many people than the lyrics to "Total Eclipse of the Heart."
So why do we feel compelled to elevate Bishop while simultaneously worrying that we're raising her too high? In large part, the answer has to do with the difference between difficulty and subtlety. Difficulty is a beloved concept in the poetry world, because it's the crux of an old but cherished argument: Are poems too obscure? Or not obscure enough? The debate is a canned one, of course, but it lets all parties make their favorite points, and everyone is therefore happy to argue over "difficulty" at the drop of a hat. The reality, though, is that most readers and writers aren't actually made nervous by "difficulty," at least as the term is usually meant. For one thing, difficulty is straightforward — you either figure out what's difficult, or you don't. You might fail, but you aren't going to be misled. (In this sense, and in its implicit endorsement of hard work, difficulty is a concept that has long been central to our shared identity as Americans). Subtlety is different, though. Subtlety wants to be missed by all but the chosen few; it is aloof, withholding and aristocratic — sometimes manipulative and always disguised. It has less to do with theory and technique, which can be learned mechanically, than with style and sensibility, which require intuition. It wants to be looked at but not seen. It's unnerving.
Rough Gems
Published: April 2, 2006
It's also exactly what distinguishes Bishop's greatest poetry, which is why it's so hard to be entirely comfortable with this writer, or to know where she belongs. To begin, there is the peculiar Bishop voice, which is often called faux naïf, but is probably closer to faux normal (the imitation isn't of innocence, but stability). On one hand, she can seem perfectly straightforward — no poet, for instance, starts a poem more matter-of-factly: "In Worcester, Massachusetts, / I went with Aunt Consuelo / to keep her dentist's appointment." And of course, no poet is as enamored of local color: "The ghosts of glaciers drift / among those folds and folds of fir: spruce and hackmatack — / dull, dead, deep pea-cock colors, / each riser distinguished from the next / by an irregular nervous saw-tooth edge." Yet no one else moves as easily or abruptly into the uncanniest registers of our literature: "The iceberg cuts its facets from within"; "Everything only connected by 'and' and 'and' "; "More delicate than the historians' are the map-makers' colors." None of this is difficult, but it's astonishingly subtle and strange. The more one reads a Bishop poem, the greater the sense of huge forces being held barely but precisely in check — like currents pressing heavily on the glass walls of some delicate undersea installation. It doesn't seem as if the glass will break, but if it were to do so, we'd find ourselves engulfed by what Frost (her truest predecessor) called "black and utter chaos."

EDGAR ALLAN POE & THE JUKE-BOX
Uncollected Poems, Drafts, and Fragments.
By Elizabeth Bishop. Edited by Alice Quinn.
367 pp. Farrar, Straus & Giroux. $30.

Collected coverage of the life and work of the poet.
Readers’ Opinions
"Edgar Allan Poe & the Juke-Box" allows us to see the cracks that could form on those crystalline surfaces. It's no criticism of this collection to say the virtues of Bishop's finished poetry — style and poise chief among them — are often missing from the writing gathered here. These are, after all, pieces that Bishop herself chose not to publish, but found valuable for some reason; as this volume's editor, Alice Quinn, poetry editor of The New Yorker, noted in a recent interview, "A big part of the pleasure and understanding to be gained is in knowing what was on her mind during those years and in discovering new phrasing of hers, new avenues of vision." In addition to drafts of poems — some accompanied by photos of the manuscript pages in question, all following Bishop's often handwritten versions as closely as possible — Quinn has gathered several prose pieces, including an intriguing series of notes that begins, "Writing poetry is an unnatural act." Essentially, this is a book for two groups of people: Bishop fans (most of the poetry world, that is), and the increasingly tiny group who still think this poet was an unambitious and slightly chilly minor writer. The former will be grateful for the insight into her meticulous process; the latter will have to acknowledge the enormous patience and skill that allowed her to hold the volcanic feeling on exhibit here in the poised vessels of her finished poetry. Lest you think that's overstating the emotional content of these drafts, consider the presence of such decidedly un-Bishopian lines as: "I have suffered from abnormal thirst — / I swear it's true — and by the age / of twenty or twenty-one I had begun / to drink, & drink — I can't get enough."
That shouldn't, however, be taken to mean that the poems here are all unformed, lesser efforts. If some of this work is mostly of interest because of what it tells us about Bishop's published writing, other pieces can stand alongside anything The New Yorker got its hands on back in the 1950's or 60's. "Vague Poem" plays on a confusion between rock roses and rose rocks; it concludes:
Rose-rock, unformed, flesh beginning, crystal by crystal, clear pink breasts and darker, crystalline nipples, rose-rock, rose-quartz, roses, roses, roses, exacting roses from the body, and the even darker, accurate, rose of sex —
This openly erotic approach is actually more successful than much of her published love poetry, which is considerably less forthcoming. Equally strong are several of the poems intended for a sequence called "Bone Key," and parts of the later poem "Keaton," which has one of Bishop's finest, saddest openings — "I will be good; I will be good." Quinn's notes throughout are superb. In glossing "Vague Poem," for example, she meticulously connects a particular phrase to a speech given by Bishop in 1976, discusses the poet's interest in crystallography and includes another, earlier erotic fragment that recalls the more finished poem she is annotating. This is the devoted editing this material needed and deserved.
A few days after her death in 1979, Elizabeth Bishop's obituary in The New York Times noted that she "enjoyed extraordinary esteem among critics and fellow poets" but was "less widely known than contemporaries such as Robert Lowell." One can only imagine how Lowell and Bishop, lifelong friends, would have thought about the comparison. In any case, though, things have changed. The world of contemporary poetry can be a fractious place, but one thing almost everyone agrees on is the significance of Elizabeth Bishop — and that's as it should be. Our greatest poets aren't monuments to be looked at but grammars to be absorbed; however long it takes, we speak through them and they through us. "When you write my epitaph," Bishop once wrote to Lowell, "you must say I was the loneliest person who ever lived." Lonely? Maybe once, but not anymore — and never again.
David Orr writes the "On Poetry" column for the Book Review. He is a lawyer with Trachtenberg Rodes & Friedberg in New York.

The Alejandro Padrón´Blog

From The New York Times, May 5, 2006
Books of the Times

'The Book of Lost Books'
A Literary Archaeologist Digs for Missing Treasures
By MICHIKO KAKUTANI
Published: May 5, 2006
LOST: burned, misplaced, abandoned, suppressed, never finished, never started.
Stuart Kelly
THE BOOK OF LOST BOOKS
An Incomplete History of All the Great Books You'll Never Read.
By Stuart Kelly.
344 pp. Random House. $24.95.
Related
First Chapter: 'The Book of Lost Books' (April 30, 2006)
Readers’ Opinions
Forum: Book News and Reviews
The books in Stuart Kelly's clever and highly entertaining new book are works of literature that have somehow been lost to posterity: Homer's "Margites," a humorous epic about a fool, who, in Plato's words, "knew many things, but all badly"; the Arthurian epics contemplated by both Dryden and Milton but never written; Laurence Sterne's never completed "Sentimental Journey Through France and Italy," which concludes with one of the most famous unfinished sentences in literary history ("So that when I stretch'd out my hand, I caught hold of the Fille de Chambre's —") ; Lord Byron's supposedly explosive "Memoirs," which his publisher, executor and biographer had burned because, as one critic put it, they were "fit only for the brothel and would have damned" the poet "to everlasting infamy"; the novel, provisionally titled "Double Exposure" or "Double Take," that Sylvia Plath was reportedly working on before her suicide in 1963.
As Mr. Kelly notes, "Loss is not an anomaly, or a deviation, or an exception," it's "the norm," and his inventory of missing books is a many-splendored thing, filled with classics gone missing and wildly ambitious projects never realized. We are reminded for instance of how little from antiquity has survived: we have only 7 of the more than 80 plays Aeschylus wrote, only 7 of Sophocles' 120 and only 18 of more than 90 by Euripides.
Aeschylus, whose supposed cause of death must surely rank as one of the strangest on record — an eagle, Mr. Kelly informs us, dropped a tortoise on his head, apparently mistaking his bald pate for a rock — would garner great fame in the ancient world, and the sole copy of his complete works came to occupy a privileged place in the celebrated library of Alexandria in Egypt; that copy was destroyed, along with thousands of other precious volumes, when that library went up in flames.
In the case of the comic playwright Menander, the loss of his writing was probably a good career move. Although the last known manuscripts of his work disappeared in Constantinople centuries ago, he had been hailed for his realism and his literary elegance by the likes of Aristophanes and Plutarch, and over the years, Mr. Kelly observes, his "fame grew and grew." That is, until fragments of his work turned up in an Egyptian excavation in 1905, and decades later one of his plays was pieced together, translated and staged. The reaction was less than enthusiastic, with Erich Segal, the classicist (better known as the author of "Love Story"), declaring that Menander had been revealed to be "a suburban Euripides."
As Mr. Kelly sees it, Menander's plays aren't the only works best lost to history's dustbin. Had Edward Gibbon pursued his original plan to write "The History of the Liberty of the Swiss," he might never have gone on to write the work that made him famous, "The History of the Decline and Fall of the Roman Empire."
More debatable is Mr. Kelly's suggestion that the loss of a suitcase containing the young Ernest Hemingway's apprentice writings — his first wife, Hadley, was transporting his possessions to Switzerland in 1922, when the valise was apparently stolen — was actually a fortuitous event that forced him to develop his famous style and write the books he was capable of writing.
Other authors were determined to destroy works they considered flawed, too personal or not up to snuff. Although the first part of Gogol's masterpiece "Dead Souls" was published to great acclaim, he would succumb to a growing religious mania in later years and would burn portions of Part 2 — not once but twice. Mr. Kelly writes that Alexander Pope's hilarious mock-epic "The Dunciad" exists thanks to Jonathan Swift, who "snatched the first draft from the fire and persuaded Pope to continue." And Kafka's friend Max Brod famously defied Kafka's directive that all his work be burned upon his death, thereby insuring that classics like "The Trial" and "The Castle" saw the light of day.
Mr. Kelly recounts such stories in chatty, opinionated chapters that recall John Aubrey's gossipy "Brief Lives" and Lytton Strachey's "Eminent Victorians." Some of his observations are overly glib: he patronizingly writes that Dickens, in his last (unfinished) book "The Mystery of Edwin Drood," "sets up a series of resonances and ambiguities that seem comparable to the films of David Lynch."
Some of his entries deal only in a tangential fashion with the subject of lost books. For instance he retells the story of Coleridge's famous unfinished poem "Kubla Khan": how it was written in an opium-induced reverie that was interrupted by the arrival of a visitor ("a person on business from Porlock"). And he focuses his chapter on T. S. Eliot around a Harvard alumni publication note about the poet's having written a work called "Literature and Export Trade" — something Eliot himself admitted was probably a "small leg-pull of my own" or the result of some misunderstanding on the part of the alumni-report editors.
All in all, though, Mr. Kelly has succeeded in writing a charming and diverting book, a Borgesian library of books lost or missing or never written.


C´est le blog de Alejandro Padrón

Peter Handke est interdit de Comédie-Française
aprés de LE MONDE 27.04.06 10h52 • Mis à jour le 27.04.06 10h52

Peter Handke ne sera pas joué à la Comédie-Française. Sa pièce Voyage au pays sonore ou l'art de la question, qui devait être créée du 17 janvier au 24 février 2007 au Théâtre du Vieux-Colombier, dans une mise en scène de Bruno Bayen, a été retirée de la programmation à quelques jours de l'annonce de la saison 2005-2006, prévue le 4 mai.

C'est Marcel Bozonnet, l'administrateur général de la Maison, qui a pris la décision, après avoir lu dans Le Nouvel Observateur du 6 avril un article faisant état de la visite de l'écrivain autrichien en Serbie. Le 18 mars, Handke a assisté à l'enterrement de Slobodan Milosevic, l'ex-président de la Serbie, mort le 11 mars au cours de son procès pour génocide et crimes de guerre devant le Tribunal pénal international de La Haye.
"Je suis heureux d'être près de Slobodan Milosevic, qui a défendu son peuple", aurait déclaré Peter Handke selon Le Nouvel Observateur, qui précise que l'écrivain a réitéré ses prises de position pro-serbes, et est apparu "brandissant le drapeau serbe, se pressant pour toucher le corbillard et y déposer une rose rouge".
"UN OUTRAGE AUX VICTIMES"
"C'est vrai que mon sang n'a fait qu'un tour quand j'ai lu cet article", déclare Marcel Bozonnet. "J'ai décidé d'en discuter avec le comité d'administration de la Comédie-Française et les comédiens qui devaient jouer la pièce de Handke. Le théâtre est une tribune, son effet est plus large que l'audience de la seule représentation. Même si la pièce de Handke ne fait pas œuvre de propagande, elle offre à l'auteur une visibilité publique. Je n'avais pas envie de la lui donner."
Marcel Bozonnet, qui précise que certains défendaient le maintien de la pièce à l'affiche, ajoute qu'il a pris sa décision parce que "la présence de Peter Handke aux obsèques de Milosevic est un outrage aux victimes". Reste que les positions pro-serbes de Peter Handke sont connues depuis longtemps. Pourquoi donc retirer maintenant une pièce jugée "très belle", et annuler une production prévue de longue date ? A cela, l'administrateur général de la Comédie-Française répond : "Je comprends la position de ceux qui distinguent l'œuvre de son auteur. Mais pour l'instant, je n'arrive pas à m'y résoudre."
Brigitte Salino


the alejandro padrón´s blog

From The New York times

Books of The Times 'Everyman'
Philip Roth's Latest Man Without Much to Show for Life
By MICHIKO KAKUTANI
Published: April 26, 2006
"Everyman," the title of Philip Roth's flimsy new novel, announces that the book's hero is meant to be a sort of representational figure: an average Joe, an ordinary guy, an homme moyen sensuel. At one point Mr. Roth even describes this character as "an average human being," whose autobiography might be called "The Life and Death of a Male Body."
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Nancy Crampton
Philip Roth
EVERYMAN
By Philip Roth.
182 pages. Houghton Mifflin. $24.
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An Interview With Philip Roth (April 25, 2006) Featured Author: Philip Roth
Readers’ Opinions
Forum: Book News and Reviews
The problem is, this nameless fellow turns out to be generic, rather than universal: a faceless cutout of a figure who feels like a composite assembled from bits and pieces of earlier Roth characters. Spending time with this guy is like being buttonholed at a party by a remote acquaintance who responds to a casual "Hi, how are you?" with a half-hour whinge-fest about his physical ailments, medical treatments and spiritual complaints.
He's another one of this author's aging narcissists, increasingly isolated and forlorn and bitter; another dutiful son, torn between responsibility and rebellion; another restless womanizer continually trading in one year's model for the next. As for his life story, it's been orchestrated to underscore themes that Mr. Roth has examined with more energy and originality many, many times before: the notions that freedom can devolve into rootlessness and dislocation, that sex is a flimsy bulwark against mortality, that the dizzying gap between expectations and reality can induce vertigo in even the hardiest of souls.
Like Kepesh in "The Dying Animal" (2001), this novel's hero is a lonely old geezer, filled with anger and regrets about his past and frightened by the approaching fact of death. Like Nathan Zuckerman in "The Anatomy Lesson" (1983), he is an emotionally bankrupt man, livid at the loss of his vitality and youth and health. And like the Philip character in "The Plot Against America" (2004), he is former New Jersey boy, nostalgic for the idyll of his vanished boyhood, the warmth and safety of his childhood nest.
We learn that this man was the younger son of a hardworking jewelry store owner, who praised his two children as "the thorough, careful, hardworking boys you were brought up to be." His brother, Howie, he recalls, "never failed to soothe him and come to his aid," his mother doted on him, and his father entrusted him with transporting diamonds back and forth from the store. As a boy he loved the ocean, and loved to body surf on the waves.
A glimpse of a drowned body that had washed up on shore, however, gives the boy a harrowing apprehension of mortality, an awareness of death that will become more pronounced after a hospital visit at the age of 9, and a series of surgeries later on in life.
Over the years Mr. Roth's hero develops a palpable fear of the grave. At 34, he takes a nighttime walk along the beach on Martha's Vineyard with his girlfriend and experiences a terrible sense of dread: "The profusion of stars told him unambiguously that he was doomed to die, and the thunder of the sea only yards away — and the nightmare of the blackest blackness beneath the frenzy of the water — made him want to run from the menace of oblivion to their cozy, lighted, underfurnished house."
In the course of "Everyman" Mr. Roth captures the more depressing aspects of aging: illness, frailty, dependency, isolation, loneliness, a loss of physical beauty and vigor, a growing awareness of limits and limitations, and an apprehension that death looms ever closer. But these harrowing evocations of age and infirmity do not a novel make. This book often reads like a laundry list of complaints about the human condition: an existential litany of grievances, regrets and disappointments, many of them expertly described but all peculiarly abstract, given the hero's oddly sketchy life.
With the exception of his childhood memories of his father's jewelry shop, which possess a touching emotional specificity, this man's story is depicted in spindly, cartoonlike terms: one impossible wife, one saintly wife, one ditsy airhead of a wife; two resentful, sourpuss sons, one doting daughter; several decades in the advertising game, followed by a stint in retirement as an amateur artist. All are delineated in a brusque, summary manner, as if Mr. Roth couldn't be bothered with filling in the details, or wanted to leave those details deliberately vague in a misguided effort to make his hero more of a representative man.
The allusions to King Lear — including the doting daughter, whose devotion stands in sharp contrast to the perfidy of the other two children — feel labored and contrived, and instead of adding resonance to this etiolated tale they simply underscore the story's hollowness, the sense that it is a cobbled-together production of a writer coasting wearily along on automatic pilot.

The Aejandro Padrón´s Blog


Blooker Winner in Fiction
Four and Twenty Blackbirds
It was taken from the Blooker Price
Cherie Priest
cherie.twilightuniverse.com
Publisher: Tor Books (October, 2005)
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Book Description:
"Although she was orphaned at birth, Eden Moore is never alone. Three dead women watch from the shadows, bound to protect her from harm. But outside her aunt's house, a gunman waits, convinced that Eden is destined to follow her wicked great-grandfather, an African magician with the power to curse the living and raise the dead.
Now, Eden must decipher the ghostly trio's secret before a new enemy more dangerous than the fanatical assassin destroys what is left of her family. She will sift through lies in a Georgian antebellum mansion and climb through the haunted ruins of an abandoned hospital, desperately seeking the truth that will save her beloved aunt from the curse that threatens her life." (from the back of the book)
Author Bio: Listen to an interview with Cherie Priest
Cherie Priest was born in Tampa, Florida, down the street from the stadium in 1975. In 2002 she graduated from the University of Tennessee at Chattanooga with an M.A. in Rhetoric/Professional writing. She also has a B.A. in English from Southern Adventist University in Collegedale, TN.
In 2003, a small regional press produced her debut novel Four and Twenty Blackbirds, and in October of 2005 this novel was re-released in an expanded edition by Tor. A second novel, the sequel Wings to the Kingdom, is slated for publication late in 2006 - and the third book, Not Flesh Nor Feathers will complete the Tor trilogy in '07.
Cherie regularly freelances for magazines, websites, and anthologies, and she produces both short and long source fiction for various role playing projects. She's also working on a novella for Subterranean Press, tentatively titled The Wreck of the Mary Byrd.
She lives in Seattle with her husband, Aric, and a fat black cat named Spain.
Quotes from the Judges:
Cory Doctorow:
"A haunting gothic novel that was written as a labor of love, serialized on a LiveJournal, and bootstrapped onto bookshelves through the support of LJ buddies—this is the perfect blook novel, one that combines top-notch writing with public acts of authorship among peers to turn artistic success into commercial success."
Paul Jones:
"I am not a reader of the gothic, but this blook captivated me with its gusto, its invocation of a dark South both in mountains and in swamp. Priest can tell a tale and she can write a sentence that competes with the best out there. Stephen King should be very afraid."
Reviews:
"The classic Southern gothic gets an edgy modern makeover in Priest's debut novel about a young woman's investigation into the truth of her origins. What Eden Moore digs up in the roots of her diseased family tree takes her across the South, from the ruins of the Pine Breeze sanitarium in Tennessee to a corpse-filled swamp in Florida, and back in time to the Civil War, when the taint in her family bloodline sets in motion events building only now to a supernatural crescendo. Priest adds little new to the gothic canon, but makes neo-goth chick Eden spunky enough to deal with a variety of clichémenaces—a scheming family matriarch, a brooding Poe-esque mansion and a genealogy greatly confused with inbreeding—that would have sent the genre's traditional wilting violets into hysterics. Eden is a heroine for the aging Buffy crowd, and her adventures will play best to postadolescent horror fans." (from Publishers Weekly)
"What do you get when you weave together a ghost story, a voodoo mystery, a family curse, a sharp-tongued protective Aunt, a murderous young man intent on doing 'God's Will,' and a bullheaded young woman determined to learn her origins? The answer: Four and Twenty Blackbirds, a fantastic debut novel by Cherie Priest that leads the reader on a merry chase down a not-so-primrose path from her home in Tennessee to the desolation of an condemned insane asylum, and finally to a fetid swamp in Florida ...
"Close the doors, turn off the phone, get a glass of sweet tea and settle into your favorite reading chair. This is one you're not going to want to put down." (from Black Gate Magazine)